Con la historia de Haruki Murakami y los personajes de Stephenie Meyer: "Galletas de Miel"
1/2
Happy Reading!
XXX
– Y el osito Joseph había recogido tanta, tanta miel que no se la podía comer toda, y entonces fue a venderla a la ciudad que estaba al pie de la montaña. Porque Joseph era un genio recogiendo miel.
– ¿Y cómo puede ser que un oso tenga un recipiente donde guardar la miel? – preguntó Renesmee.
Edward se lo explicó.
– Era por casualidad. Un día se lo encontró tirado por el camino y lo recogió pensando: "¡Mira! Quizás algún día me sirva para algo".
– ¡Y le sirvió mucho!
– Pues sí. El osito Joseph entró en la ciudad y encontró un puesto en la plaza. Plantó un cartel donde ponía: "Deliciosa Miel Natural: A 2 monedas el vaso", y empezó a vender la miel.
– ¿Los osos saben escribir?
– No. Los osos no saben escribir – dijo Edward –. Joseph se lo pidió por favor a un señor que había por allí y el señor se lo escribió con un lápiz.
– ¿Y los osos saben contar dinero?
– Si. Joseph había crecido entre personas y había aprendido a hablar, a contar el dinero y todas esas cosas. Porque Joseph era un osito muy listo.
– ¿Así que era un poco diferente de los osos normales?
– Sí, era algo distinto de los osos normales. Joseph era un osito especial. Por eso los otros osos, que no eran especiales, lo trataban mal. Lo dejaban de lado.
– ¿Lo dejaban de lado? ¿Y qué es "dejar de lado"?
– "Dejar de lado" es como cuando dicen: "¿Y ése quién se cree que es? ¡Vaya! ¡Es un bicho raro!", y nadie quiere ir con él. No le hacen caso, ¿sabes? A Joseph lo odiaba, en especial, Bruno, el más tonto de todos.
– ¡Pobre Joseph!
– Sí, ¡pobre! Encima, como tenía aspecto de oso, los hombres pensaban: "De acuerdo. Sabe contar y sabe hablar pero, al fin y al cabo, es sólo un oso". O sea, ni los humanos ni los animales lo aceptaban.
– ¡Pobre Joseph! – se lamentó nuevamente Renesmee – Entonces, ¿Joseph no tenía amigos?
– No. No tenía amigos. Como los osos no van a la escuela, no tienen ningún lugar para hacer buenos amigos.
– Pues yo, en el jardín de niños, sí tengo amigos.
– Pues claro, Ness – dijo Edward – Claro que tienes amigos.
– Y tú, tío Edward, ¿tú tienes amigos?
Aunque Edward no era el tío verdadero de Renesmee, ella siempre lo llamaba así. Después de todo, él la conocía desde que nació.
– Tu papá, Renesmee, es mi mejor amigo desde hace muchos, muchos años. Y tu mamá es igual una muy buena amiga.
– ¡Qué bien que tengas amigos!
– Por supuesto – dijo Edward – Es una suerte tener amigos. Tienes razón.
Antes de que Renesmee se durmiera, Edward solía contarle historias que se iba inventando sobre la marcha. Cada vez que no entendía algo, Renesmee le hacía una pregunta. Edward iba aclarando sus dudas, una detrás de otra, con todo detalle. Como las preguntas estaban cargadas de interés, a medida que pensaba cómo responderlas, iba ideando la continuación de la historia.
Bella trajo leche caliente.
– Estábamos hablando del oso Joseph – informa Renesmee a su madre – Joseph era un genio recogiendo miel, pero no tenía amigos.
– ¡Vaya! ¿Y Joseph era un oso muy grande? – Le preguntó Bella a Renesmee.
Renesmee miró el rostro de Edward con inquietud.
– ¿Era muy grande Joseph?
– No, no mucho – dijo Edward – Era más bien pequeño. Más o menos como tú, Ness. Y era un osito muy tranquilo. Cuando escuchaba música, nunca ponía punk o heavy metal, ni cosas por el estilo. Solía escuchar a Debussy, él solo.
Bella tarareó la melodía de "Claro de Luna".
– Y la música, ¿cómo podía escucharla? ¿Es que Joseph tenía un iPod o algo así? – le preguntó Renesmee a su tío Edward.
– Se encontró uno tirado por ahí. Lo había recogido y lo había llevado a su casa.
– ¿Tantas cosas buenas hay tiradas por la montaña? – repuso Renesmee con tono suspicaz.
– Eso era porque la montaña era muy alta y empinada, y los escaladores terminaban agotados y sin fuerzas, y entonces iban arrojando todas las cosas que les sobraban a un lado del camino. "¡Ya no puedo más!", decían. "¡Cuánto pesa! ¡Uf! ¡Cuánto pesa! ¡Voy a morir! Este recipiente no lo necesito. ¡Fuera! Y este iPod tampoco". Por eso Joseph encontraba tantas cosas tiradas a los lados del camino.
– Entiendo muy bien cómo se sentía – dijo Bella – A veces, a mí también me entran ganas de tirarlo todo.
– ¡Pues a mí no!
– Es que tú eres una avariciosa, Nessie – dijo Bella.
– ¡No! ¡Yo no soy avariciosa! – protestó Renesmee.
– Es que Renesmee todavía es pequeña y tiene mucha fuerza – Edward dulcificó la expresión – Pero tienes que beberte la leche pronto, Ness. Y entonces te contaré cómo sigue la historia del osito Joseph.
– ¡De acuerdo! – dijo Renesmee. Agarró el vaso con ambas manos y se bebió la leche caliente con cuidado – Pero… Oye, tío Edward, ¿cómo es que Joseph no hacía galletas de miel y las vendía? Los habitantes de la ciudad habrían estado más contentos si hubiera vendido galletas y no sólo la miel.
– Es una buena idea. Así habría ganado más dinero – dijo Bella sonriendo.
– Abrir nuevos mercados por medio del valor añadido. Cuando crezca, esta niña será una buena empresaria – le dijo Edward a Bella.
XXX
Ya casi eran las dos de la madrugada cuando Renesmee volvió a la cama y logró conciliar el sueño. Tras cerciorarse de que la niña dormía, Edward y Bella se sentaron, uno frente al otro, a la mesa de la cocina y compartieron una lata de cerveza. Bella bebía poco y Edward tenía que conducir de vuelta a su departamento.
– Lamento haberte llamado a estas horas – dijo Bella – Es que no sabía qué hacer. Estaba rendida, desconcertada y no se me ha ocurrido nadie más que pudiera calmar a Nessie. Porque a Emmett no puedo llamarlo, claro.
Edward asintió, bebió un trago de cerveza, tomó una galleta salada y se la comió.
– Por mí no te preocupes. Me quedo despierto hasta el amanecer y, por la noche, las calles están vacías. No me cuesta nada venir.
– ¿Estabas trabajando?
– Más o menos.
– ¿Estás escribiendo algo?
Edward asintió.
– ¿Va bien?
– Como de costumbre. Son unos cuentos. Me los publicarán en una revista literaria. Total, no va a leerlos nadie.
– Yo leo todo lo que escribes, absolutamente todo.
– Gracias. Eres muy amable – dijo Edward – Sea como sea, el cuento, como género literario, se está quedando más pasado de moda que unas tristes hojas de cálculo. Pero eso es lo de menos. Hablemos de Ness. ¿Le ha sucedido otras veces lo mismo que esta noche?
Bella asintió.
– Decir que le ha ocurrido otras veces es quedarse corto. Últimamente le sucede casi todos los días. Se despierta de golpe a medianoche presa de un ataque de ansiedad. Durante un rato no puede dejar de temblar. Por más que intente calmarla no para de llorar. No sé qué hacer.
– ¿Tienes alguna idea de cuál puede ser la causa?
Bella bebió lo último de la lata de cerveza y permaneció unos instantes contemplando la lata vacía.
– Quizá se deba a que ha visto demasiadas noticias sobre el terremoto de Seattle. Las imágenes deben de haber supuesto un estímulo demasiado fuerte para una niña de cinco años. Porque ha sido justo después del terremoto cuando ha empezado a despertarse por las noches. Nessie dice que una sombra viene a despertarla. Sueña que la sombra trata de tomarla por el brazo y llevársela con él. Entonces lanza un alarido y se despierta.
– ¿Una sombra?
– Sí. Después del sueño, Nessie enciende las luces de toda la casa, inspeccionando cada rincón. El armario, debajo de la cama, hasta los cajones de del tocador. Por más que le repita que sólo es un sueño, no logro convencerla. Cuando concluye la búsqueda y comprueba que no hay ni una sola sombra, por fin se calma y puede volver a dormirse. Pero entretanto han pasado unas dos horas y, para entonces, yo ya estoy completamente despejada. Por culpa de esta falta de sueño crónica no me puedo sostener en pie. Ni siquiera puedo ir a trabajar.
Era insólito que Bella manifestara sus sentimientos con tanta claridad.
– Por lo pronto, que no vea las noticias – dijo Edward – De hecho, es mejor que no vea en absoluto la televisión. En estos momentos, pongas el canal que pongas, salen imágenes del terremoto.
– La televisión ya casi no la ve. Pero es inútil. La sombra sigue apareciendo. Hemos ido al médico, pero se ha limitado a darle somníferos.
Edward reflexionó unos instantes.
– ¿Y si vamos al zoológico el próximo domingo? Ness me dijo una vez que quería ver un oso de verdad.
Bella miró a Edward ladeando un poco la cabeza.
– No es mala idea. Quizás así se distraiga y olvide el asunto. Sí, ya hace mucho tiempo que no vamos los cuatro juntos al zoo. ¿Puedes avisarle tú a Emmett, por favor?
XXX
Edward tenía treinta y tres años, y había nacido y crecido en Forks, un pequeño pueblo de Washington. En una tranquila zona residencial.
Su padre era relojero y había abierto un par de tiendas, una en Port Ángeles, y otra en Seattle. Tenía una hermana seis años menor.
Había pasado de una escuela privada en Seattle a la Universidad de Nueva York. Tras aprobar el examen de ingreso a la facultad de Comercio y de Literatura, Edward había elegido, sin dudarlo, la de Literatura, pero había mentido a sus padres diciéndoles que se había matriculado en Comercio.
Él sabía a la perfección que su padre se opondría a pagarle los estudios de literatura. Y Edward no tenía la menor intención de malgastar cuatro años aprendiendo los menjurjes de la economía.
Lo que él deseaba era estudiar literatura; más aún, llegar a ser novelista.
En las asignaturas comunes hizo dos buenos amigos: Emmett McCarty e Isabella Swan.
Emmett McCarty era presidente de la asociación de alumnos y capitán del equipo de futbol americano. Era alto y ancho de hombros. Como había estado un año sin ir a la universidad por haber suspendido el examen de ingreso, era un año mayor que Edward. Práctico, decidido y de rostro simpático, era el tipo de persona que asume automáticamente el liderazgo del grupo del que forma parte, pero leer no era lo suyo. Había ido a parar a la facultad de Literatura porque había suspendido el examen de ingreso de otras facultades. Pero él, con actitud muy positiva, decía:
– No importa. Como voy a ser periodista, aquí aprenderé a escribir.
Edward no comprendía cómo Emmett podría haberse interesado en alguien como él. Edward era la típica persona que, en cuanto tiene un momento libre, se encierra en su cuarto y lee infatigablemente o escucha música, durante horas, y a la que se le da mal el ejercicio físico.
Como era tímido, le costaba hacer amistades. Sin embargo, por una razón u otra, Emmett, en cuanto lo vio, decidió hacerse amigo suyo. Se le acercó, le dio unos golpecitos en el hombre y le espetó:
– ¡Hola! ¿Vamos a comer?
Y, a lo largo de aquel día, ambos se hicieron muy amigos, tanto como para abrirse el corazón el uno al otro. En una palabra, que congeniaron.
Emmett, acompañado de Edward, abordó a Bella de forma idéntica. Le dio unos golpecitos en el hombre y le dijo:
– ¡Hola! ¿Vamos a comer los tres?
Y, así, Edward, Emmett y Bella pasaron a conformar un pequeño grupo muy bien visto. Siembre iban los tres juntos. Se pasaban los apuntes, almorzaban en el comedor universitario, hablaban del futuro en la cafetería entre clase y clase, consiguieron trabajos de medio tiempo en el mismo sitio, iban al cine a sesiones que duraban toda la noche, o a escuchar música a conciertos de rock, vagaban sin rumbo por las calles de Nueva York, bebían cerveza al aire libre hasta sentirse indispuestos.
En resumen, hacían lo mismo que todos los estudiantes de primero de universidad del mundo entero.
Bella había nacido en una zona exclusiva de Los Ángeles. Su padre tenía un negocio de decorado de interiores de gran prestigio que la familia poseía desde hacía generaciones. El preferido por muchos famosos actores de Hollywood.
Bella tenía dos hermanos mayores: uno estaba destinado a seguir los pasos de su padre en el negocio familiar; el otro manejaba su propio estudio fotográfico. Ella se había graduado de un instituto femenino británico y había ingresado a la facultad de Literatura de Nueva York. Tenía la intención de hacer un curso de posgrado de Literatura Inglesa y realizar un trabajo de investigación. Leía mucho. Ella y Edward intercambiaban los libros que habían leído y discutían apasionadamente sobre literatura.
Bella poseía una larga y hermosa cabellera castaña y era dueña de una mirada inteligente. Su manera de hablar era clara y concisa, pero tenía mucho carácter. Vestía siempre de modo informal, no se maquillaba, pero era el tipo de chica que llama la atención dondequiera que vaya. Poseía un sentido del humor muy personal, y cuando había una broma, su rostro adquiría por un instante un aire travieso. A Edward esta expresión le parecía muy hermosa. Estaba convencido de que ella era la mujer que había estado buscando.
Antes de conocer a Bella, Edward no se había enamorado jamás. Había estudiado en un colegio masculino y apenas había tenido ocasión de conocer chicas.
Sin embargo, Edward no era capaz de confesarle sus sentimientos. Una vez los formulara en palabras, se decía, no habría vuelta atrás. Bella tal vez se marchara a un lugar inaccesible para él. Y, aunque no fuera así, la relación equilibrada y agradable que mantenían Emmett, Bella y él quizá se estropeara.
– Mejor seguir un poco más así – pensaba Edward – Y ver cómo van las cosas.
Pero, Emmett le reveló una amarga sorpresa.
– Siento mucho soltártelo así de pronto, pero estoy enamorado de Bells. ¿Te importa? – le dijo un día. Era mediados de septiembre. Emmett le contó que durante las vacaciones de verano, mientras Edward estaba de vuelta en Forks, la relación de él y Bella se había vuelto, de una forma no premeditada, casi por casualidad, más profunda.
Edward permaneció unos instantes con los ojos clavado en el rostro de Emmett. Le llevó cierto tiempo comprender cómo habían ido las cosas, pero, en el instante en que lo hizo, sintió cómo algo pesado parecido al plomo, invadía todo su cuerpo.
Ya no tenía opción.
– No me importa – respondió Edward.
– ¡Uf! ¡Menos mal! – repuso Emmett aliviado y embozando una gran sonrisa – Tú eras el único que me preocupaba. Con la buena relación que tenemos, me daba miedo que creyeras que había tomado la delantera en plan egoísta. Pero, ¿sabes?, esto tenía que pasar un día u otro. Me gustaría que lo comprendieras. Si no hubiese sucedido ahora, habría sucedido más tarde. Bueno, sea como sea, quiero que los tres sigamos siendo tan buenos amigos como siempre.
Edward se pasó los días siguientes sumido en la depresión más absoluta. No asistió a clases, faltó al trabajo sin avisar. Se pasó los días tumbado en el piso de su habitación, comiendo comida chatarra y bebiendo alcohol todo el tiempo.
Consideró seriamente la posibilidad de dejar la universidad e irse a una ciudad lejana donde no conociera a nadie, y allí acabar su vida en soledad dedicándose a algún trabajo mal pagado. Le parecía que ése era el tipo de vida más apropiado para él.
XXX
El octavo día que faltó a clase, Bella se presentó en la habitación de Edward. Llevaba una sudadera azul marino, pantalones de mezclilla y el pelo húmedo recogido en una coleta alta.
– ¿Por qué no has ido todos estos días a clase? Estábamos muy preocupados preguntándonos si no estarías muerto aquí adentro. Emmett me ha pedido que viniera a ver qué pasa. Al parecer, tenía miedo de encontrarse con un cadáver. Por lo visto, ése es su punto débil.
Edward le dijo que se había encontrado enfermo.
– Pues sí. Ahora que lo dices, has adelgazado mucho – dijo Bella mirándolo fijamente – ¿Quieres que te prepare algo de comer?
Edward negó con un movimiento de cabeza. No tenía apetito.
Bella abrió el mini-refrigerador, inspeccionó su interior e hizo una mueca. En la nevera sólo había dos latas de cerveza, un pepino podrido y un pequeño recipiente amarillo de dudosa procedencia.
Bella sentó junto a Edward.
– Oye, Edward, no sé cómo decírtelo… Pero, en fin. ¿Te ha molestado lo mío con Emmett?
Edward repuso que no le había molestado.
No mentía.
No estaba ni molesto ni enfadado. De estarlo con alguien, en todo caso, era consigo mismo. Que Emmett y Bella se hubieran hecho novios era lo más normal del mundo.
Algo natural.
Emmett cumplía los requisitos, él no.
– ¿Compartimos una cerveza? – preguntó Bella.
– Está bien.
Bella sacó una cerveza de la nevera y repartió su contenido en dos tazas. Le entregó una a Edward.
Ambos bebieron en silencio.
Luego Bella dijo:
– La verdad es que me da vergüenza decirlo, pero yo quiero seguir siendo una buena amiga tuya, ¿sabes? Y no sólo ahora. Deseo ser amiga tuya siempre, por más que pasen los años. Quiero a Emmett, pero también te necesito a ti, aunque sea en un sentido diferente. ¿Crees que soy una egoísta al hablar así?
Edward no comprendía sus palabras del todo, pero hizo un movimiento de cabeza negativo.
Miró el perfil de Bella. Él no comprendía lo que ella trataba de comunicarle.
– ¿Por qué seré tan imbécil? – pensó.
Alzó la mirada y permaneció largo rato contemplando, sin más, los contornos de una mancha en el techo.
Si él hubiera confesado su amor a Bella antes que Emmett, ¿cómo habría evolucionado la situación? Edward lo ignoraba. Lo único que tenía claro era que eso no había podido ser posible.
Se oyó, de repente, unos sollozos exagerados. Por un momento, Edward creyó que era él quien estaba llorando sin darse cuenta. Pero era Bella quien lloraba. Tenía el rostro sepultado entre las rodillas, sus hombros se estremecían en silencio.
En un gesto casi mecánico, Edward alargó la mano y la posó en el hombro de Bella. La atrajo suavemente hacia sí. No hubo resistencia por parte de ella. La rodeó con sus brazos y posó sus labios sobre los de ella. Bella cerró los ojos y entreabrió la boca.
Edward aspiró el olor de sus lágrimas, absorbió el aliento que se deslizaba entre sus labios. Sintió sobre el pecho la suavidad de sus senos.
Edward tuvo la sensación de que se estaba produciendo un gran desplazamiento en el interior de su cabeza. Incluso podía oírlo. Cómo rechinaban las bisagras del mundo. Pero eso fue todo. Bella bajó la cabeza como si volviera en sí y lo apartó.
– No puede ser – dijo ella con voz calmada, negando con la cabeza – Es un error.
Edward se disculpó. Bella no dijo nada.
Permanecieron largo tiempo en la misma postura, sin pronunciar alguna palabra. A través de la ventana abierta, el viento traía música de la radio. Sonaba una canción de moda.
– Seguro que no la olvidaré mientras viva – pensó Edward.
Pero después no sería capaz de recordar ni el título ni la melodía de la canción por más que se esforzara en ello.
– No tienes por qué pedir perdón. No es culpa tuya – dijo Bella.
– Estoy muy confundido – le confesó Edward con franqueza.
Bella alargó la mano, la posó sobre la de Edward.
– A partir de mañana, ¿vendrás a clase, por favor? Hasta ahora jamás había tenido un amigo como tú. Tú me aportas muchas cosas. Esto tenlo siempre en claro, ¿sí?
– Pero con eso no basta, ¿verdad? – murmuró Edward.
– No es cierto – dijo Bella bajando la cabeza, en tono resignado – Eso no es cierto.
XXX
A partir del día siguiente, Edward volvió a aparecer en clase. Y él, Emmett y Bella conservaron su amistad íntima hasta el final de sus estudios.
El impulso momentáneo que había sentido Edward de irse a algún otro lugar desapareció de forma milagrosa, de un modo sorprendente. En ese instante en que había tomado a Bella en sus brazos y había unido sus labios a los de ella, algo se había asentado en su interior en el lugar que le correspondía.
– Al menos ya no tengo por qué dudar – pensaba Edward.
La decisión había sido tomada. Aunque fuera una persona ajena a él quien lo hubiese hecho.
Bella le presentaba a veces amigas y quedaban los cuatro en salir juntos en una cita. Edward estuvo saliendo con una de aquellas chicas y fue con ella con quien mantuvo sus primeras relaciones sexuales. Sucedió poco antes de cumplir los veinte años.
Sin embargo, su corazón siempre se mantenía en un lugar aparte. Edward era invariablemente cortés con su novia, amable y cariñoso, pero jamás le mostraba pasión o entrega. Edward sólo era ardiente y entregado cuando escribía a solas. Y la novia, al final, acabó alejándose de él, buscando calor verdadero en otra parte.
Le sucedió lo mismo varias veces después.
Al graduarse, los padres de Edward descubrieron que lo que había estado estudiando era literatura y no comercio, y su relación con ellos entró en una fase crítica.
Su padre le exigió que volviera a Forks para continuar con el negocio familiar, pero Edward no tenía la más mínima intención en hacerlo. Lo que él deseaba era seguir escribiendo novelas en Nueva York.
No hubo posibilidad de reconciliación y, al fin, acabaron discutiendo violentamente. Se dijeron palabras que jamás deberían haberse pronunciado.
A partir de entonces, padres e hijo no volvieron a verse jamás.
– Por mucho que sean mis padres, estaba seguro que esto terminaría así – pensó Edward. Porque, a diferencia de Elizabeth, su hermana menor, que siempre había estado en sintonía con ellos, él, desde pequeño, siempre había ido chocando con sus padres por una razón u otra.
– ¿Rechazado por la familia? – se dijo Edward con una amarga sonrisa.
Edward no buscó empleo fijo y se dedicó a escribir sosteniéndose con su aún trabajo de medio tiempo.
En aquella época, en cuanto acababa de escribir algo se lo enseñaba primero a Bella y escuchaba su franca opinión. Y lo reescribía siguiendo sus indicaciones.
Iba corrigiéndolo pacientemente, una y otra vez, hasta que ella le decía que así estaba bien.
Los consejos de Bella eran la única débil luz que alumbraba su camino.
A los veinticuatro años, su colección de cuentos obtuvo el premio de una revista literaria y fue nominado a un premio Nobel de Literatura. Durante los siguientes cinco años, fue propuesto, para el tal preciado premio, cuatro veces. Una carrera nada despreciable.
Pero al final jamás lo obtuvo y acabó convirtiéndose en el eterno favorito.
Una reseña representativa de aquello decía:
"Posee una gran calidad estilística, inusual en un autor joven, y muestra una capacidad notable en la descripción de escenas y en el retrato psicológico de los personajes, pero, en algunos pasajes, se deja llevar por el sentimentalismo y carece de fuerza, frescura y, en definitiva, de perspectiva novelística…"
Emmett se rió al leer la reseña.
– Esos idiotas viven todos en otra galaxia. ¿Qué mierdas es esa de "perspectiva novelística"? La gente normal no habla de esa forma. "El bistec de hoy carece de perspectiva cárnica" ¿Has escuchado a alguien hablar así?
Antes de cumplir los treinta, Edward publicó dos libros de cuentos. El primero: "Un caballo bajo la lluvia"; el segundo: "Uvas". De "Un caballo bajo la lluvia" se vendieron diez mil ejemplares; de "Uvas", doce mil.
El editor opinó que el número no estaba nada mal tratándose de un escritor nobel de relatos de literatura no comercial. Las críticas de los periódicos y revistas había sido buenas, pero sin llegar a darle apoyo entusiasta.
Los cuentos que escribía Edward trataban, por lo general, de amores desdichados entre hombres y mujeres jóvenes. Los desenlaces eran tristes y algo sentimentales. Todo el mundo decía que estaban muy bien escritos. Sin embargo, no cabía duda de que se apartaban de las últimas tendencias literarias. Su estilo era poético, sus argumentos tenían cierto aire anticuado.
La mayoría de lectores de su generación, pedían un estilo y unas historias más novedosas y potentes. Era la época de la tecnología y la música indie.
El editor le aconsejó que intentara escribir una novela. Si seguía escribiendo un cuento tras otro, acabaría retomando el mismo material, universo y personajes, empobreciéndose de forma paulatina.
Escribir una novela larga facilitaba a menudo la apertura de nuevas perspectivas narrativas. Además, hablando desde un punto de vista práctico, las novelas tenían resonancia mayor en la opinión pública y, para un autor que tenga la intención de mantener una larga vida literaria, quizá sea un poco duro especializarse en narraciones breves. Porque no es fácil subsistir escribiendo sólo cuentos.
Sin embargo, Edward era un cuentista nato. Se encerraba en su habitación, olvidándose de todo lo demás, y, en tres días, en soledad, sin respirar apenas, concluía su primer borrador. Luego lo iba corrigiendo a lo largo de los cuatro días siguientes. Claro que después se lo dejaba leer a Bella y a su editor, y aún le quedaba la labor de ir haciendo pequeñas correcciones, con cuidado, una vez tras otra. Pero, básicamente, la partida se decidía la primera semana.
Todos los elementos importantes se incluían o eliminaban entonces. Esta manera de trabajar casaba con su carácter. Concentración absoluta durante un corto espacio de tiempo. Imágenes y palabras condensadas, plenas de significado. Sin embargo, a la hora de escribir una novela, Edward siempre se sentía perdido.
¿Cómo podía mantener su poder de concentración a lo largo de varios meses, o cerca de un año? ¿Cómo podría lograrlo? Era incapaz de encontrar el ritmo adecuado.
Emprendió varias veces el reto de escribir una novela, pero en cada una de las ocasiones sufrió una derrota inevitable y, al final, desistió. Lo quisiera o no, tendría que vivir como autor de cuentos.
Éste era su estilo.
Por más que lo intentara, no podía cambiar su personalidad. Igual que un buen segunda base de béisbol no puede convertirse en un bateador de home-run.
Edward llevaba una vida de soltero muy modesta y sus gastos eran reducidos. Trabajaba lo justo para cubrir sus necesidades. Sólo tenía un tranquilo gato de rayas marrones, negras y blancas. Sus novias eran poco exigentes, y cuando a pesar de ello sentía que lo agobiaban, buscaba algún pretexto para poner fin a la relación.
De vez en cuando, alrededor de una vez al mes, se despertaba a altas horas de la noche presa de la angustia. Con la viva sensación de que, por más que se debatiera, no iba a ninguna parte. En esas ocasiones, o bien se sentaba ante la mesa y se forzaba a escribir, o bebía hasta no poder permanecer despierto.
XXX
Emmett, tal como deseaba, entró a trabajar en un periódico destacado. Como no había estudiado, no podía presumir de buenas notas, pero en las entrevistas ofrecía una impresión apabullante y encontró empleo en un santiamén. Bella, también conforme a sus deseos, realizó un posgrado.
Los dos se casaron medio año después de graduarse. La boda fue alegre y animada, muy del gusto de Emmett, y de luna de miel se fueron a Francia. Con el apoyo económico de los padres de los dos, compraron un departamento lujoso en Nueva York, y Edward iba a cenar a su casa dos o tres veces por semana.
La joven pareja recibía las visitas de Edward con los brazos abiertos. Tanto, que parecía que se sentía aún más cómodos en su presencia que cuando estaban a solas.
A Emmett le gustaba su trabajo como periodista. Al principio, lo asignaron al departamento de "Crónicas de Sucesos" e iba constantemente de un lugar a otro. Vio muchos cadáveres.
– Gracias a esto, ahora ya no me causan ninguna impresión – dijo Emmett.
Cuerpos despedazados tras haber sido arrollados por un tren, cuerpos calcinados en llamas, viejos cadáveres descoloridos en estado de putrefacción, cuerpos hinchados de ahogados, cadáveres cuyos sesos habían saltado por los aires de un disparo, cuerpos con el cuello o los brazos mutilados.
– Mientras vivimos, somos muy diferentes. Pero, muertos, todos somos iguales. Una masa de carne desechada.
Estaba tan ocupado que a menudo no podía volver a casa hasta la mañana. En estas ocasiones, Bella solía telefonear a Edward. Él siempre permanecía despierto hasta las primeras luces del amanecer y Bella lo sabía.
– ¿Estás trabajando? ¿Podemos hablar?
– Claro. No hacía nada en especial – respondía siempre Edward.
Ambos charlaban sobre los libros que acababan de leer, se contaban lo que les había sucedido en su vida diaria. Luego hablaban del pasado. De su juventud, de cuando eran libres, alocados y espontáneos.
A Edward, estas conversaciones le hacían revivir siempre, en un momento u otro, el instante en que había abrazado a Bella en su habitación. La tersura de sus labios, el olor de sus lágrimas, la suavidad de sus senos lo envolvían de una forma tan viva como si acabara de sentirlos.
Poco después de cumplir los veintiocho años, Bella quedó embarazada. En aquella época, era profesora sustituta en la universidad, pero pidió la baja y tuvo a su niña.
Los tres buscaron nombres para el bebé y la propuesta de Edward, "Renesmee", fue aceptada.
– ¿Renesmee? – preguntó Emmett.
– Es una combinación del nombre de sus madres – explicó Edward – "Reneé" y "Esme"
– Renesmee. Me encanta como suena – dijo Bella.
La noche en que el parto concluyó felizmente, Edward y Emmett bebieron frente a frente, por primera vez después de mucho tiempo, en ausencia de Bella.
Con la mesa de la cocina de por medio, vaciaron la botella de whisky escocés que Edward había traído para celebrar el acontecimiento.
– ¿Por qué pasará el tiempo tan deprisa? – dijo Emmett de una forma inusualmente sentimental en él – Me da la sensación de que fue ayer cuando entré a la universidad, y te conocí a ti, y conocí a Bells. Pero, ¡mira! Acabo de tener una hija. Ya soy papá. Es como si pasaran una película a cámara rápida. Me produce una sensación muy extraña. Creo que tú no debes de saber de lo que te estoy hablando. Tú sigues llevando la misma vida de cuando éramos estudiantes. ¡Qué envida, hombre!
– No creo que tenga nada de envidiable, la verdad.
Sin embargo, Edward comprendía cuáles era los sentimientos de Emmett. Bella acababa de ser madre. Este hecho también había conmocionado a Edward.
– Ahora ya puedo decírtelo. Creo que, al principio, a Isabella le gustabas más tú que yo – dijo Emmett. Estaba borracho. Pero, en sus ojos, había un destello más serio que de costumbre.
– ¿Bromeas? – dijo Edward riendo.
– No. No es broma. Lo sé. Pero tú no te dabas cuenta. Tú sabrás escribir frases hermosas y elegantes. Pero, por lo que respecta a los sentimientos de las mujeres, tienes la sensibilidad de una roca. En fin, sea como sea, yo estaba enamorado de Isabella y no había ninguna otra mujer que pudiera reemplazarla. De modo que me vi obligado a conseguirla. Aún ahora creo que es la mujer más maravillosa del mundo. Creo que tenía derecho a tenerla.
– Nadie te dice lo contrario – repuso Edward.
Emmett asintió.
– Pero tú aún no lo entiendes del todo. Porque eres un idiota sin remedio. Pero a mí no me importa que seas tan imbécil. No eres un mal tipo. Y lo más importante: eres el padrino de mi hija.
– De acuerdo, pero a mí todas las cosas que valen la pena se me escapan.
– ¡Exacto! A ti todas las cosas que valen la pena se te escapan. Todas. Pero escribiendo eres un hijo de puta.
– La escritura no tiene nada que ver en esto.
– Bueno, sea como sea, ahora somos cuatro – dijo Emmett exhalando lo que parecía ser un pequeño suspiro – A ver cómo van las cosas. Me pregunto si el cuatro será, efectivamente, una buena cifra.
XXX
Esta historia iba a ser un ONE-SHOT pero opté por dividir el capítulo en dos.
Esperen pronto la segunda parte.
- Cezi
