Disclaimer: Todo pertenece a George Martin


La tarde era calurosa. El sol abrasaba y la mayoria de los habitantes de Dorne buscaban refugio a la sombra para soportar el calor sofocante. Todos buscaban resfrecarse. Todos menos ellos.

Porque no importaban las altas temperaturas que el resto evitaba, a esa hora en pleno verano ellos no lo notaban. Tal vez atribuyeran el calor a sus propios cuerpos. En Dorne, esa tarde de verano, Elia y Oberyn Martell estaban haciéndose uno. Porque ya no les quedaba mucho tiempo. Pronto ella compartiría la cama con Rhaegar Targaryen, su futuro esposo, y debería dejar a su hermano, quizás, para siempre.

—Elia —dijo él con voz gutural y ahogada, escondiendo la cabeza en los oscuros cabellos de la muchacha, mientras seguía entre sus piernas.

—Oberyn —logró articular ella sintiendo su cuerpo contraerse de pasión.

Con el acto ya consumado, Oberyn se tiró en la cama a su lado. Estaban sudorosos, por haber hecho el amor y también por las temperaturas del ambiente, pero eso no le impidió abrazarla. Elia se acercó a él y sus pechos rozaron el torso desnudo del hombre, tan moreno como ella.

—¿Será que podremos repetirlo, cuando tú te cases con el joven dragón? —dijo con una sonrisa a punto de escaparse de sus labios.

—Oberyn, sabes que eso no será posible.

—Lo sé, serás una futura reina y habrá que mantener las apariencias —murmuro algo molesto. —Si fueran tan libres espiritual y carnalmente como nosotros los dornienses, tal vez no habría que disimular nada.

—Pero no lo son. Rhaegar es bueno, Oberyn, me cuidará…

—Más le vale. Mataré a cualquiera que te haga daño, Elia, a cualquiera. Y lo haré sufrir como nunca en su vida. El joven dragón más vale sepa apreciarte, él y quienes lo rodean.

—Lo hará, Oberyn, ya verás.

El príncipe Martell sonrió y asintió. Luego giró su cabeza y besó apasionadamente a su hermana. Jugó con su lengua y sus labios besándola como sólo un dorniense como él sabía hacerlo. Luego, ambos suspiraron embriagados.

La supuesta última vez que estuvieron juntos, no distó mucho de la que vivieron esa tarde apasionada. Sólo que esta vez, el último beso supo a despedida. Temporal, ambos lo sabían, pero despedida al fin.

—¿Irás a verme verdad, Oberyn?

—Por supuesto, Elia, por supuesto —contestó con su boca casi pegada a la suya. Era aquel un amor clandestino y prohibido, pero como todo lo prohibido es tentador, ellos así cayeron en aquél pecado una vez más.

Algunos años después, el día del nombre de Elia, Oberyn fue a visitarla. Esa noche, se volvieron a unir. Ansiosos, extasiados y necesitados el uno del otro. Nueve meses más tarde, los siete reinos conocerían a Rhaenys Targaryen, pero el apellido de aquella bebita debió haber sido otro, Elia lo sabía. Y Oberyn también.