Derechos reservados a los personajes de Naruto, la obra del japonés Masashi Kishimoto.
Prólogo: Primer encuentro
Ese día me levanté con un movimiento automático, no desligado de mi conducta común. Todas las noches me desvelaba hasta la madrugada, podía ser a las horas más tempranas —las 1:30— o las más tardes —3:00—, casi en la hora muerta, la que en éste pueblo, era considerada la hora de los demonios. Sin embargo, la noche de ayer fue especial: dormí temprano y soñé con un centelleante destello dorado en un cielo compacto y azul. Temo que no pude distinguir si era una persona, o la magia de algún espectáculo natural. Mis sueños siempre habían sido fugaces imágenes de mí día a día, o el imponente color de la noche; oscuridad total. Éste día, sin embargo, a pesar de haberme despertado en una monotonía habitual, el aire empezó a hacerse espeso en mi garganta. Intuía algo, aunque no sabía qué.
Me desprendí de la cómoda. Incluso a esas horas, no me pesaba el sueño. Yo no me regía por elementos fuera de conducta. Mecanizada he sido desde que era una niña. Al inicio, mis particularidades me daban problemas con mis padres. Ellos creían que mi comportamiento —anormal, lo clasificaban los psicólogos— desataría el rechazo de las demás personas, y mis maneras ambiguas de comunicarme, me condenarían a estar sola. Razoné que era poco práctico rehusarme a ser normal, entonces empecé a pensar, a sentir, y a actuar como alguien normal; de allí, surgieron las equivocaciones: en las mañanas me frotaba los ojos, como fatigada y somnolienta; en las tardes, al llegar del colegio, hacía unas cuantas tareas y otras no, para ser una estudiante ordinaria. Cuando no era el caso, y las tardes pertenecían a días festivos o días de la semana, me quedaba viendo televisión sin realmente prestarle atención, y al terminar las noticias y novelas, me sumergía en libros juveniles, o mangas, como una adolescente de mi edad. Algunas veces salía, haciéndoles creer que iba donde amigas. En las noches, al no haber qué más aparentar, me encontraba absorta… Imaginándome situaciones —todos los días se daban lugar esta índole de pensamientos— con causes, con nudos y con desenlaces. Y me miraba a mí misma: mi inexpresivo diálogo, mi semblante sin ninguna sombra de emoción, sentimiento o desconcierto, y el sopor de mi voz, parsimoniosa y vacía, como algún agujero en la tierra. Mi rumbo lógico interfiere y me reclama que es una pérdida pensar en ello —pero la costumbre no se marcha—, porque sé que si dieran lugar intentaría actuar normal, como un títere en alguna obra de teatro. Es la única faceta que comparto con los demás: sufro al pensar en cosas innecesarias.
Me deslicé la pastilla de jabón por las formas de mi cuerpo. Lo he lastimado con el filo de instrumentos en incontables ocasiones, a escondidas, como un ladrón, pero no he tenido miedo al dolor ni antes ni después de haberlo sentido, ni se ha subido mi ritmo cardiaco un milímetro. He tocado mis partes íntimas intentando gozar de una humana sensación de satisfacción, o sentir la piel provocada por las atrevidas caricias. No conseguí resultados. Me rendí al día siguiente.
Baje al comedor. Mis padres han salido desde hace un mes, por trabajo, a un viaje a América. Por mi conveniente independencia y mi irrefutable responsabilidad, no pensaron en dejarme a cargo de nadie.
Desayuné, me lavé los dientes y salí de mi casa. Konoha Town era un pueblo próspero y tranquilo. Poseía playas que usaban para fines turísticos, y viejas rutas de ferrocarril. Yo vivía a diez cuadras del colegio y solía tomar la bicicleta para no llegar tarde a clase. Había llegado a clases temprano durante la anterior semana y ésta vez, deseaba llegar tarde para cumplir con mis equivocaciones.
Al dar vuelta al recodo, corrí. Planee llegar tarde, pero no era correcto para mí que los retrasos grandes disminuyeran mis notas. Debía mantener retrasos graduales y al mismo tiempo, regresivos.
Un adolescente alto interrumpió en otro recodo. Choqué contra él. Caí.
—¿Estás bien?
Pensé en el centelleante destello dorado y el cielo compacto y azul. Parpadee para evitar ofuscarme bajo la ilusión. Su rostro estaba perturbado cuando abrí los ojos. El contraste de mi sueño y él, era arrebatador.
—Bien—dije.
Él me alargaba la mano. Quede mirándola. Aquel gesto era una cortesía. Debía tomarla, aunque no fuera necesario. Tome su mano y empujó para impulsarme. Levantada, permanecí estática bajo su intensa mirada. Cielo compacto y azul. El cabello le centelleaba en miles de destellos dorados.
—¿Hola?
No pude hablar. Los pensamientos, por primera vez en mi vida, se enredaron bajo un encantamiento extraño. Me encogí y aparte la mano. Comencé a estirar los huesos largos de mis dedos, como sacudiendo la sensación. Un motor se enraíza y enciende en ese instante, pero no soy capaz de comprender su naturaleza. El embrujo de mi primer sentimiento me hace estirar los labios, como si sonriera. Entonces volví a apartarme de las emociones; la sonrisa desaparece y de mí, el interés.
—Soy Naruto.
El nombre me retumba en la mente como un rayo a tierra firme. Lo mire por última vez, memorizando el vestigio de entusiasmo que sentí al comparar su apariencia con uno de mis pocos sueños. Sueño y meta. Eran sinónimos. Toda mi vida he sufrido por no sentir, y no sé si ese sufrimiento es real, o sólo una parte engañosa de mi indiferencia.
Doy vuelta. Escapo de la situación. La cobardía no hizo mella en mí, más bien algo parecido al descubrimiento. Ya soñé, ahora el sueño debe volverse realidad para convertirse en mi meta. Naruto ahora es mi sueño y meta. Mi único propósito y mi única realidad; adoración y perdición.
Suelo escribir inspirándome en cualquier cosa (ánimo, música, película, juego, etc.). En este caso, he jugado yandere simulator un par de veces y el asunto de las yanderes me parece que se le puede sacar jugo. Por si alguien no sabe qué es una yandere, que busque en internet jajajaja
No quiero mentir. Este fic lo escribí pero sólo es una inspiración de momento. No me comprometo mucho con él. No me ato, no me condeno xD
