El Doctor figura como X, el Amo figura como Y. No es aquí donde se revelarán sus antiguos nombres, pues los perdieron para siempre, y «para siempre» implica tanto presente y futuro como pasado.
Empezó el día en el que se llevaron a su hermano.
Había oído hablar mucho del octavo cumpleaños, el momento en el que los niños de Gallifrey empezaban a convertirse en Señores del Tiempo. Lo que no sabía era en qué consistía exactamente, y aunque lo hubiese sabido no lo habría entendido. Para él no era más que un sueño glorioso. ¡Qué delicia imaginarse a su admirado hermano como un Señor del Tiempo! La sola idea le hacía henchirse de orgullo.
Y todo cambió aquel día. Cuando se levantó para despedirse de su hermano descubrió asustado que su madre no estaba feliz en absoluto. Lloraba, como nunca le había visto llorar, mientras su padre la sujetaba por los hombros e intentaba tranquilizarla. Su hermano y un desconocido contemplaban la escena, el primero angustiado y el segundo con una inescrutable inexpresividad.
-Es demasiado joven-repetía ella una y otra vez, entre sollozos. Él le recordaba que ellos también habían pasado por ello, pero cuando decía que no pasaba nada le temblaba levemente la voz, como si se tratara de una mentira que a sus honestos labios les costara pronunciar.
Pasó un largo rato hasta que X se decidió a hablar.
-¿Por qué lloras, mamá?
Todos excepto el extraño se volvieron hacia él con relativa sorpresa, como si ninguno de ellos se hubiera percatado realmente de su presencia. Su madre logró contener las lágrimas lo suficiente como para sonreírle y responder.
-Nada, cielo. Es sólo que tu hermano se va y… bueno, yo… voy a echarle mucho de menos.
Es cierto, pensó, va a irse durante mucho tiempo. Era una idea a la que apenas había dado importancia, centrado como estaba en su orgullo de hermano pequeño. Por primera vez fue realmente consciente de que él también iba a echarle mucho de menos.
Bajó la mirada y se acercó a él para darle el abrazo de despedida. La sonrisa de su madre se acentuó; su padre la soltó, entre aliviado y preocupado. El extraño asintió solemne con la cabeza.
-Es hora de irnos. No deberíamos retrasarlo más.
Le ofreció su mano al casi-iniciado, que se separó de X y le dedicó un guiño que pretendía dar sensación de despreocupación sin conseguirlo del todo.
-Cuando volvamos a vernos seré todo un Señor del Tiempo.
Intentó contestarle, pero las palabras se le atragantaron en la garganta hasta que decidió rendirse y limitarse a asentir, como imitando al extraño.
El casi-iniciado se despidió con la mano de su familia, tomó la mano del encargado de la ceremonia y traspasaron el umbral de la casa juntos, como si éste representará la transición que estaba a punto de hacer.
Poco después todo se desmoronaría para siempre.
