Una historia un poco loca de The Big Four y Frozen. Podría considerarse AU, pero a la vez no... cuando lean ya verán a lo que me refiero.
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El sol ya se ocultaba en el pueblo de Berk, y los dragones diurnos se retiraban a sus madrigueras para dar paso a los dragones nocturnos, que iluminaban el cielo con llamas que iban desde el escarlata hasta el púrpura. Dos niños de diez años iban montados en un gran Furia Noctura que respondía al nombre de Toothless, dando vueltas por cielo antes de regresar a tierra firme.
Cuando el dragón aterrizó ambos niños bajaron de su lomo, antes de que volviera a emprender el vuelo para surcar el cielo nocturno junto con los demás dragones.
–¿Vamos a mi casa? –le preguntó Mérida a su amigo mientras se pasaba las manos por el alborotado cabello, el cual se había despeinado aún más por el viaje.
Hiccup dudó un poco por la invitación, pues llevaba varios días seguidos llegando a la casa de los Dun Broch sin previo aviso, de modo que ya estaba algo apenado.
–No lo sé… ¿a tu madre no le molesta? –preguntó el castaño mordiéndose el labio.
La ojiazul soltó una sonora carcajada.
–¡Claro que no! Desde que mi padre se fue de viaje mi mamá se siente más sola que nunca. Vamos, te reto a una carrera.
El niño iba a responder, pero la pelirroja ya había comenzado a correr a la colina en donde se alzaba la casa.
–¡Eso no se vale! –se quejó entre risas mientras corría tras Mérida.
Cuando llegaron a la casa ambos estaban bañados en sudor y con la respiración agitada, y Mérida comenzó a jactarse de su victoria mientras pegaba brinquitos de emoción.
–¡Te gané, te gané!
–Vale… ya quedó… claro –replicó Hiccup intentando recuperar el aliento mientras se apoyaba de la puerta de la casa–. Pero hiciste trampa, saliste corriendo antes de lo debido.
Mérida puso cara de indignación y como respuesta le sacó la lengua. En ese momento Elinor abrió la puerta de la casa, provocando que Hiccup cayera al suelo.
–Hola, señora Dun Broch –saludó el castaño desde el suelo forzando una gran sonrisa. Luego se levantó y se sobó el hombro derecho, ya que había aterrizado sobre él cuando cayó.
–Hola, Hiccup –le devolvió el saludo la castaña alzando una ceja. Luego miró a la niña–. Hola, hija… ¿y tu arco? –preguntó extrañada, pues sabía bien que Mérida no salía de la casa sin su arma favorita.
–Lo tengo aquí… –comenzó la pelirroja mientras se tocaba el hombro, pero sólo sintió el cuero de la tira del carcaj–. Ay, no. –Entró en la casa y dejó el carcaj en un mueble. Luego se giró a Hiccup–. ¡¿Y mi arco?!
Hiccup entró a la casa y se acercó a Mérida.
–No sé –dijo encogiéndose de hombros–. Tal vez lo tenga Toothless, puede que lo hayas dejado cuando nos bajamos de él –sugirió mientras se sentaba en el mismo sofá en donde la pelirroja había dejado el carcaj.
Mérida se asomó a la ventana y miró hacia el cielo, con la esperanza de ver a Toothless. Un intento inútil, claro está, pues es imposible ver a un Furia Nocturna en pleno vuelo de noche.
–¡Debemos ir a buscarlo ahora mismo! –exclamó con desesperación.
–¡De eso nada, jovencita! –replicó Elinor cruzándose de brazos–. Ya has pasado todo el día afuera, y ya es muy tarde.
Mérida se alejó de la ventana a regañadientes y refunfuñando. Luego se cruzó de brazos mientras hacía pucheros e inflaba las mejillas. Hiccup se levantó y le pasó un brazo por los hombros con gesto amistoso.
–Tranquila, mañana lo buscaremos. Toothless es muy inteligente, seguro que te lo guarda en un lugar seguro.
Mérida soltó un suspiro y se abrazó a sí misma. «Espero que tengas razón», pensó, pero no dijo nada. Se sentó en el sofá seguida por Hiccup y puso el carcaj en el suelo, pegado a la pared.
–¿Tienen hambre? –preguntó Elinor.
–Uf, claro –suspiró Hiccup mientras se frotaba el estómago. No había comido nada en toda la tarde y ya las tripas le comenzaban a rugir.
Por su parte, Mérida sólo asintió, pues no dejaba de pensar en su preciado arco.
–De acuerdo –asintió Elinor.
Elinor fue a la cocina a buscar la comida. En la mesa reposaba una copa de vino, de modo que Mérida supuso que su madre estaba apunto de cenar cuando ellos llegaron. Fue a la cocina un momento para buscar dos vasos y llenarlos de jugo. Luego se sentó en la mesa con Hiccup, y ambos esperaron a que Elinor regresara.
–No te preocupes –le dijo el castaño–. Mañana buscaremos tu arco apenas amanezca, te lo prometo.
En ese momento Elinor regresó con dos platos llenos de una crema espesa y de un color que oscilaba entre el rojo y el púrpura.
–Está bien –respondió Mérida con un suspiro en el momento en que su madre le ponía en frente el plato– ¡Agh, ¿sopa de remolacha otra vez?!
–Deja de quejarte, ¿quieres? –le pidió la castaña mientras dejaba el otro plato en frente de Hiccup–. Espero que te guste –le dijo al chico antes de volver a la cocina en busca de su plato.
Al parecer, Hiccup tenía una opinión completamente diferente de la sopa a la de Mérida, pues apenas vio el plato se le iluminaron los ojos y comenzó a comer como si no hubiese probado bocado en semanas.
–¡Está delicioso! –exclamó.
Elinor soltó una risita mientras se sentaba.
–Gracias, Hiccup, me alegra ver que a alguien le gusta mi comida –dijo mientras miraba a Mérida.
–Ay, mamá, sabes que me gusta tu comida… lo único que no me gusta es esta sopa –replicó la pelirroja. Luego, con algo de recelo, probó un sorbo–. Uhm, no está tan mal como la última vez –comentó encogiéndose de hombros.
–Me alegra oír eso –dijo la mayor antes de dirigirse a Hiccup–. ¿Piensas quedarte a dormir? Sabes que no tengo problema con eso, con tal de que tu padre sepa en donde andas y que no se acuesten muy tarde.
–Sí sabe… –Antes de decir algo más miró a Mérida, que le hacía caras de cachorrito, suplicando en que aceptara–. Eh… supongo que sí me quedaré.
–¡Eso! –exclamó Mérida con tono triunfal mientras alzaba los puños.
Terminaron de comer y luego Hiccup y Mérida ayudaron a Elinor a limpiar los platos y los cubiertos. Más tarde, los tres estaban sentados junto a la chimenea, oyendo las historias de Elinor. Mérida no sabía cómo hacía, pero siempre su madre tenía una historia diferente que contar.
–¿Han oído la leyenda de la Reina de las Nieves? –les preguntó. Apenas terminó de formular la pregunta Mérida se levantó y apagó las velas de la casa, de modo que la única luz que quedó fue la de la chimenea. Luego volvió a sentarse, dispuesta a prestar total atención. Elinor sonrió al ver su cara de interés–. ¿Y tú, Hiccup?
–No me suena –respondió el niño negando con la cabeza.
–De acuerdo… ocurrió hace mucho tiempo –comenzó–. Hace más de cuatrocientos años, en Noruega, existía un reino llamado Arendelle. Dicho reino era gobernado por dos reyes muy amados por su pueblo. La Reina era sabia, y el Rey era justo, y juntos reinaron por años y años, haciendo que Arendelle llevara de una vida de paz y tranquilidad.
»Dichos reyes tenían dos hermosas hijas. La menor era una chiquilla muy alegre y curiosa, y siempre tenía una sonrisa en los labios. Todos la querían mucho. Mientras que la mayor apenas hablaba con nadie, era muy silenciosa y reservada, y ella misma decidió exiliarse del mundo que la rodeaba. Su cabello era plateado y su piel muy pálida, mientras que su hermana y su padres tenían el cabello castaño. La razón de ser tan diferente del resto de su familia era simple: nadie sabía por qué, ni siquiera ella misma, pero tenía el poder de controlar el hielo y la nieve, y era capaz de crear cosas hermosas… como horrorosas.
»Los años pasaron y cuando las princesas eran ya adolescentes, los reyes emprendieron un viaje al reino vecino, y tenían previsto volver en unas dos semanas. Pero una trágica noche, a las princesas les llegó el mensaje de que sus padres se habían ahogado en el Mar del Norte, pues su barco fue presa de una tormenta cuando navegaban cerca de las costas de Dinamarca, de modo que el trono pasaría a la hermana mayor.
»Una vez que cumplió la mayoría de edad, la coronaron como Reina de Arendelle. Los primeros meses de su reinado fueron pacíficos, y se creía que gobernaría con la misma sabiduría y justicia que sus padres, pero al final el trono la corrompió. Nadie sabía de sus capacidades mágicas, a excepción de su hermana, a quien prohibió abandonar el palacio. Demás está decir que el reino entero se llevó una gran sorpresa cuando la Reina desató su poder.
»Sepultó al reino entero en nieve y hielo, haciéndolos sufrir un frío y una desolación que nunca antes se había sentido en Arendelle. Nevaba y nevaba sin parar, día tras día, año tras año. Las cosechas se perdieron, llevándose al ganado consigo. Las madres preferían presionar una almohada contra el rostro de sus bebés a verlos morir lentamente de hambre. El sol nunca salía, algunos nacían y morían, todo en la oscuridad, sin ver ni un atisbo de luz en sus vidas.
»Cuando ya no quedó nada ni nadie, la Reina se detuvo, haciendo que los restos de Arendelle resurgieran en una primavera moribunda. Algunos dicen que en realidad no había sido ella, sino algo maligno que trabaja a través de sus poderes con la única intención de llevar a un reino tan próspero como Arendelle a la desgracia total. Otros piensan que se volvió loca y otros, que sólo la caída del reino podía saciar su oscuro corazón. Sea como fuere, la Reina se fue de allí, y erigió un castillo de hielo y nieve en la isla de Svalbard en donde, según se dice, aún vive y gobierna un reino de puros hombres y mujeres de nieve.
Terminó la historia con un tono suspensivo, esperando la reacción de los niños. Hiccup tenía la boca abierta, en una mueca de miedo e impresión, mientras que Mérida sonreía de oreja a oreja, emocionada.
–¿Y la hermana? ¿También murió? –preguntó.
–Resulta que la Reina le reservó a ella un fin especial. Siempre le tuvo envidia, pues ella podía vivir una vida normal, y como nunca tendría que gobernar no tenía casi preocupaciones. Una noche, la Reina la engañó y le pidió que fuese a verla al salón del trono, con la excusa de que detendría el invierno y que pretendía disculparse por lo que había hecho, pero apenas la princesa se presentó en la estancia, la Reina congeló su corazón.
»Al principio la princesa sólo sintió un dolor en el pecho, pero no le prestó demasiada atención, pues pensaba que sólo había sido una de las tantas bromas de su hermana. Pero a la mañana siguiente la encontraron en su habitación… convertida en hielo.
Ese detalle hizo que Mérida se mostrara aún más interesada por la historia de la Reina de las Nieves, mientras que a Hiccup le daba algo de mal rollo. Elinor se mostró más que satisfecha al ver sus caras.
–Bueno, esa es mi historia de hoy. Buenas noches –dijo antes de levantarse de la silla. Los niños se despidieron de ella al verla subir las escaleras–. Si van a buscar el arco mañana temprano, mejor acuéstense a dormir… no hagan enfurecer a la Reina de las Nieves, recuerden que no hay mejor combinación que el frío y la oscuridad –dijo en tono de broma antes de irse.
Hiccup fue rápidamente a sentarse aún más cerca de la chimenea, abrazándose las piernas.
–No sé, pero yo de aquí no me muevo –se quejó mientras que su mirada revoloteaba con nerviosismo por toda la estancia–. Anda a prender las velas.
Mérida soltó una carcajada mientras se levantaba.
–No me digas que te dio miedo –dijo con tono burlón mientras cerraba las ventanas, pues había comenzado a llover.
El castaño se mostró ofendido con aquella insinuación.
–Claro que no –replicó–. Es que la Reina me pareció muy cruel, eso es todo. No me asustó, me… sorprendió. Es diferente.
La pelirroja fue a sentarse junto a él.
–Sea mala o no, es genial –sentenció–. No porque haya sido capaz de matar hasta a su propia hermana, sino por los poderes. ¡¿Te imaginas poder crear una tormenta de nieve sólo con las manos?! –preguntó emocionada–. Si yo tuviera un poder así crearía un arco y un carcaj mágicos, con unas flechas de hielo para congelar a mis enemigos.
–¿Qué enemigo podría tener una niña de diez años? –preguntó Hiccup alzando una ceja.
Mérida se tomó unos segundos antes de responder.
–Astrid se la pasa mirándome mal –replicó la niña cruzándose de brazos. Hiccup rió y luego bostezó, lo que provocó que ella también lo hiciera–. Mejor vamos a dormir –dijo luego de bostezar. El castaño asintió.
Cada uno tomó un cojín del sofá de la sala, se acomodaron junto a la chimenea y se durmieron poco después.
A la mañana siguiente los despertó el sonido de la puerta al abrirse. Mérida fue la primera en abrir los ojos y al ver que se trataba de Fergus fue corriendo a abrazarlo.
–¡Papá! –exclamó.
–¡Hola, hija! –respondió el pelirrojo mientras estrechaba a Mérida con sus enormes brazos.
Hiccup se levantó y se desperezó antes de ir a saludar.
–Hola, señor Dun Broch.
–¡Hiccup! –Fergus soltó a Mérida para ir a abrazar al castaño.
Para Fergus, Hiccup era como su hijo, pues él y Estoic, el padre del niño, eran muy amigos desde hacía tiempo. El abrazo dejó sin aliento al castaño, y comenzó a jadear cuando lo liberaron.
–¿Y dónde está mi bella esposa? –preguntó el pelirrojo.
–Papá, acaba de amanecer –le recordó Mérida mientras se restregaba un ojo–. Seguro que sigue dormida.
–Oh, entonces supongo que haré lo mismo que Elinor y me iré a dormir –comentó el mayor antes de bostezar–. No dormí en toda la noche, y ese viajecito me dejó rendido. Hasta luego.
Antes de subir las escaleras dejó un gran libro sobre la mesa. Se veía que era viejo, pues el cuero que lo cubría estaba resquebrajado y se notaba que tenía varias de las amarillas páginas sueltas.
Apenas perdió a su padre de vista, Mérida recordó su arco.
–¡Hiccup, el arco! ¡Vámonos ya! –exclamó mientras tomaba a su amigo del brazo.
–¿Ya? Pero si ni hemos desayunado –se quejó el castaño soltándose del agarre de la pelirroja.
Mérida soltó un bufido y fue corriendo a la cocina y regresó con un par de manzanas.
–Toma. –Le lanzó una y él la atrapó en el aire–. ¡Vamos!
E inmediatamente después, salió de la casa. Hiccup soltó un suspiro y la siguió mientras le daba un mordisco a su fruta.
Bajaron la colina y se encaminaron al claro en donde Toothless se la pasaba todo el tiempo. Cuando llegaron no les sorprendió ver que el dragón estaba profundamente dormido. Hiccup se acercó y le tocó la nariz con cariño.
–Hola, amigo –le saludó con una sonrisa. Toothless abrió los ojos e hizo un gesto que podría interpretarse como una sonrisa–. Mira quién viene conmigo.
Cuando el Furia Nocturna vio a Mérida se animó, pues la quería mucho. Ella se acercó y le acarició la nariz.
–Hola –saludó mientras le sonreía–. Perdona que te despertemos, pero… ¿sabes dónde está mi arco? Creo que lo dejé en tu lomo anoche cuando me bajé.
Toothless alzó la mirada al cielo, como si intentara recordar. Luego negó con la cabeza. Había pasado la noche revoloteando con unos amigos suyos, y lo más probable era que, si Mérida lo había dejado en su lomo, se hubiese caído en quién sabe donde
Mérida no respondió, sólo se dio media vuelta.
–A-ahm… –comenzó Hiccup, sabiendo que la pérdida del arco de Mérida no significaría nada bueno–. Tal vez no lo dejaste sobre Toothless, sino que lo dejaste por aquí –sugirió.
–Eh… sí, sí, buena idea –dijo la niña antes de comenzar a buscar.
Le daba la espalda a Hiccup y a Toothless en todo momento, pues no quería que notaran que los ojos se le inundaban de lágrimas. Claro que podría tener un arco nuevo, es más, Fergus se lo regalaría con sólo insinuárselo. Sin embargo, ese arco tenía un valor sentimental demasiado grande, y se negaba a reemplazarlo.
Buscaron y buscaron en el claro y en los alrededores, cosa que les llevó toda la mañana. Al final regresaron al pueblo igual que como salieron: con las manos vacías.
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Listo el primer capítulo (aunque en realidad es el prólogo) y ya saben, dejen reviews si no se aburrieron demasiado xD
