Disclaimer: Todos los personajes mencionados en esta historia le pertenecen a J.K. Rowling… lamentablemente.
Este fic participa del Reto Temático de Febrero "Dramione" del foro "Provocare Ravenclaw"
Estimados lectores,
Les traigo un one-shot cortito que trata sobre Hermione y Draco. Es algo bastante simple: la idea se me ocurrió un día que estaba escuchando la canción Cae la Cortina de los Ases Falsos. Si quieren, pueden escucharla para entender el por qué.
Esta historia, además, es parte del reto temático que mencione arriba. Nunca en la vida he participado en uno, así que espero que a los chicos y chicas del foro Provocare Ravenclaw les agrade. Ahora… ¡Los dejo con el fic!
En la oscuridad de las mazmorras
por
Iuris Doctor
«Después de todo no eres tan distinto a mí
después de todo no soy tan distinto a ti
después de todo eres igual de raro
cae la cortina y vemos cómo vives
cae la cortina y todo queda claro»
~Cae la Cortina — Ases Falsos
La fiesta de Slughorn estaba terminando. La música, sin embargo, seguía retumbando en los pasillos del castillo, así como los murmullos y cuchicheos se abrían paso a través de los corredores desiertos a causa de la espesa oscuridad nocturna.
Draco Malfoy, que había intentado colarse sin éxito, recorría los pasillos de las mazmorras con aire taciturno. El corazón le palpitaba con fuerza; hacía unos minutos había escapado de Snape, quien le había dado una perorata que le había erizado el vello de la nuca gracias a la rabia que iba acumulando con cada palabra que pronunciaba el Jefe de Casa.
Caminar por las sombras siempre había sido uno de los pasatiempos favoritos de Malfoy. Se sentía libre y protegido, como si el espesor de la oscuridad fuese una densa capa encargada de protegerlo ante cualquier imprevisto. Sin embargo, últimamente ni siquiera las sombras podían protegerlo de sus demonios: Draco Malfoy estaba en una encrucijada, y su cabeza se había transformado en un caldero humeante a punto de estallar.
El muchacho dobló en una esquina, abandonando el pasillo más oscuro de las mazmorras y adentrándose en uno más iluminado, gracias a la potencia de las lámparas que tenían como labor combatir las sombras propias de aquel rincón del castillo. Su rostro pálido y afilado relucía gracias a la luz amarillenta que producían aquellas lámparas; unas oscuras ojeras se dejaban entrever gracias a ella. Los últimos meses habían sido muy duros, pero Draco Malfoy era lo suficientemente fuerte como para aguantar todo aquello. Al menos eso era lo que él creía.
Cuando iba a mitad de camino, sintió un ruido. Era algo leve, acompasado, muy natural: la respiración de alguien. Podía sentirla muy cerca, pero no sabía de dónde venía. El rubio miró hacia atrás y hacia los lados, sólo para luego percatarse de que, al menos en aquel pasillo, no había ser vivo que pudiese producir ese ruido. La débil luz de las lámparas tampoco ayudaba demasiado: Malfoy apenas podía verse los zapatos oscuros, escondidos entre la oscuridad de la noche y la negrura de la piedra del piso del castillo. El chico siguió su camino, esta vez con un paso más lento.
La respiración no cesaba. Al contrario, el sonido se oía cada vez más cerca a medida que el muchacho se acercaba al pasillo que llevaba a la Sala Común de Slytherin. Cuando Malfoy llegó a la intersección del pasillo que estaba transitando con su destino, la respiración le pareció amenazadoramente cerca. Nervioso, giró la cabeza hacia ambos lados del vestíbulo. Sus ojos grises, sensibles a la luz, se encandilaban con la tímida intensidad de las lámparas. No había más que oscuridad hacia el final del pasillo; era como si dos túneles con destinos misteriosos e inciertos se entremezclaran en un solo sendero. La respiración seguía ahí, incesante. Malfoy decidió seguir con su camino.
La oscuridad lo seducía. Las sombras, la visibilidad escasa, el misterio… todo ello parecía confluir con una naturalidad casi insultante a los sentidos del ser humano. Cuando Draco Malfoy surcaba la oscuridad, sentía cómo su olfato y su audición se agudizaban. Gracias a ello, una nueva sensación se sumó al lento compás de aquella respiración que lo intrigaba profundamente: un aroma dulce. ¿Perfume, quizá…?
Sus sentidos nunca lo engañaban. La escasa luminosidad del lugar era señal inconfundible de que los estímulos que percibía eran verídicos: estaban ahí. El problema principal era de dónde venían. O más bien… de quién venían.
El muchacho agudizó sus sentidos, casi prescindiendo de sus ojos. La respiración era interrumpida por sus fuertes pisadas, que resonaban en el pasillo de piedra como los golpes de un cincel sobre una roca. Precisamente era eso lo que estaba haciendo: moldeando y dándole forma a algo que no tenía idea dónde culminaría. Podía perfectamente ignorar a sus sentidos e irse a dormir, sin embargo, el dulzor de aquel perfume lo invitaba a descubrir la fuente de todos aquellos estímulos. La curiosidad era, muchas veces, una de las peores enemigas de Draco Malfoy.
Luego de recorrer al menos un cuarto del pasillo, Malfoy se detuvo en seco. Detrás de una armadura de metal se asomaban unos pies descalzos. La silueta se escondía detrás de aquella armadura, pero los pequeños y pálidos pies, iluminados por la escasa luz, se escondían de forma misteriosa. El muchacho se acercó lentamente. El corazón le latía con rapidez; la curiosidad estaba haciendo que sus sentidos se nublaran. Ya no oía la respiración, sino que solamente podía sentir los latidos de su corazón retumbar en sus oídos. La armadura relucía tímidamente ante las lámparas de aceite que iluminaban el pasillo. Los pies se encogieron de pronto. La silueta proyectaba una sombra inmóvil sobre el piso de piedra. Lentamente, Malfoy empezó a bordear el extremo del pasillo para poder ver quién estaba detrás de la armadura. Lo que vio hizo que frunciera el entrecejo.
Era Hermione Granger.
La muchacha estaba sentada contra la pared de piedra, con las piernas recogidas y apretadas contra su pecho. Tenía la mirada perdida: sus ojos castaños estaban clavados en una de las lámparas que iluminaban su pálido rostro, que había adquirido un poco de color gracias al maquillaje que tenía puesto. Sus pestañas estaban encrespadas, y sus mejillas levemente ruborizadas. Malfoy tardó en percatarse que el rubor que las encendía era totalmente natural, y no un truco estético. La muchacha llevaba un vestido violeta que le llegaba un par de centímetros bajo la rodilla, dejando desnudas unas flacuchentas piernas que terminaban en unos pequeños pies carentes de zapatos. Granger desvió sus ojos de la lámpara al reparar en la presencia de Malfoy. La chica hizo una mueca que entremezclaba elegantemente la sorpresa y el desprecio. El rubio le devolvió el favor.
—¿Qué haces aquí? —La castaña le había robado las palabras de la boca. El rubio se descolocó—. ¿Me estás siguiendo? Si es así, déjame tranquila. No quiero aguantar tus burlas.
—No te estaba siguiendo, Granger —contestó Malfoy, indignado. ¿Cómo podría estar siguiendo a alguien así? Alzando la vista hacia el techo, se cruzó de brazos y arrugó la nariz—. La pregunta es qué estás haciendo tú aquí. Te fuiste de la fiesta antes.
—No es de tu incumbencia —respondió ella, alejando la mirada del rubio para fingir que observaba el final del pasillo con interés. El rubor de sus mejillas se intensificó—. Ahora déjame en paz, Malfoy. Tus dormitorios están al final del pasillo.
—¿Y tú cómo sabes eso?
La pregunta atrapó en frío a la castaña. La muchacha no contestó, pero se sintió abrumada por el tono incisivo que Malfoy imprimió en su voz para hacer la pregunta. Era una nimiedad, claro, pero Hermione Granger no acostumbraba ser atrapada con la guardia baja. Bajó la mirada, esquivando las facciones afiladas de Malfoy, cuyos bordes se confundían con la oscuridad gracias a la pobre labor que realizaban las lámparas que tenía tras él.
—Te hice una pregunta, Granger —insistió el rubio.
—Lo leí —mintió la muchacha. Se arregló el cabello de forma ausente, acomodando los largos rizos castaños sobre uno de sus hombros. Aquello era meramente una táctica para ignorar los ojos de Malfoy—. ¿Vas a decirme qué haces aquí? Si no… ya deberías ir a acostarte. Tienes unas ojeras horribles. ¿Duermes bien por las noches, Malfoy?
Aquella pregunta no había sido acompañada por un tono de preocupación, sino más bien por uno de incriminación. El semblante de Granger había cambiado drásticamente: sus labios se habían curvado de forma tal que dibujaban una sonrisa cargada de cinismo. Los latidos de su corazón seguían nublando los sentidos de Malfoy, sin embargo, el aroma dulzón del perfume de Granger le invadió las narices de forma intempestiva. ¿Fresas…?
—Eso a ti no te importa, sangre sucia. —Malfoy siempre respondía de forma agresiva cuando alguien se burlaba de él; era un muchacho que aprovechaba todas y cada una de las herramientas que el mundo le daba—. Además, el problema de mis ojeras es pasajero. El de tu cara, al contrario…
Inesperadamente, Granger se rió. La muchacha echó la cabeza hacia adelante, escondiéndola entre sus rodillas. Sus piernas amortiguaron levemente la risa, pero no lo suficiente: el sonido retumbó por todo el pasillo. Era un ruido desagradable, pero cargado de emoción. Los sentidos de Malfoy estaban ebrios: era como si Granger pudiese ponerlos a trabajar a todos a la vez.
—Eres muy gracioso, Malfoy. De todas maneras, me parece que mi cara no puede asustarte por ahora. La oscuridad la oculta. —La muchacha hizo un gesto con la mano, como si estuviese ocultando su rostro tras ella. Enseguida, la muchacha fijó su mirada en el final del pasillo, oscuro y misterioso—. Me gusta la oscuridad, ¿sabes? Es como si… como si pudiera ocultarme en ella.
El corazón de Malfoy latió con más fuerza. ¿A Granger le gustaba la oscuridad? Era una coincidencia, claro. Nada más que una coincidencia. Probablemente era la única similitud que tenían… no había forma en que alguien como ella pudiese sentir cosas similares a las que sentía alguien como él.
El muchacho entornó los ojos. La oscuridad difuminaba levemente el rostro de Granger, oculto entre las sombras. Su cabello castaño relucía gracias a la luz de las lámparas, como si su brillo natural no fuese suficiente para resaltar que la muchacha estaba ahí. Sus ojos delineados eran intrigantes, y hacían que el conjunto de su rostro fuera una especie de pintura en acuarela en la cual todos los colores convivían muy bien y combinaban a la perfección.
—¿Y tienes que ocultarte mucho, Granger? —preguntó Draco, siguiéndole el juego. Notó cómo una fugaz sonrisa se dibujó en los labios de la chica, pero inmediatamente se esfumó.
—A veces —contestó ella, aferrándose a sus rodillas. Había dejado de esquivar la mirada de Draco: ahora lo miraba directamente a los ojos—. Lo hago cuando estoy asustada, o cuando estoy triste. Me siento protegida. Es como si nadie pudiese hacerme daño cuando me escondo… porque sólo yo sé dónde estoy. Hasta que…
—Hasta que alguien te encuentra.
Ciertamente, esta vez Malfoy le había quitado las palabras de la boca a ella. Granger había quedado con la boca abierta, dispuesta a terminar su revelación, pero Malfoy se adelantó y la interrumpió con voz queda. Era como si hubiese leído su pensamiento… no, no. Más bien… era como si Malfoy hubiese sabido de antemano lo que Granger iba a decir. Ese tipo de conocimiento sólo se podía adquirir de dos formas: una, conociendo muy bien a una persona; o dos, mirándola a los ojos. Para el rubio, los ojos castaños de la muchacha eran ahora un libro abierto.
—Sí, sí —le concedió la muchacha, asintiendo vagamente—. Hasta que alguien me encuentra. ¿Por qué tan interesado en mí de un momento a otro, Malfoy? ¿Irás mañana a contarles a tus amiguitos que la sangre sucia se esconde entre las sombras para que no le vean la cara mientras tiene miedo?
Malfoy negó con la cabeza con los ojos entrecerrados.
—No. Me causas curiosidad, Granger. Lo que pasa es que… —Malfoy dio dos largas zancadas y, de súbito, se encontró parado justo al lado de la muchacha. Ella, desconcertada, lo miraba hacia arriba con la cabeza ladeada. Un instante después, el chico tomó asiento junto a ella, manteniendo una distancia prudente— a mí también me gusta esconderme en la oscuridad.
La confesión, condimentada con la sorpresiva cercanía de Malfoy, hizo que Granger soltara una risita nerviosa. Desvió la mirada y abrazó sus rodillas, como si estuviera aferrándose a algo para no caer de bruces por la impresión. Clavó sus castaños ojos en una de las lámparas, pensativa. Malfoy se dedicó a observar con detenimiento su rostro. Parecía terso y dulce, más de lo que podría haber imaginado. Nunca había estado tan cerca de la sangre sucia. Nunca.
—¿Ah, sí? —Granger enarcó una ceja. Seguía evitando los ojos de Malfoy, pero de cuando en cuando los miraba furtivamente.
—Sí. Cuando necesito tiempo para pensar, salgo a dar una vuelta por el castillo y me siento en los lugares oscuros. En todo caso… —Malfoy hizo una pausa y señaló la intersección con el pasillo contiguo. Granger obedeció y miró hacia aquel lugar— hay un pasillo más oscuro saliendo por ahí. Es el rincón más oscuro de Hogwarts. Veo que eres una novata, Granger. No sabes tanto como yo de oscuridad.
—Claro —contestó ella—. Tú sabes mucho de oscuridad, ¿cierto, Malfoy?
Malfoy dejó escapar un bufido y dejó de mirar a la castaña. Esa aseveración de Granger venía cargada de veneno. La mala intención podía incluso palparse: era como si la lengua de la muchacha exudara un hedor putrefacto luego de pronunciar esas palabras. La chica se cruzó de brazos.
—No te ofendas, Malfoy. —Los ojos castaños buscaron a los grises, pero no tuvieron éxito. En su lugar, comenzó a examinarse una mano con aire distraído—. Además… no tienes derecho a enfadarte conmigo, ¿no lo crees? Llevas años riéndote de mí e insultándome. ¿No crees que un poco de cortesía te vendría bien?
Hubo un silencio incómodo. Draco no quiso contestar. Si bien consideraba que Granger no era digna de su zalamera cortesía, él no podía negar que llevaba años burlándose de ella. Y no sólo de ella, sino también de todo el resto de sus amigos. Claro, era un insulto de vez en cuando, ¿y qué? Seguramente ellos no se burlaban de él, o tampoco lo insultaban…
—Recuerdo perfectamente la primera vez que me insultaste —comenzó ella, abriendo los ojos como platos y observando la luz de la lámpara más próxima. Se mordió el labio—. Cómo olvidarlo…
El pasillo se volvió repentinamente helado. Malfoy no sabía si aquello era efecto de la temperatura exterior o más bien un truco de su mente. Sintió que los delgados vellos de sus brazos se erizaban; podía sentir cómo se le ponía la piel de gallina. El recuerdo era de dulce y agraz. Podía recordar perfectamente la satisfacción que le había causado humillar a la sabelotodo insufrible por primera vez, aunque ella tardase unos minutos en comprender qué le habían dicho. Nadie pudo borrar la sonrisa de su rostro durante ese día. En ese instante, recordó que apenas tenía doce años. Había pasado mucho tiempo, y ahora el insulto brotaba con total naturalidad de sus labios, como si para él la chica se llamara «sangre sucia» y no Hermione Granger.
—¿Te pusiste nostálgica, Granger? —Malfoy dejó a un lado el silencio—. Veo que es uno de los acontecimientos relevantes en tu vida… —El muchacho puso ambas manos tras la nuca, apoyando los brazos en la pared—. Pensé que ya lo habías olvidado completamente. Para mí es sólo una anécdota más…
—¿Seguro? —inquirió la chica con seguridad, fulminándolo con la mirada. La respiración de Granger golpeaba con suavidad la túnica oscura de Malfoy—. Podría apostar que no pudiste olvidarlo. Después de todo… fue la primera vez que me humillaste totalmente en público, ¿no?
Los ojos de Granger cambiaron de pronto. Ya no había cinismo ni suficiencia en su brillo, sino que su mirada se había vuelto sombría de un momento a otro. La rabia le tensó los músculos de la cara, como si su rostro no quisiese regalarle una sonrisa al rubio. Otro bufido inundó el pasillo.
La memoria de Hermione Granger era prácticamente infalible. Los extensos compartimentos de su mente estaban repletos de hechizos, pociones e historia, pero también de detalles cotidianos que adornaban cada aspecto de su vida. La castaña recordaba perfectamente lo primero que había comido en Hogwarts —un pedazo de pechuga de pollo grillada—, el primer montón de deberes que entregó —uno de Pociones para Snape y otro de Transformaciones para McGonagall—, además de un sinfín de detalles que para ella eran importantes. Sin duda, el primer insulto grave que sufría en su nuevo hogar marcó un antes y un después en su vida. La voz altanera de Malfoy diciéndole «Nadie ha pedido tu opinión, asquerosa sangre sucia» todavía hacía eco en su cabeza, como recordándole que ese no era su lugar, que ella no merecía estar ahí. Pero con el tiempo, la muchacha había aprendido a darse cuenta que ese era su lugar; Hogwarts era su hogar, independiente de lo que Malfoy y su familia pensaran de la sangre que corría por sus venas.
—Bueno, quizá tengo que admitir que recuerdo la situación. ¿Te traumé, Granger?
—No. Pero sí hiciste que buscara refugio en la oscuridad.
La situación estaba tornándose tan extraña que Malfoy no sabía si estaba soñando o si realmente aquello estaba pasando. Darse cuenta que, repentinamente, Hermione Granger estaba confesándole un secreto tan íntimo a su peor enemigo era algo muy parecido a un sueño lúcido. El chico no podía creer lo que estaba pasando: Granger estaba confesando que ella se había ocultado del resto por su culpa. Lo más extraño de todo era que, pese a la mueca de disgusto que se había apoderado del semblante de la castaña, ella lo contaba como si fuese algo cotidiano. No logró detectar rencor en su voz; más bien, Granger parecía estar desahogándose por algo.
—¿Lo logré muchas veces? —preguntó Draco, ocultando su curiosidad tras una mirada de triunfo. No sabía si sentirse culpable o regocijarse por lo que había hecho. Era una sensación extraña, contrapuesta. Era una mixtura de sentimientos que se agolpaban en su pecho: la culpa y la satisfacción eran como agua y aceite.
—Un par —contestó ella suspirando—. A veces puedes ser muy cruel, Draco Malfoy. Ni te imaginas cuánto.
¿Cruel? Aquella palabra hizo que su respiración se detuviera por un instante. ¿Draco Malfoy, cruel? Malfoy podía definirse a sí mismo como muchas cosas, pero jamás cruel. Podía ser alguien engreído, envidiado, ambicioso, pero jamás alguien cruel. Su padre era cruel. Lucius Malfoy había utilizado la crueldad como método para educar a su hijo; los resultados, a su juicio, habían sido muy buenos. Su padre no era un mal padre, sino que todo lo contrario: siempre había dado todo por su hijo. Sus métodos de educación, sin embargo, eran levemente crueles y poco convencionales. Los castigos que recibía cuando era pequeño eran muchas veces demasiado para alguien de su edad, de ahí que el pequeño Draco Malfoy hubiese crecido para transformarse en un hombre fuerte y duro. Cruel, jamás.
—¿Cruel? —siseó Malfoy, meneando la cabeza de un lado a otro lentamente. Su rostro se había contraído en una mueca cargada de incredulidad—. Yo no soy cruel, Granger… Sólo soy…
—¿Malo? —La opción ofrecida por Granger era tentadora, pero Malfoy la rechazó con la cabeza—. ¿Injusto? —Tampoco le hacía gracia—. ¿Molesto? ¿Perverso?
—Dejémoslo en que soy astuto —contestó él. La luz de la lámpara que tenía frente a él iluminó sus ojos grises, que brillaban con satisfacción. Él sí se conocía a sí mismo.
—A mí no me engañas, Malfoy. Eso es un eufemismo. —La cara de Malfoy se torció, desconcertada—. Estás diciendo que eres cruel, malo, injusto y perverso con otras palabras, evitando decir las anteriores porque te incomodan. Sí, claro, eres astuto.
Los sentidos de Draco se nublaron nuevamente. Sarcasmo. El sarcasmo que utilizaba Granger para defenderse de él le parecía muy familiar. Desde pequeño, Draco Malfoy había recurrido al sarcasmo para atacar a quienes quería humillar. Se había vuelto un experto: podía utilizarlo en el momento más oportuno y detectarlo a tiempo para contrarrestarlo efectivamente. ¿Acaso la sangre sucia estaba ocupando sus propias armas contra él? ¿O quizá…?
Quizá ella era sarcástica.
La nueva similitud le golpeó la cara como una ventisca cargada de hielo. La sensación era extraña. Las coincidencias eran sólo eso, coincidencias. Pero en este caso… Hacía casi seis años que conocía a Hermione Granger y, según le parecía, no sabía nada de ella. La muchacha parecía ahora un misterio para Malfoy, quien tenía curiosidad de saber qué escondía la castaña. Quizá, lo que encontrase le parecería… aún más curioso.
—¿Por qué me sigues hablando, Granger? —La pregunta del rubio tomó por sorpresa a la chica, quien se ruborizó todavía más—. Si soy tan cruel como dices… No deberías molestarte.
Hermione titubeó. No estaba segura de la respuesta, al menos no del todo. Perfectamente podría haber ignorado a Draco cuando él se acercó, claramente con malas intenciones, a espiarla. Aun así… algo había hecho que ella entablara una conversación con él. Y ahora, la imagen se había vuelto extrañamente perturbadora: Draco Malfoy y Hermione Granger apoyados contra una pared y sentados en un pasillo de Hogwarts, conversando sobre la vida. El momento era digno de ser inmortalizado.
—Porque quiero —dijo Hermione decidida. Los titubeos que la habían atacado unos segundos antes habían desaparecido de un instante a otro, dando paso a un tono cargado de decisión y, en cierto modo, de altanería—. Y porque puedo. Precisamente porque puedo lo hago, Malfoy. Para demostrarte que esta sangre sucia no es menos que tú. Soy exactamente lo mismo, y valgo lo mismo que tú. Deberías aprender a valorar a la gente por lo que es y no por su condición.
En principio, Malfoy consideró aquellas palabras como un insulto. Musitó un ahogado «¿Cómo te atreves…?», pero la impresión que causó lo dicho por la chica que tenía al lado pudo más, y terminó por quitarle el aliento. Ahí fue cuando el muchacho se percató de algo muy curioso.
Volvió a recordar su infancia, cargada de mimos de su madre y de reprimendas de su padre. La crueldad de Lucius Malfoy había sido una parte fundamental de su crianza, era verdad. La crueldad de su padre había forjado su personalidad, tal como los cinceles le daban forma a las estatuas de piedra. Su actitud era producto de lo cruel que su padre habría sido con él de pequeño. Y él, Draco Malfoy, había replicado la actitud… pero no con su hijo. Lo había hecho con aquella muchacha menuda y de dientes enormes, cabellera castaña pajosa y actitud de sabelotodo insufrible. Él había ayudado a formar la personalidad de Hermione Granger. Parte de lo que ella era se lo debía a él…
Hermione Granger era fuerte gracias a él.
—Realmente eres testaruda, Granger —comentó Draco, absorto en sus pensamientos—. Puedes precisamente porque yo te dejo.
Hermione soltó una sonora carcajada.
—¿Porque tú me dejas? —La muchacha negó con la cabeza—. Soy lo bastante independiente como para saber qué puedo hacer y qué no, Draco Malfoy. No necesito de tu permiso para hablarte. Y, de hecho, no necesito de tu permiso para nada. ¡No te creas más de lo que eres!
—Vaya, vaya —la azuzó Draco, acercando lentamente su cabeza a la de Hermione. Bajó la voz casi instintivamente y, acto seguido, susurró—: ¿Estás segura de que no necesitas mi permiso, Hermione Granger?
El nombre de la chica emanó de su boca casi como un siseo que iba apagándose a medida que abandonaba al rubio, perdiéndose en el frío aire invernal. Hermione, contrariada, movió su cabeza en la dirección contraria y se mordió el labio inferior, nerviosa. Podía sentir la respiración de Malfoy en su cuello, acariciando con agresividad su piel pálida, temperándola tímidamente.
—Déjame en paz, Malfoy —le advirtió la chica, alejándose un par de centímetros del rubio. El chico meneó la cabeza y, posteriormente, le dedicó una sonrisa—. ¿Te parece gracioso?
—No —contestó él con aire ufano, como siempre—. Simplemente… eres interesante, Granger. Más de lo que pensaba. Me alegro de haberte insultado aquella vez. Ahora me demuestras que eres lo suficientemente capaz de hacerle frente a tus enemigos.
—Siempre lo he sido.
La suficiencia de Hermione Granger, que muchas veces rayaba en la altanería, lo golpeó como una bofetada especialmente fuerte. Las similitudes ya eran varias, y parecía que Draco Malfoy no tenía otra opción más que admitirlo: la sangre sucia y él eran, por decirlo menos, parecidos. En algunos aspectos, claro está. En otros… eran radicalmente distintos.
—¿Tú crees? —El cuestionamiento de Malfoy no fue bien recibido por la castaña, quien le lanzó una mirada asesina—. Si tú lo dices…
El silencio reinó por un par de segundos. Malfoy se miraba las uñas con aire despreocupado, mientras Granger clavó sus ojos en el extremo del pasillo contrario a la posición donde se encontraba el rubio. Fue un silencio incómodo y tenso pero, extrañamente, ninguno de ellos se sintió mal por ello. Oyeron un par de voces doblar en otra esquina, posiblemente dejando atrás la fiesta de Slughorn. La música había cesado hacía ya unos minutos, y la quietud era total en las mazmorras del castillo. Lo único que rasgaba el ambiente silente eran las voces de Hermione y Malfoy, que ahora descansaban antes de volver al ataque. Todo era demasiado confuso para ambos como para no necesitar un tiempo para reponerse de un acontecimiento tan extraño.
—¿Sabes qué, Granger? Al parecer no eres tan insufrible como yo creía.
—¿No? Pues resulta que tú eres tan insufrible como yo pensaba antes de hablar más de un minuto contigo. —Pese a lo que había dicho, el semblante de la castaña no cambió: estaba seria, sí, pero no había rastros de rabia ni de enojo. Parecía, aunque costara creerlo, a gusto al lado de Malfoy.
—Me lo imaginaba —convino Malfoy, reconociendo otra veta similar a su personalidad en Granger—. Imagino que tu orgullo te impedirá contarle a Potter y Weasley que estuviste hablando conmigo después de la fiesta, ¿cierto?
—Exacto —concedió la castaña—. Imagino que Crabbe y Goyle tampoco sabrán nada. ¿Draco Malfoy conversando con una sangre sucia insufrible? ¡Ni hablar!
Ambos rieron. No fue nada planificado, pero sus risas se cruzaron en una especie de melodía tormentosa pero, al fin y al cabo, muy novedosa y, por sobre todo, fresca. Todo era demasiado surreal. Ambos cuestionaron en más de una ocasión la veracidad de lo que estaba pensando… ¿sería un sueño? ¿Está pasando realmente? La respuesta llegó cuando Malfoy miró nuevamente a Hermione a los ojos, sonriendo. Una sensación así tenía que ser real. Era algo similar a… una reconciliación.
Hermione Granger y Draco Malfoy nunca serían amigos. Pero, ciertamente, aquella conversación había disminuido y aplacado los malos sentimientos que tenían el uno por el otro. Habían descubierto, al fin y al cabo, que ambos eran humanos.
—Creo que debo irme —anunció Hermione, poniéndose de pie con dificultad—. Buenas noches, Malfoy.
La muchacha comenzó a alejarse del pasillo, sosteniendo sus zapatos negros en una de sus manos y recorriendo las mazmorras descalza. Malfoy la observó alejarse, y no pudo evitar exclamar lo siguiente:
—Creo que todos somos parecidos en la oscuridad, Granger —dijo él, sin ponerse de pie. La chica se volteó, inexpresiva—. ¿Cómo se dice…? "En la noche todos los gatos son negros".
La muchacha reprimió una sonrisa. Pese a lo "amable" que se había mostrado esa noche, Draco Malfoy seguía siendo su enemigo. Se había encargado de humillarla e insultarla durante casi toda su educación mágica; no podía perdonarlo del todo. Pero sí podía comenzar a ignorarlo.
—Es verdad —convino la muchacha, girando sobre sus talones nuevamente—. Cuando cae el telón… somos todos actores.
—Y que lo digas —murmuró Malfoy mientras veía cómo Hermione Granger comenzaba a ser succionada por la oscuridad de las mazmorras—. Un gusto compartir esta velada contigo… Hermione.
¿Hermione? El nombre había brotado naturalmente de sus labios, con una naturalidad prácticamente idéntica a la que lo obligaba a decirle «sangre sucia». El muchacho ahogó una risita enfermiza y se puso de pie, con las manos en los bolsillos.
—¿Hermione? —se dijo a sí mismo, entre risas—. Estás loco, Draco Malfoy.
La oscuridad se encargó de que la silueta del rubio se perdiera lentamente. De igual manera sucedió con aquella conversación: nunca le reveló a nadie que había estado hablando con Granger en las mazmorras, a solas, durante una noche fría de invierno. Ella tampoco lo había hecho.
Sin embargo… Algo había cambiado durante esa noche. La odiosidad seguía, sí… La rivalidad no se había esfumado… Pero había un detalle…
Draco Malfoy nunca volvería a decirle «sangre sucia» a Hermione Granger.
Bien, bien, sé que estuvo corto y que no tuvo romance… ¡pero a mí la idea me pareció genial! Siempre he considerado que Hermione y Malfoy tienen muchas similitudes… Similitudes sutiles, sí, pero similitudes al fin y al cabo. ¡Espero que les haya gustado y dejen reviews!
