Autor: Framba
Título: Reviniente
Tipo: drama
Resumen: Camus festeja un cumpleaños muy particular.
Advertencias: como todas mis historias, al parecer, esta también es AU. Creo que es el único universo alterno que me faltaba por recorrer.
Pareja: Camus x Milo
Dedicatoria: a todos esos libros, películas y series que me han obsesionado a lo largo de los años pertenecientes a este tema.
Comentarios adicionales: este fic está inspirado en una canción que prácticamente dio origen a toda esta idea. La canción se llama "Te Vas" de un grupo llamado Candy. Excelente canción, ojalá puedan escucharla. La atmósfera de la voz y la letra me parecieron un fic en sí, así que de ahí partió la idea de todas estas letras.
Más sobre este fic y sobre mí en mi blog, lo encuentran al buscar framba y blogspot en google.
¡Espero sea de su agrado y me dará mucho gusto leer sus comentarios!
Reviniente
Capítulo 1
POV: Camus
Cuando me digas que no, piénsalo bien
Una centésima celebración de cumpleaños. Cien; diez veces diez; número que le prosigue al noventa y nueve. Temido e imponente a la vez. Tienes miedo de mirar al calendario, no quieres que tus pupilas tengan un enfrentamiento con el día marcado en esa hoja pegada a la pared.
Un cumpleaños más, otro más, un número adicional. Aunque esta vez es totalmente distinto: hórrido. Puedes lidiar con dos dígitos en tu cabeza, tu cerebro puede aceptar la vaga idea de una decena tras otra, pero… ¿tres dígitos? Una centena de años rondando en este suelo, aspirando el mismo aire, viviendo y viviendo sin parar… o muriendo y muriendo sin detenerse…
¿Quién lo diría? Esto de la inmortalidad iba en serio. Creíste en algún momento que podía ser mentira, que al llegar a cierto número de años o lustros o décadas, simplemente ya no ibas a despertar… pero seguías despertando. Una y otra y otra vez. Hoy se cumplían cien años de aquel día.
¿Podías llamarlo cumpleaños? No estabas nada seguro. Tendría que haber una celebración si así lo fuera, tendría que haber una energía interna que te hiciera sentir alegre, contento, animado; sin embargo, sólo había en las entrañas de tus costillas un profundo y frío vacío. Y claro, una inmensa, inagotable y sofocante hambre.
Hambre.
Lo único que podías considerar similar a un festejo sería tu poder interno para aguantar tantos miles de días con esta extensa y avasallante hambre. Infinita hambre. Un hambre que cada día parecía adueñarse de una célula más dentro de ti; un nervio o partícula más de tu cuerpo era tomada por esta sensación de querer devorar algo, no comer ni alimentarse, devorar, devorar algo… y si te lo permitías pensar por una milésima de segundo, devorar… a alguien.
Cien años y el pensamiento y ansiedad estaban ahí como desde el primer momento. ¿Celebrar? Celebrar que eres un vampiro podía sonar cómico a oídos de cualquiera. Tenías la esperanza de no abrir los ojos el día de hoy, pero aquí estabas, despierto, hambriento y con un sentimiento de rabia y nostalgia que te hacía querer llorar y sonreír al mismo tiempo. Cien años vivo. Cien años medio muerto.
Con un suspiro te levantas de la cama, evitando a toda costa mirar el calendario de la pared. Huir de este cuarto suena como la mejor idea de festejo. Respirar aire exterior de invierno quizá calme y disuelva los sentimientos que te consumen, el frío siempre te ha hecho sentir mejor por alguna extraña razón.
o-x-o
El cartel que dice "Un bloody mary gratis al comprar cualquier bebida" afuera de un bar es lo que te hace decidirte por ese lugar en particular. Tenías mucho de no venir a esta avenida de restaurantes, bares y diversión en general. El letrero te hizo resoplar al leerlo. Vaya coincidencia. Será la bebida que tomarás para celebrar el día de hoy. Satírico. Satírico que en una noche donde deberías estar ahogado en sangre humana, te conformes con una bebida de tomate; será lo más cercano que estarás de algo sangriento, al parecer.
o-x-o
Te acercas a la barra para solicitar el primer brindis, no quieres ninguna otra bebida. Has decidido que el bloody mary será tu acompañante toda la velada. El cantinero te indica que, al estar en promoción, los bloody mary se entregan al otro lado del bar debajo de la luz roja con el chico vestido de vampiro.
Niegas con la cabeza ante la ironía.
Te diriges al otro lado del salón donde se observa la luz de color tan singular.
o-x-o
Llegas al lugar indicado donde un chico peculiarmente agraciado está entregando copas a aquéllos que le entregan un cupón. Lo que te llama la atención es que su atuendo no tiene nada de vampírico, sólo está vestido de negro de pies a cabeza. Lo único vampiresco es su piel notablemente más blanca por maquillaje, sus ojos rodeados de pintura negra y un hilo de sangre falsa que desciende de la comisura izquierda de su boca hacia su barbilla.
Curioso que un vampiro luzca así en la época actual, ¿dónde habían quedado las capas negras largas, las camisas blancas impecables y el cabello relamido hacia atrás?
Alguien se acerca al chico y le entrega un cupón. Esta persona le dice algo al chico vampiro y este sonríe ligeramente. Es hasta ese momento que notas también los colmillos largos que adornan sus dientes caninos; te intriga saber qué tipo de prótesis utiliza porque lucen bastante reales. Y sin darte cuenta, has dado cinco pasos más y estás de pronto a un metro de distancia del chico observando su perfil. El chico voltea a verte al sentir tu mirada.
Sus ojos se cruzan por primera vez en cien años, de eso estás completamente seguro. Él sostiene tu mirada y tú… tú, repentinamente, quieres verte bien para él; esperas verte presentable y… deseable. No quieres que sus ojos te dejen de ver.
No obstante, es inevitable que él rompa el contacto visual porque alguien se acerca a darle otro cupón y él tiene que mirar a su interlocutor.
Sacas el aire que no sabías tenías acumulado en el pecho. ¿Qué fue eso? Sientes como si alguien hubiera bañado tu piel en aceite caliente, quieres con desesperación volver a ver esas pupilas, necesitas que él te vuelva a mirar. Sin pensarlo más, te mueves entre algunos cuerpos y topas al primer ser humano que tiene un cupón en la mano, con un movimiento rápido y aprovechando su estado etílico, le arrebatas el cupón sin que él se dé cuenta y te acercas de nuevo hacia la luz roja.
Hay una persona frente a ti en la fila que está ya recibiendo su bebida gratis.
Al fin la persona se retira y es tu turno…
El chico enfoca sus ojos en ti de nuevo. No puedes atinar con certeza el color de sus ojos… ¿verde?, ¿azul?, es una combinación extraña, como un verde tímido sumergido y mezclado en azules claros y obscuros, ¿turquesa? No estás muy seguro, pero ese color de ojos es bellísimo… digno de un dios, digno de un ser divino.
–Buenas noches. ¿Cuenta con un cupón? –dice él finalmente y hay una pequeña sonrisa naciendo en sus labios. Él sabía que ibas a acercarte, que ibas a buscarlo de nuevo.
–Buenas noches. Sí, vengo a canjear mi regalo –contestas. Tu regalo, el regalo por tu cumpleaños número cien viene envuelto en disfraz de vampiro.
Él asiente con la cabeza y se voltea para tomar de la mesa un vaso de la charola con decenas de bebidas ya preparadas listas para entregarse. En el momento que gira puedes ver con más claridad su cuello…
Y pierdes absolutamente todo lo que se llama cordura, prudencia, recato… nace en ti un hambre voraz, insaciable, violenta y destructora. Jamás en tus cien años habías sentido un hambre tan atroz y salvaje dentro de ti, creciendo con cada latido del centro de tu pecho hacia tu cerebro y extremidades y recónditas cavidades.
El chico regresa a su posición original a entregarte la bebida y no puedes contenerte, lo miras fijamente y utilizas ese poder que adquiriste al convertirte en vampiro, lo hipnotizas diciendo:
–En tres minutos vas a pedir permiso para ir al baño y vas a encontrarme allá. No tendrás miedo y olvidarás todo lo que suceda en el baño cuando salgas de nuevo por la puerta.
El chico cierra los ojos un instante cuando terminas de hablar y sabes que ha surtido efecto. El hipnotismo es la única habilidad que utilizas desde que te convertiste. Tu corazón está latiendo a mil por hora, pero no puedes más, esta ansiedad te aflige y se te encaja en lo más profundo del estómago.
Sin tomar la bebida que él te ofrece, no dices nada más y te diriges hacia el baño con pasos largos.
o-x-o
La puerta del baño no tarda en abrirse cuando tú acabas de entrar. El chico ha entrado puntual tal como lo indicaste; se ve normal, un poco cansado, pero tranquilo… y extremadamente hermoso.
Tú te mueves y cierras la puerta del baño para que nadie más pueda entrar. No notaste en qué momento empezaste a jalar aire por la boca, sientes que te falta el aire. En cien años no has hecho esto y no estás muy seguro de cómo proceder, pero tu instinto sólo te dice que te acerques a él.
Caminas hacia él, quien para este momento ya se encuentra a la mitad del baño, dándole la espalda a los espejos sobre la pared. Te detienes frente a él y sus ojos se encuentran de nuevo; sus ojos conectan con una parte de ti que desata tu hambre con locura, no sabes de dónde proviene este deseo inmensurable, es como una gran ola azotándose en todo el interior de tu cuerpo, es como golpes que duelen internamente… es un deseo que te aniquila.
Vas a hacerlo. Lo sabes. Sí, lo sabes con certeza. Te vas a alimentar de él, de un ser humano por primera vez en cien años, por primera vez desde que te convirtieron.
Estiras tu mano hacia su quijada; con un poco de presión, haces que él incline su cabeza un poco hacia el lado izquierdo, su cuello de nuevo queda descubierto, pero esta vez puedes verlo claramente. Es como una obra de arte, es como un ángel… su piel luce suave y viva, casi etérea. Ahora eres tú el hipnotizado, no puedes parar, sólo sigues el instinto de hambre que te ciega, que te nubla cualquier otro pensamiento o acción.
Te acercas hacia su cuello y en el pequeño transcurso sientes el diminuto dolor en tus dientes caninos, los cuales inmediatamente se alargan y afilan para poder realizar su función con propiedad. Sabes que ya estás listo, nunca antes lo has hecho, pero algo te dice que es sólo cuestión de morder y el hambre por fin será saciada.
Así que cierras los ojos y lo haces: abres tu boca y muerdes con lentitud y con fuerza al mismo tiempo. Sientes el borde de tus dientes raspando la piel, sobre todo, sientes los caninos entrando y desgarrando las capas de piel, una tras otra, y entonces llega el sabor de la sangre humana a tus sentidos por primera vez.
Es inenarrable. Es un sabor extremadamente dulce, es como ninguna otra bebida que hayas probado antes, sabe como a una mezcla de frutas frescas. Es deliciosa, es refrescante a pesar de sentirse caliente. Es… más que orgásmica. No puedes describir cómo sientes el líquido ligero pasar por tu garganta y desplegarse por cada parte de tu cuerpo, llenándolo de vida, de alegría, de sabor, de sentido, de bienestar.
Todos estos años te habías perdido de este suculento manjar, no tenías ni idea de lo que significaba ser vampiro hasta este momento. Desde que te habías convertido, no habías querido alimentarte más que de animales. Claro que comías comida normal, como cuando eras humano, pero no sabía en realidad a nada; en algún momento pensaste que al convertirte, habías perdido el sentido del gusto, pero después probaste sangre animal para evitar disecarte y notaste que sí tenías sabor, pero esa sangre sabía salada, algunas veces agria, dependiendo qué tan fresca estuviera. Nada te había preparado para este nuevo descubrimiento: la sangre humana es exquisita, una completa y absoluta delicia.
Y sientes que el chico toma tu brazo con fuerza, sujetándose de ti para soportar el dolor de tu succión.
Abres tu ojos un instante, pero no puedes separarte de su cuerpo, no puedes. El sabor es tan delicioso y su sangre fluye como si fueran borbotones a través de tu lengua que no puedes parar. No puedes detenerte, así que con dificultad tomas aire por tu nariz mientras sigues bebiendo el líquido rojo por lo que parecen varios minutos. Quieres degustar este sabor tan peculiar, esta efervescencia que parece descender como cascada por tu boca hacia tus pulmones, tu estómago, tus piernas; quieres que su sabor se impregne en tus dientes, en tus labios, en tu mismo corazón.
Tienes que detenerte, algo en tu cerebro sabe que si sigues, el chico morirá, necesitas parar. El chico toma tu otro brazo y esta vez lo sientes claramente: escuchas los pausados latidos de su corazón, el chico está completamente débil y no puede mantenerse en pie, ya no tiene fuerza.
Entonces logras separarte de él y él se abraza a tu cuerpo buscando apoyo para no caer. Tú logras sostenerlo y acercarlo a ti en un abrazo para que no caiga al piso.
–¿Estás bien? –preguntas. –¿Estás bien? –repites en voz baja, asustado de pronto, pero no hay una respuesta de su parte. Te mueves un poco para ver su rostro que descansa en tu hombro y notas sus ojos cerrados, luce diferente, pálido, estaba pintando de blanco por su disfraz de vampiro, pero ahora se ve desmejorado, drenado.
Demonios.
No sabes qué hacer. No puedes dejarlo aquí tirado, mal. No querías que él se pusiera mal, así, sólo querías… probarlo, no esto, no matarlo.
Miras alrededor, pero no hay nada que te pueda ayudar a que tome consciencia. Tus ojos se topan con los espejos arriba de los lavabos y te quedas inmóvil por un instante: te ves absolutamente diferente, pareciera que tu piel tuviera un velo de luz, que tus ojos brillaran como si estuvieran siendo alumbrados, tu cabello se ve más claro, parece que has vuelto a nacer en pocas palabras; tienes solamente sobre tus labios pequeñas líneas rojas, diminutas señales de la sangre de él aún sobre ti.
Vuelves tu mirada al chico y te sientes completamente mal y culpable. Verte tan bien y a él tan mal no tiene coherencia, no es justa esta manera de equilibrar de tu naturaleza.
–¿Estás bien? –repites, consternado.
El chico mueve un poco su cabeza y notas que abre lentamente sus ojos, con pesadez y cansancio.
–¿Qué sucedió? –pregunta lentamente, con voz rasposa, está muy débil.
Tomas aire y luchas por encontrar las palabras exactas. ¿Te ataqué?, ¿me alimenté de ti?, ¿estuve a punto de desangrarte y matarte? Optas por decir algo más en su lugar:
–¿Cómo te llamas?
Él pasa saliva, luchando por permanecer consciente.
–Milo –dice, casi inaudiblemente en un suave y dificultoso murmullo.
El nombre de tu primera víctima.
–Milo, escucha, vas a estar a bien. ¿Crees que puedas ir a casa? Llamaré un taxi para que te lleven lo antes posible.
–No –dice Milo en un susurro y se aferra con un poco más de fuerza a tu cuerpo–. Estoy bien. –Milo finalmente se separa un poco de ti y endereza su posición. Tú no sueltas su brazo derecho por si acaso vuelve a caerse. Milo lleva una mano a su cuello, al lugar exacto donde lo mordiste y sólo se aprecian dos pequeños puntos rojos, casi invisibles si no se presta atención, no hay moretones, ni marcas, ni más sangre–. Estoy listo para irnos –pronuncia raquíticamente, con demasiada dificultad.
–¿Vamos a tu casa? –preguntas desconcertado, habías entendido que no quería ir a casa.
–No, a la tuya.
