Buenas. Lo primero es lo primero y esta será una aclaración sobre el prólogo. La historia la ha pensado mi queridisima y estimada enemiga Addictivell jajaja, pero ella por motivos de estudios y más personales no podrá seguirla, así que se la pedí prestada para continuarla yo. Me habló sobre lo que tenía pensado para el ff y pues, concordamos en varios puntos. Así que si les parece conocido el prólogo es por ese motivo. Intentaré ser lo más fiel a la manera como escribe Addi. Y a su idea...

Desde aquí te deseo lo mejor prima y que el estudio no te venza. ¡Vamos por ese título! xD (Seguro ni leerás esto u_u).

Bien...

Los dejo leer ya.


Prólogo

La preparatoria no le entusiasmaba en absoluto.
En realidad, nada le apasionaba o le parecía interesante desde que su ángel de cabellos dorados dejó la ciudad para irse a San Lorenzo con sus padres. Recordar aquella despedida le dejaba un apretón incómodo en el pecho que ni comiendo la pizza más deliciosa del mundo, le quitaría.

No fue un adiós triste, sino frío. Y eso es lo que más le molesto en todos estos años, ser lo suficientemente cobarde para no expresarle sus sentimientos de una vez por todas, sin juegos ni titubeos. Ser directa. Decirle "te amo, te amo" sin excusarse luego que era una absurda broma. Pero las cosas sucedieron de otra manera y la idea de no poder explayarse como quiso siempre la escoltó, como un mayordomo lo haría.

-Ohayo, Helga.

El asiento junto a la rubia lo ocupo, como de costumbre su mejor amiga. La japonesa no había cambiado en nada; con la diferencia que ahora usaba lentillas y un poleron que casi le pasaba las rodillas.

-Español, Phoebe, español. -La rubia apartó la vista de la ventana para dirigirla hacia su amiga, sin cambiar aquel aspecto de aburrimiento.

-¿Lista para un estupendo nuevo año escolar?

-¿Estupendo?- Helga gestó una mueca reacia. -Torturoso dirás. El último año es el peor, Phoebe, lleno de exámenes para decidir tu futuro. Jah, no perderé tiempo es esas cosas.

-Pero Helga, los exámenes no son una pérdida de tiempo como tú dices, sino lo que nos instruye para decidir qué queremos ser. Sé que es difícil para ti dictaminar que quieres ser desde que Ar... ¡Mantecado! -La japonesa corrigió su frase al instante que noto la mirada asesina de su amiga. -Desde que él se fue.

-No sé de qué hablas, Phoebe... y más vale dejar el tema hasta aquí. -Agregó la rubia al notar como la reina Rhonda miraba de vez en cuando hacia ellas.

El parloteo de sus compañeros calló al instante al abrirse la puerta de la sala. Todos, como si su vida dependiese de ello, se sentaron en sus respectivos asientos de inmediato. Helga miró el espectáculo con hastío apoyada en su mesa.
En el umbral se asomó sujeto de gafas, bien peinado y con un aspecto que le recordó el de un cantante de banda indie. Todas al instante quedaron con la boca entre abierta ante aquel semental. Helga sólo alzó una ceja sin cambiar de posición.

-¿Y éste quién es?-Preguntó con desdén propio de ella. Una sonrisa, que le pareció bastante falsa, se marcó en el rostro del sujeto.

-Tú debes ser Helga Pataki. -El motivo de los suspiros de las chicas en la clase, se dirigió a los demás luego de brindarle aquella sonrisa que Helga ignoro. Ya la había visto antes. Debía admitir que él era un buen actor; pretender que no la conocía lo hacia a la perfección. -Soy Nathan Marshall, profesor de literatura y su nuevo profesor jefe este año.

-¿Y qué pasó con el profesor Weis? -Interrogó Stinky Peterson alzando la mano al aire.

-El director cree que necesitan a alguien más... "joven" para que los guíe este último año.

Toda la clase comenzó a murmurar entre sí. A Helga le dio gracia escuchar los comentarios de las chicas sobre si su nuevo profesor estaba soltero. Era obvio que alguien así, con aquel aspecto de "soy el más guapo" no estaría disponible para pequeñuelas inmaduras. Volvió a observar el exterior por la ventana haciendo caso omiso al mar de hormonas.

...

Estuvo en el mundo de los pensamientos hasta que el golpeteo de la puerta la trajo de golpe a la realidad. Cosa que le desagrado, seguro es el director, pensó. Y así fue, sin embargo no estaba solo.

Cuando vio entrar a quien por años extraño con todo su corazón, creyó que era uno más de sus sueños. Quiso por impulso y por esos arranques locos ir y comprobar si era por quien había escrito tantos poemas y hecho tantos altares. Ante sus ojos y los de todos, la idea de tenerlo de vuelta era irreal. Un pensamiento efímero. Pro no, allí ante sus ojos se encontraba su cabeza de balón: Arnorld.