Prólogo.
La noche es tierna. Cuando te acaricia el suave y húmedo suspirar de los árboles, no puedes hacer nada más que observar el brillo de los astros congeniar con la magnificencia del manto nocturno.
La noche es cálida. Mucho se dice que el frío y la eterna ventisca de la Orilla Agudeza son la antesala para el congelamiento mortal si no se trata como es debido; pero para mí, no es así. El extenso terreno azabache que se extiende de inicio a fin, adornado cuidadosamente con dulces luceros fulgentes, me provoca la calidez más honesta que puede sentir un ser humano. La honestidad consigo mismo, y eso es precisamente lo que mantiene a mi corazón palpitante ante los complicados vientos que azotan el hogar de mis deseos.
La nieve es mi cuna. Poco en mi vida necesito cuando las lágrimas más frías y agrias de las nubes adornan el paisaje donde me levanto cada mañana, donde planifico mi vida diaria acompañado de camaradas aún más fríos y agrios que la nieve misma. Eso, sin embargo, me tranquiliza a la hora de dormir, ¿Qué daño puede hacer la frialdad, más que la cruel indiferencia?
Aquí nací; fui criado como uno más. Como uno más de los que protegen a su manada para conseguir la baya de cada día, los que arriesgan su pellejo por alimentar a los más pequeños, para que algún día ellos puedan guiar su propio grupo y cuidar de los suyos; esa es mi política. No es que odie a los humanos, pero no entiendo sobre qué dicha gozan, ellos no forman parte de nada más que de un morbo colectivo. El morbo de la adulación extrema a los Pokemon.
Es cierto que hoy en día el mundo gira en torno a 'cual Pokemon es más lindo', 'cual Pokemon es más fuerte' o hasta 'cual Pokemon es mejor para realizar las tareas domésticas', es por ello que los seres humanos han perdido su esencia, ya solo viven para los Pokemon y viven gracias a los que ellos les otorgan. Para mí no son más que compañeros de supervivencia en este mundo morboso. ¿Alguien siquiera se ha preguntado si hay alguna materia en la escuela que no sea relacionada al estudio profundo de los Pokemon? Pues yo que he llevado una vida superficialmente 'exótica' en los bosques de la Orilla Agudeza, también he participado de las costumbres mundanas de estos seres sin valor alguno. Las bibliotecas están repletas desde estrategias para el entrenamiento, hasta cocina con Pokemon. Pues sí, tampoco nadie se ha dado el tiempo de pensar para agasajar a estas criaturas son expertos, pero para llevarlos a su plato no les tiembla ni un solo pelo del cuerpo.
—Qué peste.
Es lo único que inunda mi cabeza cuando veo a los autodenominados 'entrenadores Pokemon' cruzando las adversidades de este peculiar rincón de Sinnoh. ¿Qué verán en mí cuando me miran? Posiblemente nada, porque están acostumbrados a ver la superficie. No son capaces ver al interior de nada.
Pero justo cuando creí que todo seguiría igual, que la dulzura de los astros continuaría iluminándome el rostro tiernamente cada noche, llegó el día. Un día donde yo pensaba sobre la cómoda superficie de una rama, ¿qué hacer de ahora en adelante?
—¡Eh tú, muchacho de ojos plateados!
Una engorrosa voz nació desde lo más profundo de la nieve. Se trataba de una muchacha de cabello rosado, un poco curioso puesto que estaba bastante alborotado a los lados y en la frente apenas yacían unos cabellos vagos. Era bastante esbelta, y tenía un peculiar parche sobre su nariz. Algo que me intrigó, mucho más que su peculiar apariencia, era que estaba prácticamente esperando que la ventisca enfriara cada una de sus articulaciones. Apenas si llevaba una polera sin mangas y un pantalón de tela bastante suelto, sin mencionar que carecía de calzado.
—Tú eres el chico del que tanto me habla Candice. ¡Por favor, entrena conmigo!
¿Eh? ¿Qué escucharon mis oídos, aquella vez? ¿Un simple humano, claramente víctima de cada una de las tendencias mundanas de la sociedad, involucrándose conmigo voluntariamente? ¿Qué tengo yo de particular?...
