METAL GEAR SOLID
THE LAST PATRIOT
Prólogo
La mayoría de hombres recuerdan a sus madres. De alguna forma espiritual o física, recuerdan un vínculo con aquél ser que les dio la vida, les amara o no. Todos sienten que formaron parte de alguien durante 9 meses, y que tal vez por cómo eran esas personas, tomaron unas decisiones u otras. En innumerables tribus y culturas, esa sensación recibía un nombre y una definición concreta y, aunque imposible de demostrar por la ciencia, era algo real. Por eso me costaba tanto comprender que él no recordara a su madre. No tenía vínculos con otras personas más allá de su aprendizaje o educación. No recordaba ni pizca de amor o cariño, ni antes ni después de haber nacido. Nunca había existido aquella conexión emocional que parecía de otro mundo y que científicos como yo jamás lograron descifrar. Tal vez por eso llegó a darlo todo por otros. Tal vez para que no hubiera nadie más que no recordara a su madre. Tal vez él afrontó aquella situación de manera distinta a su hermano, y decidió intentar salvar lo que quedaba de mundo. De eso hace mucho. Fue antes de que se fuera y me dejara todas sus vivencias a modo de recuerdos y anécdotas. Antes de que los delirios convirtieran su mente en un desecho que servía para poco más que divagar. Me pidió que contara sus historias a otros. Me pidió que fuera yo quien hablara en su nombre y lanzara el mensaje que tanto le guiaba en la vida. Da igual de quien seas hijo. Da igual de que rincón del mundo vengas o con qué propósito te trajeron a él, tú haces tu propio mundo. Él hizo el suyo al final.
"La serpiente y la manzana."
Dr. Hal Emmeich
Ecos de una guerra personal.
Octubre de 1982.
Despertó en su pequeño camastro junto a la ventana. Por el cristal se filtraba la poca luz que ofrecía la luna en la madrugada. Había silencio. Los demás muchachos dormían plácidamente pero él no podía hacerlo. No después de la pesadilla que acababa de tener. Había sentido a los monstruos más horribles venir hacia él. Monstruos salidos de la literatura más rocambolesca que había podido encontrar en la biblioteca. Había sentido cómo por mucho que corría por el pasillo, varios animales le perseguían hasta toparse con una enorme serpiente que se lanzaba contra él. Había sentido la mordedura cómo si fuera real y el veneno extenderse por su vientre ante la atenta mirada de los otros animales salvajes. Había gritado en el interior de su mente para intentar alejar el dolor y había despertado bañado en sudor.
Miró a su lado, aún nervioso por la pesadilla y pudo ver el camastro vacío de su buen amigo Akira. Se preguntó a dónde habría ido. Solía escaparse en mitad de la noche para colarse en las cocinas y coger algo de comer. Solían hacerlo juntos, por lo que le extrañó que esa noche no le hubiera avisado para dar una vuelta. Decidió ir en su busca, al fin y al cabo, era lo único que podía hacer en aquél momento. Apartó a la enorme serpiente de su mente y se dejó caer al suelo. Estaba descalzo y en aquél lugar hacía un frío helador, no obstante, ya estaba acostumbrado. Caminó de cuclillas hasta la puerta y se escabulló al enorme pasillo que comunicaba con las aulas y los cuartos de los tutores. Las luces de emergencia era lo único que le permitía ver mientras caminaba hasta que sus ojos, de un azul grisáceo, se acostumbraban a la oscuridad.
En ese momento oyó unos pasos que demostraban que había algún tutor despierto. Tal vez a la caza de Akira o a la suya. Era imposible. Había salido sin hacer ningún tipo de ruido ni dejar rastro, y dado que no había visto alguno dejado por su amigo, sabía con seguridad que simplemente estaba haciendo ronda. Se tumbó y se arrastró debajo de uno de los antiguos muebles de madera llenos de fotografías antiguas. Relajó la respiración hasta casi anularla por completo y esperó. Los pasos se intensificaron y el haz de la linterna apareció por la esquina. Pasó por su lado tranquilamente y sin notar su presencia en absoluto. Escuchó con atención hasta que los pasos se alejaron y decidió slair de su escondrijo sin hacer el menor ruido. Si Akira había salido solo, seguramente estaría camino a la cocina por lo que decidió ir en su búsqueda.
El lugar donde vivían era lo único que había llegado a conocer. Sus primeros recuerdos eran de sus pasillos y sus aulas. Había oído durante cientos de veces a sus profesores y tutores hablar acerca de si la C.I.A. había mandado más fondos para el abastecimiento, o si el jefe era consciente de la situación en el lugar. No sabía muy bien cómo era lo que había más allá de las puertas, pero imaginaba que sería mil veces mejor que estar encerrado. Nunca había preguntado a nadie quiénes eran sus padres o porqué le habían dejado en un lugar como aquél. Simplemente se limitaba a sobrevivir y asistir a clase mientras pasaba desapercibido.
Tras un paseo bastante largo, llegó al comedor. Era una sala enorme repleta de mesas metálicas y alargadas. Las sillas estaban colocadas sobre las mismas y la luz apenas se filtraba por las ventanas de cristal de las puertas. Era extraño, no había ni rastro de su amigo Akira, por lo que decidió continuar hacia las cocinas. En ese momento, oyó la voz de alguien en el pasillo de fuera hablar por un Walkie Talkie.
-He oído algo en el comedor- Tras una breve estática, alguien respondió al otro lado.
-Tal vez es el fantasma. Ya sabes que últimamente lo oyen en muchos sitios, sobretodo en el comedor.- La voz al otro lado del Walkie parecía hablar muy en serio.
-Cállate anda, no digas gilipolleces, será algún criajo que se haya colado. Se va a ganar una buena paliza cuándo lo pille.-
Los pasos se acercaron a corre prisa resonando por el pasillo, por lo que el muchacho decidió correr a ocultarse en las cocinas. Tal vez ahí no le vería. Al entrar oyó tras de sí la voz del tipo gritar mientras enfocaba la linterna hacia las puertas por dónde acababa de pasar él.
-Pequeño hijo de puta, no vas a tocarme la moral esta noche.- Dijo mientras aceleraba el paso para buscarle.
Sabía que si le pillaban iba a acabar bastante mal, aquél tutor tenía fama de tener la mano suelta con los alumnos por lo que tenía que encontrar como fuera la manera de ocultarse. Miró a su alrededor y corrió a la despensa. En el interior había una serie de persianas que cerraban el garaje por el que solían traer los alimentos. Un montón de cajas se apilaban a un lado de la enorme despensa en las que se podía leer "Naranjas" en inglés. Tenía que pensar rápido, puesto que su buscador le seguía de manera incansable. Mantenía la calma mientras pensaba, y se le ocurrió una brillante idea. Al otro extremo del cuarto, se apilaban las cajas de cartón vacías que ya habían sido plegadas. Tomó una de ellas y volvió a montarla. Corrió con ella sobre la cabeza y se detuvo al lado de las demás justo a tiempo de ver la linterna aparecer por la puerta. Se quedó en silencio, evitando respirar y rezando que su plan funcionara. Miraba por la rendija que hacía las veces de asa para el transporte y vio al tipo acercarse a él.
-Qué raro, juraría que.- Dijo pensativo. El walkie talkie chispeó y se oyó una voz que brotó de él.
-¿Sigues vivo Jimbo?- Dijo ésta.
-Imbécil. Pues claro que sigo vivo. ¿Qué esperabas?- Preguntó furioso.
-No sabía si el fantasma te había matado.- Dijo. Al parecer el interlocutor era especialmente creyente en las cosas paranormales.
-Los fantasmas no existen, ni ninguna de las gilipolleces que dices siempre.- Contestó de nuevo enfadado.
-Mentira. Mi suegro siempre habla de haber visto a un fantasma en los 50.-
-Gilipolleces tío. Tu suegro te toma el pelo.- Contestó.
-Y a Alec le hablaron de un chiquillo que mueve cosas con la mente.-
-Cállate. Voy para allá, aquí no hay nada. Debe haber sido un gato o una rata.- Dijo al fin tras investigar un rato la zona del garaje y la despensa. No parecía tenerlas todas consigo mismo, pero al final salió por dónde había venido.
El muchacho soltó la bocanada de aire y se relajó por completo. Se retiró la caja de la cabeza y la volvió a plegar con cuidado. Tal vez le vendría bien en el futuro aquella idea. Su estómago rugió levemente nada más salir de su escondrijo. Volvió a la cocina asegurándose de que volvía a estar solo y pensó en los lugares en los que podría estar Akira. Cogió una manzana de uno de los refrigeradores y le dio un bocado que le supo a gloria. En ese momento le vino la idea a la cabeza de que tal vez su amigo hubiera ido a colarse en los vestuarios de empleados para robar un par de cigarrillos, por lo que se puso en marcha.
Todo seguía estando en silencio. La mayoría de chicos tenían miedo del fantasma que había nombrado el tipo, pero él no. Él sabía que el famoso fantasma eran Akira y él escabulléndose cada noche. Continuó su camino hasta el ala oeste del enorme edificio, cerca de los dormitorios de alumnos y tutores. Solían ir a los vestuarios del personal y se colaban buscando cosas de valor, normalmente cigarrillos o alcohol que escondían en las taquillas. A veces incluso se habían quedado escondidos durante un dia entero en los vestuarios de mujeres para ver a alguna profesora desnuda. Aquellas pequeñas aventuras les hacía ser un poco más felices en aquél lugar. Al fin y al cabo, estaban encerrados sin saber muy bien porqué.
Llegó tras unos minutos y varios esquives de vigilantes. Se coló en silencio absoluto y fue directo a la taquilla de Ed, el bedel. Él solía tener cigarrillos en su peto de trabajo.
-Bingo.- Dijo en susurros al sacar el paquete blanco y rojo con un mechero dentro. Sacó un par de cigarrillos y se encendió uno, con la correspondiente tos que le provocaba. Poco a poco empezaba a acostumbrarse, y ya a penas le dolía la garganta después. Tras varias caladas, tumbado en una de las banquetas del vestuario, pensó en Akira. Su amigo era lo único que le mantenía ocupado y entretenido en los duros días en aquél lugar. Sin nadie más. Los demás muchachos no solían comprenderle, al fin y al cabo, él aprendía más rápido, era mejor en gimnasia, en lengua y en matemáticas. Solía destacar y llevarse la admiración de los profesores. Tuvo que soportar varias palizas de compañeros al principio hasta que Akira llegó un día en su ayuda y consiguió vencerles. Desde entonces nadie le había intentado levantar la mano porqué sabía que a podría hacerle bastante más daño. Su amigo era el único que le animaba a ser el mejor en vez de protestar por no poder igualarle. Lo único que lamentaba es que no fuera real. Que su mente le había dado un nombre y una forma a sus ansias por ser mejor que los demás. Era lo único que le impedía dormir además de las pesadillas. Era lo único que le hacía querer ser David.
