Disclaimer: Todo pertenece a George Martin
Invernalia. Pertenecía allí, lo sabía, pero sus recuerdos eran tan borrosos que apenas recordaba. No recordaba el rostro de su padre, ni la sonrisa de su madre. No recordaba a Robb, ni a Jon aunque a su mente venían las risas de ambos. No recordaba las peleas de Sansa y Arya. De Bran sí tenía imágenes más claras, ambos huyendo para salvar sus vidas junto a Hodor y Osha. Pero del resto, tenía apenas pues unos recuerdos dispersos y nada más.
No era su culpa haber olvidado, era apenas un niño muy chiquito cuando todo sucedió, un bebé según su madre, cuando se vio obligado al exilio forzoso. Un niño que se vio privado de lo que sin dudas hubiera sido una infancia feliz, más de lo que había sido hasta ese momento.
Pero ahora Rickon Stark había crecido. Rickon Stark estaba dando los primeros pasos en la adolescencia y veía las cosas mucho más claras, más claras de las que no las vio nunca. En toda su vida, desde que sí tenía uso de conciencia, solo confiaba en Osha y obviamente en Peludo, su incondicional lobo huargo.
—Osha, ¿Crees que allí recuerde? —le preguntó el muchacho. Con sus trece años, su voz se le estaba volviendo ronca, aunque conservaba todavía rastros de infantilidad en ella.
—Eso lo sabremos al llegar, Rickon —dijo la mujer, quien había cuidado de él como si fuera su propio hijo. De vez en cuando al joven todavía se le escapaba un "mamá" cuando se dirigía a ella, pero no era tan frecuente como lo fue hasta sus diez años. A Osha no le molestaba, aunque se encargaba de recordarle de vez en cuando que su madre había sido Catelyn Tully y no era ella. —Pero es posible, sí.
Rickon sonrió. Estaban retornando a Invernalia, a sabiendas de que era posible que allí solo habitasen las ratas. Pero no importaba, Invernalia le pertenecía. Posiblemente fuese el único de sus hermanos vivo. Era hora de regresar todo había terminado, por fin. Quien estaba sentado en el Trono de Hierro había segurado la paz y el lobo estaba regresando a su hogar. Siempre debe haber un Stark en Invernalia y a cumplir esa ley, iba él.
Peludo emprendió la marcha entre los árboles a toda velocidad, Rickon sabía que estaban cerca, el huargo estaba ansioso. Más viejo andaba el pobre animal y hasta estaba ciego de un ojo, pero su ferocidad seguía intacta.
Dos semanas después las murallas se irguieron ante él. Casi diez años antes se fue un niñito que lloraba por estar en brazos de su mamá, a Invernalia retornaba un muchacho que estaba pronto a convertirse en hombre. Cerró los ojos ante esa vista imponente y forzó a su mente a que formara alguna imagen de su infancia. No logró nada. Suspirando un poco decepcionado, puso de nuevo un pie en su hogar legítimo. Nuevamente un Stark estaba en Invernalia.
Rickon todavía no recordaba, pero ya lo haría.
