TEAM FORTRESS 2 PERTENECE A VALVE


– ¡SCOUT!

¡Clash!

– ¿Qué ha sido ese ruido? ¡Scout! ¡¿Qué has hecho?!

– ¡Ha sido éste, que me ha...!

– ¿Cómo se te ocurre jugar por aquí con la maldita pelotita? ¿Es que tienes dos años?

– ¡Pero...!

– ¡Ni peros ni peras! ¡Vamos! ¡Fuera!

Scout no solo salió de la sala de prácticas, sino que también se alejó de la base. Se puso la capucha de su sudadera con rabia y quiso golpear todo lo que había a su paso, pero como solamente había carretera, postes eléctricos y tierra árida en kilómetros a la redonda, la tomó con enemigos imaginarios.

– Panda de gilipollas...Sí que se pensarán que tengo dos años...Imbéciles...Abusicas...No sois tan mayores ni yo tan pequeño...¡¿AQUÍ TAMBIÉN MOLESTO?! Payasos...Cuando le alcanzo a un BLU en el coco y le dejo K.O no os molesta tanto la pelota...Pyro puede prenderle fuego a los sillones, Demo puede probar sus explosivos y Medic lo deja todo lleno de sangre y mierda, pero yo, claro, yo no puedo, porque soy el pequeño...¡A la mierda todos!

Caminó. Caminó. Caminó. Aunque no llevaba rumbo fijo, supuso que no estaría mal ir al pueblo a echar unos tragos...Aunque, ahora que lo recordaba, se había dejado el carné de conducir en la base y ningún barman se creería que era mayor de edad. Mierda. De todas formas, siguió caminando en esa dirección. Si no podía beber alcohol, no importa, reventaría su estómago a base de refrescos. Y se comería un buen cubo de alitas de pollo. Oh, espera, que tampoco había cogido dinero. Requetemierda. Su frustración cada vez iba a más. Sin dejar de refunfuñar, golpeó la pelota una y otra vez, ahora que no había nadie que le echara la bronca por ello. También agitó su bate en el aire, imaginándose que reventaba la caja torácica tanto a enemigos como a aliados. Le ayudó a entrar en calor.

Cogió la pelota y la miró. Se imaginó que era la calvorota de Heavy. Con rabia, la golpeó y aquel resultó ser el mejor golpe de su vida. Tanto que lamentó que no hubiera nadie que lo pudiera haber visto. Tuvo que echar a correr tras la pelota. Cuando vio dónde había caído, apretó los dientes. Había golpeado a una señora que, rodeada de maletas, hacía autoestop a un lado de la carretera.

– Oh, joder...¡O-Oiga! ¿Está bien?

La señora se levantó y Scout se detuvo en seco. No era ninguna señora, tan solo llevaba una túnica. Era Merasmus. El golpe había tirado al suelo ese tocado suyo tan feo y roto uno de sus cuernos.

– ¡Gah!

– ¡¿Quién osa...?! Tú...–bramó el brujo, señalándolo con un dedo arrugado y huesudo.

Scout no traía más armas que su bate, y aquello era insuficiente para enfrentarse a Merasmus, teniendo en cuenta que ya les costaba bastante cuando trabajaban él y sus compañeros en equipo. Así que no le quedó más remedio que huir del enfrentamiento.

Pero se encontró con que sus pies se habían pegado al suelo. Era incapaz de moverlos. Merasmus se acercó. Casi parecía que a cada paso se había más grande.

– Uno solo pretende ir de vacaciones, descansar del suplicio de un compañero de piso inmortal e idiota y de la persecución de la mafia japonesa, pasar un rato tranquilo sin hacer daño a nadie...y lo golpean en la cabeza. ¿Te has pensado que la cabeza de Merasmus es una diana, mortal?

– ¡Suéltame! ¡Ha sido un accidente! ¡Déjame!

– ¡No me vengas con excusas, necio! Vas a pagar este agravio con sangre...

Estaba a poco menos de un metro de Scout. ¿Qué pretendía hacer con él? Scout siguió revolviéndose, diciéndole una y otra vez que no pretendía golpearle fuera de la temporada de Halloween, pero Merasmus hacía oídos sordos. No dejó de luchar por moverse, sin que sus pies se levantaran un palmo.

– Correr, correr, correr...Parece que eso es todo en lo que piensa ese cerebrito tuyo. De no ser así, sabrías que es un error enfrentarse a Merasmus.

– ¡¿Es que no me has oído?! ¡Que te he dicho que no lo he hecho aposta!

– Eres igual que una liebre. Una simple y estúpida liebre.

Scout vio cómo los ojos de Merasmus brillaron con una luz que no le gustó nada de nada. Habría dado lo que fuera por haber podido moverse. Aunque no sentía las piernas, lo intentó aunando todas sus fuerzas.

– Sí...¿Por qué no concordar mente y cuerpo? Será divertido, muy divertido. Tú te has reído bastante de Merasmus; ahora será Merasmus quien se ría de tu desgracia.

– ¿Qué coño estás diciendo, tío?–musitó Scout.

Merasmus se dejó de cháchara y le mostró a Scout lo que quería decir.

El joven mercenario vio que extendía una mano hacia él mientras murmuraba algo en una lengua que no identificó. Su mano irradió una intensa luz verde. Scout dio un paso hacia atrás. Ahora podía moverse, pero no echó a correr. No podía.

Sintió que el calor se apoderaba de su cuerpo, primero en sus mejillas, luego en sus orejas, después en los dedos, y al final se extendió por todo su cuerpo; débil al principio, a los pocos segundos se volvió sofocante. En lugar de correr, aprovechó que volvía a tener control sobre su cuerpo para obedecer el impulso que sentía de deshacerse de su ropa. La sudadera, la camiseta de tirantes que llevaba debajo, los pantalones, las zapatillas, los dos pares de calcetines gordos, e incluso los calzoncillos. Ni siquiera se paró a pensar que le estaba dedicando a ese viejo brujo loco un estriptis. Era insoportable. Ni siquiera sin ropa y con ese frío conseguía quitarse de encima aquel calor. Era como si se le hubiera metido en los huesos y los estuviera derritiendo. Lo estaba volviendo loco.

El ardor no impidió que sintiera un picor por todo su cuerpo. Al mirar, dejó escapar un chillido horrorizado. Llevaba años esperando a que por fin le saliera algo de pelo en el cuerpo, pero no tanto, ni tan denso.

Merasmus rió. De haberlo sabido, se habría hecho palomitas para ver cómo aquel fastidioso niñato se retorcía, cómo las orejas se alargaban mientras que su cuerpo se hacía más pequeño, cómo aparecían los bigotes, cómo su columna se doblaba, obligándolo a permanecer a cuatro patas y se alargaba creando una cola.

Scout cayó al suelo hecho un ovillo. Entonces, esa sensación horrible pasó, dejándolo mareado. Cuando trató de ponerse en pie, comprobó que era completamente incapaz.

Merasmus rió cruelmente.

– Así se te quitarán las ganas de jugar a la pelotita.

Y, extendiendo sus brazos, se envolvió en un halo de luz verde y desapareció junto con su equipaje.

Silencio. Scout saltó de la maraña de ropa que yacía en el suelo y miró a su alrededor con nerviosismo. Se encontró completamente solo. Y con un gran problema.


Engineer fue a servir el estofado cuando se dio cuenta de que había en la mesa un plato sin dueño.

– Eh, ¿y Scout?–preguntó.

– El señorito se ha enfadado y se ha largado con viento fresco–contestó Spy.

– ¿Y eso?

– Rompió uno de los cristales de la sala de prácticas mientras jugaba.

– Joder, este chico. Siempre igual.

– Que venga cuando le dé la gana, mientras no rompa nada más.

No mencionaron más a Scout durante la cena. Ya aparecería cuando se le pasara la rabieta.