Sentada frente al escritorio, se recogió el pelo cuidadosamente detrás de la oreja antes de empezar a redactar la carta que tenía en mente. Primero una palabra, luego otra, y así iba fluyendo un hermoso escrito para su viejo amor.
Escribía la carta con el mismo entusiasmo que siempre, imaginando la cara que pondría Laguna al saber todo lo que había cambiado su vida. En las primeras le hablaba de todas sus ideas para nuevas canciones, luego pasó a hablarle de su noviazgo y matrimonio, ahora le hablaba de su embarazo. Paró de escribir y miró las letras; inmóviles, frías, insignificantes…
¿Y es que acaso escribir aquella carta cambiaría algo? No conocía el paradero de su destinatario. Como las anteriores, terminaría guardada en el cofrecito donde había ido acumulándolas con los años, esperando noticias del soldado al que había conocido hace tanto. Albergaba la ilusión de que un día aparecería, le diría que por un motivo de suma importancia no había podido regresar como prometió. Pero también se enfrentaba a la cruda realidad, podía estar muerto.
Arrugó el papel frustrada, siempre que la idea del fallecimiento del joven hacía eco en su mente, la intentaba ahuyentar a toda costa. También cabía la posibilidad de que sus palabras no fueran ciertas y la promesa de volver a verla, vana.
-Laguna era sincero, no hubiera sido capaz de mentirme.- se recordó, confiaba en él.
La pequeña dio una patadita en su vientre, cada vez las daba más fuertes, iba a ser una chica con mucha energía. Se puso la mano en el vientre para sentir a su hija, era increíble el amor que sentía por ella sin haber nacido siquiera.
Miró el papel arrugado y se enfadó consigo misma. Empezó a alisarlo con las manos como pudo, pero ya tenía surcos en todas direcciones y las letras estaban torcidas por las arrugas. Aún así, se obligó a seguir escribiéndola por Laguna.
Y no es que pretendiera recuperar el romance que ni siquiera empezó, ni mucho menos. Eso ya era agua pasada, era muy feliz con su marido y evidentemente tenía intención de formar una familia con él. No obstante, siempre tenía esa espina clavada, el no haber tenido noticias de él.
Siguió escribiendo, eligiendo cuidadosamente las palabras, y diciéndolas en voz baja inconscientemente.
-Espero que tú también seas feliz, estés donde estés…
Tarareó la canción que le compuso mientras doblaba cuidadosamente la carta. Esperaba verle algún día, y entonces poder darle todas esas cartas de los años que podían haber compartido y no lo hicieron. La metió en el cofrecito de madera que guardaba cuidadosamente sobre la mesilla de noche, y lo cerró.
Siguió entonando la canción en su mente, podía verle de nuevo frente a ella cuando tocaba el piano en el Hotel Galbadia, mirándola como si fuera un ángel. Esa noche cantaría "Eyes on me", y como siempre que lo hacía, sentiría que viajaba hacia el pasado.
