×El lirio rojo×
Lau no entiende a Julieta de Shakespeare, no encuentra en su desgracia la belleza trágica que a otros tanto apasiona y arrebata.
¿Se deberá a caso a la diferencia de culturas?
Posiblemente.
Pero no es ajeno sin embargo a apreciar el encanto de una mujer rota, de una mujer que huele a cardos, rosas, humo y dolor. La primera vez que la vio fue en sociedad, en esa que le busca e invita a sus fiestas y reuniones porque ven en él y sus costumbres una extravagancia digna de presumir. En ese entorno hipócrita y oportunista que se disfraza de buenos modales y gustos costosos, de filantropía y altruismo, cuando en realidad no conocen el significado de la caridad.
En ese mundo de personas pudientes y colmillos de serpiente la vio, tapando sus falsas risillas pintadas de carmín con un abanico de encaje.
Es el lirio más rojo y brillante que haya visto alguna vez, entre sus olores de dulzura y tristeza, de sueños marchitos.
"Madame Red" le dicen que se llama, y piensa que el nombre le queda a la medida.
Vuelve a verla, cuando es invitado a conocer a cierto Lord, entonces ya no usa ajustados vestidos que dejan ver sus hombros, está rodeada de niños, y a pesar de las sonrisas ocasionales parece que está de luto.
Sus encuentros son tan continuos que inevitablemente terminan siendo presentados, ella no menciona su pasado, uno que él ya conoce gracias a las venenosas lenguas, pero si se entera del nombre detrás del personaje; Angelina. Y se permite pensar que ese nombre no le va, quizá en otro tiempo, en alguno ya olvidado, pero no hoy.
Madame Red es una musa inalcanzable, una flor de hermosos pétalos con el tallo podrido, no la corteja, ni pretende enamorarla, porque en su naturaleza callada y observadora ha visto que sus anhelos pertenecen a alguien más. Se limita a ser ese refuerzo ocasional, a estar ahí cuando ella lo busca.
El fulgor ardiente de las pipas siempre se la recuerda, Madame Red sigue ahí, en cada llama vehemente y que se niega a apagarse por pura terquedad, en cada braza escondida entre las cenizas, Madame siempre fue fuego, uno que alguien encendió sin darse cuenta y que solo consumió todo a su paso.
×[El deber de una sirvienta]×
Petter y Wendy eran adultos atrapados en los pequeños cuerpos de un infante, eran maliciosos y servían a sus los sucios y perversos intereses del señor Kelvin. Habían ayudado a que muchos niños no volvieran a ver la luz del sol y no se arrepentían de ello.
Sin embargo, Maylene no sabía ninguna de esas cosas cuando una de sus balas, certera y mortal le había atravesado de lado a lado la cabeza a la que parecía ser una niña no muy mayor que su joven amo.
No perdió mucho tiempo observándola ni mirándola hacer aquellas graciosas y ágiles piruetas en el aire. En cuanto la tuvo en la mira había apretado el gatillo.
Trató de no pensar mucho en el asunto. Esa fue una de las cosas que le enseñaron cuando la convirtieron en asesina, a no escribir sus epitafios, a no tratar de imaginarse quiénes eran, cómo llegaron allí, frente al cañón de su arma, eran objetivos y nada más.
Pero a veces lo hacía ¿quién no lo hace, verdad? ¿Quién es capaz de mirar el cuerpo inerte de un extraño al que acaba de matar sin preguntárselo?
Es como leer la última página de un libro …
La imaginación comienza a funcionar por sí sola. Pero ahí es cuando uno se distrae,
se descuida, baja la guardia, y entonces le toca a alguien más preguntarse qué pasó con uno. Trató de sacarla de su mente. En lugar de eso, comenzó a preguntarse cuántos más podía haber en la mansión, cuántos más buscaban perturbar la paz nocturna de la casa y cuántos disparos más serían necesarios para acabar con ellos.
Después de todo, entregar una mansión limpia es el deber de la sirvienta de la casa Phantomhive.
