Disclaimer: Todo lo que reconozcan es propiedad de la genial J.K. Rowling.


Alberta Toothill

1391-1483

Alberta mira a su oponente sin pestañear. La multitud reunida en la pequeña plaza de piedra ruge de emoción. Sabe que la mayoría de los presentes han apostado por Samson Wiblin y no por ella. Las probabilidades respaldan sus conjeturas, así como varias videntes, quienes han augurado a los cuatro vientos su segura derrota.

Pero Alberta Toothill no cree en pronósticos sacados de esferas de cristal o posos de té. No se ha dejado amedrentar en toda su vida y no piensa empezar a hacerlo ahora. Los espectadores pueden abuchear hasta quedarse sin voz si así lo desean, porque a ella no la lograrán amilanar.

Empuña su varita con fuerza y se enfrenta con la barbilla en alto a su adversario. Las maldiciones vuelan por todas partes. Un hechizo logra rozarle el brazo derecho y le hace un corte medianamente profundo. El público rompe en aplausos y aclama a Wiblin. Pero ella no llora. No va a dejar que la vean derramar una sola lágrima esa noche, se promete.

Su padre se encuentra entre la concurrencia y mira a su única hija con preocupación. Alberta no necesita mirar en su dirección, le basta con saber que está allí, apoyándola como de costumbre. Sabe que no tardará en taparse los ojos con sus arrugadas manos para no ver como la lastiman.

Desde que su madre murió de viruela de dragón cuando aún era una niña, solo han sido ellos dos. Y ahora, a pesar de las decenas de almas congregadas en la plaza, Alberta se contenta pensando en que siguen siendo ellos dos. Solo su padre y ella contra el mundo.

Mechones castaños se escapan de su cada vez más despeinada trenza y se adhieren a su frente pegajosa por el sudor del enfrentamiento. Pero hace tiempo que ella dejó de preocuparse por nimiedades como esas. Menuda, con la túnica gastada y el corazón bombeándole a mil, se toca la herida con la mano y mira con indiferencia la sangre que ahora tiñe las yemas de sus dedos. Wiblin tendrá que hacer algo mejor que eso si aspira a vencerla.

Ella ha puesto toda su alma, sudor, sangre y esfuerzo para llegar a donde está. Se abrió paso en una competencia dominada íntegramente por el sector masculino e hizo caso omiso a las burlas y comentarios malintencionados. Siempre supo que podía lograrlo, siempre estuvo segura de su valía. Y había llegado el momento de demostrarlo.

Logra esquivar una ráfaga de luz amarilla y le lanza a Wiblin una maldición que pasa a un milímetro de su oreja y le hace perder el equilibrio, consiguiendo no caerse por muy poco. Alberta sonríe al ver la expresión de estupefacción que se dibuja en el rostro de su contrincante.

Casi dos horas después, ambos competidores se mantienen de pie. Ambos están cansados y adoloridos, pero con las ganas de vencer intactas. El público está impaciente, lo que parecía el duelo con el resultado más seguro del siglo se ha convertido en una verdadera caja de sorpresas.

Todos mantienen la fe en que Samson Wiblin se hará con la victoria, pero no pueden negar que la hija del herrero, esa mujer delgada y solterona, le está dando batalla. Samson, grande y corpulento, mantiene esa mirada altanera y confiada que lo caracteriza. Se ha mantenido como el favorito a lo largo de la competencia, y está convencido de que solo es cuestión de tiempo para que Alberta Toothill se dé por vencida.

Pero Wiblin no conoce a Alberta. Ella jamás se rendirá. Luchará con todas sus fuerzas, y cuando estás se le acaben seguirá luchando. Aprovechando una distracción de Wiblin, alza la varita con decisión, apretándola tan fuerte que podría romperla.

— ¡Confringo!

Samson Wiblin sale disparado con una gran explosión. La plaza se queda en silencio. Todos miran atónitos a Wiblin, quien yace inconsciente sobre el frío suelo de piedra. Nadie dice nada, ni siquiera Alberta, quien tiene los ojos muy abiertos y respira agitadamente.

— ¡Ha ganado! ¡Toothill ha ganado! —exclama entonces un muchacho.

Es recién entonces que la multitud reacciona. A los oídos de Alberta llegan aplausos, gritos de júbilo y exclamaciones de sorpresa. Un mago de edad avanzada y de aspecto importante se acerca hacia Alberta y le entrega la dorada copa de la Competición inglesa de Duelos Mágicos. El brujo le alza una mano y la gira hacia el público declarándola como la ganadora. Alberta no cabe en sí de gozo y sonríe con todos los dientes.

Su padre, con la cara arrugada y los cabellos blancos, se acerca cojeando a abrazarla, Alberta solloza de alegría contra su hombro. Y mientras se seca las lágrimas con la manga de su túnica y admira su trofeo, se acuerda de la promesa que se hizo y que ahora ha incumplido.

Aprieta la mano de su padre con fuerza y piensa en que ya no le importa en lo más mínimo. Los demás pueden pensar lo que quieran, porque es ella la que ha ganado.