Todos los personajes pertenecen a Hidekaz Himaruya sin ánimos de lucro.

No me linchen, mi inspiración me obligó a escribir esto. (?)

Advertencia: Posible m-preg.


Capítulo I

Sacos de laboratorios se movían de aquí para allá. Había llegado finalmente el día que tanto habían esperado y los científicos de aquella instalación no dejaban de caminar por todos lados.

Dentro de uno de los enormes salones, se hallaban unos veinte muchachos de entre veintiún y veinticinco años. Todos tenían el mismo tipo de cuerpo: Delgados, no sobrepasaban el metro setenta y de piel blanca y todos compartían una característica muy particular: Tenían la capacidad de poder quedarse embarazados.

Entre este grupo, se hallaban Tino y Sigurd. Habían estado allí desde que habían entrado en la pubertad, forzosamente cedidos por sus padres al gobierno. O al menos, esto era lo que su familia había creído.

Aquella organización era un proyecto en secreto que todos los gobiernos del mundo habían aceptado por el bien de la humanidad. O al menos, eso era lo que se decían los altos mandos para estar con la consciencia tranquila.

Todos estaban desnudos, como si la humillación formara parte del juego. Aunque a esas alturas, todos los presentes estaban acostumbrados a que los científicos jugaran con sus cuerpos. El único pensamiento allí era saber qué tenían preparados para ellos ahora.

—Espero que esto termine enseguida —comentó Sigurd. En sus penetrantes ojos azules no se veía un atisbo de nerviosismo. ¿Cuántas veces habían experimentado con él? ¿Por cuántas cirugías había atravesado? ¿Cuántas pastillas había sido obligado a tomar? Ya ni lo recordaba.

—¿Qué creas que sea? ¿Alguna hormona nueva? —le preguntó Tino, quien al igual que el noruego y el resto, había sido obligado a atravesar por cuanta idea se les ocurría a los que estaban encargados de dichas instalaciones.

El silencio se hizo repentinamente cuando el jefe de investigaciones ingresó. Cabello canoso, lentes oscuros y probablemente podía hacerse pasar por un anciano amable. Todos los que se encontraban allí sabían muy bien que ése no era el caso. No dudaba en emplear métodos cuestionables para obtener resultados.

—El momento cumbre de nuestro experimento ha llegado —anunció con su voz ronca.

Todos los ojos estaban encima de él.

—Todos han sobrepasado los veinte años, mis queridos omegas —explicó con una terrorífica sonrisa que iluminaba su rostro:—Eso significa que ya es hora de avanzar.

Los muchachos se miraron entre todos, visiblemente confundidos. Fuera lo que fuera, ninguno creía que aquello fuera algo positivo. No había quien comenzara a temblar del miedo.

—Ustedes son conocidos en el mundo científico como omegas —añadió:—Hombres, muchachos que tienen aparentemente el aparato reproductor masculino pero que son capaces de tener hijos. Una mutación muy, muy extraña —explicó.

Sigurd rodó los ojos. Sólo quería que llegara al punto de una buena vez por todas. La espera le resultaba insoportable.

—Y así como ustedes son llamados omegas, existe otro tipo de hombres —admitió:—Esos son los denominados alfas —explicó:—A diferencia de ustedes, cuyo cuerpo es mucho más débil que el hombre promedio, ellos tienen capacidades superiores a éste.

Tino se quedó boquiabierto. Miró por todas partes para contemplar las reacciones de los demás. Todos estaban igualmente sorprendidos.

—Sin embargo, nuestras investigaciones nos han llevado a creer que es posible que el alfa ha evolucionado específicamente para reproducirse con el omega —dijo y luego miró a cada uno de los que se encontraban allí:—Por supuesto, eso es la teoría.

Todos presuponían lo que el hombre estaba a punto de decir. No querían escucharlo. No querían que lo dijera. Todo menos eso.

—Hemos creado un domo —comentó:—En donde ustedes van a convivir con los alfas. Será un ambiente controlado —añadió:—El domo emulará una ciudad. Es decir, tendrán finalmente la libertad que tanto ustedes anhelan —explicó:—Pero su fin será uno: Embarazarse. Véanlo como un sacrificio de su parte para el mundo de la ciencia —Una sonrisa maquiavélica reinó en su rostro.

Ninguno de los que se encontraban allí, esperaban ese vuelco. No sólo eran muñecos con los que los doctores jugaban una y otra vez, si no que ahora serían un poco más que incubadoras humanas.

Todos comenzaron a hablar. No faltaba el que estuviera a punto de desquebrajarse. Tino se quedó pálido al pensar en ello mientras que Sigurd bufó. Ninguno daba crédito a lo que acababan de escuchar.

—Hemos finalizado la construcción del domo y en unos pocos días serán llevados allí. Sean buenos chicos como hasta ahora y serán recompensados —Finalizó antes de salir de la habitación.

Una vez que se había ido, Tino y Sigurd compartieron su opinión. Desde que los dos habían llegado a aquel instituto, se habían convertido en amigos inseparables.

—¿De verdad crees qué…? —El muchacho de unos ojos color violeta miró al otro con preocupación.

—A estas alturas, nada me sorprende —sentenció Sigurd.

El hombre caminó hacia otra habitación muy parecida, al otro extremo del edificio. En dicho rincón, se hallaban los alfas. Aquello sitio había costado millones en construir, pues debido a los sentidos agudos de éstos, debieron buscar la manera de que no pudieran entrar en contacto con los omegas.

Al igual que estos últimos, todos estaban completamente desnudos. Pero a diferencia de los omegas, habían sido atados a la pared para que no se pusieran agresivos.

El jefe del instituto ingresó a la habitación con un par de guardaespaldas por si acaso. Nunca se sabía con los alfas.

Entre estos, se hallaban Magnus y Berwald. El primero, pese a la incómoda posición en la cual se encontraba, sonreía alegremente. Era de esa clase de personas que pensaban todo en positivo, aunque había pasado puras penurias en su estadía en aquella institución. Mientras que el segundo sólo deseaba que todo acabara pronto.

—¿De qué crees que se trate? Tú eres el más inteligente de los dos —reconoció Magnus, en tanto miraba fijamente la puerta.

—¿De verdad estás emocionado? —le preguntó Berwald, quien estaba harto de todo. No veía el momento o la hora de escaparse de ese lugar. Por supuesto, no podía vocalizar tal deseo por miedo a las represalias.

Pronto la curiosidad de Magnus fue saciada aunque no era precisamente lo que éste hubiera deseado escuchar.

Todos, incluyendo al mencionado, pudieron darse cuenta del olor que emanaba el encargado. Había estado nuevamente por el lugar en dónde suponían que estaban los omegas. El aroma era tan embriagante que podía volver a cualquiera loco. Ésta era una de las razones por las cuales habían exagerado la seguridad.

—Cómo ya se habrán dado cuenta, he estado hablando con los omegas —anunció así sin más:—Y ahora les toca a ustedes, mis queridos alfas, saber lo que les va a deparar el futuro —añadió.

Berwald arqueó una de sus cejas. A estas alturas, estaba agotado de todos los procedimientos a los que eran sometidos una y otra vez. ¿Ahora en qué estaban pensando?

—Hemos creado un domo, donde podrán pretender que son seres humanos normales —explicó:—Con la novedad de que podrán conocer a los omegas. Sin restricciones —acotó.

Todos los miraron maravillados, una reacción completamente opuesta a los omega. Sin embargo, era evidente que había algún truco bajo la manga. Nada podía ser gratis y menos en una institución como ésa.

—Su deber será conseguir embarazar a los omegas —añadió:—Queremos investigar de primera mano cómo sería el embarazo de uno y creemos que los alfas están diseñados específicamente para la reproducción y posterior cuidado de su respectivo omega —Se aclaró la garganta.

A diferencia de los omegas, aquella noticia había sido bien recibida. ¿Por cuántos años habían sido mantenidos en ese lugar sin esperanzas de salir? ¿Cuántas veces había conseguido experimentar el maravilloso olor de un omega que estaba completamente fuera de su alcance?

Berwald era probablemente el único que no estaba emocionado con ello. Otro experimento más, pensó.

—En los siguientes días, serán movidos al domo al igual que los omegas —indicó antes de retirarse del sitio.

Magnus estaba rebosante de felicidad. Había sido la mejor noticia que había recibido en más de diez años. Al fin volvería ver la luz del sol, podría dar largas caminatas, socializar y un montón de otras actividades que en dicha institución no se le permitía. Su sonrisa era tal que podía dejar ciego a cualquiera que le dejara ciego.

—¿Eh? ¿Qué te parece, Ber? —le preguntó con un entusiasmo tal que parecía que era capaz de despegarse del lugar donde estaba siendo atado.

—Nada —mintió. Se sentía peor que una basura. ¿Acaso eran sementales y nada más? ¿Para la procreación y nada más? ¿A todo eso se limitaba su existencia? Todavía recordaba los sueños que había tenido cuando era un niño en la lejana Suecia. No podía entender cómo su mejor amigo no lo veía.

—¡Es como si nos dieran un regalo de Navidad! —exclamó Magnus, quien no veía la hora de que fueran llevados a tal lugar.

Esa misma noche, en el edificio donde se encontraban los omegas, Tino y Sigurd compartían un mismo cuarto. Todo era absolutamente blanco. Tenía una ventana con rejas y un baño privado, además de un clóset dónde se encontraban las pocas ropas que se les habían entregado.

Sigurd estaba leyendo un libro mientras que Tino no dejaba de contemplar el techo.

—¿Crees qué va a ser tan malo como pienso que va a ser? —le preguntó repentinamente. No había dejado de pensar en todo el asunto. No concebía la idea de estar con alguien por el mero hecho de reproducirse. En algún tiempo muy lejano, se había imaginado enamorarse y casarse con una persona maravillosa, aunque era un sueño al cual había ya renunciado.

—No sé sinceramente —A diferencia de su compañero de habitación, Sigurd había evitado pensar en ello. Le resultaba mucho más fácil pretender que la vida en esa institución continuaría como si nada, que el director no había dicho tal cosa, que probablemente dentro de un año no tendría un hijo con un extraño.

—Esta no era la vida que quería —admitió antes de darse la vuelta y hundir su rostro sobre su almohada. No quería ni imaginarse cómo eran los alfas. ¿Al menos serían amables? Ni siquiera eso se les había explicado.

—Lo sé, Tino. Yo odio esta vida —reconoció el oriundo de Noruega. Tenía veintitrés años. Se suponía que debía estar en la universidad, siempre había querido ser escritor. Sin embargo, estaba ahí encerrado, en un lugar que probablemente el resto de la humanidad ignoraba.

El silencio se apoderó de la habitación.

—¿Seguiremos siendo amigos, Sigurd? —Aunque estaba cansado, Tino no podía dormir. Tenía tantas dudas en la cabeza que le resultaba imposible "apagarse" y entregarse al mundo de los sueños.

—¿Qué clase de pregunta es esa, Tino? —El noruego cerró su libro abruptamente:—Por supuesto que sí —Dejó escapar un bostezo.

Él y Tino habían sido amigos desde que habían llegado a la institución y nunca se habían separado. Habían pasado experimentos dolorosos, tratamientos hormonales que casi los volvieron locos, el maltrato de los propios médicos, entre otras cosas.

—Venga, vamos a descansar. ¿Quién sabe lo que nos espera mañana? —le preguntó antes de taparse con la sábana.

Sin embargo, sucedió algo que ninguno de los dos grupos había esperado. Para mejor movilización, habían decidido sedar a todos. Los alfas estaban demasiado excitados y emocionados como para ser controlados, mientras que entre los omegas hubo varios ataques de histeria y ansiedad.

Lo último que Tino, Sigurd, Magnus y Berwald recordaron fue el haber desayunado. De repente todo se había visto envuelto en un manto de oscuridad.

El domo simulaba una pequeña ciudad, pues los encargados del experimento pensaron que sería mejor que todo fuera una especie de simulación. Había dos barrios separados, uno donde estarían los alfas y en el otro, los omegas. Había una enorme plaza central, con una estatua de un personaje conocido, una especie de catedral, tiendas y una enorme piscina olímpica.

Incluso habría empleados que trabajarían como si fuera una ciudad de verdad.

Aquella inversión había costado millones y millones de dólares. Sin embargo, todos los que estaban metidos en el proyecto creían fervientemente en el mismo. ¿Quién sabía lo que podrían lograr luego de esto?

Tino se despertó. No entendía nada de lo que estaba ocurriendo en ese instante. Se hallaba en un dormitorio en el que jamás se había encontrado antes. Estaba totalmente desconcertado. Hacía unos instantes que estaba en el cuarto que había compartido con Sigurd por casi una década.

Se puso de pie y sobre la mesita de luz se encontraba una nota. La abrió con cuidado y la misma decía lo siguiente: Bienvenido, Tino. Esta es tu nueva casa. ¡No dudes en salir a conocer tus vecinos! Disfruta de tu estadía.

Algo de todo ese texto le había provocado escalofríos. Se asomó por la ventana y para su sorpresa, no había barrotes. De cierta manera, era libre. Tenía una misión impuesta por aquellos médicos locos pero podía ir a donde quisiera. Bueno, al menos, dentro de los límites del domo.

Respiró profundamente. ¿Cuándo había sido la última vez que había experimentado semejante sensación? Por unos minutos, se olvidó por completo de lo que quizás le pasaría luego. Sólo quería disfrutarlo.

Sin embargo, pronto estaba a punto de descubrir el precio que tendría que pagar.


¡Gracias por leer!