Michelle Reid — Un matrimonio siciliano
Capítulo 1
Bella no quería escucharla. De hecho, estaba segura de que si no estuviera en su propia casa, contemplaría seriamente la posibilidad de levantarse de la mesa y marcharse.
Pero en la situación en la que se encontraba, todo lo que podía hacer era observar a su madre con ojos vidriosos, mientras deseaba en silencio poder estar a miles de kilómetros de distancia.
—No me mires así —dijo Renne impaciente—. Puedes pensar que tu matrimonio no es de mi incumbencia pero cuando tengo que escuchar esos feos rumores entonces se convierte en asunto mío.
—¿Lo es? —el frío tono de su hija sugería algo diferente—. No recuerdo que durante todos estos años yo te haya interrogado sobre los comentarios recibidos acerca de tus numerosos amantes.
El cuerpo de su madre se tensó dentro de la chaqueta blanca que llevaba puesta y que tanto la favorecía en contraste con sus rasgos oscuros. Con cincuenta y un años Renne Swan bien podría aparentar ser una mujer de treinta. Siciliana, la más joven de los cinco hermanos Guardino, Renne había heredado junto con su hermana gemela Lucia la mayor parte de la belleza de la familia. Siendo niñas habían deleitado a todos con su cabello y ojos negros llenos de encanto y de jovencitas habían tenido un gran número de jóvenes esperando embelesados a las puertas de la casa de los Guardino. Ahora en la mitad de su vida, y con su gemela tristemente desaparecida, Renne parecía poder atraer como un imán toda la atención masculina. Estaba tan acostumbrada a la admiración que Bella sentía a veces en la expresión desconcertada de su madre cuando la miraba que era incapaz de comprender como había podido concebir una hija tan distinta a ella misma.
Bella era alta y castaña, tranquila e introvertida. Miraba el mundo a través de los fríos ojos azules heredados de su padre inglés y ante las dificultades se ocultaba detrás de una fría pared de hielo a la que nadie podía acceder. En los ojos sicilianos de su madre ardían todas las pasiones que tan ajenas parecían a su hija y que la llevaban a pensar que a Bella le eran totalmente desconocidas.
—Soy la viuda de tu padre desde hace diez años y eso me permite tener cuantos amantes desee sin escandalizar a nadie —se defendió Renne, ignorando a propósito la obviedad de que había tenido amantes durante la mayor parte de la vida de Bella—. A diferencia de tu matrimonio que está prácticamente en la fase de la luna de miel y los comentarios y cotilleos acerca de vuestra situación están tan calientes.
¿Calientes? Bella casi se atraganta con la palabra porque el último adjetivo que se le podría aplicar a su matrimonio era el de caliente. Frío más bien. Un desperdicio inmenso y vacío. Un error tan grande que debería estar en la lista de los mayores desastres.
—Si te preocupan los cotilleos, estás hablando con la persona equivocada —respondió—. Edward es el culpable, deberías ir y hablar con él.
Tras su anuncio se levantó, y como no reunió el coraje necesario para abandonar la sala, se acercó a las puertas de cristal cerradas que daban a la terraza.
Dejando tras ella un delgado halo de silencio. Su fría indiferencia ante la actuación de su marido había conseguido sorprender a su madre que pareció enmudecida durante unos momentos.
—Eres una tonta, Bella —anunció finalmente sin rodeos.
Oh, sí. En eso Bella pensó que estaba plenamente de acuerdo, mientras contemplaba el azul brillante de las aguas del Mediterráneo deseaba poder encontrarse a bordo del pequeño velero que navegaba en las tranquilas aguas cristalinas.
—Porque no se trata de un cotilleo. Yo misma los vi, cara, y hasta un ciego se daría cuenta de la química que existía entre ellos.
Caliente. Bella susurró la palabra porque le pareció mucho más apropiada de lo que lo había sido antes.
Su madre suspiró.
—Debes mantenerlo mucho más controlado —le advirtió—. Es demasiado atractivo y sexy como para dejarlo solo y tú lo deberías saber. Cualquier mujer estaría dispuesta a empujarte de su lado con tal de tenerlo. Sería capaz de tentar hasta a una monja si se lo propusiera y tú, ¿cuándo estás con él? En lugar de mantenerte aislada en este sitio deberías estar con él, haciendo notar tu presencia a quien trate de clavar de nuevo sus garras en él, no deberías estar sentada aquí, escuchando las cosas que una madre jamás querría tener que decir a…
—¿Dónde? —interrumpió Bella.
—¿Qué?
Dándose la vuelta, Bella pudo ver a su madre que parpadeaba con sus encantadoras pestañas negras, al ver interrumpido el hilo de su exposición ya que se sentía cómoda dando lecciones a su hija sobre algo que parecía desconocer.
—¿Dónde los viste? —preguntó de nuevo.
—Ah —al comprender su pregunta, hizo un ligero encogimiento de sus esbeltos hombros—. En Londres, por supuesto…
Por supuesto, se repitió Bella, Londres era el lugar donde Edward pasaba la mayor parte de su tiempo últimamente, lo cual era bastante irónico teniendo en cuenta que ella era londinense y él siciliano.
—Salí a comer con unos amigos cuando los vi en la otra parte del restaurante. El móvil de alguien estaba sonando. Justo cuando trataba de ver de donde provenía el sonido, miré y entonces los vi. ¡En un primer momento estaba tan sorprendida que no podía dejar de mirar! Lo vi coger el móvil que sonaba de encima de la mesa y sin apartar los ojos de la cara de ella, lo apagó y lo metió en su bolsillo —Renne contuvo el aliento—. Odio la sensación que sentí cuando pensé que eras tú quien lo llamabas y vi lo que hizo.
—No era yo —dijo Bella, aunque tenía una ligera sospecha sobre la identidad de la persona que lo había llamado.
—Me alegra saberlo. No tienes idea de lo que sentí al pensar que lo necesitabas y él…
—¿Te vieron ellos? —cortó ella.
La sonrisa de su madre parecía una mueca.
—Cariño, parecían demasiado ocupados mirándose a través de las velas de la mesa como para fijarse en alguien más —dijo ella—. Yo podría haberme acercado a ellos pero, querida… Me parecía tan embarazoso ser testigo de la reunión de mi yerno con mi sobrina en público.
—Así que te fuiste. Podría tratarse de algo totalmente inocente.
Pero no lo había sido, pensó Bella y cómo era capaz de saberlo con tanta certeza. Porque esa mujer en particular era algo más que la sobrina de su madre.
—Y eso no es todo —continuó Renne—. Más tarde los vi entrando en su edificio de apartamentos.
—¡Qué mala suerte para ellos! —dijo Bella irónica—. ¿Supongo que tú estabas allí por pura casualidad?
Los ojos oscuros de su madre brillaron desafiantes.
—Está bien, lo acepto, por si quieres saberlo. No me gustó nada lo que acababa de ver así que decidí vigilarlos. Ella ni siquiera debería estar en Londres —anunció—. Su coto de caza está en Nueva York y hubiera sido mejor para todos nosotros que permaneciera allí.
—¿Así que los espiaste mientras entraban en nuestro edificio de apartamentos? —preguntó Bella.
Renne la miró con pesar.
—¡Los pude ver a través de las puertas de cristal, Bella! Estaban allí, esperando el ascensor. Él tocaba su rostro mientras ella lo miraba. Fue todo tan…
¡Dios mío!, pensó Bella, mientras se alejaba para que su madre no pudiera ver la expresión de su rostro.
De nuevo un silencio espeso se extendió entre ellas, mientras su madre meditaba sobre lo que le había dicho, ella fijo su vista en el horizonte. El pequeño velero se había ido, había desaparecido tras la punta derecha de la isla donde la antigua ciudad de Siracusa se agrupaba alrededor de la pequeña isla de Ortigia.
Su mirada se desvió a la izquierda y en la lejanía pudo divisar el Monte Etna, envuelto en una brumosa niebla. El volcán había estado muy activo últimamente y durante el verano había arrojado cenizas y piedras. Ahora el invierno había llegado y aunque los días todavía eran muy templados para estar en diciembre, la suave columna de humo que emitía el Etna parecía una pluma, el volcán había enfriado su ardor para adaptarse a las nuevas temperaturas, al menos de momento.
—¿Cómo está ella? —preguntó transcurrido unos minutos.
—Igual —fue su lacónica respuesta—. Tan hermosa como siempre, incluso…—Todavía más hermosa, la observación quedó en el aire—. Me recuerda a su madre —añadió Renne roncamente.
Bella sonrió con sonrisa hueca. Lucia, la hermosa mujer de belleza oscura había engendrado una hermosa hija de belleza oscura y su madre la había envidiado doblemente por eso.
—¿Qué vas a hacer? —preguntó su madre después de otro de sus prolongados silencios.
—¿Hacer? —Bella se dio la vuelta hacia la sala para enfrentar su mirada, provista de una sonrisa tan falsa que hacía que sus resecos labios estirados le dolieran—. Edward pagó un alto precio por mi lealtad y la tendrá, sea lo que sea que él decida hacer. Ya te he dicho antes que estabas hablando con la persona equivocada.
—Oh Bella… —su madre suspiró apenada mientras la veía acercarse de nuevo a la mesa—. ¿Cómo habéis llegado Edward y tú a esta situación?
—Dinero, querida —anunció flemática Bella siguiendo sus enseñanzas inglesas mientras se sentaba—. Nuestra terrible necesidad de dinero y su detestable exceso.
—Tonterías —rechazó Renne—. Os adorabais. Edward estuvo atontado contigo desde el primer momento que te vio y tú estabas tan enamorada de él que incluso olvidaste la forma como tu padre te había educado para poder estar con él.
Un juego. Así calificó Bella a este pequeño engaño. Había sido simplemente un juego inteligentemente jugado por el bien de todos los interesados. Edward había fijado las normas para que su matrimonio funcionara y Bella se había comprometido a respetarlas a cambio de un precio. Frente al mundo ofrecerían la imagen de amantes enamorados y a cambio salvaría el patrimonio de los Guardino de la bancarrota.
En ocasiones, el precio que él tuvo que estar dispuesto a pagar fue alto, reconoció Bella, recordando el dinero que había necesitado para conseguir la libertad bajo fianza de su abuelo. Pero las apariencias siempre habían tenido una gran importancia para Edward. Su monumental orgullo así lo requería.
Algunos aspectos profundamente ocultos de su vida eran un tema tabú.
—Y esa era la única razón por la que ella se fue —insistió Renne—. Una vez que se dio cuenta de lo que estaba ocurriendo entre vosotros dos, no le quedó otra opción que apartarse y dejar el camino libre.
Y ahí precisamente, pensó Bella, era donde estaba el engaño.
—Si —contestó.
Edward había estado a punto de pedir en matrimonio a su hermosa prima, cuando ella había descubierto algo sobre su pasado que no había sido capaz de aceptar y por eso decidió dejarlo. Ella había dejado a un lado su amor y su fabulosa riqueza y lo más importante de todo había dejado pisoteado su precioso orgullo.
—Se os veía tan felices juntos.
—Delirantes.
—Edward solía comerte con la mirada y no le importaba que lo vieran hacerlo.
Bella no pudo evitar sonreír irónicamente con la observación de su madre porque de alguna manera tenía razón. Edward solía comérsela con sus ojos.
Con sus ojos, sus labios, su boca, su…
Pero sólo había sido en los primeros meses de su salvaje matrimonio, cuando habían decidido engañar a todo el mundo y lo habían hecho con tanto éxito que habían conseguido engañarse ellos mismos.
¿Y cual había sido el ingrediente principal y cómplice de este engaño?
El sexo. Concluyó sombría. Habían estado tan absorbidos por el descubrimiento de su loca y apasionada atracción sexual que por un tiempo sus sentidos habían estado estúpidamente embotados. Ciegos a la realidad de lo que sentían el uno por el otro. En su ceguera, Bella había dejado que un sentimiento fuera creciendo dentro de ella. Su ceguera había sido tan grande que había llegado a pensar que lo que había entre ellos era amor.
Amor. Ahora podía burlarse de esa palabra. Por lo que respecta a Edward, él simplemente había tomado parte en el juego, como cualquier hombre había disfrutado del juego y había tomado lo que se le ofrecía.
Así, ciega como estaba, había cometido el pecado final ante sus ojos, llevando su relación a un territorio prohibido y al hacerlo había obligado a Edward a reaccionar ante la magnitud de su error.
Desde entonces nada.
Nada, repitió, sintiendo la desolación de esa nada en el eco profundo y oscuro en su vacío corazón.
Renne debió ver su expresión, porque se acercó a través de la mesa para cubrir la mano de Bella con la suya.
—Sé que habéis pasado por un mal momento recientemente, querida —murmuró muy suavemente—. Dios sabe que todos sufrimos por vuestra pérdida, créeme…
Bella miraba sus manos, descansando sobre la prístina blancura del lino y sólo era capaz de pensar en que deseaba que su madre se callara.
—Tu abuelo todavía se culpa a sí mismo.
—No fue su culpa.
Su respuesta sonó fría y distante, sus pensamientos eran todavía más fríos y sombríos.
—¿Se lo has dicho a él?
—Por supuesto, muchas veces.
—¿Se lo has dicho también a Edward…?
De repente, ella necesitó abandonar la sala.
—¿Qué es esto? —suspiró—. ¿Un interrogatorio?
—Me preocupo por él, me preocupo por ti. No, no te enfades —suplicó cuando Bella retiró su mano y se puso bruscamente de pie—. Han pasado seis meses desde que perdiste el niño.
Seis meses, dos semanas y ocho horas, para ser precisos, pensó Bella.
—Antes estabais siempre juntos y ahora nunca os veo juntos. ¡Parece como si quisieras alejarte de todo el mundo, sobre todo de Edward! Y, está bien —dijo Renne—, entiendo que necesites tiempo para reponerte, pero después de lo que te he contado, seguramente te has dado cuenta que es necesario que te repongas de tu triste pérdida si no quieres que tu matrimonio también termine tristemente.
Por toda respuesta, Bella giró sobre sus talones y se alejó, odiando a todo el mundo y despreciándose a sí misma. ¡No quería pensar en su pobre bebé perdido porque no quería pensar en Edward!
Le dolía el corazón, le dolía todo el cuerpo. Bella captó su reflejo en el espejo de la pared y se sorprendió por la tranquilidad que transmitía. Su piel, pálida por naturaleza, parecía haber adquirido la consistencia de la pasta. Vio sus ojos doloridos, su boca apretada. La tensión había roído la fina piel que cubría sus mejillas haciendo parecer su rostro adusto y miserable. ¡No iba a llorar! Se dijo furiosa. No lo haría.
—Él no es un hombre al que le guste ser desatendido, cara —insistió su madre—. Ella lo quiere tener otra vez. ¡Y tú tienes que hacer frente a la situación!
—¿Sabes?, no me voy a desmayar si pronuncias su nombre —dijo irónica.
Fue como poner un trapo rojo delante de un toro. Su madre respondió indignada.
—A veces me resulta difícil creer que seas mi hija. ¿De verdad tienes algo de mi sangre siciliana? ¡Tanya, sí, ese es su nombre y no te vayas a desmayar! Tu prima Tanya que estaba enamorada de tu marido mucho antes de que él te conociera y que por la forma en que se está comportando yo diría que todavía está enamorada de él mientras que tú permaneces ahí mirándome como si no te importara que ellos estuvieran teniendo una aventura.
—Entonces, ¿qué quieres que haga? —Bella se giró, y sus ojos azules ofrecieron por primera vez desde que toda esta escena había comenzado, una verdadera emoción—. ¿Se supone que debo tomar el primer vuelo a Londres y enfrentarme a ellos con todo lo que me has contado? —preguntó desafiante, rodeando la mesa para acercarse a ella—. Dime, mamma, cómo se supone que debe responder mi media sangre siciliana una vez que haya llegado hasta allí. ¿Debo coger una daga y clavarla en sus pechos con la verdadera pasión de una vendetta siciliana?
—Hablas así solamente para molestarme —dijo Renne malhumorada—. Pero respondiendo a tu pregunta, sí —replicó—. Algo de drama de tu parte me parecería más saludable que tu apariencia actual como si no sintieras nada.
