El doctor siempre había pensado que tener compañeras de viaje era mucho mejor que tener compañeros. Las mujeres pensaban de otra forma, daban mejores ideas a la hora de hacer algo y le daban un toque distinguido y muy elegante a su tardis. Claro que nunca se imaginó tener que...
—¡Doctor! ¡Vaya a comprar!
—Pero eso no son mis asuntos, ¡son asuntos de mujer! ¡Eso!¡Asuntos de higiene femenina para el sexo femenino!¡Yo soy masculino! No voy a ir.
El doctor se encontraba frente a la puerta del baño que tenía la tardis, movía el pie izquierdo nervioso mientras negaba firmemente con la cabeza.
La puerta se abrió levemente y la mano de rose apareció por ella.
—Toma. Dinero. ¡Ve!
—Pero yo... ¡Los hombres no compramos tampones! —dijo indignado.
—¡DOCTOR! O VAS Y COMPRAS TAMPONES O CONOCERÁS LA FURIA EN SI MISMA —gritó Rose.
El doctor tragó saliva y salió de allí a paso rápido. Sí. Mejor no cabrear a su única compañera de viaje. Salió de la tardis y cerró la puerta. Fue hasta el supermerado más cercano y entró con paso decidido.
Tras cinco minutos dando vueltas por los estantes encontró el pasillo de la higiene íntima. Sonrió orgulloso de si mismo.
—Bien. Se coge la caja, se paga y se va como si no hubiera pasado. Sí. No sacaré el tema y todo podrá haber sido como si nada hubiera pasado... —dijo pensativo.
Rebuscó en la repisa y su mandíbula se desencajó. Si. Ahí estaban los tampones, de varias marcas y... ¿Distintos tamaños? Una chica, con el uniforme del supermercado, pasó por allí y le miró.
—Señor, ¿necesita ayuda con algo?
—Si, verá... Eh... Necesito comprar tampones y no sé que... Cual coger, sí.
La chica sonrió de medio lado.
—Según el flujo pueden ir desde los pequeños, menos de seis gramos y los más grandes, entre 12 a 14 gramos. ¿Su novia cuales suele necesitar?
El doctor se quedó perplejo.
—No es mi novia... —dijo mientras se ponía las gafas y los miraba de cerca.
—Su amiga, lo que sea, ¿cuánta cantidad de flujo mensual tiene?
—No lo sé... No solemos hablar de esto —se sinceró.
—Siempre puede llevarse uno de poco flujo y otro de flujo abundante —le dijo.
—Podría... —dijo.
Cogió una caja de los cuatro tipos de una marca conocida y luego cogió dos paquetes de compresas de diferentes tamaños.
— Sí. Espero que con esto...
Su cara estaba roja como un tomate, y se encendió más cuando la chica de la caja comenzó a reírse.
Cuando llegó a la tardis. Lo dejó en la puerta del baño.
—¡NO VUELVO A COMPRARTE COSAS!¡Que lo sepas! Antes... Antes... ¡Me rapo la cabeza! —dijo antes de irse de allí a su dormitorio.
