-Lastímame-.
Eso fue toda la explicación que obtuvo como orden. Y luego una breve súplica:
-Quiero que me toques, y sentir dolor…-
Nada se hizo esperar. No había tiempo. Su amo ordenaba y él obedecía como fiel sirviente. Como un vil demonio, y dedicado amante.
Rasgó la ropa de manera salvaje, arañando en ello la blanca piel bajo el tacto de sus filosas uñas negras. Un cuerpo tan puro, para un alma tan corrompida… que delicioso.
Sebastian se deshizo velozmente de las prendas de dormir de Ciel, que se vieron reducidas a meros jirones. Era un fino pijama, de delicada seda, pero eso ahora ya no importaba.
Besó al joven con tal pasión y brutalidad que abrió heridas en sus finos labios, haciéndolo sangrar finamente. Lamió el líquido carmesí obtenido, con gusto, mientras sus manos seguían recorriendo y explorando, buscando lugares que nunca se le había permitido tocar antes.
-Ahh- gimió el pequeño conde. – ¡Más! ¡Más dolor!
El demonio tomó las muñecas del otro, levantándole los brazos por sobre su cabeza, sin el menor de los cuidados, y apretó con fuerza para mantenerlo inmóvil. Besó, lamió y mordió la piel del cuello, y clavó sus colmillos repetidamente generando varias nuevas heridas.
Tomó con la mano libre el miembro el pequeño y comenzó a masturbarlo de forma firme y continua. Arriba, abajo, arriba, abajo… apretando un poco más, robando la respiración entre besos y gemidos.
-¿Duele lo suficiente, bocchan?-
-Aun no… más dolor, dame más…-
Sebastian se quitó su propia ropa rápidamente, y volteó a Ciel como si fuera un pequeño muñeco de trapo, dejando sus caderitas levantadas. Se colocó a la altura de su entrada, y lo embistió sin más preparativo alguno.
Se oyó un aullido de dolor, y alguna súplica sin sentido, pero eso no lo hizo detenerse, pues estaba tan embebido en la sangre y la excitación, que no podría haberlo hecho ni aunque lo deseara.
Se adentró más y más en la suave carne, sintiendo como lo desgarraba todo a su paso. Lo delicioso y cálido que se hallaba allí. Nunca experimentaría algo más perfecto…
Ciel Phantomhive se encontró levemente a gusto, sintiéndose tan humillado, y aunque el dolor le acalambraba los músculos del cuerpo y hacia saltar lágrimas de sus ojos, continuó mordiendo la almohada en pasivo silencio.
El mayordomo continuaba penetrándolo violentamente, y mordía su espalda o tiraba de sus cabellos, mientras menguaba un poco el dolor masturbándolo, pero nunca lo suficiente.
Cada vez que Ciel sentía cerca el clímax, se detenía para continuar momentos después, y si este deseaba auto complacerse tampoco le dejaba.
Le hizo aguantar lo más que pudo, hasta que finalmente se vino manchando su estómago y la mano de Sebastian en el trayecto.
El de cabellos azabaches envistió un par de veces más y luego salió del pequeño sin previo aviso, girándolo nuevamente. Metió su miembro dentro de la delicada boquita, ya tan lacerada, y le obligó a llevar un ritmo duro, que lo hacia atragantarse.
Finalmente terminó en su boca, y el líquido blanquecino, escurrió por las comisuras con algo de sangre nueva de las anteriores heridas.
Sebastian se apartó, y comenzó a vestirse con calma, y en silencio. Ciel quedó tumbado en posición fetal, sangrando por las múltiples heridas y apenas pudiendo respirar.
-¿Necesita algo más, bocchan?-
-Por hoy está bien. Puedes retirarte, Sebastian-
La última frase retumbó en el silencio, de la solitaria habitación. Él, ya no estaba ahí…
