Ambigüedad
Cuando ella me miró por un momento, pensé que iba a matarme y la idea me gustó, por eso no corrí, además de que él me clavaba las uñas en los hombros. Contuve un suspiro. Entonces lo mató y yo la abracé, porque solo cuando me vi libre, le vi los ojos llenos de tristeza. Como los míos. Pensé que hacía lo que hubiera querido que otro hiciera. Porque yo no era la hermanita tierna del monstruo, yo era su amante, yo era su presa, yo gritaba en oído y lloraba contra su hombro y al otro día mantenía conversaciones conmigo frente a los dueños del hostal, me secaba las lágrimas, me besaba en la frente y me hablaba de pesadillas inexistentes, para luego llevarme a comer helado con frutas confitadas, bananas y chocolate: vomitaba de solo mirar y él reía por dentro, elogiando mis huesos visibles. La verdadera mierda era vivir con él. Y Teresa lo fulminó sin perder un segundo. Como un águila real o un ángel o la diosa Alada de la Fortuna. Por eso acepté su nombre aunque no fuera ese el verdadero. Ya no importaba qué era verdad y qué no, porque yo la amaba y quería seguirle.
