¡Hola, volví! Bueno, pues he vuelto con una historia diferente a lo que suelo escribir. No sé porqué, pero me dio la vena y me puse a leer historias con pairings que no fueran comunes, y leí algunas como esta, que es un Evilfire. No sé cómo me saldrá, pero bueno, quiero probar, me picaba la curiosidad. Así que aquí esta, mi primera historia Evilfire. Ya me diréis si os gusta o algo...
Besazos, y ¡a leer!
~ Storybrooke, Maine. Noviembre de 2013 ~
La temperatura en la calle era de dos grados centígrados. Las aceras estaban desiertas, y las cafeterías sobrepobladas. Cafés y chocolates iban y venían; los camareros no daban abasto. Todos en el pueblo, aquel frío día de otoño, continuaban con su rutina del domingo. Algunos leían, otros escuchaban música, otros conversaban… todo el mundo estaba ocupado. Pero no fue hasta que no sonó la campanita del lugar, y un tazón de chocolate calló al suelo, que no giraron todos la cabeza.
― Hola ―dijo en voz baja, de manera tímida, con una sonrisa nerviosa. Unos delgados pero fuertes brazos se colgaron de su cuello como si fuera un salvavidas. El hombre se sintió abrumado, pero prefirió no decir nada, sólo acariciar levemente la espalda de la rubia mientras un pirata manco le lanzaba miradas de odio desde una mesa en el fondo de la cafetería.
Neal había vuelto, eso se veía a simple vista. Muchos le saludaron, le preguntaron, mas el castaño no podía en ese momento pensar en responder tonterías. Quería ver a su hijo, lo extrañaba mucho. Esos meses sin él habían sido una completa tortura. Despertar de repente en su antiguo apartamento de Nueva York, sin comprender nada… desde entonces, había vagado por la ciudad, buscando una manera de volver a casa. Y finalmente, lo había logrado.
Con facilidad se libró de la gente, alegando cansancio. Se decepcionó al saber que su hijo no se encontraba en la ciudad, pues él esperaba verlo. Neal estaba cansado y ligeramente triste, pero aun así, decidió ir a darse un paseo. Necesitaba ir. Cuál fue su sorpresa cuando al salir, vio que llovía. No le importó, en realidad. Iría a casa andando.
Finalmente, y sin siquiera esperárselo de sí mismo, acabo en el puente del Troll. Creía que estaría solo. Qué equivocado estaba.
Frente a él, se encontraba una esbelta figura, ladeada, apoyando los brazos en el puente, mirando al horizonte, o a la nada; depende de cómo se mirara. Llevaba una gabardina y unos pantalones entubados de color negro junto a unos taconazos grises. Su corta melena negra se pegaba gracias a la lluvia a su rostro, impidiendo a Neal saber la identidad de la mujer. Era magnético.
Ahí estaban ambos, a metros de distancia, dejando que la lluvia se llevara todo el dolor.
No pudo evitarlo. ¿Cómo podía alguien estar ahí, bajo la lluvia, con aquel frío y aquella ligera niebla que se estaba formando?
Se acercó a la figura. Mientras todo a su alrededor era gris y marrón, ella era negro. Su pelo, su ropa… todo. Al menos por ahora.
― ¿No crees que hace mucho frío como para que estés aquí? Vas a pescar un buen refriado ―comenzó el hombre, acercándose cautelosamente, con las manos cruzadas detrás de él.
― Bueno, yo esperaba pescar un par de sardinas para la cena, pero parece que no va a haber suerte ―le respondió la mujer con una sonrisa, aunque Neal no lo pudiera ver. Y el caso era que le sonaba mucho esa voz… pero… ¿de dónde? Esto cada vez se ponía mejor. Se acercó y tocó suavemente el hombro de la desconocida, haciendo que se girara.
― ¿Regina? ―cuestionó confuso al ver a la dueña de tanto misterio. De todas las mujeres del planeta Tierra, Regina Mills era la que menos papeletas tenía para corresponder al papel de misteriosa que te encuentras en un puente a las doce de la mañana, con un frío que pela y una creciente niebla.
― En carne y hueso. Bueno, hay más carne que hueso, pero…
― ¿Eres tú la que ha estado aquí todo este tiempo? ¿Por qué?
― Cuando intentas hacerlo lo mejor posible pero fallas…
― …Necesitas escapar ―concluyó Neal, mirándola a los ojos. Algo extraño le sucedía. Se sentía… diferente. Quizás era por sus ojos. Quizás era por su voz. Quizás era porque la imagen que tenía enfrente era completamente diferente a la que se esperaba.
El teléfono sonó, sacando a ambos de su ensimismamiento. Regina lo sacó de su bolsillo, y ahí, bajo la lluvia, lo tiró con un elegante movimiento de muñeca al río. Metió las manos en los bolsillos y se marchó, y Neal decidió pararla. Decidió quedarse. Quizás porque él también se había encontrado en una situación similar. Quizás por su curiosidad innata. Quizás porque aquello sonaba tan ridículo como beneficioso para los dos. O quizás… por ninguna de esas cosas.
― Deberías reunirte mañana conmigo. Mismo sitio, misma hora, pero mañana ―respondió verbalmente a la pregunta que los ojos de la morena lanzaron. No estaba seguro en absoluto de cuál sería el resultado de aquello.
― ¿Por qué debería hacerlo? Apenas te conozco, y dudo que alguien en su sano juicio quede en un puente olvidado por todos, a una hora en la que nadie aparecería ―retó, ocultando una pequeña sonrisa. Neal era diferente; aún no sabía cómo de diferente, pero lo era.
― La vida es demasiado corta como para ser serio, dijo Cory Monteith. Jamás pensé que fuera a citar esa frase, pero piénsalo, Cory tenía razón. A veces está bien correr riesgos. De todas formas, no voy a hacerte nada malo, y seguro estoy de que si lo intentara, me toparía con bolitas de fuego y todo eso que mi padre te enseñó a hacer. Que por cierto, ―comentó el hombre, pensativo― con eso se debe de ligar un montón, ¿a que sí? La gente debe de quedarse flipada.
― En mis tiempos mozos no solían estar de moda las mujeres que no se dejaban dominar ―replicó, sonriendo esta vez. ― Aunque de todas maneras, ya me dirás mañana si la magia enamora o no ―dijo, guiñando un ojo y marchándose a casa. Quizás esta no fuera la Regina de siempre, pero a veces, y sólo a veces, estaba bien cambiar un poco.
