Disclaimer: Todo pertenece a George Martin


Jaime tenía su mano derecha, esa con la que hacía maravillas con su espada. Tenía altura, tenía fuerza y tenía todo cuanto quisiera. Cersei tenía su femeneidad y su belleza innegable, esa hermosura que tantas puertas le abría ¿Y qué tenía Tyrion Lannister? Nada, a la vista de los demás. Era un enano con las piernas atrofiadas, un ojo de cada color y era, según su padre Tywin Lannister, la culpa de todos los males. Pero no era tan así, Tyrion tenía astucia, tenía un cerebro privilegiado, una lengua mordaz que sabía cómo usarla y una visión de las cosas y el mundo que ni Jaime con su espada, ni Cersei con su belleza poseían. Y tenía un apellido, mal que a su padre le pesara. Tyrion era Lannister, el más hijo de los hijos de Tywin, y sabía cómo aprovechar oportunidades.

—¿Sabes, preciosa? —le dijo a la prostituta que yacía su lado. Le habían cortado la lengua, y Tyrion había pensado que era una lástima, sin embargo había disfrutado igual de besarla y poseerla. —Todo llega en esta vida, todo llega. Hipócrita, o idiota, quién no lo crea así.

La prostituta, que según le habían dicho se llamaba Bahira no mostró expresión alguna en su rostro. Posiblemente, además de no tener lengua, tampoco comprendiera una sola palabra de lo que él decía. Pero no importaba, por la forma de dialogar, Tyrion parecía estar pensando más en voz alta que hablando.

—Sí, preciosa, todo en este mundo llega —agregó él pensando en lo cierto que era aquello.

Jaime ya no tenía su habilidosa mano, Cersei había perdido la belleza y el deseo de los hombres ante ella y Tywin estaba muerto. Pero Tyrion seguía existiendo tal y cómo era. Un enano, un gnomo, con las piernas atrofiadas, sin nariz y con horribles cicatrices. Seguía siendo un frecuentador de prostitutas, con gusto por el vino y un buen par de pechos. Pero Tyrion Lannister, seguía siendo lo que la mayoría no podía ver en él: un genio. Estaba desterrado, prófugo y su cabeza tenía precio, pero eso no lo amendrentaria. El león regresaría a sus tierras, clamaría lo que era suyo y contaba con poder obtenerlo. En un mundo donde la superficialidad -y la imbecilidad, según él- era moneda común, el cerebro de Tyrion reinaría.

—Cersei, hermanita mía, regresé —soñaba con decirle, imaginando la cara de la otrora hermosa y rubia Alteza.

El mundo era como un tablero de ajedrez, si movía las piezas adecuadas, ganaría el juego. Y Tyrion sabía cómo jugar.

—Jaque mate, Cersei. Jaque mate.