Sinopsis: Nunca en su vida se había sentido el León tan humillado.

Nota de la autora: Se suponía que esto iba a ser un tierno y corto cuento de no más de 1k de palabras, pero entonces Loke decidió que quería más que solo fluff. El hijo de puta tomó control de mi lapicera y se puso a escribir la historia él mismo. Cuando finalmente me las arreglé para patear a ese León fuera de mi silla, apareció Aries diciendo que ella quería ser más que una bebé llorona. No pude resistirme a su rubor, así que mierda pasó y terminé con un fic de más de 5000 palabras con más que solo fluff. Ah, y Aries vive en una casita de Hobbit porque quiero y puedo, y ¿quién no quiere ver a Aries vivir en una tierna casita de Hobbit?

Habiendo dicho esto, por favor disfruten del fic.


Day 1: Fluff


Aries echó una mirada nerviosa al reloj de pared que colgaba sobre su chimenea. Él estaría aquí de un momento para otro, se dijo a sí misma con emoción apilándose en su estómago. Se obligó a tranquilizarse con un profundo suspiro antes de volver a centrar la atención en su regazo y seguir tejiendo.

Tejer había formado parte de las actividades favoritas de Aries desde que el carnero no era más que una borreguita sin cuernos. Encontraba paz en el ir y venir de las agujas: el traquetear incesante la tranquilizaba, como un bebé que se queda dormido arrullado en los brazos de su madre. Recordaba perfectamente aquella mañana en la que su madre había declarado que ya era hora de enseñarle "cómo utilizar la pelambra para algo más útil que parar golpes". Ese día aprendió el arte sagrado de hilar su propia lana, manipular las agujas y transformar su dedicación y su alma en un bien material. Desde ese día no había podía soltar las agujas, y tejía cada vez que encontraba un rato libre entre quehaceres.

Le fascinaba observar cómo algo tan simple como un hilo de lana podía cobrar vida tomando formas complejas y convertirse en algo tan grande como un suéter o tan pequeño y delicado como un monedero. Adoraba el acto en sí mismo, el sentarse en su mecedora favorita al final de la tarde, con una taza de chocolate humeante al costado y las bolas de estambre girando a sus pies. Mecerse suavemente al son de las agujas, para ponerse a crear en su manera única y particular.

Sobre todo, adoraba el resultado final, como cada creación era única e irrepetible, que cada una tuviera un pequeño nudo en el lugar en que el hilo se le había acabado o que los puntos estuvieran un poco tirantes allí donde había tejido demasiado ajustado. Y sin embargo todas tenían algo en común, todas habían nacido de la misma materia prima, la misma lana que ella había creado, trenzado y teñido, la lana que venía de su propio cuerpo. En cada prenda quedaba impresa su marca y, tal vez fuera una esperanza tonta pero, ella tenía la ilusión de que aquel que usara su lana sentiría el pequeño pedazo de su alma que dejaba en cada detalle. Inconscientemente su mano fue a posarse al paquete que esperaba en la mesita ratona a su costado. Sí, tal vez, solo tal vez, él también lo sentiría.


Un desfile de colinas que se convertían en mesetas y mesetas que se convertían en sierras se presentaba ante Loke. Ya había visitado el Reino del Carnero antes, pero eso no evitaba que en cada nueva ocasión los macizos de tierra sorprendieran al León que tan acostumbrado a su Reino de Sabanas estaba. Alguien podría argumentar que vivir en el mundo humano por tres años debería haberlo acostumbrado a todo tipo de terreno. Sin embargo las cumbres humanas no podían empezar ni a competir con las del mundo celestial. No solo la diferencia de tamaño dejaba mucho que desear en las montañas terrenales, sino que las colinas celestiales despedían brillo de estrellas como una lluvia invertida. Como resultado, los montes arianos brillaban con cientos de puntos luminosos naciendo de la tierra que viajaban al cielo y se unían al resto de las estrellas que brillaban en la noche eterna del Mundo Celestial, y lograban un paisaje que quitaba el aliento.

El lugar al que se dirigía era una cabaña medio hundida en la tierra, con puertas redondas y cubierta de pasto fresco y verde, que se encontraba en el corazón mismo de ese mar de cerros. El hogar de Aries siempre le había parecido pintoresco cuando menos. Algo parecido a lo que los humanos imaginarían como un valle encantado de épocas medievales, lleno de seres mitológicos de pies y orejas grandes. Una risa baja escapó de entre sus labios al pensar que lo que le esperaba en esa casita de cuento era algo mucho más agradable que un enano de pies grandes.

La cita había sido idea de ella, sorpresivamente. Normalmente él era quien solía guiar las relaciones en las que se encontraba, pero Aries siempre hallaba la manera de dejarlo sin palabras, de pasar a través de la fachada de Don Juan que ponía ante todas las mujeres para sorprenderlo y dejarlo sin respuesta. No que le importara.

Sonrió ante la redondeada puertita de madera que se presentaba ante él. Solo esa pequeña Carnero podría vivir en un lugar tan tierno como este. Se aseguró de que su corbata estuviera bien acomodada y su melena en todo su esplendor antes de tocar la puerta tres veces. Sus felinos oídos captaron un chillido proviniendo del interior. Él sonrió confiado. ¿Nerviosa, eh? El sonido se desvaneció de inmediato y al instante le llegó la melodía de una tímida voz.

-¡Pasa, está abierto!

Loke agarró el picaporte con seguridad. Por un momento pensó en ponerse la máscara de seductor que tan acostumbrado estaba a usar. Pero descartó la idea inmediatamente. Aries no era una mujer cualquiera, nunca lo había sido, y tratarla como a una más de su harem sería la más grande falta de respeto hacia ella. Aries se merecía al mejor hombre que él pudiera ser, no un playboy empedernido. Así que con un suspiro decidido acomodó sus anteojos y abrió la puerta.

-Paso-dijo alto para no asustarla.

-Aquí estoy-informó la voz de Aries viniendo de lo que él supuso era la sala de estar. Entró cerrando la puerta tras de sí, y los aromas del hogar invadieron su nariz.

En el momento en que puso un pie dentro de la casa se congeló como si un rayo lo hubiera partido al medio, clavándolo en el lugar, y supo que las cosas iban a salir muy mal. A la mierda con ser un caballero, a la mierda con ser un playboy, a la mierda con ser la mejor versión de sí mismo: todo iba a salir tan, pero tan mal. Apoyó la espalda contra la puerta y clavó las uñas en la madera para tratar de tranquilizarse. Respiró hondo varias veces cuidándose de no hiperventilar.

-¿Leo? ¿Te encuentras bien?-la voz provenía del mismo lugar que ese atrayente y pecaminoso olor. Cerró los ojos y trató de relajar la garganta para que su voz sonara lo más normal posible.

-Sí… ah… iré en un segundo.

Mierda. Había tartamudeado. Se reprimió mentalmente. Esa no era la forma de comportarse del León. Se obligó a calmarse y respirar regularmente. La piel se le había puesto de gallina sin darse cuenta. Sabía lo que tenía que hacer. Iba a ir a la sala, iba a comportarse con normalidad, ser un caballero y llevarla al lugar más hermoso que pidiera encontrar en el Mundo Celestial. Bajo ningún motivo iba a arruinar su primera cita con Aries. Ni siquiera eso iba a poder arruinarlo.

Con movimientos controlados se despegó de la pared, volvió a acomodar su saco y su corbata y se pasó una mano por la melena para asegurarse de que estuviera bien peinada. Luego se dirigió al lugar de donde había escuchado sonar la voz de Aries.

Dobló una esquina, pasó bajo un arco divisor de estancias, y se encontró con la escena más tierna y más desesperante que había visto en un largo tiempo. Aries estaba sentada en una amplia mecedora, usando su regular vestido blanco y con una plácida sonrisa en el rostro. En su regazo descansaba lo que parecía un saco a medio hacer, colgado de dos robustas agujar de tejer. Pero lo que más llamó su atención fue el hilo que salía de esas agujas y viajaba hacia abajo hasta culminar en tres grandes bolas de lana.

Tres bolas de lana.

Loke sintió su garganta resecarse.

-Hola, Leo-lo saludó Aries con una tímida sonrisa y las mejillas suavemente sonrosadas-Llegaste antes-señaló, apuntando al reloj de pared que marcaba que aún faltaban diez minutos para las cuatro.

El León tragó saliva y forzó sus ojos a separarse de las tentadoras bolas de perdición. En vez de eso, se concentró en el delicado rostro que tenía en frente.

-Sí-luchó por mantener la compostura-no podía esperar para verte.

"¿Qué no podías esperar para verla? ¡¿Es lo mejor que se te ocurre decir?!" Loke sintió una gota de sudor correr por su nuca. El seductor no se encontraba en su zona de confort. Cada palabra había sonado estrujada de sus entrañas y a cada segundo que pasaba los ojos se le iban a las bolas de estambre. Sin embargo, pareció causar un buen efecto en Aries cuando un suave rubor se extendió por sus mejillas.

-Bueno… yo esperaba tener un rato más-dijo ella mirando hacia abajo-¿Te importa esperarme unos minutos? Solo quiero terminar de tejer esta línea. Si la dejo a medio hacer podría perder algún punto y entonces arruinaría el trabajo…

-No hay problema, Aries-dijo Loke con el tono más caballeroso que pudo invocar-te espero tranquilo.

-Lo siento-dijo ella encogiendo la cabeza entre los hombros.

-Aries, no tienes que disculparte-dijo él con una sonrisa cálida.

-Es una mala costumbre, lo siento-repitió.

Loke consideró reiterarle que no hacía falta disculparse pero supuso que no servía de nada. Las disculpas venían con el paquete esponjoso que era Aries. Además, el olor de la lana estaba empezando a enloquecerlo, así que buscó algo para hacer.

-¿Puedo sentarme?-preguntó señalando el amplio sillón de dos plazas al costado de la mecedora.

-¿Eh? ¡Ah! ¡Sí, por supuesto! ¡¿Dónde están mis modales?! ¡Lo siento!-la cabeza de Aries parecía estar tan enredada como los hilos en sus manos, y Loke no pudo hacer más que reír ante tan tierno embrollo.

Se sentó sobre el sillón con los brazos estirados sobre el respaldo y una pierna cruzada por el tobillo sobre la otra, en una clásica postura varonil. La observó trabajar, su cara de concentración y la forma en la que sus labios se crispaban en una simpática mueca de atención. Trató, por todos los medios posibles, de ignorar las irresistibles bolas de lana que danzaban a los pies de la pelirrosa. En vez de eso, clavó la vista en sus habilidosas manos que movían las agujas con velocidad y destreza, tan rápido que se desdibujaban. Guau, una de las bolas rebotó contra otra. Se veían muy divertidas. ¿Qué? No, no. Su rostro. Tenía que concentrarse en su rostro, en sus manos… el olor del hilo trenzado invadía su nariz, de repente se imaginó hundiendo la cara en esas acogedoras bolas de estambre.

Loke parpadeó, dándose cuenta de lo cerca que estaba de perder la batalla. Percibió que había estado moviendo el pie de una manera tensamente nerviosa. Cerró los ojos y exhaló controladamente por la boca. "Diablos," pensó "piensa en la cita con Aries, piensa en sexo, piensa en sexo con Aries, ¡piensa en cualquier otra cosa, por el amor de las Constelaciones!". Aun así, entreabrió un ojo para ver cuánto le faltaba al Carnero para terminar, y entonces vio cómo en un particular movimiento tiraba un poco más del hilo, tirando a su vez de la bola de lana a la que estaba conectada y haciendo que esta gire lentamente, gire, gire y gire la desgraciada, hasta ir a chocar inocentemente contra su pie.

Tragó saliva. Y en ese momento supo que la batalla estaba perdida.

Aries, por su parte, se sentía demasiado consciente de su cara. Sabía que Leo la estaba mirando y eso la enervaba. Vigilaba cuidadosamente cada expresión que sus músculos faciales hacían, no vaya a ser cosa que sacara la lengua o crispara las cejas demasiado por la concentración. Por todas las Estrellas, solo quería terminar con esa línea de puntos para poder salir de su casa y dejar de sentir los ojos del León perforándole el rostro. Apuró el tejido para terminar más rápido, pero cuando quiso traer el hilo hacia las agujas para terminar los últimos puntos sintió que algo tiraba de la lana. Ella tiró con más firmeza, ya que la lana probablemente se había quedado atorada contra la silla, pero se encontró con que algo tiraba con más fuerza desde el otro lado.

Hizo el tejido a un lado y bajo la vista para desenredar cualquier nudo que estuviera interrumpiendo su trabajo, pero lo que vio la dejó boquiabierta, pues era algo que no habría creído atestiguar ni en un millón de años.

Leo, el orgulloso y arrogante Leo, se encontraba echado de panza hacia arriba en el piso, completamente enredado en lana y jugueteando con la fascinación de un niño con las tres bolas de estambre al mismo tiempo. La lana estaba por todos lados, enredada entre sus dedos, su cabello, por todo su torso y sus piernas. Sus anteojos habían quedado olvidados en el piso, y mordía un tramo del hilo que parecía particularmente más interesante que los demás. Se dio vuelta de golpe, repentinamente preocupado con lo que había pasado con el resto de la lana y se puso a hacer girar las bolas por el piso, rebotándolas de una mano a la otra.

Por unos cuantos segundos, en los que el felino no hizo más que enredarse más entre los hilos, Aries sinceramente no supo que hacer. Realmente no terminaba de procesar lo que su vista le estaba mostrando. Le parecía mentira, como una fantasía disparatada que su cerebro hubiera creado en su sueño más alocado, y tuvo que restregarse los ojos varias veces para confirmar que no era una simple ilusión óptica. Cuando finalmente se convenció de que sus ojos no la engañaban y que lo que tenía en frente efectivamente estaba pasando, cerró la boca (que por algún motivo había quedado abierta), y decidió que no iba a dejar que ese gato súper crecido le arruinara la lana que tanto trabajo le había costado hilar.

-¡Leo! ¡Gato malo! ¡Suelta…!-gruñó, dejando las agujas a un lado y tirando de la lana.

El gato no hizo más que ignorarla y seguir jugando felizmente en el enredo. Aries se puso colorada del enojo ante tal reacción, frunció los labios y el ceño con determinación y tiró con ambas manos. Cuando Leo percibió que alguien trataba de privarlo de su tesoro lanudo volteó el rostro hacia su atacante y siseó. Aries abrió la boca con un jadeo de indignación y sorpresa, y el enojo de la chica no hizo más que aumentar.

-¡Gato malo! ¡Cómo sigas así voy a traer un rociador y llenarte de agua!-dijo poniéndose derecha en la mecedora y apuntándolo con un dedo, conjurando toda la autoridad y presencia del signo del Carnero.

Ante tal advertencia, el felino encaró a su atacante con la cabeza hundida entre los hombros y la espalda encorvada, aún en cuatro patas, en una postura lista para saltar al ataque. Maulló amenazante. Aries no se dejó intimidar.

-Suel… ta… e… so… Gato malo, ¡gato malo!-gritó cerrando los ojos y tirando. Leo clavó las garras en el suelo negándose a moverse al tiempo que un pequeño gruñido reverberaba en su pecho. Cuando Aries vio que había asumido esa postura terca levantó una ceja, se resopló el flequillo fuera de los ojos, enredó la lana en su muñeca y tiró con toda la fuerza que tenía. ¿Él quería ser terco? Pues bien, ella iba a mostrarle que no había signo zodiacal más terco que el Carnero.

Fue un microsegundo en que el León aflojó levemente su agarre al piso para cambiar su postura. Ese microsegundo bastó para que sintiera la fuerza del tirón de Aries desestabilizándolo y atrayéndolo rápidamente hacia delante. En un intento por mantener el equilibrio, sus reflejos gatunos lo guiaron a seguir el impulso de ese tirón hacia el frente.

Aries se dio cuenta de que algo iba mal cuando sintió que el León aflojaba y se le venía encima, y antes de que se diera cuenta había trepado la mecedora con una rodilla a cada lado de ella, le había apoyado las manos sobre sus hombros y sus rostros quedaron a centímetros.

Aries sintió sus mejillas calentarse y supo que debía estar roja como una frutilla desde el cuello hasta la coronilla. El repentino cambio de situación la había descolocado. Leo estaba tan cerca que podía sentir su respiración cosquilleándole la nariz y ver cada mota de la infinita gama de verdes que coloreaban sus ojos. Sin sus anteojos su mirada era cien veces más penetrante que antes, y con los instintos felinos a flor de piel, tenían un brillo terriblemente depredador. La pequeña Aries olvidó el valor que había exhibido unos segundos antes, y de repente se sintió como un indefenso cordero atrapado bajo el hechizo del rey de la selva.

Justo en ese momento Loke despertó de su trance. Aries yacía encogida debajo suyo con las manos retraídas hacia el pecho y los ojos abiertos como platos. No supo por qué, pero la visión le recordó a un cervatillo que se queda petrificado en el medio del camino, encandilado por los faros de un lácrima de cuatro ruedas. Dándose cuenta de la situación en la que estaban y del papelón que acababa de pasar, el orgulloso León no pudo evitar que sus mejillas se sonrosaran también. La proximidad lo consumía, y supo que tenía que alejarse antes de que hiciera algo apresurado.

Parpadeó un par de veces más para terminar de disipar su estupor antes de separarse unos centímetros.

-Yo… lo siento mucho, Aries, no sé qué me pasó… Bueno, en realidad sí sé, las bolas de estambre son una debilidad para los espíritus felinos como yo-balbuceó mientras se alejaba-De cualquier manera, no tengo excus…-se interrumpió cuando una de las manos de Aries se despegó de su centro y fue a posarse delicadamente sobre su mandíbula. Loke se quedó totalmente inmóvil en el lugar. La miró con curiosidad.

¿Así que las bolas de lana eran una debilidad para Leo, eh? La parte más curiosa de la pelirrosa se preguntó si…

Dejó su mano viajar un poco más abajo hasta llegar a la curva del cuello sobre el pulso, donde sus dedos se curvaron y comenzó a rascar suavemente la piel. El efecto que tuvo sobre Leo fue instantáneo: cerró los ojos y se apoyó más sobre la mano para sentir mejor las caricias. La muchacha rascó con un poco más de fuerza con un objetivo claro en mente, que se cumplió cuando escuchó un sonido acompasado y profundo surgir del pecho del León. Parece que incluso el más orgulloso de los felinos ronroneaba.

-Leo, no tienes que disculparte-dijo en un arrebato de atrevimiento, repitiendo lo que él le había dicho un rato antes.

Loke agrandó los ojos con sorpresa al tiempo en que una media sonrisa se dibujaba en su cara. Ella llevó su mano a acariciarlo detrás de la oreja y dejó que la otra se paseara por la melena anaranjada. El León no pudo evitar ladear la cabeza para restregarla contra sus mimosas manos en un gesto más propio de un gato doméstico que del salvaje felino mayor. El ronroneo había subido del pecho a su garganta, imposible de contener. Una vez más, el rey del zodiaco descubría que no podía controlar sus instintos primarios. Nunca podía cuando se trataba de esta mujer, esta única e irrepetible mujer que conseguía conquistar al conquistador como ninguna otra había podido.

Ella lo observó abrir los ojos y trabaron sus miradas en un concurso que el competitivo Carnero se negó a perder, incluso aunque un intenso rubor se había adueñado de sus mejillas. Las tripas de Aries estaban hechas un embrollo de nudos que ya no podía soportar. Toda la intensidad de la mirada leonina estaba clavada sobre ella a través de sus espesas pestañas- en serio, ¿cómo podía tener pestañas tan espesas? ¡Eran más largas que las de ella! La chica no sabía si envidiarlo o derretirse bajo esos ojos. Finalmente lo sintió posar la palma de una mano sobre el contorno de su rostro.

El beso llegó antes de lo que esperaba, sorprendiéndola, la hizo levantar las cejas involuntariamente. Pero un segundo después ya estaba correspondiéndolo, mezclando sus labios en una danza que había estado esperando bailar por tres largos y agonizantes años. Lágrimas picaban tras sus ojos y solo en ese momento se dio cuenta de lo mucho que había necesitado ese beso. Ella hundió los dedos en su cabello, él sujetó su rostro con ambas manos para atraerla hacia sí. De repente no podía tenerla lo suficientemente cerca. Cuando él asomó la lengua a su boca ella respondió hambrienta, dejando que sus instintos más básicos la guiaran. Fiereza y pasión que solo poseían los dos signos más fogosos del zodiaco se fundieron en el momento en que sus lenguas se entrelazaron. Aries sintió que le cruzaban los dedos de los pies. Sin poder evitarlo, un gemido de añoranza y placer se escapó de su garganta.

Loke captó el sonido con sus sensibles oídos. Fue como echarle gasolina al fuego. Lo que había comenzado como silencioso deseo empezó a convertirse en incontrolable necesidad. Tenía hambre de su sabor a dulce, su aroma a rocío sobre pasto recién cortado, su piel que por algún motivo que no llegaba a comprender siempre estaba tibia y perfumada como una manta recién lavada en invierno. La envolvió con un brazo que fue a acomodarse en la curva de su espalda mientras que su otra mano se escabullía bajo el esponjoso collar que ella siempre usaba para acariciarle el cuello. La piel de Aries se volvió de gallina bajo la yema de sus dedos y un sollozo se abrió paso por entre sus rosados labios. Ella respondió con el mismo ardor, tirando de su melena con más fuerza, y fue Loke quien dejó ir un gemido cuando ella le mordisqueó tímidamente el labio inferior.

Se separaron solo por un segundo, y solo porque las reglas básicas de supervivencia requerían que ingirieran una cantidad mínima de oxígeno. Sus ojos volvieron a encontrarse entre jadeos. Había tanta felicidad, alivio y placer electrificando el aire alrededor de ellos que Aries podría haber jurado que su vestido estaba dando estática. El instinto depredador volvió a apoderarse del León, que la miró con ojos voraces y al instante siguiente había saltado sobre ella con un gruñido posesivo para reclamar sus labios de nuevo.

Ninguno de los dos se dio cuenta, ocupados como estaban, que la mecedora estaba inclinándose peligrosamente cerca del suelo. O que cuanto más se acercaban el uno al otro más presión ponían sobre el respaldo, cuyos quejidos en la madera habían caído en los oídos sordos de los amantes.

Solo se dieron cuenta del inminente desastre cuando el ávido León saltó sobre ella, desequilibrando completamente la silla, y por lo tanto enviándolos a Loke, Aries, lana y agujas incluidas a caer hacia atrás sobre el respaldo de la mecedora, que se estrelló contra el piso con un estruendoso estallido. Para ponerle la cereza al pastel, y solo porque al universo le gustan las bromas clásicas, la fuerza del rebote con la que Aries se había golpeado la parte trasera de la cabeza la propulsó hacia adelante y se chocó la frente contra el puente de la nariz de Loke.

-¡Au!-gritaron los dos al mismo tiempo, Loke frotándose la nariz y Aries agarrándose la frente con una mano y detrás de la cabeza con la otra.

El golpe los trajo de nuevo a la realidad, rompiendo el sueño sensual en el que habían caído. Se miraron boquiabiertos, procesando el nivel de patetismo de lo que acababa de ocurrir, incrédulos de que su momento de reencuentro hubiera tenido un final tan lastimero. La incomodidad flotaba en el aire. Ninguno de los dos sabía muy bien qué decir.

-Ahh… yo…-comenzó Loke, pero no supo cómo continuar. Su lengua, tan acostumbrada a generar piropos, cumplidos y respuestas suspicaces sobre la marcha, se negaba a proporcionarle las palabras adecuadas. Nunca había estado en una situación ni remotamente parecida a esta.

El caos mental de Loke se vio interrumpido cuando observó que la chica debajo suyo apretaba los labios en un gesto que, al principio pensó, era de vergüenza. Pero cuando una sonrisa mal reprimida empezó a cosquillear esos labios se dio cuenta de que en realidad estaba intentado contener la risa. La contención no duró mucho, pues un segundo después estaba estallando en risas. El muchacho la miró extrañado con una media sonrisa que se contagiaba de la alegría de ella.

-¿Qué pasa?-preguntó.

-Estás lleno de lana-balbuceó entre risotadas.

Él examinó su propio cuerpo y se dio cuenta de que efectivamente hilos fucsias, celestes y naranjas hacían un colorido laberinto por su cuerpo. Un par de hebras habían decidido decorarle la melena, e incluso había una que le caía por la cara. No le sorprendía que Aries lo encontrara tan gracioso.

Su expresión de sorpresa e incredulidad desató una nueva oleada de carcajadas en la caprina, que cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás con una sonrisa de oreja a oreja. Y un momento después él la acompañaba con sus propias risas, riéndose de sí mismos y de su torpeza, y del desastre de la lana, y del golpe que se habían dado. Reían simplemente porque quería y podían.

Cuando las risas amainaron y los ojos se abrieron se quedaron mirándose por un rato, apreciando el presente. Loke fue el primero en hablar.

-Me parece que… debería salir de arriba tuyo.

-¡Oh!-Aries se ruborizó de nuevo al notar la situación en la que estaban-¡Lo siento!

Los dos se levantaron con cuidado, Loke dándose cuenta de lo difícil que era moverse con tantos hilos en el cuerpo. Entre medio de más risas Aries lo ayudó a desenredarse. Cuando él preguntó si no se había lastimado la cabeza cuando se golpeó ella simplemente contestó:

-Está bien. Tengo la cabeza dura. Tu nariz es lo que me preocupa. Lo siento-se disculpó frotándose la nuca.

Ante tal contestación Loke no pudo hacer más que volver a reír y contestar que algo así no podría dañar al espíritu más fuerte del zodiaco, que no hacía falta preocuparse. Cuando fue a recoger sus anteojos del suelo percibió el desastre que había dejado atrás su percance con la lana.

-¿Quieres que te ayude a ordenar? Sería lo más justo siendo que fui yo quien causó todo.

-Está bien-dijo ella encogiéndose de hombros-Además, te veías tierno haciendo el desorden.

Loke se encogió y la miró de reojo.

-Nunca vas a dejar que lo olvide, ¿verdad?

Aries se sintió tentada de pedir disculpas y decir que ya no lo molestaría, pero la parte más profunda de su personalidad en la que dormía un carnero salvaje se negó.

-Lo siento, pero tal vez empiece a tejer más seguido en frente tuyo-respondió con una sonrisa pícara que Loke pocas veces había visto en su rostro.

-Me temía que fueras a decir eso-suspiró derrotado, aunque la sonrisa no había abandonado sus labios-¿Nos vamos? ¿O vas a seguir torturando a este pobre león con más bolas de estambre?

-Vamos-acordó ella-Ehh… adelántate-dijo con tono inseguro.

Loke levantó una ceja pero no dijo nada y se dirigió a la puerta de entrada. Estaba ajustándose la corbata y acomodándose el saco, que habían quedado totalmente revueltos después de los sucesos previos, cuando la vio venir con un con un paquete entre las manos.

-Leo… ehm… esto es para ti-espetó con los ojos cerrados empujándole el paquete contra el pecho.

El muchacho parpadeó sorprendido, pero tomó el paquete.

-¿Un regalo? Me siento el hombre más afortunado del Reino Celestial. Muchas gracias, Aries.

Ella miraba hacia el costado, cohibida, con un adorable rubor adornándole las facciones. Él bajó la vista al paquete que tenía en las manos y lo abrió con cuidado. De adentro surgió un gorro, una bufanda y unos guantes, todos tejidos con lana de color verde claro.

-Guau-jadeó el espíritu-¿Hiciste todo esto para mí?

-Es que no tienes ropa de abrigo y no quiero que pases frío-respondió aun mirando firmemente el suelo.

Una lenta sonrisa crepitó por el rostro de Loke al ver los regalos que tan delicadamente habían sido hechos.

-¿Me ayudarías a ponérmelos?

-¿Qué?-jadeó el cordero-¿Aquí?

-Sí,-contestó con seguridad-quiero usarlos ahora mismo.

Si antes el rubor era intenso, ahora no dejaba rastro de piel sin tocar en el rostro de Aries. Le sostuvo los guantes mientras él se acomodaba el gorro y la bufanda sobre el traje. Cuando cada pieza del conjunto estuvo en su lugar, extendió los brazos y le lanzó una sonrisa encantadora.

-¿Cómo me veo?

Aries le ofreció una pequeña sonrisa acompañada de una mirada encogida. Habiendo pasado la descarga de adrenalina había vuelto a ser el mismo cordero tímido de siempre.

-Combina con tus ojos-murmuró casi en un susurro. Loke, radiante con su regalo, volteó para mirarse en el espejo de cuerpo entero que había al costado de la puerta.

-¡Me queda fantástico! Pero no es sorpresa, si a mí todo me queda bien.

Aries suspiró. Y el volvía a ser el mismo león arrogante de siempre.

Loke, muy ocupado admirándose en el espejo, no percibió el suspiro. En vez de eso estaba concentrado en acomodar mejor su melena bajo el gorro. Sentía una especial calidez que no era ni muy caliente ni muy incómoda naciendo de las prendas, algo que no había sentido nunca antes. Por lo menos, nunca lo había sentido venir de una prenda de vestir. Se parecía más a un abrazo que ella podría haberle dado que el calor que suele emanar un abrigo. Literalmente se sentía como si ella lo estuviera abrazando en ese preciso instante. Se preguntó si sería alguna magia impregnada en la lana. Y, ¿llevar el abrazo de Aries a todos lados? La idea no le desagradaba en lo más mínimo.

-Realmente me gustan mucho. Creo que voy a empezar a usarlos todos los días-murmuró mientras acomodaba mejor la corbata bajo la bufanda.

Aries jadeó y levantó la vista. Él se volteó hacia ella con su sonrisa patenta, abrió la puerta y se la sostuvo para dejarla pasar en un gesto caballeroso que sacó una sonrisita en Aries.

-¿Nos vamos?-preguntó le ofreciéndole el brazo.

Ella entrelazó su mano en el brazo que le ofrecían y le ofreció una sonrisa antes de susurrar:

-Juntos-y cerrar la puerta tras de sí.