ONE-SHOT

Las risas inundaban el palacio de la reina blanca. Parecía que el fragor de una batalla cercana no era capaz de empañar los felices corazones de dos jóvenes enamorados. Ella corría a esconderse del ataque del de ojos de colores. Su magia había hecho que la harina del pastel que intentaban hacer acabara sobre sus largos rizos dorados. El sombrero se había mantenido a salvo colgado de una percha, lejos de todo aquel bullicio. La enorme mesa de madera roble, cubierta con un mantel, estaba en parte llena de ingredientes; la encimera repleta de una masa viscosa de color marrón, parecía chocolate, y el aire, que danzaba en aquella habitación, poseía un cariz blanco, que provocaba cosquillas en la nariz.

El muchacho buscaba a la chica con las manos llenas de más harina. Dirigía su vista a uno y otro lado de la cocina, y viendo que con sus instintos humanos no la encontraría, pues ella era bastante buena en ocultar su presencia a personas normales, recurrió a sus sentidos mágicos y disparó su vista bajo la mesa. Una sonrisa traviesa se extendió por su rostro.

Del otro lado, ella sabía que él haría trampas así que, preparada con el saco de harina, giró su cuerpo hacia donde sabía que él intentaría sorprenderla. Sonrió maléficamente, adoraba sorprenderlo.

Ambos contaron mentalmente hasta tres y, gritando, salieron a su encuentro atacándose con más harina. Cuando la nubareda blanca se esfumó y se vieron blancos cuales fantasmas, comenzaron a reírse a mandíbula batiente. Él logró levantarse y limpiarse la harina de la cara y parte de la ropa, en tanto que ella seguía revolcándose en el suelo a carcajada limpia. Él, sonriendo, la levantó en brazos, la sentó sobre la mesa y tomando un pañuelo comenzó a limpiarle el rostro y el pelo como buenamente podía mientras ella se calmaba.

-¡Eso fue divertido!- exclamó ella ayudándolo a limpiarla. Él asintió y respondió:

-Te ves horrible. Somos dos fantasmas majaras.

Ambos rieron de nuevo, luego ella suspiró.

-Al final no pude hacer tu pastel de cumpleaños, somos un desastre cocinando- lo miró apesadumbrada.

Él colocó sus manos a ambos lados del rostro de ella, juntó su frente con la suya y mirándola tiernamente respondió:

-Entonces tú serás mi pastel- y la besó. Cuando se acabó la volvió a mirar, y contempló cómo ella lo observaba embobada, sonrojada y sonriente, y cuando llamaron a la puerta, entró la reina blanca la cual miraba suspicaz la escena. Alicia sobre la mesa colorada y con un bol en sus manos batiendo chocolate, sombrero horneando la masa del pastel, y todo el desastre regado por la cocina.

Aunque a simple vista todo parecía como siempre, dos personas sabían que ya nada sería igual.