Disclaimer: Nada de esto me pertenece, ni los personajes ni la trama.

Disfruten.


Capítulo 1

Estaba disfrutando de la caricia del sol del crepúsculo, sintiendo el sudor corriéndole por los hombros y el cuello cuando de repente apareció ella. Acababa de mirar a su hijo, Edward, de sólo quince años pero tan trabajador como un hombre adulto, alto, fuerte y decidido. Y había sonreído, orgulloso. Las dos últimas semanas se las había pasado tratando a paciente tras paciente, y había echado de menos trabajar al aire libre con Edward. Colocó un nuevo tablón en la valla y lo encajó de un golpe de martillo. Un soplo de brisa húmeda lo despeinó, cargado con la promesa de una tormenta vespertina. Respiró a pleno pulmón, meditando sobre lo perfecta y maravillosa que era aquella vida. Fue entonces cuando su hijo gritó:

—¡Mira, papá!

Carlisle se volvió para mirar en la dirección que le señalaba con el martillo, y se quedó atónito al ver el oxidado sedán acercándose a toda velocidad por la pista de grava que bordeaba la finca. La curva del final, al pie de las colinas, era muy cerrada. El coche sería incapaz de tomarla sin sufrir un accidente. Apenas vislumbró detrás del volante un rostro de mujer, pálido y con los ojos muy abiertos, antes de que el vehículo atravesara la valla que acababan de reparar en medio de un chirrido de frenos y una nube de polvo. Tuvo que protegerse para que no lo alcanzaran las astillas que salieron disparadas. El coche se elevó más de un metro en el aire antes de aterrizar sobre el césped con un ruido sordo, para precipitarse derrapando hacia la ribera del lago. La parte delantera quedó sumergida en el agua, con las ruedas traseras en tierra.

Tanto Carlisle como Edward se quedaron paralizados de sorpresa durante unos segundos, antes de ponerse en movimiento y correr hacia la orilla. Sin vacilar, Edward se metió en el agua hasta la cintura y se asomó a la ventanilla del conductor.

—¡Es una chica!

Carlisle lo hizo a un lado y se asomó. Se quedó sin aliento. La palabra «chica» no era la más adecuada para describir a la mujer que yacía dentro, inconsciente. La examinó con la

mirada, buscando como médico alguna herida, y no pudo evitar quedarse admirado de su belleza. Le calculó unos veinticinco años. Era joven y menuda, pero definitivamente una mujer adulta. Por suerte la ventanilla estaba abierta, pero el agua entraba rápidamente en el coche. Le llegaba ya hasta media pierna. Maldiciéndose por su distracción, ordenó a su hijo:

—Sube a la camioneta y avisa a Jake. Dile que se prepare.

Edward se marchó apresurado mientras Carlisle evaluaba la situación. La mujer tenía la cabeza sobre el volante y no se movía. El asiento trasero estaba lleno de cajas de embalar y bolsas de viaje, algunas de las cuales se habían precipitado sobre ella y la estaban aplastando. Varias cajas habían reventado revelando su contenido: baratijas, fotos enmarcadas y libros desparramados por el interior del vehículo. Resultaba obvio que se había preparado para un largo viaje o incluso para una mudanza. Le tomó la muñeca y suspiró aliviado al descubrir que su pulso latía con normalidad Tenía la piel muy fina, de tacto aterciopelado, cálida. Volvió a colocarle delicadamente la mano sobre el regazo, cuidando de mantenerla apartada del agua helada.

No sin esfuerzo logró abrir la puerta. Si el coche se hubiera hundido unos centímetros más en el agua, no lo habría conseguido. El nivel seguía subiendo. La mujer gimió y movió la cabeza: se apartó por un instante del volante pero se derrumbó de nuevo. El movimiento indicaba que no tenía ninguna lesión en el cuello ni en la médula espinal. Después de retirarle las cajas de encima, le palpó los brazos y las articulaciones. Le examinó también las piernas debajo del agua, sin encontrar ninguna lesión seria.

Vio que entreabría los labios y volvía a gemir de dolor. Frunciendo el ceño, le tocó el moretón de la cabeza. Estaba demasiado caliente, casi febril. Edward apareció de nuevo a su lado.

—Jake se ofreció a traerte el maletín, pero yo le dije que ya le avisaría cuando lo necesitases —hablaba en susurros, como temeroso de despertarla—. Vamos a llevarla a casa, ¿no?

—Eso parece —el hospital estaba demasiado lejos, y las heridas no parecían muy serias. Lo primero era sacarla del coche y del contacto del agua helada.

Afortunadamente no estaban lejos de la casa. Poseía varias hectáreas de tierra, plagadas de árboles, arbustos y flores silvestres. El lago, estrecho y largo como un río, rodeaba la parte trasera de la finca. Deslizó un brazo cuidadosamente bajo sus piernas, sosteniéndole la espalda con el otro, y la sacó del coche. Vio que bajaba la cabeza hasta apoyarla sobre su pecho desnudo y sudoroso. Tenía el cabello de un color marron miel, con mechas más claras que le enmarcaban el rostro. Olía a sol y a mujer, e instintivamente aspiró su esencia, llenándose los pulmones.

—Recoge las llaves y el bolso y tráeme la camisa que he dejado en la valla —necesitaba cubrirla con algo para que entrase en calor cuanto antes.

Le avergonzaba admitirlo, pero no había podido evitar reparar en su camiseta casi transparente como resultado del contacto con el agua. Y no llevaba sujetador. Una distracción que se apresuró a combatir de inmediato. Incluso con la ropa empapada, aquella mujer pesaba menos que una pluma, pero aun así le costó salir del lago con ella en brazos. Había perdido una sandalia y la otra acababa de caer al agua. El fango del fondo dificultaba sus movimientos. Edward se adelantó, ayudándolo a guardar el equilibrio Una vez en la orilla fue a buscar su camisa y se la echó a la mujer sobre los hombros.

—¿Quieres que conduzca yo?

—Sí, pero no corras. Nada de movimientos bruscos.

Edward todavía estaba aprendiendo a conducir y solía aprovechar cualquier excusa para ponerse al volante.

—No hay problema, yo.. —pero se interrumpió al ver que la mujer se movía, llevándose una mano a la frente. Carlisle se detuvo, esperando que recuperara la consciencia.

—Tranquila.

Tenía las pestañas largas y oscuras, de reflejos dorados. Parpadeó varias veces antes de abrir lentamente los ojos, de un azul profundo, y clavarlos en los de Carlisle. De repente fue consciente de varias sensaciones a la vez. El contacto de su leve aliento en el cuello. Sus senos presionando contra su pecho a través de la camiseta empapada. El firme latido de su pulso. Una oleada de excitación lo barrió por dentro, de los pies a la cabeza. Era una reacción extremada, fuera de toda proporción, teniendo en cuenta las presentes circunstancias y su habitual comportamiento. Era un médico, y jamás sentía ese tipo de cosas delante de una paciente.

Pero esa vez las estaba sintiendo. Habitualmente refrenaba sus instintos como hombre a favor de su profesionalidad como médico. Y la profesión abarcaba con mucho la mayor parte de su persona y de su vida. Pero esa vez le resultaba difícil separar al doctor del hombre. El doctor estaba presente, preocupado por la salud de aquella mujer y decidido a hacer todo lo posible por curarla. Pero el hombre también, y era agudamente consciente de su feminidad, lo que le hacía reaccionar de una manera básica, primaria. Algo que jamás le había sucedido antes.

Durante unos segundos se quedaron así, paralizados, mirándose fijamente. Hasta que de repente ella le soltó una bofetada. Aunque estaba tan débil que Carlisle apenas sintió el golpe, su sorpresa fue tan grande que a punto estuvo de soltarla. Y además se puso a forcejear. Como Edward tampoco parecía reaccionar, a duras penas consiguió evitar que cayera al suelo. No tuvo más remedio que bajarle los pies y luego agarrarla nuevamente al ver que parecía incapaz de sostenerse sola.

—¡No! —gimió, aterrada.

—Hey, tranquila —murmuró Carlisle, imitando el tono que había oído emplear tantas veces a Jasper, su hermano mayor, cuando le hablaba a algún animal herido o asustado—. No tienes nada que temer.

Le soltó otro golpe, pero esa vez quien lo recibió fue Edward, en un hombro. El chico retrocedió un paso, sobresaltado. Momento que aprovechó Carlisle para inmovilizarla por detrás, con fuerza.

—Sshhhh. Tranquila…

Continuaba forcejeando, pero no le servía de nada.

—Señora —le susurró Carlisle—. Está asustando a mi hijo.

La mujer miró a Edward, que estaba hirviendo de curiosidad, pero en absoluto aterrado.

—¿Me va a escuchar ahora? Se precipitó con su coche al lago y acabamos de rescatarla. Estaba inconsciente. Es probable que tenga una conmoción…

—Suélteme.

Se estremecía de la cabeza a los pies. Y estaba demasiado caliente, febril.

—Si la suelto, se caerá de bruces al suelo. O intentará pegar de nuevo a mi hijo.

Aquellas palabras parecieron aterrarla aún más, y sacudió enérgicamente la cabeza.

—No…

—Hey, señora, a mí no me pasa nada, no se preocupe —Edward abrió los brazos. Estaba ruborizado, pero su tono era tan suave y tranquilo como el de Carlisle—. De verdad. Mi padre sólo quiere ayudarla.

—¿Quién es usted?

—Me llamo Carlisle Cullen, señora. Soy el dueño de esta propiedad, con mis hermanos. Como acabo de decirle, se ha caído al lago. Pero también soy médico y lo único que quiero es ayudarla.

—Su... suélteme.

Sin soltarla, la hizo volverse hacia el lago. Se estaba impacientando.

—¿Ve su coche? Habrá que sacarlo con una grúa y repararlo debidamente, Rose —dijo él, utilizando sin pensar ese apelativo cariñoso.

La mujer se quedó sin aliento, con todo el cuerpo rígido.

—Sabe mi nombre.

No la entendía. Supuso que sería el efecto del shock.

—Todavía no, pero pronto lo sabré. Y ahora... —se detuvo al ver que palidecía aún más y se llevaba una mano a la boca. La hizo arrodillarse en el suelo, sosteniéndola por detrás—. Va a vomitar, ¿verdad?

—Oh, Dios…

—Respire profundamente varias veces. Así —volviéndose hacia Edward, le pidió que le llevara un poco de agua—. Tiene ganas de vomitar debido al golpe que se ha dado en la cabeza —o al menos suponía que ésa era la causa. Porque también tenía fiebre, y ése no era un efecto de la conmoción—. ¿Se siente mejor? — le preguntó una vez que hubo respirado varias veces.

Asintió con la cabeza. Su melena le ocultaba el rostro, rozando el suelo. Carlisle se lo apartó delicadamente. Tenía los ojos cerrados y los labios apretados. Edward apareció corriendo con una botella de agua.

—Tome unos sorbos —se la acercó a la boca—. Así, muy bien. Despacio... —vio que se esforzaba por contener una náusea—. Y ahora salgamos del sol. La llevaré a mi camioneta.

—Necesito mi coche.

¿Acaso no recordaba haberlo visto en el agua? Carlisle frunció el ceño. —Permítame que la lleve a mi casa. Allí podrá quitarse la ropa empapada y descansar un poco. Haré que uno de mis hermanos le remolque el coche hasta el garaje y...

—¡No!

Carlisle estaba empezando a exasperarse. Se inclinó aún más hacia ella. Vio que le estaba temblando el labio inferior.

—¿No qué?

Parecía resistirse a mirarlo.

—Que no lo remolque.

—De acuerdo —no quería presionarla. Su primera prioridad era examinar sus heridas— ¿Por qué no se viene conmigo? En casa podrá secarse y luego utilizar el teléfono para avisar a quien quiera.

De repente se puso a toser. Carlisle le levantó los brazos por encima de la cabeza con el fin de facilitarle la respiración. Cuando cedieron los espasmos, la abrazó de nuevo para hacerla entrar en calor.

—¿Por qué? —logró preguntarle—. ¿Por qué quiere ayudarme? No me fío de usted. Se dio cuenta de que estaba aterrada. Por su situación en general, desde luego, pero sobre todo era él quien parecía darle miedo. Aquello no hizo sino redoblar su curiosidad. Cuando miró a Edward, vio su misma confusión reflejada en sus ojos.

—Si... me suelta, le daré dinero.

—Cassie, arranca la camioneta —le ordenó su padre tras una corta vacilación. Aquella mujer estaba herida y lo primero era lo primero. El misterio de su identidad ya se resolvería después.

Vio que se tensaba de nuevo y cerraba los ojos con fuerza. La oyó susurrar:

—No.

Esa vez estaba decidido. La puso de pie y la ayudó a caminar hacia la camioneta.

—No está en condiciones de que la dejemos sola.

—¿Qué va a hacer?

—Llevarla a mi casa o al hospital, usted elige. Pero ya le digo que no pienso dejarla sola.

—A... a su casa —pronunció, resignada.

Sorprendido a la vez que complacido por su reacción, la levantó en brazos.

—¿Se va a dignar entonces a confiar en mí... aunque sea un poquito?

Le rozó la barbilla mientras negaba con la cabeza.

—Eso nunca.

Carlisle no pudo evitar reírse por lo bajo.

—El mal menor, ¿eh? —vio que esbozaba una mueca a cada paso que daba, e intentó bromear para distraerla—. ¿Es que ha robado un banco? ¿La está buscando la justicia?

—No.

La camisa que le había echado por encima había resbalado hasta la cintura. Se esforzó por contenerse, pero al fin y al cabo, era humano, y le miró los senos. Ella se dio cuenta. Al ver que se ruborizaba, intentó tranquilizarla.

—No se preocupe. ¿Le parece que le coloque mejor la camisa? Así estará más abrigada.

No se resistió cuando le bajó los pies al suelo. Se apoyó contra su pecho mientras él le ponía la camisa, metiéndole cuidadosamente los brazos por las mangas. Era una vieja camisa de franela que solía usar para trabajar, de manga corta, a la que le faltaba el botón del cuello. Debería haber presentado un aspecto ridículo con ella puesta, pero en realidad estaba adorable: la tosca camisa contrastaba deliciosamente con su frágil feminidad. Los faldones le llegaban hasta las rodillas.

—¿Mejor así?

—Sí —titubeó, cerrándose la prenda.

Vio que volvía a esbozar una mueca de dolor mientras daban los últimos pasos hacia la

camioneta.

—Lo siento. Le duele, ¿verdad?

—No, sólo…

—Bueno, pues mejor para usted —la interrumpió—. De verdad que soy médico, y por el momento puede mantener el anonimato conmigo, así como ocultarme la razón por la que parece tan asustada. Ahora mismo mi única intención es ayudarla.

Lo miró rápidamente y desvió la vista. Carlisle abrió la puerta de la camioneta y la ayudó a subir. Luego se sentó a su lado y le tocó delicadamente la frente.

—Le está subiendo la fiebre. ¿Cuánto tiempo lleva enferma?

Edward puso en movimiento el vehículo con una sacudida que volvió a arrancarle una mueca. Murmuró una disculpa y metió una marcha. La mujer se cubrió los ojos con una mano.

—Sólo es un resfriado.

—¿Cuáles son los síntomas? —inquirió Carlisle, escéptico—. ¿Mareos?

—Un poco.

—¿Dolor de cabeza? ¿Opresión en el pecho?

Le tocó la garganta, palpando los ganglios inflamados.

—¿Le duele?

Intentó encogerse de hombros.

—Un poco. Tengo la garganta dolorida.

—¿Problemas para respirar?

—Sí, un poco…

—Con lo cual, lógicamente, decidió ponerse a conducir —murmuró, irónico. Viendo que abría la boca para protestar, se le adelantó—. Míreme, por favor —le levantó con exquisita delicadeza cada párpado, continuando con su examen. Aparte de la conmoción del golpe, sospechaba que tenía una infección respiratoria, quizá un principio de neumonía. Como confirmando sus sospechas, se puso a toser. Era una tos ronca—. ¿Hace cuánto tiempo que tiene esa tos?

—¿Es usted médico de verdad?

—¿Quiere ver mi maletín? Todos los médicos llevamos uno.

Edward aprovechó aquel momento para intervenir:

—Sí que lo es. De hecho, es el único médico de Forks. Hay mujeres de por aquí que fingen ponerse enfermas sólo para que las atienda —le sonrió—. No tiene nada que temer.

—Edward, tú ocúpate de lo tuyo —lo último que necesitaba era que su hijo le llenara la cabeza de tonterías, aunque esas tonterías fueran ciertas.

Él no apreciaba tanto como sus hermanos esa atención que parecía concitar entre las mujeres del pueblo. No tenía deseo alguno de relacionarse con ninguna, y ellos lo sabían. Ostentaba una posición respetable en la comunidad y se negaba a aprovecharse de ello. Salir de aquella comarca siempre resultaba difícil, y tiempo no le sobraba. Fuera del pueblo había mantenido alguna que otra relación puramente ocasional, pero nada más. Encuentros que, por lo demás, nunca habían sido plenamente satisfactorios. La mujer se volvió hacia él y lo miró con los ojos azules muy abiertos, temerosa. Se humedeció nerviosamente los labios con la lengua. El gesto le suscitó una nueva reacción de la que no se sintió nada orgulloso. Irritado, intentó recordarse que no era nada más que una mujer. Ni más menos Una mujer enferma, además, que había sobrevivido a un accidente. Así que... ¿a qué venían aquellas reacciones tan primarias que hasta entonces casi nunca se habían manifestado de un modo tan abierto?

—Tiene un montón de equipaje en el coche. ¿Está de mudanza?

Se mordió el labio y se puso a juguetear nerviosa con el gastado borde de la camisa, indicio de que no deseaba responder a sus preguntas. Después de otro ataque de tos, durante el cual se llevó una mano al pecho mientras Carlisle esperaba pacientemente, susurró:

—¿Cómo es que sabe mi nombre?

—Yo no sé su nombre —arqueó una ceja.

—Pero... —entrecerró los ojos, molesta. Pero al momento sufrió otro ataque de dolor, y se tocó las sienes.

Carlisle sintió una punzada de compasión. La verdad de todo aquello tendría que esperar. Y, por el momento, lo que él necesitaba era controlarse.

—Está confundida y desorientada, ¿verdad? No me extraña, teniendo en cuenta su enfermedad y el golpe que se dio en la cabeza cuando se metió en el lago con el coche.

—Lo siento —musitó—. Le pagaré los desperfectos de la valla.

Carlisle no dijo nada. Por alguna razón, su comentario lo había irritado. En aquel momento estaba apoyada contra él, con los ojos cerrados... ¿y estaba preocupada por la maldita valla?

Edward consiguió por fin aparcar la camioneta en el patio, a la sombra de un gran olmo. Jake salió corriendo del porche donde pacientemente había estado esperando, e incluso antes de que el chico apagara el motor, ya había abierto la puerta.

—¿Qué diablos ha pasado? —inquirió. Cuando reparó en la mujer, soltó un silbido de asombro.

—Es mi hermano pequeño, Jake —le informó Carlisle al oído. Vio que asentía sin decir nada—. La señora ha tenido un pequeño accidente con su coche en el lago —explicó, volviéndose hacia él.

—Edward me dijo que el lago se había interpuesto en su camino —Jake la recorrió lentamente con la mirada, con expresión inescrutable—. ¿Qué le pasa? ¿Por qué no la has llevado al hospital?

—Porque no quiere ir —Carlisle miró a la mujer, que se mantenía con la cabeza baja. Parecía intimidada ante su hermano. Jake era el soltero más popular de Forks. Su sonrisa derretía a las mujeres, hecho que motivaba las continuas burlas de Carlisle y sus hermanos.

Por supuesto, en aquel momento Jake estaba demasiado preocupado para sonreír. Y la mujer ni siquiera lo estaba mirando. Incluso parecía haberse acercado un poco más a Carlisle, como buscando su protección. La alzó en brazos y bajó con ella de la camioneta. Esa vez no se resistió en absoluto: escondió el rostro en el hueco de su hombro y se dejó llevar. A Carlisle se le hizo un nudo en la garganta, conmovido por alguna incómoda sensación en la que no deseaba profundizar demasiado.

—Edward, prepara una cama y llévame el maletín.

El chico desapareció a la carrera. Jake siguió a su hermano a través del patio.

—Esto es muy extraño, Carlisle.

—Ya lo sé.

—Al menos dime si está gravemente herida.

—Ya estaba enferma antes de sufrir el accidente. Y también tiene una conmoción. Si veo que la cosa se complica, la llevaremos al hospital. Pero por ahora será mejor que me ayudes.

—¿A hacer qué, exactamente?

—Llevaba el coche lleno de equipaje. ¿Podrías ir a buscarlo antes de que el agua acabe de estropearlo? Y llama a Emmett para que lo saque del lago.

De repente la mujer alzó la cabeza y cerró un puño sobre su pecho. Carlisle continuó antes de que pudiera protestar, acallándola con la mirada:

—No lo lleves al taller. Tráelo aquí. Lo dejaremos en el cobertizo. Jake reflexionó por un momento y sacudió la cabeza.

—Espero que sepas lo que estás haciendo.

Lentamente la mujer desvió la vista, escondiendo el rostro de nuevo. Carlisle subió las escaleras del porche. Para sí mismo, porque no quería alarmar a nadie más, musitó:

—Eso espero yo también. Pero tengo mis dudas.


Nota: volvi a subir el capitulo y pido disculpa sinceramente ya que no vi en el formato que se habia subido, aclarando un punto, esta cuenta la manejaba una amiga la cual dejo sus historias colgadas, tengo la intencion de retomarlas tambien pero como son adaptaciones y una que es de su creacion, necesito mas tiempo para organizarlo todo; mientras voy subiendo esta saga que ya la tengo lista.

-Nos estamos Leyendo

.-Kida