[England x Argentina] Crónicas de Guerra [R-13]

Hello there everybody! Livia regresa con otro Argentina x Inglaterra. La verdad, me entusiasmé revisando libros de historia, sólo para comprobar que ambos países se llevan horriblemente mal desde aquellas fatídicas invasiones inglesas que la Ciudad de Buenos Aires supo rechazar en 1806 y 1807. Y por supuesto, la situación sólo fue de mal en peor: en 1833 (y hasta la actualidad) Reino Unido ocupa las Islas Malvinas (conocidas para ellos como las Falkland Islands) y en 1982 van a la guerra por dichas islas.

No sé en qué circunstancias el Reino Unido vivió esa guerra, pero para la República Argentina, la situación era terrible. Se llevaban ya 6 años en manos de la Peor Dictadura Militar de la corta historia de este país, con sus casi 30 000 desaparecidos. El gobierno del Comandante en Jefe Galtieri envió a la Guerra a varios grupos de meros adolescentes, sin entrenamiento militar serio, sin equipo apto para el clima hostil del lugar y sin provisiones suficientes. Básicamente, los mandó a morir. Creo que es un capítulo sumamente triste de la historia de mi país que merecía ser tomado para escribir.

Es el último enfrentamiento armado entre Mercedes y Arthur, en el cual por supuesto él gana, pero aprende a respetar en cierta forma a la sudamericana, a la que le toma cierta estima también.

Espero que lo disfruten.

Las cumbres mundiales y las sesiones de la Organización de las Naciones Unidas se habían vuelto mucho más ruidosas y caóticas desde la incorporación de los países de Sudamérica a las mismas. El brasilero, que era el más querido por aquellos del hemisferio norte dado su alta productividad industrial y capacidad económica, hablaba hasta por los codos y coqueteaba con cuanta garota que se le cruzara por delante.
La boliviana, vestida con su ropa típica, discutía con Manuel por haberla dejado sin salida terrestre al Océano Pacífico y el chileno reclamaba que el peruano también tenía responsabilidad de ello y que también se fuera a quejar con él.
Federico tomaba mate en silencio y disfrutaba del desastre causado por sus hermanos continentales hasta que su vecina porteña tocaba alguna fibra sensible suya y comenzaban un sarcástico intercambio de palabras que terminaba luego con los dos tomando mate plácidamente pero sin aportar nada bueno a la sesión.
Mercedes, además de discutir con el uruguayo, se dedicaba a hablar mal de todos sus vecinos continentales, proclamándose la mejor de todos ellos (aunque fuera la que tuviese uno de los índices de pobreza y déficit económicos más altos) o discutía con pasión desmedida con su vecino cordillerano, que le debía un trío de islas al sur que había ocupado hacía ya algunos años y los territorios de glaciares que intentaba robarle. Las discusiones entre la porteña y el chileno sólo eran superadas por las típicas de Arthur y Francis y por los gritos de un muy frustrado alemán, que intentaba poner orden a toda costa.

La reunión sesionaba en Grecia con el mismo caos habitual. Pero esta vez, sin embargo, los sudamericanos se habían organizado en un plan para sus relaciones con sus ex colonizadores, buscando garantizar el progreso económico equitativo del continente. Por supuesto, todas las ideas propuestas fueron rechazadas o sometidas a un exhaustivo juicio que llevaría desde meses hasta años por las potencias reinantes. Y al obtener la negativa, el infierno volvió a desatarse en la sala.

Cansado ya de luchar contra lo inevitable, Ludwig comía pasta con Feliciano y Kiku (una vieja costumbre que les había quedado de las juntas de la Segunda Guerra Mundial). Al ruido de la discusión Europa-Sudamérica se sumaba Alfred, con ridículas sugerencias "heroicas" para detener aquello (sugerencias que le valieron quedar cubierto de té, café, agua hirviendo del mate y chicha), Yao con sus ternos sermones sobre el ahorro, Yong Soo reclamando las patentes de todas sus aparentes invenciones usadas internacionalmente en la vida cotidiana e Iván con su aura oscura y aterradora que, al aumentar los nervios de los presentes, no hacía más que echar leña al desastre.

Por voto unánime de las únicas personas razonables allí (entiéndase el austríaco, cansado de no poder tomar té, el suizo que veía peligrando su neutralidad si el francés insistía en seducir a su hermana, el alemán que ya había visto su paciencia extinguirse y la bielorrusa que ya no sabía cómo separar a su hermano del chino) decidieron que la reunión se diera por concluida en la fecha, sin nada nuevo aportado, y se pospusiese hasta el día siguiente.

Arthur había guardado sus cosas tan rápido como había podido y, tras dirigirle miradas de odio al francés, había abandonado la sala con prisa. El clima griego era realmente molesto para vestir formalmente. Luego de haber salido, bajó su paso. Maldito Francis y sus ganas de molestarlo. Ya no sabía cuántos siglos llevaban así.

Unos metros más adelante divisó al japonés que, apoyado contra la pared, revisaba un mensaje en su celular con su habitual inexpresividad. Pero a ojos del inglés, que lo conocía desde hacía muchos años y con quien había compartido bastante tiempo en épocas del pacto, lucía seriamente disgustado. Sus sospechas se confirmaron al oírlo exhalar un bufido casi imperceptible. Se acercó hasta donde estaba el morocho.

-¿Estás bien?- el oriental se sobresaltó, al parecer estaba tan sumido en sus pensamientos que no lo había escuchado acercarse.

-¡Arthur-san!- cerró el celular casi involuntariamente y le dirigió una sonrisa cortes- Sí, sólo es trabajo- mintió y el rubio lo notó de inmediato, pero lo tomó como un pie para no seguir preguntando.

-Te entiendo. ¿Por qué no tomamos un té y nos olvidamos de él hasta mañana?- que la reunión fuese en el mismo hotel donde se hospedaban tenía sus beneficios, después de todo, así estaban más cerca de la paz de su habitación. Kiku rió levemente, como era su costumbre.

-Será un placer- lo siguió al ascensor, donde tuvieron una charla amena sobre banalidades, especialmente los cambios climáticos y las movidas turísticas. Se instalaron en la habitación de Arthur, que llamó casi de inmediato al servicio a la habitación y, en menos de 10 minutos, tuvieron todo servido en la mesa ratona de la habitación.

El ambiente era totalmente laxo y amistoso, hasta que, como llamados por algún diablo, irrumpieron en la habitación el francés y el norteamericano. Entre ambos, se dedicaron a arruinarle el ánimo (nuevamente) al inglés. Cansado, salió al balcón dejando que los dos idiotas se matasen entre ellos dentro del cuarto. Se apoyó sobre la gruesa baranda de mármol, cruzando sus brazos y apoyado sobre sus codos. Se dejó ir, perdido en el horizonte en el que se perdía un poco el sol ya, hasta que una leve risa lo sacó de sus pensamientos.

-Se te desató el infierno ahí adentro ¿no?- se burló una voz femenina que conocía muy bien. Volteó hacia su derecha, encontrándose con Mercedes, sentada sobre la cornisa del balcón al estilo indio. Estaba recién salida de la ducha, con una toalla blanca envolviendo su cabello a modo de turbante, una musculosa negra y un short del mismo color. Sus pies descalzos se tocaban entre sí sobre la fría piedra blanca.

Ante el cansancio y cierto desdén en la mirada del europeo, la argentina se empezó a desenroscar la toalla.

-Sabés que no es apropósito esto; la habitación me la designaron, no la elegí yo- le refutó la queja mental que le pasaba con la vista mientras se secaba el cabello con la toalla y la arrojaba luego dentro de la habitación por el ventanal corredizo abierto. Cada balcón estaba separado por míseros 10 centímetros, así que era prácticamente como si estuvieran en el mismo.

-Empiezo a creer que el mundo me odia- masculló para sí mismo, dejando descansar su frente sobre la fría baranda de más de medio metro de ancho, idéntica a la que la porteña usaba para sentarse dándole la espalda al sol.

-Con la actitud que tenés no me extraña, Iggy- exasperado ante el comentario y el apodo, el inglés se reincorporó mirándola con fastidio.

-Si a mí me odia, a ti te tiene crucificada maldit…-detuvo el caudal de los insultos al ver una cicatriz delgada y blanca sobre la clavícula derecha de la chica. Él conocía esa cicatriz y al verla todos los recuerdos renuentes a la fecha le vinieron a la mente. La chica desvió la vista hacia el mismo punto y dio un seco aplauso a escasos centímetros de la nariz del rubio, haciéndolo sobresaltarse. –Maldita mocosa, parásito, falla económica y mala copia de europea- concluyó, avergonzado de haberse perdido en sus pensamientos de aquella manera, casi a los gritos. Ella pasó a mirarlo molesta también.

Ante el griterío nada disimulable del inglés, los tres que estaban en su habitación salieron al balcón y se sorprendieron de ver allí a la castaña, tan escasa de ropa y de forma nada femenina sentada.

-Vamos, mes amis, dejémoslos solos- molestó el francés, intentado llevarse tanto al americano como al japonés de regreso hacia adentro. Arthur sólo en ese momento entendió la situación.

-¡NO TUERZAS LAS COSAS, MALDITA RANA EBRIA!- le gritó ahora ruborizado de forma visible.

-Es un placer verlos Kiku, Francis y Alfred- saludó, pasando totalmente del comentario del francés, levantando una mano de forma jovial.

-Un gusto, Mercedes-san- correspondió el japonés con su sonrisa cordial.

-Mechi, tan fresca e ignorante de la situación como de costumbre. ¿Por qué me cortaste el ambiente así, mon cherie? Quería fastidiar a cejas otro rato- le recriminó el francés con falso dramatismo. Ella rió.

-Creo que ya bastante hiciste con invadir su habitación junto con el gil cuatrojos, sin ofender- siempre habría cierto resentimiento hacia el norteamericano, especialmente cuando una de sus propuestas para instaurar la paz fue que los países sudamericanos pasasen a ser "territorios auxiliares" (algo similar a colonias) suyos para poder asistir al héroe en sus actividades.

-Ciertamente, Kiku es el único que fue invitado aquí-aprovechó para recriminar el inglés.

-Oh, vamos Iggy, no seas tan amargado- intervino el rubio de ojos celestes por primera vez.

Los tres se pusieron a discutir mientras el japonés observaba en silencio hasta que la mente de Francis divagó lo suficiente como para cambiar de tema.

-¡Wow! Mon Cherie! Esa cicatriz en tu pecho!- señaló, sorprendido- Nunca la había visto antes, incluso cuando habitualmente usas escotes algo pronunciados- acotó, demostrando lo detallista que era como observador.

-Es cierto. ¿Qué te ocurrió?- preguntó, con curiosidad infantil Alfred. Kiku estaba pendiente de la respuesta y a Arthur, que era el único que ya la sabía, se le endureció el semblante. Pero, contra todo pronóstico, la chica simplemente ensanchó su sonrisa y bajó la vista hacia la mencionada cicatriz.

-¿Esto? No es nada –volvió a reír- Ya sabes a veces cómo son los amoríos de una noche. Hay quienes tienen sus rarezas. Hace no mucho, uno tenía un fetiche con la sangre y las heridas. Aunque estaba que no daba más de las ganas no estaba muy convencida ¿sabes? Pero era tan bueno con las manos que cuando me cortó ni lo sentí y cuando vi lo bueno quera era para lamer las heridas me sentí más que ansiosa, porque para lo otro seguro tendría destreza. –Se detuvo a ver las reacciones de sus oyentes: el morocho había desviado la vista con una sonrisa cómplice, Francis estaba riéndose con esa risa pervertida suya mientras asentía y al rubio más joven se le habían subido todos los tonos de rojo posibles al rostro. Les guiñó un ojo, divertida, y se relamió los labios de forma sugerente- Y no me decepcionó en lo absoluto-

El francés, que había notado el sonrojo de la potencia americana, había empezado a molestarlo con ello, causando que ambos fueran hacia adentro, uno huyendo y el otro bromeando. Siguiéndolos a ambos y susurrando algo como "Qué lindo es ser joven" iba Kiku, ocultando un ligero sonrojo con su mano.

Mercedes rió ante la escena y clavó sus ojos avellana en Arthur, que la miraba sorprendido. Se bajó de un brinco de la cornisa y aterrizó casi en silencio en el suelo.

-Bueno, yo me voy a tomar unos mates- le anunció con una sonrisa, para sacarlo de sus pensamientos.

-Mentiste- fue lo único que pudo reponer el inglés mientras ella entraba a su habitación. Ella ladeó la cabeza para mirarlo antes de entrar y cerrar las cortinas tras de sí.

Arthur negó con la cabeza, buscando sacar los pensamientos y recuerdos que se habían apoderado de él y, ya empezando a hacerse de noche, consiguió deshacerse de los otros dos rubios. Kiku se quedó otro rato, intentando retomar el ambiente previo a la interrupción, pero el inglés se perdía en el espacio cada algunos minutos y, finalmente, el griego fue a buscarlo para cenar.

No tenía ánimos para ir a cenar. Las imágenes del campo de batalla en las islas habían vuelto a presentarse. Sólo habían pasado 30 años desde entonces, lo que para él, con todos sus años de vida, no le parecía más que una mísera fracción de existencia, como si hubiese sido hacía unos días.

Se sentó en la cama, con la espalda contra la pared. Aquello que lo atormentaba, por así llamarle, no era esa minúscula cicatriz en el pecho de la castaña, ligeramente más pálida que el resto de su piel y que pronto sería invisible, sino que eran otras cicatrices, hechas en la misma ocasión, mucho más profundas y que nunca desaparecerían. Y, sobre todo, los recuerdos asociados a ellas.

Del otro lado de la misma pared, sentada en una posición semejante, Mercedes pasó delicadamente sus dedos por la cicatriz sobre su clavícula derecha y luego, por sobre la musculosa negra, sobre su cadera izquierda. Allí cercana residía una cicatriz muy visible y de un tamaño considerable, recuerdo de aquel encuentro. Ciertamente había mentido sobre la anécdota, pero no valía la pena remover el pasado.

Decidí cortarlo en casi 3 episodios. Este primero es muy tranquilo e incluso cómico, pero los demás no lo van a ser.

Quiero adelantar que Argentina es culturalmente muy distinta en todas sus regiones, pero se puede distinguir a grandes rasgos la provincia de Buenos Aires con respecto al Interior (entiéndase el resto del territorio) y son dos partes que históricamente son irreconciliables. Así que decidí dividirla en 2 personificaciones: Mercedes, de Buenos Aires, que se encarga de las relaciones exteriores y carga con los típicos clichés de un porteño (se les dice así a quienes viven en dicha provincia porque allí se encuentra el Puerto con salida Internacional –el único-) y Patricia, que representa al Interior, que es una mujer de campo con muy mal carácter y un espíritu luchador, más apegada a las costumbres locales pues casi no recibió influencias europeas.

Con esto resuelto, espero que lo hayan disfrutado y los veo en el capítulo 2.

Saludos,

Livia.