...Libido...
"Dios inventó el coito,
el hombre inventó el amor"
- Edmond y Joules de Goncourt
I
La música resonaba muy dentro de su mente, en lugares que él creía inservibles, y que recién ahora le parecían interesantes de explotar. Podía tocar el sabor de la música ¿Cómo explicar eso? Sencillo, la música era a su vez una imagen que lo llenaba todo, y que emitía un halo de fantasía que iba más allá del inimaginable límite de la sinestesia, superaba todos los sentidos combinados. Eso que quizás podríamos llamar sentimiento y no sensación.
La muchacha se acercaba peligrosamente a él, dentro del reducido espacio de dos plazas al que estaban confinados. Sonreía, eso era lo que más lo maravillaba, lo que realmente hacía que todo ese momento pareciera sacado de una película, una novela, una fantasía. La luz entraba apenas por sobre la valla más allá del ventanal, haciendo que su cuerpo en contraste pareciera más definido y a la vez, ligeramente brillante. El cabello alborotado, principalmente por su causa, lo hacía sentir un extraño y curioso hormigueo en diferentes partes de su cuerpo, siendo la principal las manos, que sólo querían acariciarlo, enmarañar aún más aquel indefinible tono, marcado por una ola carmesí, teñido de desenfreno.
Se sentó a horcajadas mientras él se perdía en sus ojos chispeantes. Pensaba que no pasaría mucho tiempo antes de que los instintos largamente ocultos afloraran, y dejara de ser un momento hermoso, y se convirtiera en una consumación del deber de preservar la especie, pero ese momento nunca llegó. Al contrario, se sentía cada vez más consiente de sí mismo, de la hermosa figura sobre él, y de cuanto realmente podía llegar a percibir con sus seis sentidos.
Cerró los ojos, y dejó que el terso sabor de la melodía multicolor discurriera, lo abandonara junto con su preciada fase REM.
Sonrió a la oscuridad aún antes de abrir los ojos, sólo para darse cuenta de que aún no era hora de levantarse. Decidió dejar pasarlas horas, mientras aún era capaz de retener la imagen mental que acababa de vivenciar, porque no es un sueño si puedes sentir ¿Cierto?
Siempre despertaba agradecido de aquella ensoñación, a pesar de haberla revivido cada noche durante los últimos dos meses. Sencillamente no podía evitar maravillarse con la exactitud de los detalles, quizás incluso más nítidos que la realidad misma. Se sentía descansado. Es mucho más placentero dormir y soñar que simplemente cerrar los ojos y desconectarse.
Su vida se había transformado paulatinamente desde aquella lejana tarde de verano hace poco más de tres años, y se daba cuenta. De vez en cuando este pensamiento cruzaba por su mente y le dedicaba algo así como diez minutos por sesión. Había logrado aceptar la realidad casi tan concreta como era, y había logrado alcanzar una madurez que le permitía alejarse del teléfono durante un día, cada dos días, para permitir libertad a aquella persona que con tantas ansias necesitaba a su lado.
Lo que más marcaba sus emociones era el insondable deseo de retribuir un favor, de mostrar cuán importante era ella para él. Después de todo, prácticamente lo sacó de la locura con un par de pinzas de seda. Sin embargo, iba más allá de un deber –mucho más allá-.
Pero quizás pienso demasiado. Sí, definitivamente pienso demasiado. Son las tres de la mañana, y heme aquí, pensando ¿Qué tipo de vida es esa? Pero bueno, así es la vida. Al parecer estoy condenado a pensar más de la cuenta. Por lo menos ahora también estoy actuando ¿Recuerdas cuando pensaba, y pensaba, y pensaba y no sabía qué hacer y por lo tanto, no hacía nada? Ahora soy capaz de conversar contigo, de escuchar, y de aportar. Tengo anécdotas que contar, pocas, pero las tengo. Conozco más gente. Ya no sólo vivo del colegio. ¿Podrás quererme ahora? Bueno, está mal dicho eso. Yo sé que me quisiste, y que aún lo haces. Más bien sería: ¿Podremos volver a estar juntos? No me cabe duda que la respuesta ya la tienes, y esperare pacientemente a que salga de manera natural. Nada me agradaría más que poder decir: Sí, ella está conmigo. Pero estoy desvariando nuevamente y lo que es peor, estoy conversando contigo, cuando tu estas a doce kilómetros, descansando tranquilamente en tu casa y yo estoy aquí, mirando como el reflejo de la luna llega por no sé qué medio hasta el cielo de la habitación, recordando la vez que las olas del mar nos acompañaron mientras observábamos la misma luna pasado el cuarto creciente.
El muchacho cerró los ojos, tratando de recuperar aquel momento perdido, abrazando los dos recuerdos más preciados que la misma muchacha de sus sueños le legó, junto con el objeto ue le recordaba que aún tenía un corazón. ¿Fetichista? ¿Él? Mm… Quizás.
