¡Hola!

Si, hace mucho que no escribo. Si, ya se que debería haber terminado el fic Hiccup II y la rebelión de los dragones ¡Pero en mi defensa diré que estoy trabajando en ello! Mientras tanto, os dejo por aquí esta historia que constará de doce capítulos (ya están escritos todos, de modo que no la dejaré en hiatus y actualizaré cada semana)

Este fanfic es sobre la historia de Hiccup I y su dragón Wodensfang ¿No sabeis quien fue Hiccup I? Pues fue el antepasado de Hiccup III, el protagonista de los libros y las películas. Osea, antepasado de nuestro Hiccup, el vikingo testarudo que no puede vivir sin Toothless. Tenemos muy poca información sobre él, solo sabemos que fue el primer humano en hacer amistad con un dragón, con Wodensfang, y que su vida debió ser bastante parecida a la del Hiccup de las películas. Sin embargo yo me he imaginado las cosas un poco distintas. Hiccup I es un personaje que me fascina, ya que vivió en una época muy lejana donde el mundo era más salvaje y los dragones mucho más crueles. Si quereis saber más cosas sobre él podeis buscar información en wikipedia.

Espero que os guste leer este fanfic tanto como yo he disfrutado escribiéndolo.


Capitulo 0: Prólogo

Todas las historias tienen un principio. A veces ese principio se remonta muy atrás en el tiempo. En el caso de nuestra historia, debemos situarnos dos mil años atrás. Concretamente debemos situarnos en el continente donde vivían los Hijos del Norte, en una aldea situada cerca de la costa. Dicha aldea se llamaba Hus y era propiedad de un grupo muy específico de Hijos del Norte llamados Hairy Hooligan, aunque más que aldea parecía un campamento, porque sus habitantes residían en tiendas y se desplazaban de un lado para otro dependiendo de la estación. El enclave estaba rodeado de bosques y montañas. Solo era un pequeño poblado en un mundo mucho más basto y salvaje del que conocemos ahora. El clima era mucho menos benévolo. La nieve era cruel, los volcanes estaban activos y la magia podía sentirse en el ambiente. Las noches eran más largas y las sombras abundaban por doquier. Los bosques estaban llenos de criaturas mágicas, como los fuegos fatuos, los huldra, los elfos o los unicornios.

O al menos eso era lo que contaban las leyendas. Los hombres que vivían en esas tierras no habían visto nunca a ese tipo de criaturas, que en la mayoría de los casos eran benévolas y portadoras de buena suerte. No, ellos tenían que convivir con algo más grande y que definitivamente era real: Los dragones. Los Hijos del Norte libraban épicas batallas contra las criaturas aladas que escupían fuego. Era la era de las leyendas, que daría lugar al nombre de muchos héroes famosos.

Pero al margen de todo aquello, volviendo a la aldea, en ella había una tienda vikinga de grandes dimensiones y muy bien decorada. No era para menos, pues en esa tienda vivía Hakkon, uno de los líderes de los clanes de la tribu Hairy Hooligan.

En el momento en que comienza nuestra historia, Hakkon se encontraba sentado alrededor de una fogata con su hijo pequeño acurrucado entre sus piernas, escuchando atentamente la historia que su padre le estaba contando mientras el fuego chispeteaba y el humo se elevaba hacia una de las oberturas del techo:

-Hace mucho, mucho tiempo, no existía nada. Solo había oscuridad, un abismo enorme y vacío llamado Ginnugagap. Ginnugagap no tenía estrellas, ni agua, ni tierra firme, era una masa de caos donde coexistían las fuerzas del universo. No había nada definido en ella. Un día la región este de Ginnugagap comenzó a helarse, y al mismo tiempo la región oeste comenzó a arder con unas llamas que parecían sacadas del mismísimo infierno. Tras un tiempo coexistiendo, el fuego y el hielo chocaron. De ese choque nació Ymir, el primer gigante. Ymir tuvo descendencia y de él nacieron los gigantes del lodo y los seres primigenios. Después de algunas generaciones tuvo lugar el nacimiento de Odín, nuestro padre y señor. Para aquel entonces los gigantes cometían auténticas barbaridades contra las formas de vida que ellos consideraban más débiles, y aquello no gustaba al dios nórdico. Odín derrotó a Ymir en singular combate y con los restos de su cuerpo creó Midgar, la tierra. Y entonces…

-¡Entonces Odín perdió su ojo!

Hakkon resopló. Ya empezaba su hijo a interrumpirle.

-No Hiccup, eso es otra historia. Aquí estamos hablando de los orígenes de Midgar.

-¿Por qué?

-Porque es importante que lo conozcas ¿Vale? Ahora déjame que siga contándote.

El pequeño Hiccup miraba con ojos muy abiertos la historia que su padre le contaba. Al fin y al cabo el deber de todo vikingo era conocer las historias de sus orígenes.

Y precisamente con este niño es con quien empieza nuestro relato, un relato que duraría más de mil años y que daría lugar a una de las leyendas más famosas de dragones y vikingos.

Ese niño era Hiccup Horrendus Haddock I.

Hiccup era hijo de Haakon, el líder del clan Haddock. Este clan era uno de los siete que conformaban la tribu de los Hairy Hooligan. Los otros seis clanes eran Hofferson, Jorgerson, los Thorston, Ingerman, Larson y Hardacre. Todos juntos vivían en Hus. Hus era una famosa por dos cosas: que no tenían líder y que vivían en constante pelea con los dragones. No tener un líder o rey no era problema para ellos. No había entre ellos un jefe que destacara sobre el resto porque según sus leyendas solo podía ser líder aquel que portara la Marca Sagrada, y hasta la fecha ninguno de sus miembros había nacido con dicha marca.

¿Qué cómo era la Marca Sagrada? Unos decían que era como un rayo sobre la piel, otros que como un gran lunar, y otros que era un triángulo sobre el ombligo. Ninguno de ellos tenía ni idea. Solo sabían que cuando apareciera, sabrían que era ella. Cosas de vikingos.

A pesar de ello se organizaban bastante bien, y quitando roces y competiciones absurdas motivadas por el rudo carácter de estas gentes la convivencia en la aldea era bastante buena. Eran una tribu unida. Y precisamente esta era la segunda cosa por la que Hus era famosa: sus habitantes estaban muy unidos porque tenían un enemigo en común, los dragones.

-Como iba diciendo, Odín creó Midgar. Lo hizo con esmero, y pronto pasó a ser el mundo más bello de todos los Nueve Reinos. Los dioses estaban maravillados con este mundo. Sin embargo, era una pena que estuviera vacío. Por eso Odín tuvo la idea de crearnos a nosotros, los seres humanos. Para ello talló formas de hombres y mujeres en los árboles y con un soplo les infundió vida. Dotados pues con alma, intelecto y capacidad para amar y sentir, los hombres pronto comenzaron a dominar Midgar. Todos los dioses vieron esto con agrado. Todos, menos uno. Se trataba de Loki, el dios del engaño. Estaba celoso de que aquellas criaturas que Odin había colocado en Midgar hubieran prosperado tanto, pues hubiera deseado quedarse Midgar para él solo. Así que creó una bestia horrible de cuerpo alargado como una serpiente y escamas duras como el acero para que destruyera a los humanos. Este ser fue conocido como Jormundgander, la gran serpiente marina. Odín se apiadó de los humanos que estaban masacrando y mandó a su hijo Thor a que se enfrentara a la serpiente. Thor obedeció y entró en combate con la serpiente. Fue un duelo que duró más de mil días. Justo cuando estaba a punto de desfallecer, Thor logró arrancar de la frente de la serpiente la Joya del Dragón, una piedra con poderes mágicos que infundía fuerza a su portador y que era capaz de controlar a todos los que pertenecían a la raza de las grandes serpientes. Tras quedarse sin la fuente de su poder, Jormundgander fue desterrada a las profundidades del mar, de donde nunca debería volver a salir. Sin embargo, sus descendientes, los dragones, juraron vengar a su antecesor y declararon la guerra a los humanos. Es por eso que los dragones y los humanos estamos condenados a enfrentarnos. Nosotros como descendientes de Odin debemos exterminarlos y luchar contra ellos para poder sobrevivir y conservar las tierras que el Padre de Todos nos regaló.

-¿Y no sería más fácil hablar con los dragones y compartir la tierra?-El pequeño vikingo ladeó la cabeza, poniendo una expresión de interrogación en su rostro.

-¿Estás loco? Con las bestias no se dialoga.-Replicó su padre.

-¡Pero si la tierra es muy grande! Hay sitio de sobra para todos.

Haakon suspiró y negó con la cabeza. Su hijo era demasiado ingenuo. El hombre se levantó de la silla donde había estado sentado y tomó al niño en brazos, alzándolo por encima de su cabeza.

-Aún eres demasiado pequeño para entenderlo. Cuando crezcas...

-Cuando crezca ¿Qué?-Una voz de mujer interrumpió al vikingo.

Haakon giró la cabeza para mirar a la persona que había aparecido detrás de él. Se trataba de Hliv, su mujer. La mujer de largo pelo negro lo miraba con los brazos en jarras con gesto serio. Varias veces le había advertido a su marido de que no debían tocar el tema de la estatura de Hiccup por una simple razón:

No sabía si su hijo iba a crecer más.

El chico era un hiccup, un niño que había nacido prematuramente. En la tribu Hairy Hooligan esos niños eran considerados como portadores de mala suerte y desgracia. No faltaba quien rumoreaba que aquello era un castigo de los dioses a Haakon por haberse casado con una extranjera. Porque, efectivamente, Hliv pertenecía a la tribu de los Kaldron, y las leyes Hooligan establecían que el líder de un clan solo podía escoger esposa de entre las mujeres de la tribu. Haakon sin embargo no había hecho caso de los rumores y había defendido a su mujer y a su hijo prematuro de cualquier burla y habladuría. Al fin y al cabo era sangre de su sangre, y aunque las leyes dictasen que los niños malditos debían ser abandonados en el bosque para servir de alimento a las bestias, Haakon había hecho lo que consideraba correcto. Incluso le había puesto al niño el nombre más horrible que se le había ocurrido para mantener alejados a los trolls. Nadie hasta ahora se había llamado Hiccup, y precisamente al ponerle ese nombre lo había echo con la intención de que su hijo jamás se avergonzara de lo que era. Por suerte la mayoría de los aldeanos había acabado por aceptar su existencia. Aunque más que aceptar habría que decir tolerar, ya que se daba por echo que el niño nunca podría hacer lo mismo que los demás chicos de su edad. Era por eso que el pequeño pasaba la mayor parte del tiempo en casa, al cuidado de su madre y vigilado por los miembros de su clan.

Haakon intentó no pensar en eso y trató de esbozar una sonrisa. Acarició el pelo del niño, depositando un suave beso en su frente, y luego se acercó para besar a su mujer.

-Solo estaba contándole la historia del origen de los dragones.

-No es el mejor cuento para mandarlo a dormir, podría tener pesadillas.

-¡A mi me gustan esas historias!-Chilló Hiccup.-¡Quiero escuchar más!

Sus padres rieron ante ese comentario.

-De momento se un niño bueno y corre a casa cuando veas que se acerca un dragón.-Dijo su padre.

-Eso es.-Afirmó su madre.-Mañana te contaremos más historias, pero ahora tocar irse a la cama.

El niño bostezó y asintió con la cabeza. Ya era tarde y tenía ganas de dormir.

-Si madre, te haré caso.

Haakon y Hliv llevaron al niño a la parte de la tienda que correspondía con su habitación, que no era más que un pequeño espacio separado de los demás por una gruesa cortina. Depositaron al niño sobre una cama de heno cubierta con gruesas mantas de piel. Después arrebujaron al pequeño en ellas y soplaron una vela que había en un pequeño mueble al lado de la cama para apagar la luz.

-Buenas noches hijo, descansa bien.-Dijo el padre.- Mañana te despertaré temprano para despedirme de ti, me voy con los exploradores a cazar. El invierno no tardará en llegar y los animales han comenzado a alejarse hacia las tierras cálidas del interior del continente...

Hiccup apenas escuchó las últimas palabras de su padre, pues en cuanto su cuerpo tocó la cama el cansancio se apoderó de él. Pronto se encontró profundamente dormido.

Y comenzó a tener un sueño.

Soñaba...

Soñaba con un dragón de escamas rojizas.

En el sueño Hiccup montaba a lomos del dragón y surcaba los cielos. Podía tocar las nubes y sentir la brisa en la cara. Desde esa altura las casas y los árboles eran muy pequeños. Los habitantes de la tribu le miraban asombrados y clamaban su nombre con vítores. Parecía que estaban celebrando algo. Y él no sentía miedo. Pero entonces aquella alegría se terminaba, pues de la nada emergían unos ojos verdes que lo miraban con tremenda furia y devoraban todo lo que había a su alrededor.

En ese momento Hiccup se despertó del sueño, o más bien de la pesadilla, porque si aparecían dragones definitivamente debía tratarse de una pesadilla. No sabía por qué había imaginado aquellas cosas. Seguramente se debía a la historia que le había contado su padre antes de dormir. Si, debía ser eso. Un poco más tranquilo dio media vuelta entre las mantas y volvió a quedarse dormido.

No sería la última vez que tendría ese sueño.

Porque aún no lo sabía, pero ese sueño estaba mostrando su futuro.

Continuará...


Hasta aquí el prólogo. La acción comenzará a partir del siguiente capítulo.

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¡Nos vemos!