- ¡Somos asquerosamente ricos, Shaun!

Me reí como una histérica y me lancé a los brazos de mi marido, sabiendo que no me dejaría caer. Él rió alegremente, sosteniendo en su mano izquierda el boleto de lotería premiado.

- Con esto podremos comenzar una nueva vida juntos, cariño.

Yo asentí con la cabeza y comencé a parlotear incansablemente sobre todo lo que quería comprar. El día anterior había vivido una boda de ensueño, ni siquiera Neris pudo estropearla. Había sido el día más feliz de mi vida…

Shaun finalmente me depositó suavemente sobre el suelo. Cogió su teléfono móvil y comenzó a llamar emocionado a su madre mientras yo, algo abstraída, dejaba la mirada perdida, pensativa y repentinamente silenciosa. ¿Realmente había sido el día más feliz de mi vida?

Por supuesto que lo había sido, me repliqué a mí misma, ligeramente molesta. Había sido el día de mi boda, el día más importante de mi vida. Por fin había logrado algo grande, algo tan grande que casi daba vértigo. Sin embargo, sabía que no tenía de qué preocuparme, puesto que tenía la seguridad tranquila y serena de que él no me dejaría caer.

Giré la vista y contemplé al hombre que tenía a mi lado, llevándome un pequeño… sobresalto. ¿Había sido un sobresalto?

Me dirigí hacia la encimera de la cocina y comencé a prepararme un té, caminando con pasos tambaleantes. De repente me sentía un poco mareada.

- ¿Te encuentras bien, cielo?- me preguntó Shaun, pasándome los brazos por la cintura y apoyando su cabeza ligeramente sobre mi cuello.

El contacto de Shaun, cálido y firme, me hizo sentir mejor.

- Sí, no te preocupes, solo es una jaqueca. Neris debió ponerme algo en la bebida- bromeé, riéndome despreocupadamente.

Shaun asintió, aliviado, y comenzó a teclear en su móvil los números de otro familiar o amigo al que alegraría con la noticia de que nos habíamos convertido en dos personas condenadamente ricas. Estaba siendo un día maravilloso, y quería a Shaun. Sin embargo, no podía dejar de darle vueltas al ligero sobresalto que había tenido hacia unos momentos.

Me acomodé sobre el sofá del salón y coloqué la taza humeante de té sobre la mesita, una vez estuvo lista. Reflexioné sobre esa sensación. Había sido como si me hubiera sorprendido de verle, como si hubiese esperado que hubiera sido… otro hombre. ¿Otro hombre?

No había muchos hombres en mi vida, aparte de Shaun y el abuelo. Me di la vuelta, tras beber unos sorbos de té, y contemplé a mi marido durante un rato. En ese momento se reía, dándole la buena noticia a su amigo John. Yo suspiré, diciéndome a mí misma que era feliz. Por fin había encontrado a alguien que me quería.

- Soy feliz- murmuré.

Me sorprendió un poco oírme a mí misma decirlo en voz alta, aunque me sentí un poco mejor. Era feliz.

- Es una habitación preciosa.

- ¿Acaso dudabas de mi buen gusto?

Ambos nos reímos, cogidos de la mano, y observamos juntos nuestro nuevo cuarto.

Ya había pasado un mes desde la boda. Habíamos decidido invertir el dinero y nos habíamos mudado a una casa amplia y agradable en la mejor zona de Chiswick. Yo había estado ilusionada, riendo y dando brincos todo el rato de aquí para allá, comunicándole a los decoradores qué era exactamente lo que quería. Y ahora mismo teníamos el resultado ante nuestros ojos.

- Las paredes son de un color azul muy bonito- comentó Shaun, mirando cada detalle de la habitación y sentándose en el centro de nuestra cama de dosel.

Realmente lo eran. Había sido muy quisquillosa con los decoradores y les había pedido un tono muy particular de azul. Cuando observaba aquellas paredes con fijeza sentía un conjunto de emociones muy extrañas. Eran una mezcla de alegría, de acogedora calidez, aunque en alguna ocasión me sorprendí mirándolas y sintiendo unas ganas ridículas de echarme a llorar. Quizá echaba de menos mi casa, me decía a mí misma. Estaba comenzando una nueva vida, era normal que tardase un tiempo en acostumbrarme a vivir separada del abuelo y de mamá, por muy pesada que fuera siempre.

Me acomodé junto a mi marido en nuestra nueva cama y contemplé nuestra habitación, con sus hermosos muebles de madera y sus paredes azules.

Shaun apoyó su mano sobre la mía y me miró a los ojos, sonriendo de una forma pícara que conocía muy bien.

- Creo que es hora de estrenar esta cama- me dijo, lanzándose sobre mí. Yo me reí, alegre, hasta que él me hizo callar con un beso.

- Me encanta tu cuerpo, Donna- susurró Shaun suavemente, acariciando mi brazo-. Es como un mar surcado de estrellas.

- No sigas por ahí, guaperas. Esta noche estoy muy cansada, ¡y no vas a pillar cacho de nuevo!

Me levanté de la cama soltando una gran carcajada mientras Shaun se enfurruñaba y se daba la vuelta. De todas formas no pudo engañarme; le había visto sonreír por el rabillo del ojo antes de girarse.

Realmente era un hombre estupendo.

Cogí mi bata de seda blanca, que estaba colgada sobre el pequeño sillón de nuestro cuarto, y la coloqué sobre mi cuerpo desnudo, cálido y suave tras el contacto con Shaun. Me abroché los botones mientras cruzaba el pasillo, bajaba las escaleras y llegaba a la cocina, que encontré sumida en la oscuridad. Hacía unos minutos que había pasado la medianoche. Abrí la puerta corredera y salí a nuestro bonito jardín trasero. Me apoyé sobre una tumbona y aspiré una bocanada de aire nocturno y fresco. Era una hermosa noche de verano y la temperatura era ideal. Me sentía inmensamente relajada.

De repente sentí el impulso de ver las estrellas, no las que había mencionado Shaun, sino las de verdad, las que estaban ahí arriba. Esos pequeños puntitos brillantes del cielo que tanto entusiasmaban a mi abuelo.

Alcé la vista, sonriendo sin darme cuenta. Sin embargo, no pude encontrarlas. El cielo era una gran mancha negra donde solo se podía atisbar media luna. De pronto recordé que desde esta zona no se podían divisar las estrellas, la polución de la ciudad las ocultaba. Y, sin saber por qué, sentí un vacío en mi interior tan amargo y repentino que los ojos me escocieron y se me llenaron de lágrimas. Esta nueva casa era maravillosa, Shaun era maravilloso, pero desde aquí no podría ver las estrellas nunca más.

- Donna Temple-Noble, eres una tonta- me dije a mí misma, secándome los ojos con la manga de la bata.

Me puse en pie y me reí nerviosamente por lo ridículo de la situación. Mi vida era un perfecto cuento de hadas, no podía quejarme. Mi marido me quería, mi casa era fantástica, incluso podía tomarme con calma la búsqueda de trabajo; el dinero no era un problema.

Sonreí tímidamente, sintiéndome mucho mejor tras haber analizado la situación y lo irracional de mi actitud. Entré de nuevo en casa para reunirme con el hombre con quien compartía mi vida. Iba a ser muy feliz. Lo sería.