¡Hola!, me he levantado hoy hormonal así que se me ocurrió esta nueva historia. Será relajada, sin mucho drama pero si llena de situaciones incómodas.
Les aviso que será muy muy SEXOSA. Así que no me hago responsable de ningún estado mental.
Los personajes son de Miss. Row.
Besos. Espero les guste y me hagan saber cualquier cosilla.
Aula de pociones
- ¡Sí! – exclamo una voz. Una voz que provenía de una mujer siendo embestida continuas veces por un hombre de la manera más pasional, terrenal y jodidamente perfecta en su vida. No sabía cómo habían llegado a las mazmorras y tampoco como se habían adentrado en la antigua aula de pociones del profesor Snape.
Un aula sucia y llena de pociones viejas, algunos frascos quebrados en el piso de piedra húmeda que caracterizaba a las mazmorras, esas zonas muy poco transcurridas por el colegio de magia y hechicería más importante del Reino Unido y podía atestarse que del mundo. Hogwarts.
Lo que ambos sabían es que estaban sudados, excitados y a punto de llegar al zenit de los placeres más satisfactorios del mundo humano y animal también.
Una mano estaba estampada en la pared de piedra, clavaba sus uñas con fuerza para intentar disipar el placer que se expandía de su cuerpo y arrasaba con todo a su paso. Las embestidas que recibía eran descomunales, con fuerza sin ninguna pizca de cordialidad o delicadeza. Él la sostenía por las caderas, el vestido que tanto le había costado elegir para esa noche estaba encima de su trasero, reposando en su espalda, su embestidor había subido la falda y rasgado sin ninguna consideración sus bragas, vaya que no le importaba.
Ella movía sus caderas contra su miembro, necesitaba sentirlo más aún si podía aquello concebirse, quería sentirlo hasta lo más profundo de su ser. Una empalada digna de ser contada.
Emitió un grito agudo cuando sintió una mano de él tomar su seno derecho con fuerza, apretándolo y haciendo que ella se aferrara a su cuello, la boca del hombre besaba y chupaba su cuello con frenesí, la otra mano paso a su boca, tapándosela, ahogando el segundo grito que iba a pegar sin control, estaba olvidando donde estaba pero es que estaba al borde del tercer orgasmo esa noche.
- No grites – ordeno una voz ronca y gruesa, demasiado ronca. Estaba excitado, aguantando las ganas de acabar en ese instante, por eso había parado las embestidas y se estaba dedicando a tocar e indagar su cuerpo, explorando el sudoroso cuerpo femenino que tenía presionado frente a él, moviéndose en círculos, incitándolo a seguir embistiendo – voltéate – ordeno de nuevo. Él era demandante, exigente y nunca ella lo había visto con ese brillo tan metálico en sus ojos. Obedeció y se enfrento a su mirada de plomo, al mercurio líquido que la embargaba y la hacía humedecerse más de lo que ya estaba.
Él la tomo por lo muslos y la arrincono al viejo escritorio, sin reparo saco el costoso vestido carmín del cuerpo de aquella dorada mujer. Estaba completamente desnuda ante él, la devoro con la mirada, una mirada hambrienta que clamaba por más.
Su tonalidad de piel era dorada, como el oro que un día represento a su antagónica casa. Sus labios eran carnosos y ahora estaban algo inflamados y húmedos por todos los besos que habían recibidos, sin pensarlo la beso otra vez, succionando su labio inferior y adentro su lengua en su boca, danzando con la de ella en un baile mortal, un baile de poder, donde ninguno se daba por vencido. Si hubiera sabido antes que esa mujer besaba como lo hacía, la hubiera besado años atrás.
Sus ojos mostraban la misma fiereza que antes y podía arriesgarse a decir que más, lucía más viva que nunca, arriesgada, valiente, insolente e insoportable pero vaya que podía aguantarla. Era una fiera, era un honor a sus apodos, todos y cada uno de los apodos que ella había recibido en su vida pero ahora, haciendo lo que hacía y viendo como lo hacía tenía que colocarle otro. Inalcanzable.
Su nariz respingada y fina estaba expandiéndose y contrayéndose rapidísimo, intentando regular una respiración que no se compensaba por culpa de él, quien la besaba y besaba sin tregua, sin descansos para tomar oxigeno evitando el poder nutrir a su cuerpo con aquel átomo fundamental.
Su cabello lucía a como había lucido en el pasado, el moño que seguro le había costado mucho tiempo haberse hecho estaba arruinado, sus bucles se esparcían por sus hombros y nunca en la vida le había parecido más sensual que ahora. ¡Por Salazar! Podía acabar de tan solo de verla, detallarla como lo estaba haciendo en ese momento. Escudriñando cada poro de su cuerpo, cada lunar que adornaba su lienzo dorado.
Tuvo que admirar las marcas en su cuello, marcas rojas de algunas succiones que había hecho con alevosía y premeditación, le satisfacía ver aquellas marcas que encajarían perfectamente con su boca, una boca que nadie en la vida pensaría tocarían ese cuerpo escultural, ¿Cómo es que no la había visto antes? ¿Cómo no había detallado esos senos tersos, redondos que entraban perfectamente en su mano y se sentían pulcros, suaves, cómodos para descansar y que eran sabrosos como ningún manjar que hubiera probado antes?
Esa cintura estrecha y definida, que le invitaba a encajar sus manos y apretarla, apretarla hacía él para aumentar el contacto que no quería perder porque su temperatura era superior en esa parte del cuerpo, una temperatura perfecta. ¡Dios! ¿Cuántas veces pensaría en esa palabra, perfecta?
Abrió las piernas de ella un poco, permitiéndole a él lograr admirar su centro, el centro caliente y mojado que emanaba una energía de atracción por y hacía él.
Él tenía la corbata desanudada, todavía reposaba en su cuello pero no cumplía ninguna función, los botones de su camisa estaban esparcidos por alguna zona del aula luego de haber sido rasgados en un arranque de excitación descontrolado por parte de la castaña, toda una felina; y por último los pantalones desabrochados y bajados hasta la mitad de sus mulos. Se arrodillo ante ella, comenzó a besar sus tobillos, besos húmedos donde intercambiaba la lengua por sus labios cerrados y después a sus dientes, la hacía temblar, exhalar el aire que no permanecía por mucho tiempo en su interior e inclinar su cuerpo hacía atrás, apoyada en sus brazos y cerrando sus ojos, sintiendo y dejándose hacer lo que él quisiera hacerle.
No quería pensar en cómo carajos habían llegado a esa situación. Lo haría la mañana siguiente. Hoy no.
Pasó sus manos por sus pantorrillas y subió hasta sus rodillas donde beso con cuidado el hueco poplíteo y luego mordió la protuberancia del hueso femoral. La sintió temblar, ahogar gemidos que amenazaban con ser gritos, ladeo una sonrisa. Le gustaba sentirla así, tan vulnerable pero al mismo tiempo pasional, su miembro estaba tan erecto que parecía un pedazo de fierro ardiente. Palpitaba por volver a internarse en la cavidad femenina de esa mujer que lo estaba volviendo loco, jamás pensó que esa noche terminaría de esa forma. Él mismo había vociferado y asegurado que no iría a la conmemoración de los 5 años de la batalla de Hogwarts, él se había negado en rotundo y por primera vez agradecía a Blaise Zabini haberlo obligado a ir. Juraba que se lo agradecería al día siguiente.
Subió sus manos por sus muslos, esparciendo besos y lamidas, mordiscos que dejarían pequeños recordatorios de esa húmeda y flameante noche. Con un ágil movimiento se deshizo de los pantalones que ya le estaban molestando, no estaban puestos pero tampoco idos y le molestaban el movimiento, así que los saco rápidamente por sus piernas, solo estaba su camisa sin botones y la corbata. Ni siquiera sabía dónde estaba el saco pero realmente no le interesaba en lo absoluto.
Llego a su centro, estaba completamente mojada, algunos líquidos viscosos escapan de sus labios mayores, señalándole como el ocasionador de aquello, el responsable de su lubricación fantástica. Ella podía jurar que nunca, en todos los años que había sido sexualmente activa jamás había estado tan excitada, con solamente sus caricias se había humedecido pero con sus besos se había inundado.
- Estás mojada – le escucho decir, su voz estaba tan ronca y ahogada. Lo observo con premura, viendo que él también la miraba y le regalaba una sonrisa ladeada esas que un día había odiado y hoy la estaban haciendo acabar por más veces que nadie. Beso el interior de su muslo derecho, lamio hasta casi llegar a su intimidad pero salto al otro muslo donde bajo hasta la rodilla y de nuevo la miro – estás empapada – corrigió cuando llego al borde de su entrepierna e inhalo su olor, dulce, amargo y adictivo que le invitaba a probarla, pero quería torturarla. Necesitaba que ella implorara por él, por el placer que solo él podría otorgarle. La escucho gruñir cuando ignoro esa zona tan sensible sin prestarle la debida atención y beso su vientre, su ombligo donde se distrajo un rato penetrándolo con la lengua, ella se erizo por completa y tembló de placer bajo él.
Sus manos estaban a cada lado de las piernas de ella, sin tocarla por un momento, su boca se dirigió a uno de sus senos, el cual beso con lentitud, sintiendo como el pezón erecto de su magnífica montaña se tensaba y endurecía más, acusándolo por ser el responsable de todo el placer que sentía, de los temblores que no podía evitar sentir, sus neuronas estaban enviando tantos impulsos nerviosos que ella estaba segura que convulsionaria en cualquier momento.
- Bésame – exigió ella en un susurro quedo. No podía hablar, su garganta estaba seca. El fuego que sentía en su interior estaba vaporizando todo líquido que fluía en su interior. Él obedeció, sonriendo contra su seno. Llego a su boca y succiono sus labios, mordió el inferior para profundizar el beso pero ella se alejo hacia atrás. La miro con fruncimiento.
- ¿Qué pasa? – pregunto.
- Bésame – repitió ella – allá abajo – estaba colorada, ruborizada por el atrevimiento. Ella no era así, siempre había sido puritana, en extremo según su ex novio pero ahora se sentía libre, explosiva, sagaz, capaz de hacer lo que quisiera. Si estaba haciendo lo que hacía, con quien lo hacía y donde lo hacía. No le importaba nada más. Él la miro con lujuria pura y la beso con fogosidad al tiempo que una de sus manos voló a su entrepierna y acaricio su clítoris, ese botón que clamaba por su atención, erecto y preparado para ser estimulado hasta ser liberado de la presión opresora que desencadenaba en la mejor revolución del mundo, el orgasmo. Esa explosión de placer infinita que duraba segundos.
- Tus deseos son ordenes – decreto el hombre con su tono de voz irónico pero ella ahora sabía que era parte de él, de su esencia.
Un dedo presiono su órgano más sensible, otro se abrió camino a su centro, el lugar donde hacía muy poco su miembro había estado inmerso y atrapado por sus paredes musculares estrechas. Bajo su boca de la de ella en un camino tortuoso pero placentero, lo sintió besar su cuello, lamer su seno, mordisquearlo con cuidado un segundo antes de chupar sonoramente su pezón y dirigirse a su vientre incandescente, preparado para expulsar prontamente todo el calor que tenía aglomerado en su interior, beso con ternura cosa que la desestabilizo un poco su monte de Venus, el preámbulo del placer, ella estaba rasurada, completamente limpia de cualquier vello que molestara y eso que siempre dejaba algunos vellos adornando su feminidad pero el día anterior había depilado todo, línea del bikini y no línea del bikini. Ahora se alegraba, se felicitaba por haber decidido hacer aquello en último minuto por órdenes de una pelirroja que era su mejor amiga.
Sintió el aliento del rubio allí, sin poder evitarlo encorvo su espalda, entregándose más a él, abrió sus piernas con más amplitud, permitiendo su entrada, dándole una calurosa y húmeda bienvenida.
- ¡Hazlo! – exclamo con frenesí. Estaba al borde del colapso, odiaba que fuera tan lento, quería hacerla sufrir, implorar por su presencia allí abajo, ella lo sabía y eso crispaba sus nervios. Alzo una de sus manos y la enredo en la platina cabellera del hombre que aún no se introducía en su hemisferio sur. Draco sonrió cuando sintió sus dedos asirse a su cabello lacio, sin más preámbulos introdujo un dedo en su cavidad al mismo tiempo que beso con su clítoris. Un beso igual de apasionado al que daba en sus labios faciales.
La oyó gemir, aferrarse a su cabello y mover levemente sus caderas hacía él.
Introdujo otro dedo en su interior. Pasaba su lengua en su clítoris al mismo tiempo que succionaba con cuidado esa zona tan delicada de su cuerpo, sabía que debía hacerlo con cuidado, muchos hombres pensaban que la fuerza era la clave o la rapidez pero él conocía el cuerpo de una mujer y algo incognito le indicaba como hacerla llegar a ella siendo esta su primera vez. No eran ninguna de esas cosas, era una mezcla de presión justa, humedad y sobretodo necesidad de consumir todo su ser, todos los líquidos que salían de ella, inundando sus dedos y ahora también sus labios y boca. Su sabor era jugoso, cálido y dulce, algo ácido en principio pero dulzón conforme seguías lamiendo y succionando su gema. Introdujo su clítoris y labios en su boca mientras apresuraba la penetración con sus dedos, quería hacerla explotar, necesitaba hacerlo porque él también quería introducirse en ella, quería embestirla hasta hacerla clamar su nombre con euforia.
- Eres divina – dijo él. Hermione bufo. No quería oírlo, quería sentirlo. Su lengua hacía magia allí abajo, donde nadie había antes llegado. Ron nunca la había besado allí abajo y agradecía el hecho porque el rubio arrogante le hubiera dado una doble patada por el trasero. Jadeo cuando sintió la introducción de un tercer dedo en su interior, entrando y saliendo con fuerza y rapidez. Apretó sus paredes vaginales, lo sintió gruñir por lo bajo y succionar con más fuerza su clítoris. Él lo hacía como siempre había imaginado que se debía sentir, parecía un puto experto en un cuerpo tan diferente al de él.
Lamia, mordía con delicadeza y besaba con sagacidad aquel centro que cada vez más se contraía y contraía en lo que parecía ser la advertencia de un final.
- ¡Dios! – exclamo cuando sus dedos empezaron a salir y entrar con más frenesí de su oquedad, su lengua lamía haciendo más presión en su clítoris, estaba perdiendo el control de respirar.
Sus piernas temblaban alrededor del cuerpo de ese insensato hombre que estaba profanando su cuerpo de maneras inexplicables. Su labio inferior no dejaba de temblar, su mano aferraba con más fuerza sus cabellos platinados y sus ojos estaban desenfocando la vista, cerro sus parpados aumentando más si se podía las sensaciones que él estaba desencadenando.
Una presión se hizo dueña de su bajo vientre inmediatamente, él no dejaba de introducirse y tampoco de besar su feminidad. Estaba colapsando. No jadeaba ni gemía, estaba emitiendo sonidos irreconocibles e imposibles de definir. Sentía las perlas de sudor caer por su frente, llegar a sus senos y de pronto, allí en ese momento lo sintió sacar los dedos de su interior, justo cuando sus paredes se contrajeron al máximo, alejo su boca de su intimidad y beso sus senos al mismo tiempo que frotaba con movimientos circulares y abrasantes su clítoris.
- ¡Por Morgana! – exclamo. Una explosión se libero de su bajo vientre en el mismo instante en que sintió un chorro de liquido salir por alguna parte de su zona sur. Jamás en su vida había experimentado eso, acaba de tener una gloriosa eyaculación femenina.
Solo podía describirlo como la liberación del placer, su espalda impacto con el escritorio, sus manos se aferraron a los antebrazos del rubio, no le importo rasguñarlo, no le importo nada. Estuvo segura que en ese momento conoció los cielos del gran Odín, los valles del paraíso liderados por Jehová, conoció a la primera mujer que sintió un orgasmo y la abrazo, le agradeció por haber descubierto su cuerpo, haber curioseado con su centro palpitante.
Había sentido fuego en su vientre que se esparcía con llamaradas inmensas a través de su vagina e inundaba su clítoris sensible, no sabía definir cada sensación porque todas se mezclaron, cada una había sido tan potente como la anterior. Solo que al final habían explotado en un chorro potente de agua que salió disparado de su interior.
Su corazón palpitaba con fuerza, sin control, bombeando descompensadamente la sangre a todo su organismo, sobretodo a ese pequeño botón que ahora valoraba más que nunca.
Los pulmones estaban tratando de hacer el intercambio gaseoso necesario para poder ayudar al corazón a regularizar su función. Cada pierna temblaba más que la otra y sus ojos aún incapaces de enfocar alguna imagen nítida permanecían cerrados.
El rubio la tomo por el cuello y colocándose encima de ella, entre sus piernas inundadas se adentro en su interior. La castaña exhalo, ese hombre astuto estaba avivando las cenizas para incendiarla otra vez. Su masculinidad era gruesa, larga y venosa. Rosada como un apetitoso chorizo español. De repente tenía ganas de averiguar si su sabor sería igual de bueno pero por el momento no tenía las fuerzas de hacerlo ni siquiera sabía cómo su cuerpo estaba preparado de nuevo para recibir la intromisión de aquella parte del rubio tan satisfactoria pero así lo hizo, su vagina gustosamente atrapo a su masculinidad. Sentirlo inundándola de nuevo con su miembro la hizo jadear.
Se aferro con uñas a su espalda cubierta pero necesitaba sentirlo, sentir su cuerpo caliente y fornido, metió las manos por la abertura de la camisa y se aferro así a su espalda desnuda, dura y musculosa. Ya no era el flacucho de antes, tenía cada abdominal marcado, una espalda ancha y fuerte, unos brazos formados, aunque no había quitado su camisa los había sentido, se había anclado a ellos en algunas embestidas antes y podía saberlo. Su cuello era largo y ancho repleto de algunos lunares castaños que lo hacían lucir aún más hermoso, pinceladas sutiles en aquella piel nívea de porcelana.
Él la miraba directamente a los ojos, cuando ella abrió los suyos se perdió en esa mirada gris brillante llena de lujuria y deseo. Él la deseaba en ese momento y el pene que se adentraba una y otra vez en su interior, duro como una piedra se lo confirmaba. Estaba tan erecto que llegaba más allá de su cuello uterino, contraía sus paredes vaginales sin querer para poder cubrir todo su grosor, sentir cada embestida con una claridad tetradimensional.
Tenía una nariz respingada, característica de un aristócrata milenario. Unos labios finos y pálidos, suaves y suculentos, lo último lo sabía literalmente. Su cabello ahora no estaba peinado como antes, aplastando sus rubios cabellos por el exceso de gel sino libre, ondeante con el viento que lo rozaba. Aunque en esa aula no había viento pero lo imaginaba caminando por las calles mientras el viento hacía danzar aquellos mechones cenizas tornándose a plata. Nunca había visto a alguien con un cabello de su tonalidad, era tan jodidamente atractivo. ¿Cómo es que jamás noto ese atractivo? Bueno no es que precisamente no lo notara, sino que lo ignoraba así como intentaba ignorar la existencia de ese estúpido mocoso que le había hecho la vida imposible o por lo menos intentado. Pero ahora no tenía facciones infantiles, sus rasgos eran más duros, masculinos y maduros. Su cuerpo estaba desarrollado al máximo y su masculinidad lo confirmaba.
Draco Malfoy ya no era un niño. Era todo un hombre y vaya que daba la talla.
Las embestidas se volvían cada vez más erráticas así como las respiraciones de ambos, la castaña estaba segura que si llegaba al orgasmo de nuevo no podría caminar para salir de allí.
- Te deseo – comento él. Ella se aferro más a su espalda, afianzando sus uñas con ímpetu, sin importarle si lo lastimaba, tenía enrollada sus piernas alrededor de su cintura, permitiéndole más libertad de movimiento y aumentando la capacidad de profundidad. Lo sentía en su vientre, superando las barreras conocidas.
- ¡Sí! – exclamo ella. Extasiada del más primitivo y placentero placer del mundo. Él tomo un lado de sus caderas y comenzó a embestir con más fuerza, saliendo de su interior e introduciéndose sin cuidado en ella. - ¡Ahh! – jadeo la castaña. Lo había sentido en todo el cuerpo, hasta su cabello sintió la electrificación.
- Di mi nombre – ordeno mirándola fijamente, perdiéndose en la mirada incendiada de esa castaña. Ahogándose en los ojos miel que lo miraban oscurecidos, oscurecidos de placer, incendiados de goce y deleite. El iris de la mujer tenías brazas hirvientes brillando, pequeñas pinceladas doradas que parecían irradiar fuego hasta él. Era tan estrecha. – Joder – dijo al sentir como ella contraía sus paredes y apretaba sus piernas alrededor. Estaba a punto de venirse dentro de ella.
- ¡Malfoy! – exclamo. De nuevo estaba siendo recibida por todos los dioses, los antiguos, nuevos y herejes. Los del viejo mundo y los que saludaban este. Comprimió su interior, apretando el miembro del rubio en el proceso, no podía aguantar más. Se aferro a su espalda con más potencia clavando sus uñas y dejando unas marcas que seguro el rubio sentiría con énfasis la mañana siguiente. Se inclino hacía él, atrapando sus labios en un beso impasible, demostrándole todo el placer que estaba sintiendo en ese momento al ser llevada de nuevo por él al paraíso, y es que los movimientos erráticos de él habían hecho que la presión aumentara en su interior y también en su sensible e hinchado clítoris.
- Mi nombre – su voz ronca sonó tajante. Pronuncio cada palabra pegado a los labios inflamados de la castaña. Las penetraciones volvieron con más fuerza, estaba a punto de llegar. Las contracciones de la mujer apretaban su miembro de una manera inhumana, demasiado placer. La castaña lo miro a los ojos con profundidad, clavándose en algún lugar que el rubio pensaba ya no existía. Sus frentes estaban unidas al igual que sus narices, mientras ella se aferraba a su espalda y el apretaba sus caderas y su seno. Los apretó con fuerza cuando sintió la tensión en su cuerpo aumentar, una presión se acumulaba en sus testículos, tensándolos hasta llevar con fuerza la presión a su pene.
- Draco – dijo ella de pronto y el sonido de su nombre en sus labios fue la bienvenida a su placer, la culminación de ese encuentro que les había llegado de casualidad y del cual seguro se arrepentirían a la mañana siguiente.
- Hermione – replico él. Su labio se adueño del de ella y ella juro que le dislocaría la cadera por la fuerza que implementaba en su agarre pero no se quejo, solo gimió contra sus labios al mismo tiempo que él gruñía contra los suyos. Su nombre sonaba diferente cuando él lo decía, él sabía cómo pronunciarlo, como gesticular cada silaba. No podía creer que por ese simple hecho estuviera llegando de nuevo al placer, uniéndosele en la excursión a los lindes del universo donde nadie conocía el orgasmo y ellos fueron a gritarlo con arrogancia. Sentía la explosión esparcirse en su interior, en su cavidad vaginal inundándose con la sustancia vital caliente y espesa del rubio. Estaba extasiada, no podía sentir nada más. Nunca había sentido tanto en una sola noche, nunca.
La relajación llego después de unos minutos en los que permanecieron unidos, tratando de equilibrar sus estados fisiológicos, se besaban con calma con una ternura repetida que descolocaba a la castaña, no pensaba que con tanta furia y salvajismo el platino podría ser también delicado o tierno en algunos momentos pero si lo era, la besaba con calma, acariciando con su lengua sus labios y luego danzando sutilmente con su lengua.
Draco se recostó unos instantes sobre ella, escuchando su corazón bombear más rítmicamente sus latidos, la sentía acariciar su espalda con sus dedos, pequeñas espirales imaginarias hechas con delicadeza.
Después de unos minutos que parecieron muy cortos se levanto de ella, con un movimiento de varita limpio el cuerpo de la castaña que aún se mantenía recostada en el escritorio, incapacitada para moverse. El rubio sonrió al darse cuenta que sus piernas temblaban levemente todavía y su pecho subía y bajaba con más velocidad de lo normalmente aceptado. Abotono su camisa y con otro movimiento de varita arreglo su corbata. Coloco sus bóxers y pantalón en su sitio, movimiento de varita y la camisa quedo sin arrugas y metida adecuadamente dentro de sus pantalones.
- Debes pararte – dijo él. La veía allí viendo al techo con las mejillas ruborizadas, los labios entreabiertos y aunque sonara como una locura, le provocaba volver a internarse en su…
- Lo sé – respondió ella, callando sus pensamientos pecaminosos y placenteros – no puedo moverme – dijo apenada. Le causo gracia ver como la sangre subía a sus mejillas arrebolándola aún más.
El platino hizo el trabajo por ella, la vistió con magia y arreglo lo que más pudo su cabello pero no pudo hacerle el moño que había llevado al principio de la fiesta, así que solo lo dejo suelto pero manejable. Intento apaciguar el rubor de sus mejillas pero era imposible, estaban rojas, recibiendo mucho riego sanguíneo.
- Tenemos que irnos – explico él. Que incomodo era ahora todo. El calor se estaba difuminando poco a poco. Ella asintió, sin mirarlo a la cara, estaba sentada en el escritorio y con dificultad se afianzo al suelo que no estaba segura fuera completamente solido.
- Ojala pudiera desaparecerme de Hogwarts – dijo ella. Draco carcajeo. El aspecto de la castaña era peor que el suyo, estaba seguro.
- ¿Le digo a la chica comadreja que venga por ti? – Hermione negó de inmediato.
- No seas memo – critico – no me pueden ver así. ¿Qué van a pensar?
- Que tuviste muchos orgasmos y tuviste el mejor sexo del mundo – la castaña rodo los ojos. Que insolente y cara dura.
- No te des aires, no fue para tanto.
- Tus gemidos, humedad y sonidos no están de acuerdo contigo – sentencio él, enumerando cada uno con sus dedos.
Hermione lo miro con rabia pero no la suficiente porque solo se gano una sonrisa ladeada del rubio y un ademán de manos haciéndose el inocente – Eres un idiota, me voy – aviso ella dirigiéndose a la puerta del aula – Adiós, Malfoy. – Draco la miro caminar hacia la puerta, observándole el culo que se veía jodidamente grande con ese vestido entallado de color rojo pasión como toda ella.
- Mejor era cuando decías mi nombre de pila, gritabas, perdón – dijo él como si nada. La castaña lo miro sobre su hombre y sonrió.
- Gánate que repita tu nombre de nuevo entonces – respondió altiva, orgullosa y sonrojada – Y deja de verme el trasero – y salió del salón. Un salón que habían usado hacía mucho tiempo de una manera completamente diferente. Draco sonrió.
¿Quién diría que Draco Malfoy después de 5 años de haber terminado el colegio se acostaría con Hermione Granger en un aula de pociones, mientras todo el mundo estaba en el gran comedor, celebrando? Nadie. Estaba seguro que nadie jamás habría imaginado aquello. Ni siquiera él o ella.
Sus ancestros debían estar revolcándose en las tumbas pero no le importaba. Había tenido el mejor sexo de toda su vida con esa leona que había considerado insufrible por muchos años, que había odiado infantilmente por asuntos sin importancia real y que ahora ¡Merlín! De verdad que tenía un buen trasero.
Camino hacia la puerta, ya había pasado un tiempo. No hacía falta seguir divagando en su mente sobre pensamientos que no servían de nada. Una prenda negra le llamo la atención justo al llegar a la puerta, descansando allí a un lado de la madera desgastada.
- Hola hermosa – saludo él. La antigua prenda íntima que había cubierto el hemisferio sur de la castaña, la que él había desgarrado estaba allí. Olvidada. Que mala educación sería que la dejara allí, con una sonrisa y un brillo en sus ojos la guardo en el bolsillo interior de su saco. – Que buena fiesta, que buena fiesta – repitió varias veces antes de salir con una sonrisa tan inmensa que nadie reconocería que él es Draco Malfoy. El aristócrata por excelencia del mundo mágico. Sangre pura más sensual. Hombre codiciado. Millonario insuperable y filántropo recién conocido.
.Continuara.
