Algunas lágrimas comenzaron a surcar en su rostro. ¿Es que acaso era tan difícil? ¿Era la suya una idea muy descabellada? Y es que lo que Molly Weasley no podía acabar de entender era por qué no podía encontrar eso que estaba buscando. Desde pequeña se había empeñado en poder dar con la respuesta apropiada para cada una de las dudas que asaltaban su mente, pero para esta no tenía ninguna. O al menos ninguna que le resultara agradable de pensar.
La pregunta era simple: ¿por qué en todo Hogwarts no había una sola persona que le gustara? O que, al menos, gustara de ella. Después de estar tantos días pensando en ello, había llegado a la conclusión de que se trataba de un problema de ella. Después de todo, ¿quién tendría entre su lista de prioridades querer que la aplicada prefecta de Gryffindor fuera algo suyo? ¿Algo más que una amiga, que alguien que lo ayudara en las tareas? Ella no podía pensar en ni un sólo nombre. O, bueno, los únicos nombres que podían llegar a aparecer en su mente eran los de algunos compañeros que le parecían atractivos, mas no le parecía que con ellos podría entablar una conversación. Y eso para ella era importante; para gustarle alguien no debía solamente fijarse en el aspecto.
Aunque no podía opinar mucho más porque solamente habían habido dos personas que realmente se habían adueñado de su pensamiento. Y en ninguno se permitía seguir pensando.
Una mañana de invierno, durante el receso escolar de las fiestas navideñas, se había atrevido a preguntarle a su padre qué era lo que opinaba del incesto. En respuesta, Percy opinó que era algo que no le parecía moralmente correcto a pesar de que había sido practicado durante generaciones en el mundo mágico. Las palabras "moralmente correcto" seguían sin abandonar a Molly y en momentos de insomnio como ese se repetían en forma de eco. Porque esas dos personas que le habían quitado el sueño eran parte de su familia, y eran sus propios primos. Y, aunque no hubiera sido así la situación, sabía que ellos nunca iban a pensar en ella de la misma forma.
Se preguntaba, mientras acomodaba las sábanas por encima de su cabeza para que nadie oyera ninguno de los sollozos que se le escapaban, si eso algún día cambiaría. La idea de esperar no le agradaba, y por primera vez en su vida quiso ser diferente. Diferente para poder, en lugar de sufrir en silencio, enfrentar la situación por otro lado. Quizás probar conocer algún otro chico que sí pudiera apreciarla. Pero sabía que nunca lo haría, y a tientas buscó en su mesa de luz la varita que cada mañana la esperaba. No podía ser otra persona, pero podía fingir que sí lo era por medio de las páginas de sus libros preferidos, y alumbrándose con un hechizo se sumergió en la lectura, esperando quedarse dormida para que al día siguiente las cosas mejoraran.
