Luego de tratar de obtener de mi profesor de historia toda la información posible aprovechando que estamos en la Segunda Guerra Mundial y dándome cuenta de que ni los artículos de Wikipedia me ordenaban bien la película, decidí inventar este fic…

La verdad todavía no me queda claro si Alemania es o no Sacro Imperio Romano. Yo diría que sí, pasó algo para que olvidara todo, la derrota en la guerra. Porque al ver a Italia… no sé, congeniaron muy rápido, aunque no tenía un dolor de cabeza o algo así, típico de los personajes con amnesia.

Puede que haya algún que otro error en la cronología de los personajes, o alguna incoherencia, no lo sé, es que no calza D: Para mí el mayor es Sacro Imperio Romano… bueno, por historia real. Según entendí, al proclamar el tercer Reich alemán Hitler pretendía inscribir su proyecto político en una línea histórica que vinculaba el Sacro Imperio Romano-Germánico y el imperio fundado por el canciller Otto von Bismarck (de Prusia), considerados el primer y segundo Reich, respectivamente (fuente, libro de historia) por lo que Sacro Imperio Romano es el mayor, luego le sigue Prusia y después Alemania. Si son la misma persona, pues… ¿Alemania sería mayor que Prusia? Y si fuese así, y Prusia es más o menos coetáneo con Austria y Hungría (en la serie), ¿Por qué en Chibitalia SIR es chiquito y ellos no? El problema es que nunca he visto juntos a SIR y a Prusia.

Bueno, he aquí mi versión de la historia de Alemania, o al menos cuando inicia su vida como tal.

Ah! Y todo el universo Hetalia no me pertenece, es de su creador Hidekazu Himaruya

:::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::

Llegué a esa extraña casa sin saber nada, sin ningún recuerdo de quien era o que debía estar haciendo allí: tal vez apenas comenzaba a existir, y por tanto no tenía pasado. Un gran hombre me cargaba en sus brazos y me llevaba por un corredor. Corredor que era bastante blanco, y que hería mis ojos que luego descubriría azules. El cabello también los golpeaba, pero cubría un poco la intensa luz que me cegaba, permitiéndome poder apreciar, al menos, la imagen de mi protector: cabello dorado, largo, mucho más que el mio, pero de igual color, una mirada penetrante y severa que encogía el corazón y una profunda voz que de vez en cuando decía "todos estarán felices de verte", "conocerás a los demás", "verás que feliz serás aquí". No sabía porque tenía tal certeza, pero me dejé llevar mientras jugueteaba con la única trenza que colgaba hasta su hombro. Estar con él era familiarmente reconfortante.

Entonces entramos a una salita con alfombra y sillones, claramente contorneadas por el fuego de la chimenea que, para mi fortuna, era la única fuente de luz en esa habitación. El hombre me bajó, apenas podía mantenerme en pie y dar unos pasos, tras los que caería al suelo, pero unas manos me cogieron y elevaron, aunque a mucha menor altura que el hombre, y me apretujaron. Su voz era aguda y molesta, reía estrepitosamente y me mecía de un lado a otro, gritando "¡Qué cosita más kawaii!", "¡Eres el bebé más genial del mundo ¿Sabes por qué? Porque tienes al hermano más genial del mundo!" y otras cursilerías más. El hombre me volvió a coger diciendo que probablemente yo estaba cansado y confundido, que tenía mucho que aprender y que por ahora debía dormir. Me volví a mirar al extraño desde sus brazos: era mayor que yo, pero se notaba que seguía siendo jovencito, toda su ropa era holgada y blanca con dibujos negros, juego con su cabello blanco que lo hacía parecer una figurita de porcelana, cuyos ojos rojos rompían su monocromático aspecto. Me dolía verlo, no sabría decir si por lo blanco, o algo más.

No pude seguir observando con detalle esa amplia casa, porque apenas me recostaron en una cuna, caí profundamente dormido…

::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::

Fue el piar de un ave lo que me despertó a la mañana siguiente, que se asomaba a mi lado sobre un monte blanco, que luego se descubrió como el extraño de antes. Reía como si el aire escapara de sus pulmones ametrallando, entre dientes. Bajó la rejilla y me cogió con cuidado balbuceando las mismas cursilerías de siempre -¿Por qué digo siempre, si apenas lo conocí ayer?- y dejándome en una suave alfombra en el piso, colorida y con dibujos de perritos. Me gustaba.

"¿Tienes hambre?"

Asentí sin tener muy claro que era eso de hambre. Ahora lo sé. Dejó al pajarito en el suelo y le ordenó vigilarme mientras él salía de la habitación. El pajarito le seguía y él apuntaba hacia mí, avanzaba y regresaba tratando de hacer entender al ave que debía quedarse allí. Al final el ave obedeció y el desapareció tras la puerta. Esa escena me había dado mucha gracia y por primera vez reía. Reía con una risita menuda y nerviosa, discreta.

Miré al pajarito curioso: éste se movía de un lado a otro, en círculos, dando saltitos con sus patitas pequeñas que parecían alfileres saliendo de un bulto amarillo. Me balanceé hacia adelante y lo toqué. El avecita hizo "pi" y voló hacia mí para aterrizar en mi cabeza. Me asustó y comencé a llorar y a gritar para que se saliera, seguía volando a mi al rededor y piando, yo me puse de pie y corrí hasta caer al suelo, que no fueron más de cinco pasos, llorando más fuerte. Llegó el extraño y me cogió, preguntando que había pasado.

"Tengo miedo." –Respondí. El ave volvía a acercarse y yo temblaba, pero que se posara en la cabeza del extraño me tranquilizó.

"Esa cosita no hace nada, además, míralo, es una bolita de plumas suavecitas." –Extendió su dedo para que el pájaro se posara allí. –"De hecho, debe tenerte miedo, para él eres una cosa gigante, igual que yo."

"Quiero al hombre grande."

"El viejo no está, fue a ver a Sacro Imperio Romano, y estará todo el día allá, pero yo estoy aquí para cuidarte, ¿No ves cuán afortunado eres?" –Me revolvió el cabello.

Entonces me había dado cuenta de que no sabía mi propio nombre. Ni el del hombre, ni el de mi hermano. El primer nombre que oía era el de Sacro Imperio Romano.

Me llevó a la cocina donde me sentó con dificultad –no entendía porque me cuidaba un niño- en una silla acorde a mi aparente edad, y puso delante de mí un plato de salchichitas cortadas en pedazos muy pequeños, que podía coger con la mano. Comí una y me encantó. El niño albino me regañó, limpió mi mano con una servilleta y me dio un tenedor: era pequeño y las puntas no eran peligrosas, me sentía como un bebé. Debía ser un bebé.

"¿Cuál es mi nombre?" –Me atreví a preguntar algo nervioso por la cara con que me miraba mientras comía, apoyando sus codos sobre la mesa y sujetando así su cabeza, como si verme comer fuera la cosa más interesante del mundo.

"¡Espera, no me di cuenta, ya hablas!" –Se paró de repente con espanto, pero luego volvió a su asiento con la misma pose inicial. –"Ahora que lo dices, el viejo no me dijo. No sé tu nombre, hermanito." –dijo haciendo énfasis en el "tu", sospeché que para decir "pero sí sé mi nombre", esperando que se lo preguntara. Debía hacerlo, sino seguiría mirándome así.

"¿Cuál es tu nombre?" –Le dije con desinterés, pues sólo quería saber el mío.

El niño se levantó de la silla y se paró del otro lado de la mesa, seguro para que pudiera verlo. Me arrepentía de haber preguntado eso. Rio "kesesesese" y sacó una espada de la vaina que colgaba de su cintura, apuntando con ella al cielo, y con su otra mano en su cintura.

"¡Soy Orden de los Caballeros Teutónicos, pero tranquilo, ya cambiará a uno más corto!" –declaró.

"¿Sacro Imperio Romano? ¿Orden de los Caballeros Teutónicos? Pues sí, son bastante largos." –quería llegar a una duda que me había asaltado hace poco. –"¿Y quién es Sacro Imperio Romano?"

Para mi disgusto volvió a sentarse a mi lado y volvió a mirarme rarito. Soltó un "awwww" y me pellizcó la mejilla, sin notar que yo estaba comiendo, y tuve que cubrir mi boca con mis manos para no dejar escapar ninguna deliciosa salchicha.

"Sacro Imperio Romano-Germánico es mi hermano mayor, por tanto, también tuyo." –Me soltó. –"Aunque era mayor, era más bajo, mucho más bajo, y era igual a ti: ojitos azules, pelo rubio corto, mejillas rechonchas." –volvió a pellizcarme. -"No lo he visto en mucho tiempo, desde que hizo su casa en otro lugar. Por eso el abuelo Magna Germania tiene que irse todo un día para verlo."

"¿El hombre es nuestro abuelo?"

"Sí, ya verás que aunque parece estricto es… pues… muy estricto." –Tembló, y yo también sentí escalofrío. –"Pero es bueno, como todos los abuelos." –Agregó desordenando mi cabello. –"Antes tenía que quedarme solo, pero ahora estás tú. No es que tuviera miedo, pero…"

"¿Por qué se fue?" –Le interrumpí.

"¿Ah? Porque… la verdad no lo sé, cuando uno es mayor puede hacer su propia casa, yo también pienso hacer la mía, y será la casa más genial del mundo. Claro podrás visitarme."

Me cansaba que cada vez terminara hablando de él. Seguí comiendo y él fue a darle comida al pajarito que le seguía a todas partes. Pensaba que de todas formas nunca debía sentirse solo, siempre tenía a ese pajarito que le daba vueltas, aunque pocas veces lo notaba. Mientras comía las últimas salchichas pensaba en lo que habíamos hablado y en todas las personas nuevas que conocía. Una idea me inquietó. Mi hermano había dicho que cuando uno se hace mayor hace su propia casa.

"Eh… Orden Teutónica, si el abuelo, tú y yo vivimos aquí, ¿Sacro Imperio Romano está solo?"

"No, vive con Hungría y ese estúpido aristócrata de Austria." –Me miró. Espontáneamente sonreí. –"¡Ah! Y una niña llamada Chibitalia."

El plato cayó al suelo y el sonido me sobresaltó, comencé a temblar y a sentir la cabeza pesada, todo me daba vueltas y mis ojos intermitían entre la imagen de mi hermano caminando hacia mí y unas manchas verdes, blancas, cafés… era un vestido, estoy seguro. Un vestido que bailaba con el viento, un cuerpo debía usarlo, un delicado cuerpo pequeño, era… era una niña, una niña hermosa. Quisiera estar con ella, pero no… no puedo. Es un sueño, un recuerdo. ¿Por qué soy tan débil? Debo… Debo… Unámonos y formemos el Imperio Romano.

"Sacro Imperio Romano, por favor, no te hagas fuerte, no te hagas poderoso como el abuelo Imperio Romano, tu cuerpo, tu alma… ¡No quiero verlos llenos de cicatrices!" –Lloraba. –"No quiero que sufras, no… no… no te mueras hermanito, no me dejes solo! ¡Dios, no te lo lleves! ¡Sálvalo, sálvalo Dios!"

Reaccioné.

"¡hermanito, hermanito, estás vivo! ¡Gracias, Dios!" –Oraba al cielo. -¿Te sientes bien? ¡Nunca más te daré salchichas!"

"¡No, me gustan, me encantan!" –Grité. –"No fueron las salchichas, ellas son buenas… quiero que vuelva el abuelo."

Colocó su mano sobre mi frente, me revisó los ojos y me hizo sacar la lengua, confundido, porque no sabía lo que tenía o porque realmente no sabía que estaba haciendo. Noté que estábamos en el suelo y me sorprendió haber caído de la silla. El pajarito trajo una curita –resultó ser listo a veces- y Orden Teutónica limpió y la puso sobre una pequeña herida que tenía en el brazo, un muy superficial raspón, para mí exagerado, pero agradecí el gesto.

Nos sentamos en los sillones rodeando la chimenea. Podía caminar, para nueva sorpresa de mi hermano, lo que me hizo pensar que el día anterior sólo estaba cansado. ¿Cansado de qué? De no haber existido, parecía ser. Pero entonces, ¿Qué eran esas imágenes? ¿Y esa voz? Todo parecía tan verdadero, y a la vez tan artificial. Me abracé a un peluche de perro.

"Ya que el abuelo no está para decirme tu nombre, podríamos usar los otros nombres." –Dijo mi hermano. –"Esos que no cambian, que son tuyos, para ti. Normalmente nos nombramos por los otros, pero quienes se conocen muy bien conocen sus otros nombres. ¿Entiendes?"

"Pero si tampoco sabes ese."

"Eso no importa, porque ese nombre es tuyo, tú te lo das."

"¿Enserio?"

"Los superiores lo llaman a uno, por ejemplo, a mí me llamaron Orden de los Caballeros Teutónicos, y como te dije, dentro de poco me lo cambiarán, pero es la familia o uno mismo quien se nombra de otra forma, y ese nombre lo tienes para siempre, incluso si dejas de existir. Es gracioso, pero algunos hermanos no eligen los mismos apellidos o cosas así, otros obviamente si toman ese cuidado."

"¡Quiero uno, quiero uno!" –Decía emocionado. –"Dame un nombre."

"¿Yo? Mmm…" –Se levantó y caminó de un lado a otro pensando. "Un nombre genial, un nombre genial… ¡Ya sé!" –golpeó la palma de su mano con su otro puño. –"No es tan genial como el mío, Gilbert Beilschmidt, pero es casi tan genial, un poco menos, muy poquito."

"¡Dímelo, dímelo Gilbert!"

"Te llamarás Ludwig."

"¿Ludwig Beilschmidt? Suena bonito."

"Claro, yo lo pensé. Y si el abuelo te tenía otro nombre pensado, pues habrá que decirle que el que yo te puse es mucho más genial."

Volvimos a quedar en silencio mirando el fuego. Yo volví a caer en mis pensamientos. Recordé lo que habíamos estado hablando antes de incidente, y le volví a preguntar lo mismo.

"¿Estás seguro de que Sacro Imperio Romano no está solo?"

"Seguro, he ido a su casa, tiene gente que le hace la limpieza… no como aquí que debemos limpiar nosotros mismos."

"¿Por qué el abuelo va a verlo?"

"Sacro Imperio Romano siempre fue un debilucho, era enfermizo, frágil e indeciso, aunque cuando al fin se decidía a algo era realmente testarudo, créeme, cuando agarró ese deseo de…"

"Ser tan poderoso como el Imperio Romano." –terminé su idea.

"Sí, eso, pues nadie se lo podía quitar de la cabe… za…" -se detuvo y me miró extrañado. Debía preguntarse porqué sabía yo eso. Pasó de ello. –"En fin, creo que últimamente ha estado muy enfermo, y para peor hay rumores de que, así como estaba, había ido a la guerra. No sé, ese lío lo sabe mejor el abuelo. Cuando llegue le preguntaremos como estaba."

"Gil…" –Le hablé una vez más, algo apenado. –"Cuando crezcas, ¿También te irás?"

"Awww…" –Suspiró. –"A sí que era eso… no, no te voy a dejar solito, y si me voy, te voy a llevar, y haremos dos casas juntas súper geniales y grandes."

"Podría ser una sola casa doblemente súper genial y grande, y poderosa, tan poderosa como el Imperio Ro…"

Algo en su mirada me hizo callar. Su gesto se hizo grave, muy diferente de su actitud anterior. Ya había tenido ese cambio cuando lo había mencionado, definitivamente le molestaba la idea. Me arrepentía de haber dicho eso, siquiera sabía porque lo había hecho, yo no sabía quien era Imperio Romano. Iba a disculparme, pero mi hermano habló primero.

"Reich. Un nuevo imperio, sin precedentes, ¿Por qué imitar estúpidos imperios caídos hace años? Dios está con nosotros, ya verás como nos prepara un brillante futuro. Toda Europa temblará al escuchar el nombre del imperio que formaremos."

"…"

"¿Te parece bien?" –Volvió a sonreír con picardía.

"Sí, será el más grandioso imperio." –Preferí cambiar la palabra poderoso a grandioso, pues parecía que a diferencia de Sacro Imperio Romano, quien aspiraba a la fuerza y al poder –que según comprendo no tenía-, Orden Teutónica aspiraba a la grandeza en todos sus sentidos, el honor, la alabanza, el poder, el bienestar y… ¿la genialidad?

"Aun es temprano, vamos." –Me cogió el brazo. –"Te enseñaré algo muy genial, ¡A cazar paganos! Tal vez cuando sea Ducado no pueda hacerlo."

Esa tarde nos la pasamos cazando paganos, aunque al único que pescamos fue a un tal Lituania, que ya parecía acostumbrado a eso. No fuimos muy al este, porque había gente peligrosa. Afuera era hermoso, hubiese deseado ser una Orden para no estar ligado a una casa y viajar todo el tiempo, pero eso significa, también, siempre estar peleando por otros. Por eso a mi hermano le emocionaba ser un Ducado. Yo todavía no sabía bien que era, pero al menos tenía un nombre que sin importar si fuera Orden, Ducado, Principado, Imperio, República, o qué se yo, seguiría siendo el mismo. Se sentía bien ser quien era, aun no sabiéndolo. Volvimos a casa al anochecer, cansados, comimos salchichas en la habitación y nos quedamos dormidos.

Al día siguiente el abuelo Germania no regresó…

:::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::

Una aclaración: sé que Chibitalia es machito, es que estos germánicos son tan buenos para confundir sexos…