—Ya le dije que no sé nada, profesora.
Umbridge se levantó de su asiento de cojines de terciopelo rosa y se acercó al de Ron, quien la esperaba con en corazón en la boca, aterrado ante la perspectiva de que le castigara, haciéndole escribir sobre su propia piel.
—¿Y por qué habría de creerle?—los labios pintados de color rosa de la profesora se fruncieron, como si considerara la cuestión.
El muchacho no pudo más que mirarla con algo de incertidumbre («¿Porque digo la verdad?»), ya que percibía que ella en realidad no esperaba que le respondiera su pregunta.
Y así era, puesto que no pasó más de un par de segundos cuando ella se respondió a su misma, con una sonrisita de satisfacción surcando su rostro de mejillas sonrojadas y ojos brillantes, casi febriles.
—No tengo motivo alguno para hacerlo. Y es más, no lo haré: usted, Ronald Weasley, me está mintiendo y se quedará castigado en lo que queda del año si no me da una respuesta más honesta.
Ron, explosivo como era, no se contuvo de gritarle a la cara lo que le importaba su castigo, o siquiera su opinión.
—...puede guardarla donde no llega el sol, en lo que a mi respecta.
Si su profesora se asombró ante su arrebato no lo demostró: su cara no parecía nada más que una máscara que reflejaba la misma sonrisa que llevaba puesta hacía un par de minutos. Del modo en que no dejó pasar más que frialdad en sus rasgos, permaneció sonriente, sin dejar entrever irritación alguna ante la respuesta del pelirrojo, o su actitud que pretendía parecer desafiante...
Eso sí, su sonrisa creció a lo gato de Cheshire, estirándose en sus mejillas iluminadas por un tono rosa tirando a fucsia... Apoyó su trasero en el borde del escritorio y se inclinó hacia su alumno, alcanzando a susurrar algo en su oído con una voz baja y ronca.
—Preferiría que me la guardara usted señor Weasley, si es tan amable. —esbozó una sonrisa juguetona al notar el sonrojo que comenzaba a cubrir las mejillas y orejas de su alumno, al darse por entendido lo que había querido decir.
Él se había quedado sin palabras, ensimismado como estaba en lo que veía frente a sus ojos: Dolores Umbridge se había inclinado de modo que su escote quedara frente a los ojos del pelirrojo, quien estaba tan cerca que alcanzaba a sentir un aroma, deseoso como estaba por zambullir la nariz y la boca en ese par de montañas de piel blanca, que le instaba a olisquear, lamer y morder. Solo olisquear, lamer y morder.
Entonces, como por arte de magia (literalmente) los botones que abrochaban la gran delantera de la profesora salieron volando, rodando y rebotando en el suelo.
Y cuando estaba más que pronto para elevar la visión hacia ese par de pechos presos tras el sujetador color rosa, ansioso de probar si estaban tan dulces como se veían, aunque sorprendido de ese repentino deseo hacia su profesora... oyó la voz de Harry llamándole.
—¡Ron! ¡Despierta que llegaremos tarde a clase!
Él abrió sus ojos celeste, asombrado ante la noticia de que todo había sido un sueño, y asustado por el hecho de haber sufrido de una pesadilla (fantasía) tan perturbadora.
—Ya voy.—murmuró con pocas ganas de ponerse en pie, y muchas de volver a dormir. y averiguar si podía acabar con el sueño.
Carajo, si hasta podía percibir el aroma de su perfume en las fosas nasales: Rosa Pasión, lo había bautizado.
