EL Equipo A

De vuelta en Vietnam sin un plan

Renuncia de responsabilidad legal: esta obra, que no me aporta ninguna remuneración económica o beneficio de ningún tipo, está destinada al entretenimiento de los lectores. No poseo los derechos de autor ni copyright de los personajes de la serie "El Equipo A". Sólo juego con ellos para pasar el rato.

N. del A. – Este fanfic es una traducción al español de mi historia "Back in 'Nam with no plan". Con ella intento cubrir el agujero negro en el guion del último episodio de la temporada 4, "El sonido del trueno." En ese capítulo, Murdock recibe un balazo en el hombro cuando tenía que pilotar el helicóptero hasta el avión que tenían escondido en la jungla, cerca de Hanoi, para regresar a los Estados Unidos con él. En ese capítulo, en la siguiente escena todos están de vuelta en California, y Murdock ni siquiera lleva el brazo en cabestrillo, con una recuperación milagrosa, y sin ninguna explicación de cómo lograron escapar. Esta historia explora la odisea que podría haber supuesto para el Equipo A salir de Vietnam en esas condiciones.

Es una pena que no haya más fanfics en español en esta web, especialmente de esta serie tan querida en España. Espero que alguien lo lea y deje algún comentario. Si no, no creo que haga el esfuerzo de traducirla toda, porque ya llevo casi 60.000 palabras en inglés, y contando… Buf, que paliza. Qué pereza me da sólo de pensarlo, jajaja.

Bueno, espero que a alguien le guste la traducción, y aprecie el esfuerzo. Gracias.

Capítulo 1

Murdock no pudo evitar gritar cuando la bala perdida atravesó el fuselaje y le perforó el hombro izquierdo. Al escuchar ese grito, Fénix se giró rápidamente, mirándole preocupado, presa del pánico, preguntándose quién pilotaría el helicóptero si Murdock no pudiese.

—¿Estás bien?

—¡No vamos a llegar a Texarkana, pero creo que podremos llegar al avión! —dijo Murdock, gimiendo de dolor, intentando quitarle importancia a la situación, pero Fénix ya había visto la herida en su hombro.

¡Esto no puede estar pasando! ¡Ahora no! —pensó Fénix mientras sus manos temblorosas comprobaban con urgencia el daño causado por la bala.

Mientras tanto, detrás de ellos, Tía sostenía en sus brazos a su padre moribundo, después de que el coronel Shu le metiera un balazo mortal en la espalda cuando iba a subir al helicóptero.

—La última vez que te vi, intentabas matarme —dijo el General Fulbright, haciendo un gran esfuerzo para hablar. Durante un momento, miró a su hija, orgulloso, y luego continuó, esbozando una media sonrisa forzada—. Qué guapa eres…

—Y dura, como su padre —dijo Aníbal.

—Smith, sus hombres son buenos soldados. Me alegro de haber estado en su bando —dijo el general, con su voz apagándose. Esas fueron sus últimas palabras antes de morir, en brazos de su hija.

En la cabina de mando, Murdock balbuceó algo acerca de ser un pájaro con un ala rota, herido antes de empezar a volar, sin hacer ningún intento por pilotar el helicóptero.

—¡Murdock, concéntrate, por favor! —dijo Fénix mientras aplicaba presión sobre la herida con su mano desnuda, lo bastante fuerte para ayudar a contener la hemorragia, pero sin interferir en el manejo de los mandos—. ¡Tienes que subir este pájaro! ¡Vamos! ¡Ya sé que duele, pero tienes que hacerlo! ¡No nos podemos quedar aquí!

—¡Sí, señor! ¡Vamos pa' arriba!

Con los dientes apretados, Murdock estiró del mando del colectivo con mano insegura y despegaron, sobrevolando al enemigo, pero quedándose allí, todavía demasiado cerca del suelo.

—¡Vamos, loco! ¿A qué estás esperando? ¡Sácanos de aquí! —gritó M.A, entrando en pánico en el momento en que levantaron el vuelo, debido a su abrumador miedo a volar.

—¡Murdock está herido! ¡Tiene un tiro en el hombro! —gritó Fénix a pleno pulmón, en caso de que no se hubiesen enterado atrás en la cabina.

—¿Qué? ¡Este no es momento para bromas, idiota! ¡Murdock no puede estar herido! ¡Tiene que pilotar esta mierda de lata de sardinas!

—¡Está haciendo lo mejor que puede, así que cálmate y cállate la boca! —gritó Fénix sin molestarse en mirar atrás, con su propio miedo demasiado obvio en su temblorosa voz.

—Tia, dejemos a tu padre en el suelo, a nuestros pies —dijo Aníbal—. Este helicóptero va a bailar un poco, y no podrás sostenerle. Pesa demasiado para ti.

Tras ayudar a Tia con el general, Aníbal ordenó a M.A que se sentase en el asiento del centro, entre ellos, para que no pudiese mirar abajo a través de las puertas laterales, tratando de calmarle.

—No responde muy bien, Fénix —dijo Murdock en un tono de disculpa—. Quizá las palas o el rotor se dañaron con los disparos. Tendrás que ayudarme con esto.

—¿Qué tengo que hacer?

—Estira del joystick conmigo.

Fénix le ayudó a manejar el mando, que iba bastante duro, difícil de mover y respondiendo lentamente, pero entre los dos lograron desplazarlo hacia atrás, y el helicóptero finalmente se elevó en el cielo, a una distancia más segura. Aunque no fue bastante, porque los soldados ametrallaron el helicóptero otra vez, dando a más partes vitales del fuselaje, pero no a los pasajeros.

—¡Mierda! —dijo Murdock cuando perdió el control del helicóptero, que empezó a rotar, dando vueltas como un molinillo—. ¡Ayúdame con esto otra vez!

Fénix intentó ayudar a su amigo lo mejor que pudo, estirando del mando de control en la misma dirección que Murdock cada vez que este lo sacudía mientras pisaba los pedales, hasta que lograron estabilizar la aeronave. Entonces, Murdock inclinó levemente el morro del aparato y empujó del mando para ir hacia adelante, tan rápido como pudiese, alejándose de allí.

—¡Bien hecho, muchachos! ¡Lo conseguisteis! —dijo Aníbal, mostrando un entusiasmo que realmente no sentía, tan asustado como el resto, pero tratando de disimular su miedo.

—¿Adónde vamos, coronel? —preguntó Murdock, todavía apretando los dientes.

—Hanoi estaría bien, si pudiésemos llegar tan lejos. Encontraremos un hospital donde te echen un parche, y entonces podremos volar a casa.

Aníbal miró a M.A, sentado a su izquierda. El sargento había caído en el estado catatónico debido a su miedo a volar, esta vez agravado por la noticia de tener al piloto malherido.

—El grandullón no será un problema si se queda así de quieto hasta que le montemos en ese avión.

—Fantástico —dijo Fénix, que esta vez se giró para mirar atrás mientras seguía aplicando presión a la herida de Murdock.

—Toma, usa esto —dijo Aníbal, dándole su bandana, que Fénix tomó con una mano bañada en sangre—. ¿Cómo está? —preguntó entonces, bajando la voz, con sus ojos azules clavados en los de Fénix.

—Está bien. Un tiro limpio, dentro y fuera. La bala sólo dejó un agujero que le atraviesa el hombro. Se pondrá bien —dijo Fénix en un tono casual, pero sus asustados ojos decían algo diferente: si no se desangra antes, y si consigue aterrizar este pájaro sin que nos la demos.

—Teniente, creo que deberías familiarizarte con los controles —dijo Aníbal con su tono más serio, el que casi nunca usaba ahora: el de oficial al mando.

Fénix tragó saliva y asintió, muy nervioso, asustándose incluso más ante la posibilidad de tener que hacerse cargo del manejo del helicóptero. Giró la cabeza para mirar al frente, ejerciendo presión sobre la herida con la bandana. La tela se empapó de sangre inmediatamente.

—¿Qué tal vas, campeón?

—Esta mierda de mando funciona como el culo —protestó Murdock, entre dientes, sacudiéndolo enfadado. Ese movimiento repentino de su torso le hizo jadear de dolor cuando su hombro herido se resintió. Trató de relajarse entonces, despatarrándose en su asiento de piloto, hasta encontrar la postura más cómoda.

—Supongo que me podrías dar un cursillo acelerado de cómo manejar este trasto… Sólo por si acaso, ¿eh?

—Fénix, no necesitas un cursillo acelerado, para nada. Bastante acelerado estás ya, sólo mírate esa cara… Lo que tú necesitas en un cursillo pausado y sosegado, de vuelo y de aterrizaje, todo suave, suave... —dijo Murdock en un tono condescendiente, cada vez más pálido y cansado del esfuerzo de pilotar y hablar a la vez mientras perdía tanta sangre, pero aun así no pudo controlar su acostumbrada incontinencia verbal, ni siquiera bajo unas condiciones tan sombrías.

—Sí, claro, por supuesto. Sabes que soy perfectamente capaz de acelerar este trasto contra el suelo sin ninguna clase de instrucción extra por tu parte. Y tienes razón, has dado en el clavo: necesito tranquilidad, no cursillos acelerados. Entonces, manteniendo la calma, ¿cómo hago para mantener este pájaro en el aire, volando en la dirección que yo quiero?

—Está chupado. Para volar, solo tienes que mover el mando del joystick así: hacia atrás para ir arriba, hacia adelante para ir abajo, y también para adelante, ¿por qué no? Luego lo mueves a la derecha o a la izquierda, como te apetezca… Es pan comido, super fácil. Bueno, por lo menos en un pájaro que no lleva un tiro en el ala, como yo, o como este helicóptero de mierda. Y luego, por supuesto, tienes que usar los pedales de giro, pero afortunadamente para ti, el paso cíclico y el colectivo están combinados en el mismo mando en este trasto, con lo que tienes una cosa menos de la que preocuparte, pero el acelerador, eso es de coña porque…

—Ya, ya veo —dijo Fénix, interrumpiendo a su amigo, que lo mismo le podría estar hablando en arameo—. ¿Y para aterrizar?

—Para aterrizar, sólo tienes que…

Murdock no acabó la frase, porque justo entonces algo se rompió en la transmisión al timón de cola, y perdió el control de la aeronave otra vez. El helicóptero giró de repente, y Fénix perdió el equilibrio, presionando con fuerza sobre la herida de Murdock, apoyándose sobre su hombro cuando se cayó hacia ese lado. Murdock aulló de dolor y se desvaneció, soltando el mando, empeorando la situación.

—¡Pero qué… cagada! Lo siento, colega. Vamos, despierta. ¡Despierta! —gritó Fénix, abofeteando a su amigo suavemente para reanimarlo, mientras el helicóptero daba vueltas como un abejorro loco, pero Murdock se había desmayado y no reaccionaba—. Mierda, mierda, mierda… —farfulló Fénix entonces, agarrando el mando para estabilizar el helicóptero, frenético porque no podía controlarlo. Bajo unas circunstancias más normales, todavía hubiese tenido dificultades para mantener el aparato volando en línea recta, pero ahora ese helicóptero saltaba y daba vueltas en el aire en cualquier dirección, al azar, como un toro en el rodeo, y era un caso perdido: Murdock estaba fuera de combate, el helicóptero perdía altura, y el suelo se estaba acercando demasiado rápido.

—¡Fénix! ¡Estabilízalo! —gritó Aníbal desde la cabina, presionando contra los laterales con sus brazos extendidos, mientras Tia se agarraba a su asiento, temiendo por su vida. M.A estaba tieso en el suyo, todavía catatónico y paralizado por el miedo mientras el helicóptero daba vueltas sin control, con su voluminoso corpachón apoyado contra el del coronel, que temía que iba a salir despedido del compartimento en cualquier momento, debido a la fuerza centrífuga y al peso de M.A.

—¡Lo estoy intentando, Aníbal! —gritó Fénix mientras seguía luchando con el mando.

Después de unas cuantas rotaciones más a toda velocidad, y de los intentos desesperados de Fénix para esquivar los árboles, el helicóptero se estrelló en un pequeño claro. Las barras de los patines de aterrizaje se quebraron con el impacto, así como la cola, reventada en mil pedazos. Las palas del rotor seguían dando vueltas cuando se incrustaron en el suelo, rompiéndose también, y los fragmentos salieron despedidos, volando en todas direcciones, justo antes de que el resto del fuselaje se quedara quieto por fin, inclinado a un lado.

AAA

Aníbal se levantó de la suave y blanda hierba en donde se había estrellado cuando perdió la batalla por permanecer dentro del helicóptero. Tenía un profundo corte en su frente, que sangraba sobre sus ojos. Mientras llamaba a sus hombres, se limpió con la manga la molesta sangre que le impedía ver bien. No obtuvo respuesta, así que se acercó a los restos del helicóptero accidentado tan rápido como pudo, bamboleándose a los lados con paso inseguro. M.A ya no estaba catatónico, y la mitad de su ahora flácido cuerpo asomaba fuera de la cabina, con su cabeza y sus brazos colgando. Respiraba, así que Aníbal simplemente estiró de él para arrastrarle por la hierba hasta una distancia segura, sin chequearle más, y volvió al helicóptero a buscar a Tia, pero no estaba allí. La vio tirada en el suelo, a poca distancia del maltrecho aparato. También parecía levemente herida, pero ya en movimiento, tratando de levantarse.

Ignorando el cuerpo sin vida del general, que milagrosamente todavía se encontraba dentro de la cabina, Aníbal intentó abrir la puerta de la destrozada cabina de mando, pero estaba atascada en el marco de metal deformado. Le dio unos cuantos estirones y al final consiguió abrirla.

—Mierda —dijo entre dientes cuando vio el estado en que se encontraban sus dos hombres, cubiertos en trocitos de cristal.

Fénix yacía encima de los controles, en una posición anormal, doblado hacia adelante. Aníbal conservó la esperanza cuando encontró un pulso latiendo en su cuello. No sabía la gravedad de sus lesiones, ni si se había dañado la médula espinal, pero con el combustible goteando del depósito perforado, temió que el aparato pudiese explotar en cualquier momento, así que le agarró para sacarle fuera, pero no pudo. Lanzó un par de juramentos cuando se dio cuenta de la razón: la larga pieza de metal que estaba incrustaba en su abdomen, empalándole sobre los controles. Para entonces, Tia ya había llegado dando tumbos a su lado, tratando de ayudar.

—¿Puedes estirar de esa barra mientras yo le levanto? Tenemos que darnos prisa, creo que esto va a explotar.

Tia sujetó la rota barra del control, tirando hacia abajo mientras Aníbal levantaba a Fénix, que ni siquiera se inmutó ni se estremeció cuando la barra se deslizó fuera de su abdomen. Aníbal juró otra vez en arameo cuando vio la larga mancha de sangre cubriendo la barra de metal, una mala señal que indicaba que la herida era bastante profunda. Ignorando el dolor en su costado y en sus costillas, Aníbal llevó en sus brazos el cuerpo inconsciente de su teniente, tomando nota de como su brazo izquierdo colgaba en una posición anormal, probablemente roto, y le dejó suavemente en la hierba, al lado de M.A. Entonces, volvió a rescatar al piloto.

Murdock también estaba inconsciente, con una extensa mancha de sangre sobre su hombro, que se extendía a su espalda y sobre el asiento, y tenía numerosos, pequeños cortes donde el desmenuzado cristal había cortado su pálida y sudorosa piel, pero no vio ninguna otra herida tan horrible y macabra como la de Fénix. Aníbal sacó a su piloto de la cabina, agradeciendo la ayuda de Tia para llevarle con los otros, porque se estaba quedando rápidamente sin energía con todo ese esfuerzo.

Cuando llegaron con los otros, los restos del helicóptero explotaron en una bola de fuego. Aníbal se tiró el suelo, intentando proteger los heridos cuerpos de sus hombres con el suyo, de forma instintiva, pero ninguno de los fragmentos de metal que volaron a su alrededor les alcanzaron.

Cuando Aníbal y Tia se incorporaron, sentados en la hierba, ella miró a la hoguera flameante, sufriendo un ataque de pánico.

—¡Mi padre!

—No —dijo Aníbal, sujetándole del brazo cuando se intentó levantar—. Sabes que ya estaba muerto. No hay nada que puedas hacer por él. Deja que se queme, porque no tenemos tiempo de enterrarle.

Y por supuesto, no puedo llevar un cadáver a rastras cuando tengo que cargar con hombres que todavía están vivos, pensó con gran consternación.

—¿Qué vamos a hacer ahora?

—Dame un minuto —dijo Aníbal con voz temblorosa, tumbándose en la hierba cuando las copas de los árboles empezaron a dar vueltas a su alrededor.

Cerrando los ojos para controlar el mareo y la náusea repentina, Aníbal evaluó rápidamente la situación: tenía dos hombres gravemente heridos; uno inconsciente, pero con un poco de suerte, todavía operativo; la señorita Kung Fu, como su teniente se había referido a Tia antes; y, teniendo en cuenta el dolor que sentía en sus costillas y en su cabeza, y la persistente hemorragia que cegaba sus ojos, él mismo no estaba demasiado bien.

A pesar del inicial fallo mecánico, habían conseguido alejarse del enemigo volando unas cuantas millas antes de estrellarse, que no era lo bastante para estar seguros, y ese fuego y esa columna de humo negro que se elevaba sobre las copas de los árboles revelaría su posición fácilmente.

La horrible verdad era que estaban de vuelta en Vietnam, en territorio hostil, sin una operación de apoyo ni refuerzos, sin armas —porque se habían quemado en el helicóptero— y lo más importante, sin un plan. Y él siempre tenía que tener un plan. No podía vivir sin uno.

—¡Mierda! —se quejó de nuevo, limpiándose la sangre de los ojos una vez más—. ¡Maldita sea!

AAAAA