Disclaimer: Todo lo aquí utilizado es de propiedad intelectual y creativa de J. , yo sólo utilizo esto con fines recreativos.

Gula; Glotonería, consumo excesivo o sin necesidad de comida o bebida. Comer en exceso lo que el cuerpo necesita en primer lugar.

Podía sentir rugidos colosales, que aparentaban ser increíblemente lejanos, mientras se retorcía entre las rojizas sábanas de la habitación que compartía con otras chicas; todas de su misma edad y todas completamente arropadas en los brazos de Morfeo en aquellos instantes.

¿Cómo lo sabía? Fácil. Escuchaba los ronquidos que se pegaba Alicia Donner de vez en cuando—que eran suficientes para despertar a la torre entera o, para por lo menos, darle unas buenas sacudidas a la estructura de ésta—, y así mismo sentía la respiración calmada de Maggie Jones y la tranquilidad de no tener que escuchar a su mejor amiga, Eowyn Corner—cuya madre muggle estaba obsesionada con una serie de libros llamada El Señor de los Tornillos o algo parecido y su padre mago, Michael Corner, se encargaba del Mantenimiento de Varitas Mágicas en el Ministerio de Accidentes Mágicos—,hablar de su intento de novio, Patrick Harries.

Entonces, si estaba todo tan silente y sosegado, ¿Cómo era que ella no dormía?

Gruñidos, chillidos. Todos ruidos que provenían de su estómago.

—Diablos—musitó incorporándose.

Definitivamente no debería haberle hecho caso a Eowyn cuando le dijo que no morirían si se saltaban la cena. La chica parecía estar en algún tipo de dieta que, en secreto, su amiga llamaba la dieta anti-lípidos-carbohidratos-o-cualquiera-tipo-de-alimento-sólido, pero no contenta con ello intentaba hacer que ella también se añadiera en su lucha contra el peso.

Obviamente si hubiese hecho caso omiso a la estupidez que su hermana de otra madre le había sugerido probablemente estaría, en aquellas alturas de la noche, soñando con unicornios o algo por el estilo en lugar de estar debatiéndose entre sí levantarse del lecho y dirigirse a las cocinas o si quedarse en cama con el vientre gruñéndole como si no hubiera un mañana.

A pesar que la idea de quedarse tendida en el lecho suponía una idea tentadora—debido al horrible frío que parecía rodear como un campo magnético las instalaciones de la escuela—, el hambre siempre había sido su falla fatídica. Era una Weasley a fin de cuentas, por el amor de Merlín, y no es como si su familia pudiese aguantar más de un par de hora sin alimentos (debido a la gran cantidad de manjares que su abuela se apasionaba en hacer para la mayoría de las reuniones familiares).

Con el estómago gritándole casi tanto como lo había hecho un vociferador que le había enviado su madre hacía cuatro años, cuando iba en segundo y le había parecido una buena idea hacer que el cabello de la odiosa Ronda Farmers pasara de rubio claro a un café con un color (y olor) similar al de las heces fecales de los hipogrifos, se levantó. Sintiendo el frío de inmediato se colocó su bata, que era rosa y tenía un montón de conejos bebés y con la cual nunca se hubiera atrevido a salir del cuarto si no fuese por una situación de extrema necesidad pues fácilmente le haría perder la reputación de chica ruda que se había ganado con el sudor de su frente y lágrimas ajenas, y salió del cuarto con rapidez en dirección a la sala común.

Si bien aquél lugar nunca había sido uno de los espacios más ordenados en la torre de Gryffindor, en aquellos instantes, estaba convertido en un verdadero desastre; había latas de refrescos y botellas de licores por todo el piso, papeles de diversos colores pegados en las paredes con diversos tipos de penitencias recubriendo la pared, un montón enorme de contenedores de comida extraída de las cocinas apilados sobre la mesita de café (que estaban vacíos. Sí, ella se había encargado de revisarlos todos y cada uno), y para más remate estaba segura que había visto más de un par de prendas de ropa interior bajo en sofá. Su primo Albus y sus amigotes, si no se equivocaba, habrían organizado otra de sus fiestas de mala clase que solían realizar con las chicas de quinto y séptimo año que necesitaban algo cálido entre las piernas para soñar con los angelitos.

No es como si ella fuese una mojigata, se decía mientras salía de la torre y sentía en frío viento del pasillo abofeteándole en rostro, era que simplemente no comprendía por qué su primo se dejaba arrastrar a tales situaciones cuando él era un buen chico. Llevaba años diciéndole que sus amigos, idiotas del tamaño de Alfie Smithers y Frederick Marshall, sólo deseaban estar con él por su padre y que debería juntarse nuevamente con gente decente como su ex-amigo Marcus Thomas.

Claramente Albus nunca le prestaba atención en aquellos temas. Era demasiado ingenuo de corazón como para pensar que la gente se acercaba a él por su simpatía y no porque les podía conseguir boletos gratis para cualquier partido de quidditch al que quisieran ir.

Suspirando recorrió el castillo a oscuras, temerosa de que de sacar su varita el momificado celador y su igualmente acartonada gata pudiesen hacer acto de presencia antes sus ojos. A pesar que tenía lo que era conocido dentro de la comunidad estudiantil como "pase de prefecto", eso no significaba que pudiese merodear los alrededores del castillo cual lunática a la hora que se le antojase. Incluso los Prefectos tenían sus límites y le preocupaba que de excederlos el cargo se le fuese despojado, pero debía admitir que el hambre que iba de la mano de su estómago representaban en aquellos instantes una preocupación mayor.

Fue por ello que en el segundo en el que encontró su persona frente al cuadro que llevaba a las cocinas su cuerpo entero sintió unas ganas horribles de bailar la conga y al mismo tiempo correr en dirección a la torre de su respectiva casa. Aún así su espíritu hambriento no dudó ni un instante en adentrarse en el aposento de los alimentos rebosante de alegría.

Pese a que la hora de la comida había ya terminado hacía horas, en el lugar había una cantidad impresionante de movimiento. Podía ver un montón de cacerolas y utensilios de gastronomía yendo de un lado para otro con rapidez impensable bajo sus caderas, siendo levados por elfos domésticos como si el desayuno fuera en diez minutos. Cuando era pequeña le había preguntado a su madre, quien era quizá demasiado diestra en temas de elfos domésticos, si los que habitaban en el castillo dormían en algún momento—cosa de la que se arrepintió inmediatamente puesto que tuvo que soportarla hablando durante más de hora y media sobre salarios y horas de trabajo compartidas en turnos.

Después de un tiempo las criaturas se percataron de su presencia y la invitaron inmediatamente a sentarse en una caja que estaba colocada en una esquina, haciendo una improvisada mesa con un par de bandejas sobre ollas plateadas. No bien se hubo acomodado cuando Gerry, una de las elfas más viejas que tenía una extraña obsesión con los anillos muggles y que los utilizaba como pulseras en sus demacradas manos, llegó haciendo reverencias.

—Señorita Weasley, señorita Weasley—su voz siempre le recordaba a la muchacha a un pito desgastado. Mientras decía esto su voz se veía acompañada por el ruido de sus adornos chocando unos contra otros.—De inmediato le traeremos sus postres favoritos.

Rose Weasley sonrió abiertamente, cosa que desde hacía mucho tiempo no hacía puesto que se encontraba siempre rodeada de idiotas que eran incapaces de incluso formular una frase coherente. Venía a las cocinas con tanta frecuencia a comer a deshoras que el personal ya sabía perfectamente sus preferencias culinarias; como amaba los dulces, detestaba las cosas saladas y como disfrutaba de los vegetales verdes.

No hubo ni tomado una bocanada de aire para sus pulmones cuando un montón del elfos llegó con más postres de los que ella había esperado. Tortitas de chocolate, panqués con salsas rojas y violetas, buñuelos con glaseado de diversos colores, paletas de caramelo sobre crema y masa de galletas y un montón de tartas de diverso tipo. Si tenía suerte no terminaría con un coma diabético de la peor fase.

Aunque decidió que lo mejor sería apurarse, dado que temía al retorno a su habitación más de lo que le había temido a la ida, eso no le impidió consumir con gran rapidez y goce todo lo que tenía a su disposición. Habrían pasado diez minutos y sólo quedaban en las bandejas un par de trozos de tartaleta de arándanos y, aunque tenía el estómago tan lleno que sentía que su ombligo se abriría y la partiría en dos su menudo cuerpo—del cual se sentía asombrada considerando la gran cantidad de comida extra que solía ingerir sin hambre alguna—no pudo evitar meterse en la boca los dulces manjares y masticar cual animal en ayuno. Metió tal cantidad de alimento que demoró más de minuto y medio en terminar de tragar todo el bolo alimenticio, pero no se arrepintió de ello. La gula y el sabor del azúcar recorriendo su organismo eran demasiado placenteros como para ser ignorados.

Tras agradecer más de una vez a los elfos domésticos, que cabe notar seguían ofreciéndole la misa tarta de arándanos mientras se marchaba y ella como buena Weasley no podía negarse y se metía lo que podría en la cavidad bucal, salió por el mismo cuadro que había entrado.

El frío dominaba el pasillo, la penumbra de éste no ayudaba demasiado a su orientación, podía escuchar por cada recoveco el viento silbando. Para más remate tenía la panza tan llena que no podía caminar tan rápido como lo había hecho cuando se había dirigido en primer lugar a las cocinas.

Estaba comenzando a frustrarse, debido a que ya no sabía muy bien donde se encontraba, cuando escuchó un carraspeo a sus espaldas que hizo que todo el alimento se dirigiera a su garganta y que su corazón dieran un vuelto en su pecho.

—¿Weasley?

Oh, por los mil diablos. Hubiera preferido mil veces que el dueño de aquella voz fuera el celador antes de la persona que sabía que la poseía. Por ello, cuando giró sobre sus talones no pudo impedir rodar los ojos, preguntarse cómo diablos era que él la había reconocido en la mismísima oscuridad y retarse a sí misma mientras pensaba que, si no se hubiera quedado comiendo sin hambre pasteles con arándanos, probablemente no se habría encontrado con él en absoluto.

Pero el destino a veces es terco. Y Scorpius "El Perfecto" Malfoy también.

—Malfoy.—lo dijo casi con resignación. Podía ver su silueta si ponía los ojos como rendijas; tenía una especie de palo muy largo que lo sobre pasaba en estatura, cosa que era mucho decir ya que él era un chico muy alto y la pasaba por al menos quince centímetros, llevaba una capa puesta sobre los hombros y su cabello rubio relucía incluso ante la ausencia de luz.

—¿Qué haces aquí a esta hora?

—Podría preguntar lo mismo—refunfuñó.

No es como si el chico le cayera mal, aunque no era de su completo agrado de cualquier forma, era que con él todo lo malo que podía tener una persona en su interior le afloraba. Le ardían las entrañas con sólo sentirlo respirar cerca suyo y era, principalmente, porque Malfoy parecía ser perfecto para todo el endemoniado mundo—lo que era otra prueba, a sus ojos, de la idiotez humana—, con su cabello sedoso, sus dientes blancos como la leche y sus ojos grises, que a ella le recordaban extrañamente a los huracanes. Por si fuera poco era uno de los mejores de su generación, bajo ella obviamente, y se había empeñado tanto en mostrar que era distinto a su padre en los seis años que llevaban en el castillo que la gente parecía haberle creído.

Pero ella no creía. Era un Slytherin,¡ por los buenos magos!, y su padre le había enseñado que todo aquel que perteneciera a la casa de las serpientes era igual a ellas; llenos de ponzoña y dientes largos. Además la chica era rencorosa y recordaba como en segundo año la había encerrado en un gabinete durante el partido de quidditch en el que él iba a estrenarse como cazador.

A todos una sonrisa, a muchos una palabra de aliento, a una persona sus defectos. Y que mejor persona que la propia Rose Weasley.

—Este es el pasillo de la torre de Slytherin.—le dijo él, alzando los hombros—¿No es un poco tarde para vagar sola por el castillo para una chica tan pequeña?

Rose bufó. Scorpius Malfoy parecía, desde que había pegado el estirón en tercer año, tener un complejo con la estatura de la muchacha. No todos era benditos edificios andantes como él.

—Estaba haciendo una inspección de prefecto—musitó. Era mentira, si, pero tampoco le diría que se había perdido. Ella era orgullosa y demasiado testaruda como para hacerse la damisela ante Malfoy.

—¿A las cuatro de la mañana?—su voz tenía un ligero son de burla que ella estaba segura no le mostraría a nadie que no fuese su persona. Escuchó un movimiento de ropas y a continuación la luz proveniente de una varita le impactó el rostro dejándola momentáneamente ciega.

—Así es.—continuó—Ha habido un ladrón en las cocinas he ido a inspeccionar. Apaga esa luz antes de que venga Filch.

Aquello, si tenía suerte, sería suficiente para convencerlo de que realmente estaba haciendo rondas. Aparentemente no lo fue; él muchacho se limitó a acercarse bastante y a mirarle fijamente el rostro con una sonrisa torcida y la ceja izquierda elevada.

—Ya. Eso explica la salsa de arándanos que tienes en el mentón.

Como si le hubieran dado una bofetada, Rose, inmediatamente se fregó el mentón como si su vida pendiera de ello. A continuación, sabiendo que su rostro estaba casi tan rojo como tomates frescos, dio media vuelta y caminó en la primera dirección que encontró sin mirar ni por un instante atrás.

Claro, hasta que sintió una enorme mano sobre su hombro que la obligó a detenerse o al menos a aminorar la marcha.

—Déjame adivinar...—empezó de nuevo Malfoy. Había apagado la varita y a penas supo que la había alcanzado la soltó.—Fuiste a la cocina, te atragantaste con salsa de arándanos y cuando intentaste regresar perdiste la orientación.

No dijo nada. Se limitó a gruñirle tal como lo haría una fiera en plena caza. No sabía que detestaba más; el que él se hiciera el sabiondo o si el sólo pensar que ella se estuviera volviendo predecible.

—Me sorprende que no te hayan contratado para ser el próximo profesor de adivinación. Escuché que Trewlaney estaba por retirarse hace...no sé...¿Cinco años?

El joven Malfoy lanzó una sonora carcajada.

—Eso me dice que he acertado. De cualquier manera ahora estás en el camino correcto, pero lamento informarte que me veo obligado a acompañarte a...

—No me interesa.—lo interrumpió. La falta de sueño estaba volviéndola irritable. Por un momento sólo se escucharon los pasos de ambos resonando con cuidado sobre el piso de piedra.—¿Que hacías tú, de todas formas?—preguntó cuando doblaban la segunda esquina.

Podía sentirlo sonreír.

—Jugaba quidditch.

—¿A las cuatro de la mañana?—remedó. Él, lejos de ofenderse, volvió a encoger los hombros.

Como decía, perfecto. Demasiado perfecto. La segunda razón por la cual no le agradaba, tras el episodio del gabinete.

—No hay nadie a esta hora. Empecé a hacerlo antes del primer partido que tuve. Me relaja.

—Ya.

Silencio nuevamente. Realmente no le importaba si no hablaban, ya tenía suficiente con la preocupación de pensar que llegara el celador y con el extremo sueño que volvía a ella tras la gran cantidad de comida en su estómago.

Pero aparentemente Scorpius Malfoy era de los que son iguales a una radio que no necesita antena para transmitir y que sólo deja de hacerlo cuando se le acaban las baterías.

—Ya estamos por llegar.

—Ajá.

—Mañana finalmente será viernes.

—Ajá.

—Te caigo mal.

—Ajá.

Rose se dio cuenta de lo que había respondido cuando se topó de frente con la puerta de su sala común. Aún así no intentó dar explicaciones, puesto que el sueño estaba entrando en su cabeza como ráfagas y porque repentinamente sentía que sus razones para no tolerarlo como el resto eran bastante ridículas.

Él, sin embargo, era de los preguntones.

—¿Puedo saber por qué?

La chica sentía unas ganas irresistibles de agachar la cabeza, pero la mantuvo en alto. Prefería mil veces morir de estúpida que de avergonzada.

—Me encerraste.

—¿Qué?

—Me encerraste. En segundo. En el gabinete junto a la enfermería, el día en que ibas a debutar como cazador.

Malfoy abrió los ojos con tal fuerza que pareció que iban a salir de sus orbes, perdiendo la compostura que solía caracterizarlo y largándose a reír.

—¿Estás de coña?—nunca le había escuchado decir una palabra "no correcta" frente a alguien, por lo que esta vez fue ella la sorprendida—¿Me has mirado como si hubiera matado a tu familia en los últimos cuatro años sólo porque te encerré en un gabinete?

Rose se ofendió. Estuvo a punto de entrar a su torre, pero se detuvo.

—Me encerraste.—repitió, esta vez con más ánimo.

Él se puso repentinamente serio.

—Lo hice y lo haría todos los partidos que juego si pudiera.—sus ojos eran casi fosforescentes en la oscuridad. Rose no comprendía de que rayos hablaba, mas se mantuvo en silencio. Mientras decía aquello empezó a alejarse haciendo aspavientos con los brazos.—Lamentablemente, aunque seas tan pequeña, tienes un carácter terrible y no podría encerrarte ni con un perro de tres cabezas de mi lado.

—¿Por qué lo harías nuevamente?—la curiosidad la mataba. Y también lo hacía el acelerado latido de su corazón.

—Me pones nervioso.—respondió sin más dando se vuelta y quedando de espaldas a ella mientras caminaba por el corredor. Su voz resonaba en los muros con violencia.—Es mejor mantener lejos las distracciones.

Rose lo vio marcharse a paso veloz preguntándose que diantres había querido decir con eso. Definitivamente necesitaba salir más seguido a comer en medio de la madrugada. Quizá en luego de comer con hambre y sin ella—sólo por gusto—podría encontrar las respuestas.

Hola! Este es el primer fic que escribo, cielo santo, estoy nerviosa.

La historia contará de 7 capítulos que serán los 7 pecados capitales y se desarrollara con saltos de tiempo en relación a la historia de Rose y Scorpius (a que no son monos *-* los amo!) Espero que les guste xx

Si es así un comentario será siempre bien recibido c: También las críticas nunca sobran! Todo lo que sea por mejorar!

Hasta el próximo

Sarunami