El primero de Septiembre siempre era un caos. Que su baúl no entraba en el maletero del auto, que su hermana se negaba a compartir el asiento con la pobre de Endora, que no podía encontrar por ningún lado su sombrero favorito… cuando solamente quedaban veinte angustiosos minutos para salir de su casa y llegar al tren sin retrasos, Lily Evans por fin podía sentarse en el asento trasero, con su lechuza sobre las piernas y el rugido del motor le indicaba que ya no había vuelta atrás.

Mientras las pequeñas casas desaparecían bajos los altos edificios de Londres, Lily repasaba sus tareas de vacaciones. Había terminado la redacción para Mcgonagall hacía poco menos de un mes, el escrito de Herbología para Sprout estaba junto a su nuevo libro de pociones y había repasado todos los hechizos de su libro de encantamientos las últimas tres semanas… incluso para los altos estándares de la Prefecta Perfecta de Gryffindor, todo parecía estar en orden para tener un aceptable inicio de clases.

La estación de King's Cross era el mismo escenario caótico y estrambótico de todos los primeros de Septiembre. Personas con capas, sombrero y viejos vestidos se mezclaban con la gente común de traje y portafolio, aunque por alguna razón nadie parecía estar sorprendido. Los muggles simplemente pasaban mirando sus relojes o los anuncios del tren, moviéndose apresuradamente entre la gente sin reparar en sus extrañas ropas o expresiones.

Mientras el señor Evans sacaba sus cosas y su madre buscaba un carrito, Lily alzó la cabeza entre la multitud, intentando distinguir algún rostro familiar. Justo al lado de la puerta encontró distinguió un escudo de Hogwarts pegado en el lateral de un baúl, y una jaula con una diminuta lechuza hiperactiva dentro. Con una sonrisa le hizo un gesto a sus padres y se alejó, por fin los días tendrían un tinte un poco más divertido.

Sentada sobre su carrito, con unas botas vaqueras labradas, una camisa de franela, jeans y un fantástico (aunque otros podrían definir como ridículo) sombrero vaquero, Lexy Anderson esperaba que todos los londinenses se detengan curiosos por su aspecto. Guitarra en mano, y haciendo memoria de la más rancia canción country que haya escuchado, cantaba despreocupada de todo, esperando a que alguna de sus amigas arda en vergüenza por conocerla.

Su pequeña lechuza saltaba de aquí para allá dentro de su jaula, como si de esa forma pudiese tener más espacio. Wart era un ser tan diminuto como dinámico, lo que le faltaba de tamaño lo reemplazaba con energía.

—Well I ain't seem my baby since I don't know when. I've been drinking bourbon, whiskey, scotch and gin, gonna get high man I'm gonna get loose… ¡LILY!

Lex rasgó las cuerdas de forma estridente y saludó a la pelirroja, que a una prudente distancia intentaba desaparecer entre la pequeña multitud de espectadores. La gente bufó disgustada y comenzó a alejarse, pero a Lex no le importaba. Se había divertido un poco y como premio había conseguido que su mejor amiga esté tan roja como su pelo.

—¿Por qué siempre tienes que avergonzarnos? —preguntó la aludida acercándose.

—Porque ustedes no lo hacen por sí mismas, alguien tiene que traer la diversión —respondió con tranquilidad mientras bajaba. Se extendió la camisa y se acomodó el sombrero con parsimonia, siempre muy orgullosa de todo su atuendo.

—Veo que lo pasaste bien en América.

Lex había pasado todas las vacaciones con su familia en América, con la intención de conocer la tierra de su madre y a sus abuelos maternos, que de pronto parecían tener interés en sus nietos del otro lado del mar. La bruja no estaba orgullosa de su madre, aunque sí de su herencia Americana. Igual que ella, la ciudad de Nueva York era un lugar para expresarse, lleno de cosas para hacer y ver, donde todo coexistía en un extraño caos armonioso. Todo era ruidoso e inesperado, pero con pequeños lugares donde refugiarse, detenerse y descansar.

—Si… mis abuelos viven en Texas, tengo una tía en Louisiana y un tío en Nueva York. Todos son geniales, realmente nos recibieron muy bien.

—Se nota —sonrió Lily tomando el sombrero de la cabeza de su amiga.

Ambas se encaminaron hasta la pared mágica que separaba una simple estación de tren muggle, de una "asombrosa estación de tren mágica"... o al menos, eso es lo que siempre decía Lexy delante de Petunia Evans, sólo para verla enfurecer.

—Estoy decidida —anunció al tiempo que se colocaban cerca del muro en cuestión. Había una familia con niños pequeño adelante, seguramente era su primera vez— Después de Hogwarts, me voy a América, tan… extravagante, todo allí es increíble y además, la mejor escuela de actuación del mundo está en Nueva York. Es mi lugar en el mundo…

—Pero también hay escuelas de actuación aquí —murmuró la pelirroja. La idea de tener a su mejor amiga del otro lado del océano no era algo que le resultase atractivo. Lex arrugó la nariz.

—Son mediocres, sólo para magos… yo quiero un reto. Seré la primer bruja en triunfar tanto en el mundo muggle como en el mágico. Ya lo verás.

—Seguro, ganadora del Oscar, pero primero lo mejor sería llegar al tren, ¿no? —Lily miró con impaciencia hacia al reloj de la estación. Sea en el mundo muggle o en mágico, el tren a Hogwarts salía a las once de la mañana, y no esperaba por nadie.

Desde las diez y media de la mañana que Remus Lupin estaba debidamente enroscado en el viejo sobretodo de su padre, intentando dormir. Había subido al tren con la única intención de buscar un lugar cómodo, tranquilo y apartado para cerrar los ojos sólo unos minutos. Todavía tenía escalofríos y de vez en cuando aún podía sentir que todo daba vueltas a su alrededor. Tendría que haber seguido el consejo de su madre y desayunar, pero la simple y deliciosa idea de seguir diez minutos más en la cama le ganó a cualquier cosa.

La puerta del compartimento se deslizó a un lado y Remus dejó salir una queja sorda al tiempo que se escondía debajo del saco. No, todavía faltaba una eternidad para la salida del tren, no podía ser que, por una vez, sus amigos llegasen temprano.

—¡Hey Lunático, arriba! —la alegre, entusiasta y (en ese instante) terriblemente irritante voz de James Potter sonó por encima del palabrerío de afuera, y eso que Remus estaba apoyado en la ventana.

—Otro día —murmuró apretando su cara contra la tela.

—Nada de eso, ¡Vamos, despierta de una vez! ya tendrás tiempo para dormir en la clase de Binns, tenemos que empezar a planear la broma de bienvenida. Vamos, incluso Colagusano está llegó conmigo para poder tener todo listo... —de a tirones, James le arrancó el abrigo de las manos y reveló el deplorable estado de su pobre amigo.

En la última luna llena, James había pasado por la casa de Remus para saber cómo estaba, y, a pesar de las secuelas habituales, lo cierto era que el merodeador más responsable parecía comenzar a afrontar con mejor salud las transformaciones. Sin embargo, ahora su amigo realmente se veía como la víctima de un despiadado ataque animal. Estaba flaco (más de lo saludablemente posible), pálido y exhausto. Las ojeras bajo sus ojos tenían varios centímetros, además de que aquí y allá asomaban algunas cicatrices nuevas. Por un segundo, James se quedó tieso, sin saber exáctamente qué decir. Por detrás de él, Peter Pettigrew asomó su nerviosa mirada, inseguro de sí esconderse detrás de James sería suficiente para protegerse de la furia de Lunático. Quizá lo mejor sería esperar afuera, en el pasillo, con la puerta firmemente cerrada. Para su fortuna Remus se movió primero.

—James, juro que si no me devuelves eso en este instante y me dejas dormir, incendiaré tu escoba y mientras arde te la meteré por un lugar que nunca ve el sol. Además, me aseguraré de que Lily se case con Snape.

Quizá fue la amenaza que involucraba al amor de su vida, o a la chica de la que estaba enamorado, pero James extendió el brazo rígido y cuando su amigo le quitó la prenda de las manos se quedó inmóvil en su lugar.

—¡HEY, LUNÁTICO! —del otro lado del cristal unos fuertes golpes hicieron que Remus lamentara el día en que decidió estudiar en Hogwarts. Sirius Black volvió a golpear con energía y una sonrisa tan auténtica en el rostro que Lupin tuvo que usar toda su fuerza de voluntad para no insultarlo— ¡¿Qué estás haciendo?! ¡Vamos, despierta, ya dormirás cuando lleguemos!

James le hizo un gesto a su amigo con impaciencia, después de todo, no faltaba tanto para que el tren comience a andar. Remus se escondió otra vez en su cueva de paño, lo mejor sería dejarlo dormir, después de todo, la última vez que había estado de mal humor por no descansar la venganza había sido horrible… Merlín, aún tenía pesadillas con cerveza de manteca fermentada y un grupo muy molesto de Doxys…

Cassandra abrió su estuche de maquillaje y revisó el interior, tenía la sensación de que había olvidado algo, pero también estaba completamente convencida que había vaciado su cómoda de todo posible producto de belleza. El pequeño espejo en la tapa le devolvió una mirada segura y elegante, sonrió mientras se acomodaba un finísimo mechón de cabello que había escapado de su perfecto peinado y se retocó el delineador negro para asegurarse de que estuviese impecable.

Guardó todo y se acomodó en el asiento, justo frente a ella Aspen leía el Profeta con tranquilidad, cada tanto, apenas se mordía el labio igual que siempre que se perdía en sus pensamientos. Afuera el vapor del tren aumentaba a cada momento, faltaban pocos minutos para las once.

—¿Cómo crees que estarán las cosas en Hogwarts? —preguntó para quebrar el silencio. Detestaba cuando Aspen se abstraía en sus propias elucubraciones. Sin despegar la vista de la patética nota sobre otra desaparición de un sangre sucia, la aludida hizo una mueca y dejó salir un suspiro desganado.

—Exáctamente igual que siempre. Dumbledore nunca nos permitirá saber qué es lo que sucede afuera, a menos que eso sea de su agrado…

—Aun no entiendo cómo el consejo de la escuela no lo obliga a retirarse —murmuró Cassandra con fastidio— ¡Esto es denigrante! Le pedí a mi padre de quedarme en casa estudiando, pero él insiste con que tengo que terminar mis estudios en Hogwarts con todos esos… sangre sucia.

Aspen despegó la mirada de las letras impresas y la centró en los ojos alterados de su amiga.

—Dejar Hogwarts en manos de esos hijos de muggles sería reconocer la más humillante derrota. Nuestro trabajo es recuperar lo que por derecho es nuestro, de nuestras familia, de nuestros legados. Debemos sostener el nombre de Salazar Slytherin —una sonrisa tan hermosa y venenosa como una adelfa surgió en su rostro—. Esto es sólo una limpieza, Cass, una purga. Ya verás, recuperaremos todo lo que en realidad nos pertenece.

La puerta del compartimento se abrió, Anthony, Mulciber y Snape aparecieron y las dos amigas reservaron las demás conversaciones para la intimidad de su cuarto en Hogwarts. Además, el tren ya comenzaba a moverse.

Marlene cerró la puerta del compartimento y se dejó caer en el asiento suspirando frustrada. Quería golosinas, ¿por qué tenían que esperar hasta casi la mitad del viaje para que esa amable señora y su fabuloso carrito pasen? Era injusto, de ser ella estaría siempre disponible, cualquier momento era bueno para una golosina.

Del otro lado Lauren miraba desganada por la ventana, preguntándose dónde estaría cierto Gryffindor con quien había compartido tanta correspondencia en el verano. Todavía sostenía su última carta entre las manos, donde podía leer con claridad la promesa de que la vería en el tren de regreso al colegio.

—Deberías leer algo —propuso Thatcher sin apartar la mirada de su nuevo libro de encantamientos. De cierta forma sentía la responsabilidad de proteger a su prima más joven—. Al menos así te distraerás un poco y no habrá sido una completa pérdida de tiempo cuando él no aparezca… tu vales más que cualquiera de ellos, Jounnie, lo sabes.

La mirada Lauren fue tan dura que Thatch sintió que atravesaba su libro e instintivamente se encogió en el asiento.

—A veces tus consejos son tan buenos como una poción de ajenjo mal hecha: apestan el lugar y no sirven para nada.

Un proyectil de papel impactó en la cabeza del aludido y cuando bajó el libro descubrió a Marlene sacándole la lengua y apuntándolo con el dedo.

—No seas un nerd impertinente —sentenció— a nadie le gustan los nerds impertinentes —luego regresó la mirada a su amiga— Y no te preocupes, Jo, él es un buen chico, seguramente sucedió algo serio para que no esté aquí.

Lauren hizo una mueca y regresó a su estado de melancólica contemplación.

—Hey, adivinen a quien encontré corriendo para no perder el tren —la sonriente cara de Sonia Payne se asomó mientras arrastraba a dos chicas muy agitadas.

—Te… odio... —Lily se arrastró dentro y se dejó caer junto a Marlene. Todos sus esfuerzos por llegar temprano y encontrar un compartimento se habían frustrado en el preciso instante en el que Lexy dudó si había empacado su mochila o no— ¡¿Cómo se te ocurre comenzar a revisar tu baúl antes de subir?!

—Pero… pero… ¡Es mi mochila de la suerte! —se excuso la supuesta vaquera mientras corría a Thatch y se sentaba entre sus dos amigos.

—¿Y qué podrías solucionar en ESE momento si no la tenías?

—¿Debería preguntar por qué ella está disfrazada? —inquirió el antiguo Prefecto de Ravenclaw y ahora Premio Anual poniendo su libro a forma de escudo —¿O en realidad es una enfermedad contagiosa que te hace querer vestirte de forma ridícula?

—En realidad, es un sombrero mágico traído desde América —respondió Lex ladeando la cabeza y sonriendo de forma extrañamente torcida—, dicen que perteneció a un asesino serial que mató a 39 personas y dejó sus cadáveres putrefactos en su ático. Pero yo no creo en esas cosas… —lentamente se acercó a él, hasta que el ala del sombrero tocó su rostro— A veces, susurra que los asesine a todos mientras duermen.

Thatch estiró el brazo y le dio unos golpecitos en la cabeza, igual que a un perro.

—Tranquila, Lex… todo estará bien… —Lentamente se estiró y asomó por sobre su sombrero para poder ver a su prima— Llama a San Mungo…

—A veces mi taza del desayuno me dice que los convierta en chocolate —susurró Marlene mientras se encogía en el asiento. Los cinco amigos lentamente giraron la cabeza para ver a la rubia totalmente absorta en uno de sus rizados mechones de pelo.

—Estoy aterrado, es oficial —Thatcher se puso de pie y miró a su prima con preocupación—. Iré por algo al carrito… si es que lo encuentro y después…

—¡Traeme golosinas! —pidió Marlene saliendo de su trance—, quiero golosinas, por favor…

Si Thach escuchó su pedido, no se dio por aludido y haciendo un gesto a todas las presentes salió del compartimento con su libro bajo el brazo, Lex estaba casi segura de que no regresaría en todo el viaje. Cuando la puerta se cerró la bruja miró a su pelirroja mejor amiga y soltó una risita.

—Ya puedes respirar, Julieta.

La punta de la nariz de Lily estaba tan roja como una fresa, igual que el resto de su cara. Apretó los labios y se hizo la desentendida, aunque una sonrisa cómplice vagaba en su rostro con la misma emoción de una quinceañera.

—Lily, soy tu amiga, y por eso tengo que decirlo: Tienes que superar a Thatcher… o al menos hablarle.

La aludida bajó la cabeza avergonzada. Desde sus tiernos e inocentes once años, Thatcher Bones le había arrancado más suspiros que Los Beatles a todas sus admiradoras juntas. Según Lily, él era perfecto: atento, inteligente, discreto… Para cualquier otro ser humano femenino Thatch podía definirse en una sola palabra: aburrido. Incluso su prima afirmaba que Thatcher tenía la asombrosa habilidad de volver aburrido el más violento y emocionante partido de Quidditch.

—No… no puedo ¡No sabría qué decirle!

—¡Hola Thatcher! Que bueno verte, ¿Ey, no quieres ir a las tres escobas y luego podemos revolcarnos en la Casa de los Gritos mientras fantasmas violentos nos observan?... Si, creo que eso sería algo para romper el hielo.

Lily bajó la cabeza, haciendo todo lo posible para que su peinado disimule su expresión de vergüenza. La confianza que tenía con Lex era casi legendaria, había confiado y seguido a su amiga en cosas realmente descabelladas pero a veces dudaba un poco de su sanidad mental. Por su parte, Lauren alzó las cejas y miró a la castaña con incredulidad.

—Wow, eso fue demasiado, incluso para ti.

La bruja se encogió de hombros y centró la mirada en el papel arrugado que su amiga tenía entre las manos. Ya había escuchado de los labios de Lily la romántica historia por correspondencia que su amiga sostenía con el Prefecto de Gryffindor.

—¿Y si en lugar de esperarlo cual damisela vas a buscarlo? —dijo intentando sacarle el papel de las manos. Quería leer del puño y letra de su mejor amigo cómo se le había propuesto.

—¡Lexy! ¡No!

—¡Sólo quiero leerla!

—¡Ya bájense del asiento, por favor!

—¡Cinco galeones a que Lauren gana!

—¡Ey, ya cierren la boca, alguien intenta dormir, par de… ¿Anderson?

Lex giró la cabeza mientras mantenía acorralada a Lauren contra la ventana. Su rodilla estaba clavada en el respaldo del asiento y su mano derecha sujetaba firmemente la muñeca de su amiga, mientras que con la otra intentaba mantener el sombrero en su lugar.

—¿Black?

De público conocimiento era que Lexy Anderson y Sirius Black parecían dos bombas atómicas, que debían ser tratadas con el más delicado cuidado. Habían trabajado, con éxito, tantas veces como discutido a los cuatro vientos en el Gran Salón. Guerras de comida, libros voladores, explosiones de escobas, desapariciones de ropa y hechizos de acné apenas encabezan la larga lista de sus encuentros. El año anterior, la broma de fin de curso de los cuatro merodeadores había terminado de forma abrupta, inesperada y con efectos colaterales terribles… entre ellos, que Lex tenga que afrontar una entrevista por incidentes a la propiedad con dos aurores.

Lily permaneció muda e inmóvil en el asiento, tratando de recordar todo posible hechizo de defensa en caso de que su amiga estalle de la peor forma posible. Marlene se quedó con las manos en alto mirando alternadamente a ambos chicos como si se tratase de un partido de Quidditch muy cerrado. De pronto parecía que el aire podría cortarse con un cuchillo.

Lentamente Lexy soltó a Lauren y se paró en medio del vagón, todo si apartar la mirada de su compañero de casa. Apenas hizo un gesto como si se acomodara un mechón de pelo y sonrió apretando los labios.

—Lo siento, ¿necesitas que te lleve tu mantita o tu oso de peluche es suficiente para que vuelvas a tu siesta?

Sirius ignoró por completo el comentario y se quedó un momento más mirándola con absoluta incredulidad.

—¿Qué diablos estás usando? —acabó preguntando incapaz de pensar en otra cosa que no sea el ridículo sombrero de Lexy.

La bruja suspiró exasperada ¿Realmente ningún mago en todo el tren podría descubrir que clase de atuendo tenía puesto?

"Seguramente Remus podría" murmuró una voz en su cabeza. Esa era Wynonna, su conciencia y la razón por la que en el 90% de los casos, Lex terminaba en problemas… Wynonna no hacía muy bien su trabajo.

—Es un atuendo vaquero… fui a América en el verano... —intentó excusarse. ¿Por qué diablos se excusaba? Sacudió la cabeza rápidamente, Black tenía la detestable habilidad de desviar casi cualquier conversación a su voluntad. Era irritante.

—Sólo para que lo sepas: estamos de camino a Escocia... Lo mejor sería que busques un mapa y escondas ese sombrero, seguramente está sofocando el poco cerebro que te queda —rápidamente metió la mano en el bolsillo y sacó un papel arrugado por el pantalón— Oh, Jones, Remus me dio esto para ti… ¿Qué se traen ustedes con las cartas? Estamos a dos vagones, ve y háblale.

Como si la insolencia de Sirius no fuese suficiente para el orgullo de Lexy, su amiga se levantó de un salto y esquivándola igual que una molesta columna tomó el papel que Black le tendía. Estaba apenas doblado y por un momento la Ravenclaw temió que él lo haya leído.

—No te preocupes, creeme que tengo cosas más interesantes que leer que los amoríos de Lunático.

Lauren bajó la mirada avergonzada, pero era demasiado educada así que igualmente murmuró un "gracias" antes de volver a sentarse. Sin decir una palabra más Black cerró la puerta que nunca había soltado y se fue por la derecha. Dejando a Lexy en un estado de completa furia.

La primera vez que alguien entra al Gran Salón se siente pequeño, muy pequeño, y generalmente lo es, pero este no era el caso de Veronique Roux. Rodeada por un grupo de estudiantes de once años, Veronique y su mejor amigo, William, esperaban pacientemente la llegada de la profesora McGonagall. Apenas podían entrever las cuatro mesas oscuras y largas a través de la pequeña puerta que los separaba de ese gran banquete. A pesar de su edad entrarían con los de primero, después de todo, el sombrero debía seleccionalos para una casa. Veronique se apretujaba los dedos de las manos una y otra vez. Estaba nerviosa, muy nerviosa. Y se sentía pequeña, demasiado, incluso para su escaso metro cincuenta de estatura. Will la rodeó por los hombros y trató de inspirarle confianza.

—Hey, tranquila, ya verás que todo pasa rápido.

—Para tí es fácil decirlo, te has presentado a hacer monólogos frente al doble de personas… no todos podemos ser tan fácilmente el centro de atención, Will… mi lugar está detrás de una cámara, no delante del público.

Los dos eran mejores amigos desde la más tierna infancia. Ella francesa de pura sepa, él anglo-francés, se habían conocido en la prestigiosa Academia de Magia de Beauxbatons y desde el día uno sabían perfectamente cuáles serían sus destinos: Roux sería una cineasta mundialmente conocida, su vida no transcurría si no tenía una filmadora en la mano. Y William sería su estrella, el gran actor que interpretaría todos sus papeles y ganaría premios con sus películas. Si, era un excelente plan, y por eso desde los doce años pasaban sus veranos en América, en las mejores escuelas y cursos de Artes Escenográficas, tanto muggles como mágicos, para poder ser los mejores en su campo.

Y como todo buen artista sabe, si un entorno deja de inspirarte debes buscar otro. Por eso ambos estaban rodeados de niños que (al menos a Will) le llegaban al pecho, buscando en Hogwarts esa inspiración perdida que Beauxbatons ya no podía ofrecerles. En su último curso de actuación en la ciudad de Nueva York, los chicos habían conocido a una simpática inglesa que solamente podía hablar maravillas de la escuela a donde asistía. Según las palabras de Lexy Anderson, Hogwarts era el mejor lugar para aprender magia. Así que después de un poco de papeleo y varias súplicas estaban frente a un tren escarlata, esperándo por descubrir todo lo que ese nuevo lugar tenía para ofrecerles.

La profesora McGonagall se apareció dando un pequeño discurso sobre las casas y sus características. Roux se aseguró de tener su grabadora mágica bien escondida en la manga para poder capturar cada momento sin ser atrapada. Amaba ese pequeño aparato más que a cualquier cosa en el mundo, era su vida, literalmente, cada momento grabado en video. Se sentía terriblemente orgullosa de su gran obra de arte. De pronto la masa de alumnos comenzó a moverse y Niqui sintió las piernas rígidas. De no ser porque Will la empujó con gentileza, se habría quedado allí toda la noche.

Ni siquiera quiso pensar en las miles de miradas que debían estar sobre ella, simplemente siguió caminando, con paso rígido y confiando todos sus demás movimientos a Will. Esperó pacientemente, concentrándose y repitiendo una y otra vez cuál era su nombre, sólo para estar segura de avanzar en el momento correcto.

Lexy tamborileaba sus dedos en la mesa ansiosa por la comida, tenía un hambre atroz y la mayor diversión del momento era escuchar a James y Sirius apostar por dónde acabarían los nuevos. Frente a ella, sus dos compañeras de dormitorio, Maggie y Becca, hablaban sobre el ex novio de la última: un aparente mago italiano terriblemente sexy. Lex hizo oídos sordos, Rebecca tenía fama por exagerar su propio nacimiento. De pronto, Dumbledore se puso de pie y el salón se sumió en el silencio.

—Antes de continuar y saludando a todos los nuevos estudiantes, quiero darles la bienvenida a dos jóvenes que vienen de la Academia de Magia Beauxbatons y decidieron iniciar este año sus estudios en Hogwarts. Espero que todos los reciban con la misma calidez a la que siempre estamos acostumbrados.

McGonagall carraspeo para volver a tener la atención y miró a los dos únicos chicos restantes.

—Roux, Veronique.

Lex levantó la cabeza sorprendida mientras la francesita se acercaba con paso lento al taburete y permitía que McGonagall ponga el sombrero sobre su llamativo pelo.

—¡Hufflepuff!

El grito estridente de Marlene resonó por todo el Gran Salón, igual que cada vez que alguien era elegido para la casa de los tejones. Niqui se levantó un tanto titubeante y Lex intentó captar su mirada en el camino, pero la pobre estaba demasiado alterada para cualquier cosa. Niqui odiaba ser el foco de las miradas, al menos cuando ella no decidía que así fuese.

—¡Stept, William!

Lex se ahogó con su propia saliva. Se cubrió la boca con la mano y trató de reprimir hasta el máximo la tos, incluso cuando le quemaba los pulmones. Sintió el calor explotar en sus mejillas, de forma tan abrupta que todo lo que logró hacer fue esconderse detrás de su peinado.

—Lex, ¿qué te pasa? —preguntó Lily acercándose a ella. Del otro lado, Mary McDonald comenzó a darle palmaditas en la espalda.

—¿Estás bien?

La bruja asintió varias veces y con lágrimas en los ojos miró a sus amigos tratando de sonreír.

—L-Lo siento —murmuró—no es- no es nada…

—¡Ravenclaw!

Claro, Lex no había dudado por un sólo segundo a que casa pertenecería William si fuese a Hogwarts, aunque nunca pensó que se haría realidad.

—¿Qué pasó? —insistió Lily bajando la voz. A Lex todavía le costaba hablar,así que ella siguió la mirada de su amiga hasta la mesa azul y plata— ¿El chico nuevo, lo conoces?

Lex tragó con fuerza

—Y más que eso Lils… él es "Will". Es el chico con el que salí en América.


A los que me leen por primera vez, ¡Hola! Soy Andy. Un place... a los que no, seguramente les he dado un susto de muerte, ¿no?

Se preguntan qué ha pasado aquí, ¿verdad? Bueno, quiero darles la bienvenida a la Remake de "El que ríe último, ¡es un merodeador!"

Ahora, ¿Por qué una remake? bueno, dejenme explicarles: La historia de Lexy comencé a escribirla cuando tenía unos... dieciséis años. Yo estaba en la secundaria, con miles de problemas propios de adolescentes y permití que esta historia se me meta bajo la piel. Muy mala idea. Esta historia, en sus principios, me trajo más problemas que soluciones, yo estaba emocionada y quería relacionar todo con mi recién descubierto talento... después entendí porqué amigos y trabajo no se mezclan.

Al final, mis personajes más entrañables quedaron pegados a peleas y malos momentos de la vida real, desde entonces fui incapaz de reencontrarme en paz con ellos otra vez. Hoy con veinte años y una modesta y pequeña carrera en el mundo de la escritura y el fanfiction... me senté y volví a abrir los documentos polvorientos. Revisé cuadernos, hojas sueltas pero por más que intentaba ya no era más esa chica de dieciséis... así que tenía dos opciones: o abandona definitivamente la historia o rearmarla, y ajustar los personajes a lo que soy yo hoy en día. Darles verdadero carácter, ofrecerles la posibilidad de crecer conmigo. Y eso es lo que me trajo hoy aquí. Después de pensar, dar vueltas, poner, sacar, pulir, ensuciar... este es el resultado.

Si alguno de ustedes ha leído los fics anteriores de Lexy, este es mi consejo: no traten de buscar conexión entre ellos y la historia que están leyendo ahora. Esos dos primeros años quedarán intactos, sin modificaciones, porque son mis primeros pasos en este mundo y me daba mucha pena eliminarlos. Esta es una historia nueva, con nuevos enfoques, nuevos problemas y, si hay algo que yo quiero rescatar de ese pasado, lo haré de forma explicita. Mientras tanto pretendan que esta es una historia totalmente nueva.

Sin más que decir, espero que les guste este nuevo primer capítulo.

Los comentarios son el alimento del autor, por favor, deja el tuyo ya sea positivo o negativo. Toda critica es contructiva, toda critica será escuchada.

"Inténtalo otra vez. Falla de nuevo. Falla mejor" - Samuel Beckett