Como todo lo bueno, la luna de miel también se ha terminado. Ya es hora de ponerse a trabajar de nuevo en todos los ámbitos y por fin le toca a Fanfiction con su ración semanal de los domingos. Os presento mi nuevo fanfic, titulado Inocencia. Este va a ser un fanfic largo y, como de costumbre, publicaré todos los domingos si nada me lo impide. Espero que os haya ido todo muy bien en este período de ausencia y que disfrutéis de este nuevo fanfic que se inicia con el que creo que es el prólogo más largo que he escrito nunca.


Prólogo:

A Inuyasha Taisho no le gustaba nada ese lugar. Si se encontraba allí era porque tenía entre manos una importante compra de fincas para la creación de unos chalets de lujo con piscina, pista de golf y paddle. Sin embargo, el lugar le parecía aburrido, soez y extremadamente tranquilo. Tan tranquilo que se estaba poniendo de los nervios por la falta de acción. Su coche, un magnífico Mercedes edición de lujo color rojo, era el único coche que circulaba por la carretera. Todo el mundo caminaba en ese pueblo.

Después de cinco años abriéndose camino entre las empresas de mayor cotización desde su graduación en la universidad, había logrado uno de los puestos de más alto nivel en una gran multinacional. Ganaba al mes mucho más dinero del que podía gastar, cada semana tenía una modelo diferente en su cama, tenía un piso de lujo en el centro, su coche era el mejor del mercado, su reloj valía más que el sueldo de una persona de clase media al año. Además, acababa de comprometerse con Kikio Tama, la hija de uno de los hombres más ricos del mundo. Ella lo haría de oro y no tenía por qué saber que se veía con otras mujeres.

Ajustó el espejo retrovisor y se miró. En el colegio fue motivo de burla por su extraño color de ojos y de cabello. Había nacido con el cabello plateado, un color que brillaba con el sol. Sus ojos eran dorados, casi del color del oro. De niño fue el rarito de la clase, pero, de adulto, las mujeres empezaron a pegarse a él como las moscas a la miel. Se cortaba todos los meses el pelo en la misma peluquería para mantenerlo tupido sin llegar a tener greñas. Nunca cometería esa estupidez de depilarse las cejas. Los hombres tenían que tener cejas espesas, no cejas finas de mujer. Iba al gimnasio entre dos y cinco veces por semana para mantenerse en forma y salía a correr todas las mañanas excepto cuando estaba de viaje de negocios.

Muchos dirían que la vida le sonreía. Lo tenía todo, todo lo que podía desear, y, aun así, sentía que algo le faltaba. Sentía que cada día moría un poco más por dentro. Sentía que todo cuanto tenía jamás era suficiente para llenar ese vacío en su corazón. Aunque, claro, ¿realmente poseía corazón?

Contempló el anillo en su dedo y masculló una maldición. El señor Tama insistía en que ambos llevaran un anillo de compromiso hasta poner las alianzas. No le expresó en voz alta, pero sabía que lo que pretendía el señor Tama era atarlo en corto. Sabía que no le sería fiel a su hija, que no la quería. Ahora bien, la niña tonta de su hija estaba enamoradísima de él y su padre le daría cualquier cosa que quisiera. Él, a cambio, también recibiría cuanto quisiera. Si solo Kikio hubiera sido menos caprichosa y estúpida y algo más atractiva, tal vez pudiera haberle sido fiel por lo menos hasta después de haberse casado.

Levantó la vista justo a tiempo para frenar y evitar atropellar a una colegiala. Por fin algo de acción en ese pueblo, y podría haber acabado en la cárcel a cuenta de la misma. La colegiala se detuvo asustada por el rápido frenazo a unos centímetros de ella y lo contempló temblorosa. Él también estaba tembloroso, pero por otro motivo muy diferente. Su corazón latía. Algún resorte se había activado al ver a la muchacha y algo había empezado a funcionar en su pecho. Algo que nunca antes había experimentado.

Era preciosa. El cabello azabache de rizos naturales brillaba al sol lanzando destellos azulados. Su tez blanca y nívea parecía suave y tersa. Tenía unos bellísimos ojos color chocolate enmarcados por femeninas pestañas largas y unas cejas finas perfectamente perfiladas. Sus labios rojos y carnosos lo llamaban.

El momento fue solamente eso. El ángel apretó los libros que cargaba contra su pecho y terminó de cruzar la carretera sin volver la vista atrás. Se dijo a sí mismo que tenía que dejarlo pasar, que solo era una niña y que destrozaría su vida. Sí, su cerebro lo intentó con todas sus fuerzas, pero sus malditos testículos ganaron la batalla. Ajustó las marchas, se acercó a la acera, bajó la ventanilla y se adaptó al ritmo de la muchacha.

— ¡Disculpa! — la llamó.

Al escucharlo, se detuvo y lo miró con desconfianza. Hacía bien en no fiarse de un tipejo como él.

— Siento lo que ha pasado ahí. — se disculpó poniendo su voz más tierna y sosegada — Estaba pensando en otra cosa y…

— No pasa nada.

Su voz le sonó a canto celestial. Se la imaginó gimiendo y jadeando... El lívido se le subió tan rápido como ella reinició la marcha, dando por terminada la conversación.

— ¡Espera!

Era un maldito hijo de puta. Tendría que tomárselo como que fue rechazado, dar media vuelta y largarse por donde había venido. Era solo una niña. No haría nada de eso. Él era un desgraciado, un bastardo, un asaltacunas y nunca había sentido el menor remordimiento por el daño que le causaba a las mujeres con las que se acostaba. ¿Por qué iba a importarle entonces? Solo era una más en su interminable lista de amantes.

La muchacha volvió a detenerse y le dirigió la misma mirada de desconfianza.

— Verás... — intentó explicarse — Soy nuevo por aquí. He venido por trabajo y estoy algo perdido. No me vendría mal un poco de ayuda…

— ¿Ayuda?

Había dado justo en el clavo. Por el tono de su voz y el cambio repentino en su mirada, adivinó que era una muchacha voluntariosa. Ya sabía cómo atraer a su presa.

— Sí, estoy teniendo algunos problemas y no tengo mucho tiempo. Si no logro terminar hoy con esto, mis jefes podrían…

Estaba mintiéndole a una cría para tirársela. Iría al infierno por ello, pero, total, ya estaba condenado de todas formas, así que mejor pasarlo bien antes. Insinuar que su puesto peligraba si no conseguía hacer algo que ya había hecho, era propio de un auténtico cerdo.

— ¿Qué puedo hacer para ayudarle? — dijo ella al fin — Yo ya he terminado con las clases por hoy…

— Sería estupendo si pudieras guiarme y enseñarme esto un poco. — le sugirió — Puedes montar a mi lado en el coche.

Volvió a dudar. Giró la cabeza como si estuviera intentando averiguar si alguien la vigilaba, se mordió el labio inferior con nerviosismo y, finalmente, agarró el asidero de la puerta.

— De acuerdo.

La presa entraba en la boca del lobo lenta y dulcemente. ¿Acaso sus padres no le enseñaron que no debía montar en un coche con un desconocido? Si era tonta como para hacer semejante estupidez, se merecía que le sucediera cualquier cosa. Él jamás habría permitido que una hija suya hiciera semejante tontería, si es que algún día tenía una. La idea lo horrorizaba en esos momentos. ¿Otro ser como él? El mundo ya tenía de sobra con un encantador de serpientes.

Echó los cerrojos de las puertas. No para asustarla o porque pensara que ella iba a salir corriendo. En la ciudad cogió esa costumbre debido a los robos que podían producirse en plena carretera, esperando a que el semáforo cambiara de color. Puso en marcha el coche y condujo despacio, siguiendo sus indicaciones y haciendo como que le interesaba lo que ella le estaba contando. A él solo le interesaba desnudarla. Tenía unas piernas perfectas para enroscarlas entorno a su cintura, pechos que llenarían sus manos, una cintura diminuta propia de la tierna edad. Ya se estaba relamiendo de solo pensar en el gran momento.

— Por ahí está el colegio del pueblo. Allí se estudia hasta el bachiller, no tenemos más colegios.

Y era público a juzgar por su atuendo. Ropa de calle, normal. Unas sandalias, una minifalda vaquera que le sentaba estupendamente y una camiseta de algodón de Hello Kitty. No comprendía por qué estaba tan de moda esa gata.

— Ese es el polideportivo. — lo señaló — Yo hago gimnasia rítmica allí.

Gimnasia rítmica. Seguro que era tremendamente flexible entonces. Cada vez le gustaba más esa chica.

— Por ahí está la calle principal. Es allí donde más tiendas se pueden encontrar.

De eso no le cabía ni la menor duda porque apenas se había cruzado con un par de tiendas desde que llegó. La joven continuó hablando, sin notar que él no la escuchaba. Solo podía contemplar sus labios moviéndose e imaginar el gran momento.

Detuvo el coche frente a un semáforo, donde pasaron varios grupos de madres con sus hijos y trabajadores que volvían a su hogar. Todos lo miraban con curiosidad, era así desde que llegaron, pero hubo un ligero cambio. De repente, también miraban a Kagome y cuchicheaban. Desde luego, no eran nada tontos. Todo el mundo sabía exactamente lo que pretendía de la muchacha menos ella. La joven seguía hablando, sin percatarse de lo que estaba sucediendo a su alrededor, con la inocencia de una niña.

— … y nos han puesto por parejas. A mí me ha tocado con un chico y ha sido raro… — se quejó — No hacía más que golpearme con el balón…

Eso último que escuchó logró llamar su atención. ¿Un chico? ¿Balón? Se decidió a atreverse a hacer la gran pregunta.

— ¿Qué edad tienes?

— Catorce.

Catorce años. Era muy niña. Muy, muy, niña. No podía hacerle eso a una niña tan pequeña. Por una maldita vez en su vida, tenía que hacer lo decente y llevarla a su casa para que estuviera a salvo entre los brazos de sus padres. Era una niña a la que un chico había golpeado con un balón para demostrarle que le gustaba. Ni siquiera se habría tomado la mano con un chico en toda su vida. Creyó que tendría dieciséis o diecisiete años al verla; eso le había parecido. No podía acostarse con una niña.

— E- Esto… — ni siquiera sabía su nombre — No me has dicho tu nombre.

— Kagome. — le contestó — Kagome Higurashi.

— ¡Qué bonito! — en verdad lo era — Yo soy Inuyasha Taisho. — se presentó entonces — Muchas gracias por tu ayuda. ¿Qué tal si te llevo a casa por el favor?

— Sería estupendo. — sonrió — Gracias.

Bien, eso era justo lo que debía hacer: llevarla a su casa y no volver la vista atrás.

— Vivo fuera del pueblo, por lo que tengo que andar mucho todos los días.

— ¿Dónde vives?

— Mis padres tienen una pequeña granja y una huerta. Dicen que, cuando sea más mayor, podré usar la camioneta para ir al pueblo. Mi padre me lleva todas las mañanas a clase, pero no puede recogerme por la tarde.

Una chica de pueblo de los pies a la cabeza. Demasiado inocente. En ese sitio, no había cerdos como él sueltos. Dejó que la muchacha le indicara el camino y por fin salieron del pueblo a campo abierto. Los alrededores estaban llenos de campos de girasoles; era precioso.

— ¡Mira! — señaló algo a través de la ventanilla — A veces voy a ese molino de allí a pasar el rato los fines de semana. Es precioso y tiene unas vistas estupendas.

Su cerebro perdió el control de su cuerpo en ese instante. Detuvo el coche, abrió los cerrojos de las puertas y respiró hondo.

— ¿Por qué no me lo enseñas? — preguntó con la voz grave, deseosa.

— ¡Claro!

Kagome salió con una sonrisa de oreja a oreja del coche; él fue detrás. Cerró bien el coche y la siguió a través del campo de girasoles. El lobo se iba a comer a la niña aunque supiera que eso estaba muy mal. La niña se lo estaba poniendo demasiado fácil, tanto que sería un idiota si rechazara esa gran oportunidad.

El molino era viejo y estaba ruinoso a decir verdad, pero era lo bastante íntimo y cómodo para lo que tenía planeado. Además, el cielo se estaba oscureciendo a ritmo acelerado. Dentro de poco, llovería y tendría la excusa perfecta para ataparla allí adentro con él. Le daba temor dejar su Mercedes abandonado al lado de la carretera, pero allí no le sucedería nada. No era lo mismo que dejarlo a las afueras de la ciudad.

Entró en el molino detrás de ella y dejó que se lo enseñara, que le contara todas sus historias infantiles en ese lugar. Lo mejor era tenerla bien contenta para lo que tenía planeado. Aunque gritara, no pensaba detenerse. Justo cuando llegaban a lo más alto y le enseñaba la vistas que eran tan hermosas como ella le prometió, estalló la tormenta. Tuvieron que dar unos pasos hacia atrás para evitar que la lluvia los empapase.

— Esto ocurre a veces en verano… — musitó ella — Siento que haya sucedido en tu visita.

Inuyasha no lo sentía en absoluto. A continuación, vio a la muchacha consultar su reloj de muñeca.

— Mis padres estarán preocupados…

Si supieran que estaba allí con él, se preocuparían más si era posible. De espaldas a él, la vio abrazarse por el frío y frotarse los brazos. ¿Tenía frío? Pues él se lo iba a quitar del todo. Atacó. La atrapó entre sus brazos y tiró de ella arrastrándola hacia la zona más oscura sin hacer caso de sus preguntas. Debía reconocer que, al principio, se resistió, tal y como hacían todas, pero, después, se deshizo en sus brazos. Ninguna mujer se le resistía, era algo que había ido aprendiendo a medida que se iba haciendo mayor. Kagome Higurashi no sería la primera.

— ¿Y cómo te sentiste después de aquello?

Regresó a la realidad justo en ese momento. No recordaba aquello desde hacía años.

— Me sentí bien.

— ¿No hubo remordimientos?

— Ninguno.

Nunca se arrepintió de lo que hizo con Kagome Higurashi. Disfrutó mucho de aquel encuentro sexual. Después, la llevó a su casa y adivinó que la niña estaba perdidamente enamorada de él, pero no le dio nunca ninguna esperanza. La dejó allí sin decirle ni una sola palabra, observando cómo su madre se tiraba sobre ella preocupaba mientras le lanzaba a él una mirada asesina. Su madre sabía bien lo que acababa de suceder. Ambos tenían la marca del sexo sobre la piel.

Se marchó y no miró atrás ni una sola vez. Sabía que Kagome lo esperó, no necesitaba que nadie se lo dijera. Tenía toda la pinta de que todos los días lo esperaría mientras que él continuaba con su vida como si nada. Con Kagome fue diferente y la recordó durante más tiempo del que le gustaba admitir. Semanas más tarde, en su apartamento, con la última Miss Universo, su cuerpo no quiso acostarse con ella por más que intentara forzarlo. Desde ahí, empezó la cuesta abajo en su vida. Pensaba que había destrozado a esa niña, pero, en verdad, fue ella quien lo destrozó a él. No podía acostarse con otras mujeres y su ventajoso compromiso con la heredera Tama se rompió después de que vieran salir a la Miss Universo de su apartamento. No hizo nada con ella, por una vez era inocente de delito, pero nada de eso sirvió para hacerles cambiar de opinión a los Tama.

Desde entonces, se refugió en su trabajo, en lo único que le quedaba en el mundo. Sin embargo, en los últimos meses, el trabajo no bastaba; nada bastaba. Como último recurso, acudió a la consulta de psicología en la que se encontraba en esos momentos. Le había contado todo desde su infancia. El psicólogo le hacía preguntas sobre los sucesos, anotaba en ese cuaderno que lo ponía de los nervios y quedaban para verse otro día. Había relegado a Kagome al rincón más oscuro y alejado de su mente. Después de seis años, ella volvía a salir a la luz con más fuerza que nunca. ¿Por qué le hizo hablar de Kagome? De repente, no se la podía quitar de la cabeza; era como un virus que le estaba atacando, cegando sus sentidos. O, más bien, los enriquecía. La veía, recordaba su tacto en las manos, su olor, su sabor…

— Hacía años que no pensaba en ella… — musitó.

— ¿Por qué? — le preguntó el psicólogo — Dice que no se sintió mal, que no hubo remordimientos.

— No…

— Entonces, ¿por qué ella ha sido tan importante como para haberse tomado tantas molestias en apartarla?

Sí, ¿por qué? Era solo una niña, nada más.

— No lo sé…

— ¿Alguna vez ha vuelto a verla?

— ¡No!

Se juró que nunca jamás volvería a ese pueblo. Cuando inauguraron su gran proyecto dos años atrás, ni siquiera se presentó por allí. Quería evitar por todos los medios que volvieran a cruzarse. Ya le había causado bastante daño a esa niña.

— ¿Qué siente por Kagome Higurashi?

— Hizo latir mi corazón…

Esa era la única respuesta posible a aquella pregunta. No fue tanto el sexo lo que llamó su atención, como aquel detalle de su corazón. Kagome lo hizo sentir vivo con tan solo una mirada, y lo quiso todo de ella. Quiso que le hiciera sentir vivo por completo. Quería ver el mundo tal y como lo veía ella. Quería respirar su mismo aire y sentir que algo en su pecho latía.

— Creo que acabamos de encontrar la raíz de su problema señor Taisho.

¿Kagome era la raíz de su problema? ¿Tanto daño pudo hacerle una niña que ni quisiera había besado por primera vez antes de conocerlo a él?

— ¿Cómo…?

— Se siente culpable, es más que evidente. Hizo algo que estaba mal y usó de excusa su supuesta naturaleza malvada para evitar los remordimientos.

Nada de supuesta naturaleza malvada. Él era malvado. Nunca en toda su vida había hecho algo bueno por nadie. Solo sembraba la discordia allí por donde pasaba y Kagome no fue más que otra víctima inocente.

¿Cuándo te vas? — le preguntó Kagome desnuda, aún entre sus brazos.

Ahora.

¿Tan pronto? — vio lágrimas en sus ojos — No, por favor…

Tengo que irme.

Desde luego, tenía que irse. Tenía prisa por soltarla antes de que no fuera capaz de hacerlo. Le asustaba el compromiso y, más aún, le asustaban las consecuencias de haberse acostado con una menor de edad. Podrían meterlo en la cárcel perfectamente y perdería todo por lo que había luchado. No estaba dispuesto a jugársela así por una niña de catorce años por muy placentero que le hubiera resultado el acto.

— ¿Se ha enamorado alguna vez?

— No, nunca.

— ¿Está seguro?

Ese maldito psicólogo estaba logrando ponerlo de los nervios. Si decía que no, era que no. ¿No estaría insinuando que él estaba enamorado de una muchachita de catorce años? Solo era una cría.

— Completamente.

— Bueno, si usted lo cree… — pasó la hoja de su cuaderno — ¿Se ha planteado alguna vez ir a buscarla?

Como un millón de veces o tal vez más. Nunca sucumbió a sus deseos, sobre todo en esas terribles primeras semanas tras la separación, pero estaba ahí. Con el tiempo, aprendió a reprimirlo y ya casi no lo sentía hasta ese momento, hasta que volvió a recordar.

— Debe tener ya veinte años… — musitó — Tendrá novio o se habrá mudado a una ciudad para estudiar o…

— ¿Y? — lo retó el psicólogo — No necesita que esté soltera para disculparse con ella.

— ¿Disculparme con ella? — se incorporó sobre el diván con incredulidad — ¿Cree en serio que todos mis problemas se arreglarán disculpándome con ella?

— No. — contestó de forma tajante — Creo que ese solo será el inicio para solucionar todos sus problemas. Necesita verla, eso está claro. Vaya a pedirle disculpas y deje que surja lo que tenga que surgir.

— Kagome me odiará…

— Y tendrá razones para odiarlo, pero no podrá vivir en paz hasta que se reencuentre con esa muchacha.

Así fue como terminó aquella consulta. Regr3esó a su casa aún trastornado por lo sucedido en la consulta del psicólogo y pasó el resto de la tarde sentado en el sofá, pensando en qué debía hacer. Cuando quiso darse cuenta, se encontraba preparando la maleta.

Continuará…