DISCLAIMER: Tanto los cazadores de sombras como los submundos y los personajes de TMI, en los que se inspira este fic, le pertenecen a la gran y única Cassandra Clare.
CLASIFICACIÓN: T, por contener violencia, lenguaje levemente grosero, y temas adultos sugeridos.
HISTORIA: Este es mi primer intento de escribir un fic basado en personajes de otro autor (normalmente escribo con personajes de mi propia autoría). Trataré de ser fiel a la personalidad de cada personaje y no sacarlo de su realidad.
La personalidad de Clary varía un poco de la original ya que, basándome en el hecho de que descubre la verdad sobre los cazadores de sombras a una edad más temprana, es algo más autoritaria y con una pisca de la arrogancia que caracteriza a los Nefilim, a pesar de haberse prácticamente criado entre submundos.
Si te gusta este prólogo, o si crees que es mejor ni continuarlo, ¡me harías muy feliz con un review!.
Argumento;
Clarissa Morgenstern ha vivido oculta de la Clave a sabiendas del resentimiento que ésta tiene hacia su padre; ser una Morgenstern equivale a ser rechazada por gran parte de su raza, los Nefilim. Después de descubrir que su madre le había mentido por años, decide irse a vivir con el hechicero que se había encargado de borrarle la memoria y anularle la visión por todos esos años, Magnus Bane. Manteniendo una relación con quién ella considera su verdadero padre, Luke, Clary comienza a vivir rodeada de submundos, evitando a toda costa a otros cazadores de sombras. ¿Qué pasará cuando se encuentre con un chico rubio, conocido como el mejor cazador de su edad? Ensimismada con la idea de que los Nefilim fieles a la clave son mentirosos y poco confiables, trata con todas sus fuerzas apartarse de él; pero sus propios sentimientos la traicionan.
Prólogo.
Fear is only in our minds,
taking over all the time.
Sweet Sacrifice, Evanescence.
Brooklyn, 5 años atrás.
La lluvia caía con fuerza sobre las calles de Nueva York, empapándolo todo por completo. El cielo nocturno era como un hoyo negro, iluminado ocasionalmente por los truenos y rayos, ya que la luna y las estrellas habían sido obstruidas por los grandes nubarrones grises. El alumbrado público parpadeaba, sin ofrecer una luz constante.
Una noche oscura, helada y aterradora…
Por una de las solitarias calles de Brooklyn, una menuda figura avanzaba con rapidez, aferrándose a su abrigo y paraguas como si su vida dependiera de ello. El rostro lo tenía húmedo de todas formas, empapado en lágrimas calientes que seguían rodando por sus mejillas sin parar. El cabello, rojo como el fuego, se mecía violentamente con el viento, rizado por la humedad.
Clary Fray, de tan sólo 10 años, era un manojo de emociones, todas revolviéndose en su interior. Traición, dolor, tristeza, confusión, miedo, ira, angustia. Sin embargo, avanzaba decidida, sin titubear; con las piernas firmes, aunque sentía que se derrumbaría en cualquier segundo. El único sonido que podía percibir era el de la lluvia y el de sus propios pasos. Incluso el sonido distante del tráfico se había desvanecido mientras más se adentraba en aquellas calles solitarias.
Tenía miedo, mucho miedo. Había salido sin su madre en otras ocasiones, pero siempre acompañada de Simon, su mejor amigo. A pesar de que se sentía preparada para caminar sola por las calles, su madre se empeñaba en protegerla más de lo necesario. Clary creía estar lista, pero ahora el corazón se le aceleraba más a cada paso.
Había planeado caminar de su casa al colegio, ya que conocía el camino perfectamente; pero esa tarde no había habido momento para hacer planes. Cuando decidió encarar a su madre, todo se había salido de control. En un arranque de rabia y dolor, había tomado un abrigo y un paraguas pues parecía que iba a llover, y salió del apartamento sin siquiera mirar atrás. Su madre se negaba a darle respuestas, y la única persona que Clary creyó podría dárselas, era el hechicero encargado de borrarle la memoria, Magnus Bane.
No sabía si el hechicero la recibiría, ni mucho menos si podría llegar; pero no tenía otra opción. ¿A quién más podría preguntarle sobre seres sobrenaturales? Hasta ahora sólo recordaba hadas y hechiceros pero, ¿qué otras criaturas caminaban por la tierra sin que los humanos lo supieran? Mundanos. Así había llamado su madre a los humanos comunes y corrientes: mundanos.
Hasta sólo un par de días, ella habría asegurado que los hechiceros y las hadas no eran más que tonterías. Fantasías inventadas para entretener a los niños pequeños. Pero luego comenzaron los flechazos de recuerdos o las criaturas que sólo ella veía caminar por la calle, que la acosaban en los momentos menos oportunos.
El primer recuerdo que la asaltó sin previo aviso, fue el de una pequeña hada que se movía entre las flores, y ella misma la tomaba entre sus manos, queriendo observarla mejor. El hada se rebatía entre las manos de Clary, tratando de escapar, pero la pequeña pelirroja la sujetaba con fuerza. Luego, su madre había gritado, arrebatándole el hada de las manos, con una mueca de preocupación y horror en el rostro.
Clary no le había encontrado sentido a aquello, y lo había descartado como alguna divagación sin sentido de su propia mente. Pero, más tarde ese mismo día, había visto caminando por la calle a una joven de piel azul y cabello blanco como la nieve. Sí, ¡piel azul! La impresión que le había causado la imagen la petrificó en su lugar, captando la atención de su madre que caminaba junto a ella. Jocelyn siguió la vista de Clary, y cuando se topó con la extraña chica de piel azul, la misma mueca de horror del recuerdo de Clary había aparecido en su rostro.
—¡Vamos, Clary! —había dicho, tomándola de la mano y tironeándola, obligándola a quitar la vista de la peculiar chica de piel azul—. Quiero llegar temprano a casa.
Clary volvió a mirar a la chica, quién parecía haber escuchado los chillidos de su madre pues las miraba a ambas con atención. Qué extraño, pensó Clary, pues ahora la chica tenía la piel de un color completamente normal, y el cabello era rubio platinado; no blanco. Frunciendo el ceño, centró la vista en la cara de la chica y la piel azul volvió a aparecer, como si Clary necesitara concentrarse para poder verla. Estoy loca, había pensado con horror, apartando la vista de la chica extraña.
A penas llegaron a casa, Jocelyn se encerró en su habitación, diciéndole a Clary que tenía que hacer una llamada importante. Curiosa, cuando la puerta se cerró, Clary había pegado el oído a ella, tratando de escuchar un poco. La voz de su madre le llegaba amortiguada.
—Necesito que tengas una sesión con Clary lo más pronto posible —decía Jocelyn dentro de la habitación—. Hoy la sorprendí observando a una hechicera como si fuera la cosa más extraña del mundo. ¡Por supuesto que lo era para Clary! De seguro podía ver a través de su glamour y observar su piel azul.
¿Hechicera? ¿Glamour? Clary no entendía nada.
—Oh, vamos, Magnus —suplicaba su madre—. ¿No podrías volver antes?
¿Magnus? La cabeza le daba vueltas, y otro recuerdo afloró en su memoria. En su recuerdo, Clary era pequeña ya que Jocelyn se alzaba como si fuera tan alta como un edificio. Trataba con todas sus fuerzas seguirle el paso a su madre, sin tropezar, pero ésta iba caminando demasiado rápido. Finalmente, se había detenido frente a un edificio apartamento, y tocó el timbre que correspondía al de Magnus Bane.
—Necesito un hechizo que le anule la visión —le había pedido a un hombre alto, con ojos de gato y brillantes dientes blancos—. Algo que le impida ver el mundo de las sombras.
—Esa clase de hechizos son muy peligrosos —aseguró el hechicero—. Podría matarla o dejarla mentalmente desorientada. —El hechicero de inquietantes ojos se puso en cuclillas, quedando a la altura de Clary. La pequeña quedó prendada de los impresionantes ojos, sin poder apartar la vista. Los labios del hechicero se crisparon en una pequeña sonrisa, pero ésta se desvaneció al instante— Hay otro hechizo que puedo implementar. El hechizo le haría olvidar cualquier cosa del mundo de las sombras que viera, incluso mientras las está viendo —se puso de pie, mirando a Jocelyn—. Le costará bastante.
—Pagaré lo que sea.
Tampoco le había encontrado sentido a aquel recuerdo, pero una extraña sensación se acomodó en su pecho. Su madre le estaba ocultando algo. Algo importante.
Se apartó de la puerta, mientras su madre seguía conversando por el teléfono. En silencio, caminó hasta su habitación y se encerró allí, demasiado cansada y confundida como para siquiera pensar. Cayó dormida en minutos.
Al día siguiente, decidió que era momento de encontrar respuestas.
En el segundo en que las palabras 'hechicero' y 'hada' salieron de su boca, su madre había perdido el color del rostro, alegando que no eran más que tonterías: bobadas en las que creen los niños pequeños. Y, Clary, al no encontrar respuestas, había decidido buscarlas en otra parte.
Había fingido indiferencia, como si el tema no le importara en absoluto, y se había encerrado en su cuarto alegando que estaba cansada. Cuando se aseguró que su madre no estaba en el pasillo que conectaba la habitación de Clary a la puerta principal, la pequeña había salido sin hacer el menor ruido y ahora estaba por llegar a su destino.
Magnus Bane estaba recostado en un chaise longue que había hecho aparecer -con magia, por supuesto- en la sala de estar de su apartamento, leyendo, sin mucho interés, un libro de hechicería.
La lluvia no era algo con lo que Magnus se sintiera cómodo. La humedad que traía con ella era sofocante y molesta, aunque debía admitir que el ruido era relajante. Presidente Miau estaba sentado en el alféizar de la ventana mirando hacia afuera, pareciendo tan mortalmente aburrido como el mismo Magnus. Cuando llevabas muchos años viviendo en el mundo, observando cómo algunos nacen y otros mueren, todo te parece mortalmente aburrido y comienzas a perderte en el olvido de ti mismo.
El hechicero se puso de pie, dejando caer el libro en algún lado, sin fijarse si caía al suelo o al sillón. Comenzó a vagar por su propio apartamento, sin saber muy bien en que fijar su atención. Algo le había estado molestando desde hace un par de días.
La pequeña Clary y su madre aparecían en la mente de Magnus más de lo que al brujo le hubiera gustado admitir. Estaba preocupado por la pequeña. Consideraba injusto que su madre le arrebatara lo que era de Clary por nacimiento, algo que Magnus había aprendido que los nefilim apreciaban enormemente: su descendencia angelical y su derecho a acabar con los demonios.
Él no llegaba a entenderlo, no realmente, pero sabía que era importante para ellos. Y sabía que a Clary también le importaría si lo supiera. Esa chica llevaba la valentía y la fuerza en la sangre, podías verlo brillar en sus ojos verdes.
El sonar del teléfono sacó a Magnus de sus pensamientos y éste desvío la vista perezosamente hacia el aparato apoyado en una pequeña mesilla de color caoba, debatiéndose entre contestarlo o sólo dejarlo sonar. Con un suspiro de resignación, tomó el auricular del teléfono llevándoselo al oído.
—Magnus Bane, gran brujo de Brooklyn —respondió con voz queda y, sí, mortalmente aburrida.
—¿Magnus? Ehm… —el brujo reconoció inmediatamente la preocupada voz de Jocelyn y suspiró internamente.
—Tenemos una cita mañana. De seguro que puede esperar unas 20 horas, Jocelyn —argumentó pellizcándose el puente de la nariz. No entendía porque seguía prestándole servicios a aquella mujer, cuando solía ponerle los nervios de punta con su actitud de madre sobreprotectora.
—No, no es eso… —la mujer pareció dudar un momento. Finalmente, junto con un suspiro, le contó la razón por la que le había llamado—: Clary se escapó de la casa porque tuvimos una discusión sobre el mundo de las sombras y yo… —su voz se ahogó en su sollozo—, no sé dónde está.
—¿Quieres un hechizo de rastreo? —preguntó con una voz neutral, indiferente, pero la preocupación bullía por dentro. Niña inconsecuente e impulsiva, pensó frunciendo el ceño.
—Sí, no lo había pensado pero, sí. En verdad, te llamaba para preguntarte si es que ella estaba allí.
—¿Aquí? —la voz de Magnus ahora sí reflejó su sorpresa—. ¿Por qué estaría aquí?
—Necesita respuestas y quizá recuperó recuerdos en los que podrías estar envueltos. Sólo era una suposición.
—No, no está aquí. —otro suspiro escapó de los labios de Jocelyn cuando registró las palabras del hechicero—. Necesito algo de Clary para realizar un hechizo de rastreo exitoso.
—Oh, sí. Estaré allí en unos minutos —respondió inmediatamente—. Pasaré a ver a Luke antes, en caso de que haya ido hacia allá.
—De acuerdo —sin esperar una respuesta de parte de la mujer, colgó el teléfono.
Magnus sabía que tarde o temprano todo le explotaría en la cara a Jocelyn, y se lo comunicó en reiteradas ocasiones, pero la ex–cazadores de sombras prefería ignorarlo. ¿Qué tal ahora, huh?, pensó con amargura. Antes de que siquiera pudiera acostarse sobre su chaise longue otra vez, el timbre de la puerta comenzó a sonar.
—Y ahora, ¿qué? —murmuró para sí mismo, mientras se dirigía al intercomunicador—. Residencia de Magnus Bane —anunció con la misma voz con la que había respondido el teléfono, minutos antes.
—Uhm… —el brujo no necesito más palabras para reconocer la suave voz de Clary.
Soltó un suspiro de resignación y apretó el botón para abrir. —Pasa, Clary.
Clary dudó un momento, con el miedo corriendo por sus venas. No sabía si esto era lo correcto, o si podía confiar en Magnus Bane, pero no parecía tener otra opción. Tragándose su temor, entró cerrando la puerta detrás de ella. Subió las escaleras afirmándose firmemente del barandal, sin confiar completamente en sus piernas. La puerta de uno de los departamentos estaba abierta.
—Vamos, entra que hace frío —dijo Magnus desde el interior y Clary obedeció silenciosamente.
El apartamento tenía una decoración gótica, con altos techos que terminaban con la forma de un triángulo. Los colores predominantes eran el negro, el dorado y el rojo, recordándole a Clary la edad media. Aunque la decoración era impresionante, Clary no podía apartar la mirada del techo. ¿Cómo podían ser tan altos? Era imposible.
—Es una ilusión —aclaró Magnus al percatarse de la expresión de la pequeña—. No son así de altos realmente.
—Oh… —se limitó a decir Clary, fijando su atención en el brujo que tenía al frente.
—Escuché que tienes preguntas —Magnus le indicó con la cabeza que tomara asiento en el chaise longue mientras él se limitaba a sentarse en un alto taburete que había tomado de la cocina estilo americana.
—¿Cómo es qué…
—Tu madre llamó —le interrumpió Magnus—, y está muy preocupada, Clary. Pero no le he dicho que estás aquí —se apresuró a añadir al ver su expresión—, y planeo darte las respuestas que mereces y quieres antes de avisarle que a aquí estás.
—Entonces, supongo qué… —Clary luchaba por darle palabras a todas las dudas que rondaban su cabeza—. De verdad no sé por dónde empezar.
—Empezaré por explicarte que eres tú realmente.
—¿Qué soy yo? ¿Cómo? No…
Magnus la interrumpió con un suspiro. —No eres humana, Clarissa. Eres una nefilim: mitad ángel, mitad humano. Seres de inmenso poder, encargados de eliminar a los demonios y proteger a la raza humana.
—¿Nefilim? ¿Demonios? —Clary hizo una mueca que mostraba tanto incredulidad como horror—. ¿Mitad ángel, mitad humano?
—Realmente no soy bueno haciendo esto —rezongó Magnus, pasándose la mano por el cabello—. Espérame aquí —se puso de pie sin siquiera esperar una respuesta y se dirigió por un pasillo hacia una de las muchas habitaciones que poseía el departamento. Al cabo de unos minutos, salió con un libro en la mano—. Aquí está todo lo que necesites saber. Este es el código de los cazadores de sombras. Por favor, ni me preguntes por qué tengo una copia.
Clary tomó el libro dudosa, observándolo con atención. Le parecía terriblemente familiar, pero no sabía de dónde. —¿Shadowhunter's Codex?
—Así es. Allí encontrarás todo lo que quieras saber sobre el mundo de las sombras y el mundo de los Nefilim —Magnus presionó los labios en una fina línea—. Te demorarás un tiempo en analizar todo eso y, sí tu madre sabe que lo estás leyendo, te lo quitará de seguro.
—¿Por qué? ¿Por qué quiere ocultarme todo esto?
—Clary —Magnus volvió a tomar asiento—, está haciendo todo esto para protegerte. Tu padre… bueno, tu padre es algo —el brujo suspiró sin encontrar una manera de decir aquello con tacto— malo, por decirlo así —¿cómo le explicas algo así a una niña de 10 años? Hey, tu padre es un psicópata que ha matado a mucha gente y tiene una obsesión muy poco sana con tu madre y, probablemente, contigo también—. Lo que quiero decir es que tu madre tiene razones para hacer lo que ha hecho por todos estos años. No estoy diciendo que esté bien, pero es comprensible, supongo. Te dejaré quedarte aquí esta noche mientras analizas el código y meditas al respecto, pero mañana al mediodía tendrás que enfrentarte a tu madre, ¿de acuerdo?
Clary estaba cómodamente recostada en el chaise longue con el libro abierto de par en par, absorta en la lectura. Una pequeña arruga se le formaba entre las cejas ahora que estaba concentrada. Por dios, ¿siquiera me estaba escuchando? Magnus decidió dejarlo pasar y tomó el teléfono para hablar con Jocelyn.
De seguro Jocelyn iba a montar en cólera una vez que Magnus le dijera que no dejaría que se llevara a Clary de su apartamento, al menos no hasta mañana. El brujo se maldijo en voz baja por tener una actitud tan protectora con la pequeña pelirroja mientras marcaba el número de Jocelyn. ¿Por qué siempre termino tan enredado con los problemas de los nefilim?
Después de una breve conversación con Jocelyn por teléfono, la cual se había basado en, primeramente, el alivio de la mujer al saber que su hija estaba a salvo y luego la ira cuando Magnus le había comunicado que se quedaría en su apartamento, leyendo el código de los cazadores de sombras, hasta al menos mañana por la mañana; Magnus estaba sentado en el alféizar de la ventana, leyendo el mismo libro de hechizos de hace unas cuantos minutos.
Clary no había apartado la vista del libro, excepto para preguntarle a Magnus qué tenía que ver él con ella. Magnus le había explicado que, desde hace 7 años, le había estado borrando la memoria de manera periódica, a cambio de una suma de dinero ya que eso era lo que los hechiceros hacían: realizaban hechizos a cambio de dinero. Una vez que esa duda se había disipado, Clary había vuelto la atención al código y no se había apartado de él desde entonces.
Magnus reflexionó sobre el hecho de que la pequeña había decidido confiar en él plenamente, pero probablemente era porque su madre había confiado en él también. Jocelyn sabía que, con conocimiento o no, Clary estaría segura en el departamento de Magnus, sin ninguna amenaza cerca; y por eso había accedido finalmente a qué la pequeña se quedara allí.
Pero, tarde o temprano, Clary tendría que enfrentar a su madre y enfrentar las consecuencias de ser la hija de Valentine Morgenstern.
A la mañana siguiente, Clary se despertó con el sonido de un ronroneo cerca de su rostro. El gato de Magnus, Presidente Miau, la miraba de cerca, moviendo la cola.
Clary se incorporó con cuidado y miró a su alrededor. Magnus no estaba por ningún lado y ella estaba acostada sobre el chaise longue, mientras que el libro, Shadowhunter's Codex, estaba tirado en el suelo al lado del sillón. La pelirroja se había quedado dormida mientras leía y, durante la noche, el libro había caído al suelo.
Se había pasado gran parte de la tarde y noche leyendo el libro, completamente concentrada. Había aprendido que eran los nefilim, de qué ángel descendían específicamente y gran parte de su historia. Comprendía que ella era una cazadora de sombras de nacimiento, igual que su madre. Sabía que era un submundo, sabía que eran los acuerdos, quiénes eran los Hermanos Silenciosos y las Hermanas de Hierro; pero aún así no entendía por qué su madre la había mantenido alejada de todo aquello.
Magnus había dicho que lo hacía para protegerla. ¿Protegerla de qué? El brujo también había mencionado a su padre, quién según su madre había muerto hace mucho… pero ya no podía confiar en lo que su madre le había dicho a través de los años. ¿Cómo hacerlo después de que le hubiera ocultado su propia naturaleza?
El timbre del apartamento sonó, sacándola de sus pensamientos. Magnus apareció vestido de una forma realmente extravagante. ¿Siempre se viste así?, se preguntó Clary, pensando en cómo no había notado la ropa tan peculiar del brujo cuando lo conoció ayer en la tarde. Quizás todos los brujos son tan raros como él.
—Es tu madre —le comentó el brujo—. Es momento de qué hables con ella.
Clary suspiró pesadamente, mirando al código de los cazadores de sombras, que reposaba en su regazo. —Supongo que sí.
Con un último suspiro se puso de pie y se dirigió a la puerta, para ser ella misma quién recibiera a su madre pero, sin importar qué dijera Jocelyn, Clary ya había tomado una decisión: de ahora en adelante, viviría como una cazadora de sombras y se dedicaría a lo que sus antepasados han hecho por años, cazar y eliminar demonios.
