Disclaimer: Dragon Ball no me pertenece. La serie y sus personajes son propiedad de Akira Toriyama.


Casualidad


I

Antes de ti


Su padre había desaprobado el viaje, cinco meses no era mucho tiempo, pero lo necesitaba cerca como su mano derecha para continuar con sus planes de conquista y expansión. Vegeta era una pieza importante ya que contaba con el mejor escuadrón de guerreros y la aceptación del ejercito completo, era un líder innato que algún día sería rey y lograría llevar a su planeta a la grandeza que merecían, pero el príncipe estratega tenía otros planes en mente y era muy difícil hacerlo cambiar de parecer. Al único que escuchaba de vez en cuando era su padre, pero esta vez, ni siquiera sus órdenes furiosas fueron capaces de detenerlo.

Su hermano le pidió prudencia, era un viaje peligroso y no contaba con los hombres suficientes para tan ambiciosa empresa, pero eso era lo que motivaba su travesía, expandirse como nunca antes, tomar planetas estratégicos, derrotar enemigos poderosos y tomar el control de todo, como acostumbraban hacer. La ambición del príncipe jamás escuchó razones.

Su prometida, la guerrera que sería su mujer y futura reina de Vegetasei, se encontraba de misión cuando se enteró de la noticia. Le pidió un poco de prudencia y tiempo para unírsele y acompañarlo, era poderosa y aguerrida, las razones perfectas para ser la mejor opción de reina, pero él estaba demasiado concentrado para tenerla a su lado, no soportaría tanto tiempo junto a ella. Había aceptado tenerla como pareja por sus condiciones obvias, pero acostumbraba a trabajar solo, nunca la vio realmente como una compañera, pese a que ella sí.

Nadie apoyó su viaje. Lo prudente era esperar a que los mejores soldados regresaran de sus respectivas misiones para armar un ejército respetable. Ni siquiera la idea de aguardar un poco a contar con naves de mejor calidad fue suficiente para hacerlo cambiar de opinión. Él ya se había hecho a la idea y así sería

El viaje fue más corto de lo esperado pese a las pausas necesarias. Todo estuvo bajo control, todo funcionó a la perfección. La estrategia utilizada no pudo ser mejor, lograrían conquistar el mejor planeta que pudiesen imaginar, Vegeta le cerraría la boca a todos los que dudaron de él y pusieron en duda sus aptitudes. Él era el mejor y nuevamente lo demostraba, pero no contaba con un pequeño detalle: la traición.

Terminaron en un planeta desolado, cayeron en la trampa que habían preparado con incluso más anterioridad que los deseos de viaje del príncipe. Todo había sido pensando para terminar en este preciso momento.

Los hombres de Vegeta fueron los primeros en caer. Hubo bajas en el otro bando, pero se sabía que sería así desde un principio. Atacaron al saiyajin de tal forma que en medio de toda la confusión ya no lograba distinguirse su rostro debido a la sangre, el barro y lo deforme de su rostro. Lo masacraron a tal punto que su cráneo se partió y ningún hueso de su cuerpo quedó a salvo. El esmero que pusieron para humillar al hijo del rey era impresionante, como si cada golpe y corte fuese directo al monarca que se encontraba en Vegetasei sin imaginar lo que sucedía con su hijo mayor.

Cuando el cuerpo del joven hombre quedó en el suelo, inmóvil y sin vida los golpes no cesaron, a esas alturas lo que quedó de armadura no protegió nada y como último acto de desprecio hacia él, el rey Vegeta y su planeta, le quitaron el rabo para conservarlo como trofeo de guerra.

La adrenalina y euforia de los verdugos los hizo cometer errores, como no verificar que el príncipe efectivamente estuviese muerto. No intentaron tomar su pulso y si se acercaron fue para insultar y escupir lo que creían inerte. Tampoco siguieron las instrucciones al pie de la letra y no se preocuparon de cargar su cuerpo, en medio de tanta prepotencia y soberbia, lo perdieron de vista entre tanto cadáver de saiyajin y los suyos.

Los días pasaron, la lluvia cayó. Los cadáveres comenzaron a descomponerse, sin hacer diferencia por raza, todos sufrieron igual las inclemencias del tiempo. El agua lavó la sangre del guerrero y el extremo frío que continuó después de las lluvias se encargó de detener las hemorragias y dañar la piel, pero jamás despertó.

Luego fue el turno de los carroñeros. Seres de diferentes razas que trabajan saqueando cualquier estrella conquistada o abandonada. Son bien organizados, trabajan cuando están seguros que los poderosos abandonaron el planeta y no hay peligro. Arrasan con todo, desde la ropa utilizable de los cadáveres hasta las extremidades y los huesos que son muy bien vendidos. Absolutamente todo les era de utilidad para vender y hacer algo de dinero. Se pelearon entre ellos cuando encontraron guerreros saiyajin entre los cadáveres, ya que sus rabos eran vendidos por altas cantidades de dinero, tanto, que podrían estar sin trabajar varios meses gracias a esas simples colas.

Nuevamente el príncipe corrió con suerte. Una roca ocultó su paradero de los carroñeros, de lo contrario hubiera terminado con sus extremidades cortadas en diferentes bolsas, ya que éstos no se tomarían la molestia de revisar si estaba vivo o no, simplemente tomarían lo que necesitaban y se marcharían, tal como lo hicieron un día después de su llegada.

Vegeta tuvo mucha suerte, pero debería esperar dos días más hasta que alguien lo encontrara y pudiese ayudarlo.


(…)


No le gustaba cocinar. Era algo que no le llamaba la atención ni siquiera por imponerse un reto personal, algo que le encantaba. En su departamento tenía una cocina y un par de ollas que no recordaba haber utilizado, para eso siempre iba al mismo local de comida y pedía lo que se le daba la gana. No era muy caro y después de comer no tenía que perder el tiempo limpiando los platos. Tenía cosas más interesantes que hacer.

No se molestó en hacer la cama, lo haría de regreso, o más tarde cuando decidiera limpiar su habitación. Ahora tenía hambre y quería desayunar.

El departamento de Bulma, pese a ser de tres pisos, era bastante pequeño. El segundo piso consistía en su habitación y el baño, la terraza era un poco más grande y ahí tenía su nave cuando no la encapsulaba y necesitaba repararla. El resto del tiempo, usaba ese lugar para descansar, estar con su computadora, comida y una coma de vino o dormir. En el primer piso se encontraba su medio de sobrevivencia, lo que le ayudaba a hacer dinero, una tienda de reparación de artículos electrónicos y venta de varios artículos de interés. Había mucha gente que pagaba lo que sea por cosas inservibles y de eso se trataba la otra parte de su trabajo: reunir objetos raros y que pudiesen ser valiosos. Los restauraba, agregaba algunos detalles y luego les inventaba alguna propiedad mágica o curativa, lo que estuviese buscando el comprador en ese momento.

No le importaba engañar a la gente. Había sufrido demasiado los primeros años que vivió sola en este planeta y gracias a su inteligencia había logrado tener comida y techo, aunque claro, quería mucho más, ella había nacido para grandes cosas que se vieron truncadas cuando atacaron su planeta natal. En la Tierra estaba destinada a ser la presidenta de la empresa de su padre y aquí reparaba televisores en mal estado, por esa misma razón y pese a tener un cerebro privilegiado, se metía en problemas al frecuentar a la gente equivocada, pero no podía evitarlo, era algo que iba más allá de ella.

Caminó casi diez cuadras entre toda la gente que transitaba por la calle, seres de diferentes razas, tamaños y colores. En ese planeta se hablaba más de un idioma y casi nadie sabía quieres fueron los habitantes originarios. La contaminación era tal que no se podía saber si era de día o noche. Las aeronaves transitaban por sobre los edificios y la luz del sol había sido remplazada por las de neón de los negocios y cientos de propagandas.

Cuando llegó al pequeño puesto de comida, enseguida se sentó en su asiento favorito, una banca alta que la dejaba en la mejor posición del mesón, con su espalda dándole la espalda a la gente que continuaban con sus vidas. Le gustaba porque la atendían de inmediato, ya que si entraba e iba a las mesas regulares, tendría que esperar a que atendiesen a muchas personas, en cambio aquí afuera, había espacio solo para tres.

Encendió su segundo cigarro de la mañana. La joven de 25 años que vestía ropa ajustada y liguera, de acuerdo a la estación del año sólo debió esperar un minuto a ser atendida por la mima chica de siempre, la única humana que había conocido luego que abandonó la Tierra.

—¿Fumando tan temprano? —dijo Milk en cuanto se acercó al mesón para atender a Bulma—. Estoy segura que no es el primero.

—No eres mi mamá.

—Es un asqueroso hábito, considerando que el aire no puede estar más contaminado —insistió. En verdad le molestaba mucho que la gente fumara y contribuyera a empeorar cada vez más el aire.

Bulma no le respondió. Tenía mucho sueño y necesitaba café en su organismo antes de comenzar a discutir.

Al no tener respuesta, Milk regresó a la cocina. Hace tiempo dejó de preguntarle que quería de desayuno; siempre ordenaba lo mismo.

Minutos después regresó con una taza grande de café y un trozo de pastel de chocolate. Era la forma de recordar a sus padres cada mañana con las cosas que más adoraba cada uno.

—Aún eres joven, alimentarte así no te hará daño ahora, pero luego te arrepentirás —dijo Milk, mientras limpiaba el mesón con un paño color azul. Levantaba los pequeños frascos de sal, pimienta y otras especias para poder asear cada espacio del lugar.

—¿Qué edad tienes? —preguntó Bulma luego de su primer sorbo de café. Adoraba beber café todas las mañanas, la llenaba de energía—. Eres más joven que yo y ya hablas como una abuela de ochenta años. —Ya contaba con el ánimo necesario para responder a sus acostumbrados ataques.

—Solo me preocupo por ti. —Frunció el ceño y se cruzó de brazos.

—Puedo cuidarme sola, además mi mamá murió hace muchos años.

Milk continuó mirándola comer y beber con tantas ganas que incluso a ella se le antojó un poco de ese pastel.

—Anoche no viniste a cenar —comentó en cuanto la vio apagar el cigarro en el único cenicero del local, el que Milk limpiaba y ponía cada mañana en el mesón, especialmente para ella.

—No te pongas celosa —bromeó—. No estoy yendo a otro lugar a comer… A veces voy al puesto de ese viejo de cuatro ojos, pero es que nadie cocina el grinks como él.

—Estoy hablando en serio. No comías desde ayer en la tarde. Eso te hará mal. —No era así con todo el mundo, con Bulma era diferente, ya que era la única humana que conocía en el planeta y eso la hacía especial para ella.

Bulma también sentía una simpatía especial hacia Milk, por razones similares, además para su gusto, era la mejor cocinera de la ciudad y por supuesto, ella podía cocinarle platos terrícolas.

—Me quedé trabajando y no me di cuenta, eso fue todo. No volverá a pasar.

Milk no respondió. Siguió limpiando y ordenando, mientras la otra joven continuó con su desayuno. Tenía tanta hambre que la torta la terminó antes de lo esperado.

—Hay algo que quiero decirte —comenzó Milk.

Bulma la perdió de vista unos segundos, solo para perder otro cigarro.

—¿Qué es?

—Conocí un joven adorable el otro día, trabaja en la venta de…

—¡Estás loca! —La interrumpió sin dudarlo—. No quiero seguir escuchando. —Se bajó del banco y llevó consigo la taza de café. Aún le quedaba la mitad y pensaba terminarla.

—¡Llevas dos años sin salir con alguien!

—¡Mi mamá ya está muerta! —Caminó de regreso a casa. Quería ver si había algo bueno que pescar, era temprano y aprovecharía el día.

—¡No te lleves la taza! ¡Siempre te llevas mis tazas! —gritó más fuerte y sacó la mitad del cuerpo fuera del mesón para que la escuchara, pero había demasiada gente y rápidamente la perdió de vista.

Llegó a su tienda justo cuando terminaba el café. Un par de hombres esperaban junto a la puerta y no dijeron nada cuando la vieron, pero no le quitaron la vista de encima. Bulma sacó la llave para abrir, pero debió pedirles que la dejaran pasar para poder hacerlo. Los hombres, los dos vestidos de traje parecido al que usaban los gánsteres en las películas de la Tierra, eran de cabezas grandes, fosas nasales abiertas y sin nada de cabello en su cuerpo. Su piel, roja oscura les hacía parecer como si fuesen demonios, pero se trataban de los habitantes de un planeta cercano a este y todos lucían parecido, incluso las mujeres, las pobres no eran muy bonitas a los ojos de Bulma.

—Está cerrado, vuelvan mañana —dijo con tono seguro. Hace tiempo que no intentaban robarle y se había acostumbrado, pero sabía que jamás debía bajar la guardia ya que vivía en un vecindario peligroso. Lamentablemente andaba desarmada.

Abrió la puerta lo mínimo para entrar, pero uno de los sujetos la empujó con suma facilidad para abrirla más y entrar detrás de ella. La taza de café terminó en el suelo, pero afortunadamente no se quebró.

—¡Salgan inmediatamente de aquí si no quieren que llame a la…!

—¿Vas a llamar a la policía? —La interrumpió el más alto, mientras que el otro caminaba por la tienda y curioseaba los artículos a la venta—. Anda, llámalos, tal vez ellos sepan qué hiciste con el dinero de nuestro jefe. —Su voz era tan ronca que costaba un poco entender lo que decía, pero Bulma comprendió perfectamente la amenaza.

—No sé de qué están hablando. ¡Váyanse ya! —Intentó ir tras el mesón donde escondía una de sus armas, pero el que no había dicho una sola palabra se apresuró en ir a su lado para impedirle el paso.

La tomó de la muñeca y obligó a regresar junto a su compañero.

—No creo estar equivocado. Mi jefe jamás se equivoca y está furioso con la humana que se atrevió a robarle parte de su fortuna, y no hay muchos humanos en este planeta.

—¡Ese dinero no era de él! —gritó enojada, pero inmediatamente se mordió el labio.

—Ahora estás confesando. Eso me gusta. —La tomó del mentón para mirarla directo a los ojos. La joven ni siquiera intentó liberarse por temor a que la lastimaran durante el forcejeo—. Ahora dinos, donde está el dinero del jefe. Él te pagó muy bien para que desviaras los fondos desde tu computadora y tú no cumpliste con la parte del trato. ¿Comprendes por qué mi jefe quiere verte?

—No tiene que ser así. —Sonrió e intentó hacerse la simpática—. Ese dinero debe andar por ahí, pero le perdí el rastro. No soy la única que sabe acceder a cuentas protegidas. Estoy segura que puedo encontrarlo, pero necesito más tiempo.

—¿Cuanto?

—No sé. Unos días, un par de semanas. Hay barreras que me cuesta traspasar, la tecnología es muy diferente a como era en mi planeta. —En realidad no era un problema tan grande, pero necesitaba tiempo.

—Eso es verdad —comentó el grandulón que la tenía agarrada del brazo para que no escapara. Su modo de hablar evidenciaba su lentitud mental —. Los humanos son tontos, acabaron con su planeta.

Bulma quiso insultarlo por hablar estupideces. La Tierra había sido exterminada por extraterrestres, no por los humanos, aunque por cómo iban las cosas, si no hubiesen sido invadidos, de todas formas hubieran acabado con su propio hogar.

—Tienes razón —dijo el que estaba a cargo—. No sé porque el jefe confió en esta tonta humana. —La soltó y caminó hacia unos estantes con mercadería para vender y aparatos electrónicos reparados que esperaban a sus respectivos dueños—. Te daremos el tiempo que necesitas, pero no te confíes que estaremos observándote.

—No tienes que amenazarme. No soy una ladrona. Alguien se adelantó a mi trabajo y desvió ese dinero. ¿Acaso crees que estaría aquí en esta horrenda ciudad de tener una fortuna?

—No lo sé y no me interesa, nosotros somos mensajeros y seguimos órdenes, nada más.

—Entonces vayan con su jefe y díganle que no me iré a ningún lado, pero que necesito tiempo para concentrarme y trabajar, así que no vuelva a mandarme sus asquerosos matones para tratar de intimidarme. Yo me contactaré con él cuando encuentre lo que quiere.

—Más te vale cumplir, humana. O te irá muy mal. —Con un solo movimiento de su cabeza, el grandote la soltó y fue hacia su compañero, que continuaba junto a los estantes de metal.

—Váyanse de una vez —dijo con el corazón latiendo a mil por hora. Estaba asustada, pero intentaba ocultarlo, era la única forma de poder sobrevivir en este planeta—. Voy a bus… —Gritó asustada y se cubrió los oídos cuando dos grandes estantes repletos de productos cayeron al suelo. El estruendo provocado al romperse objetos pesados y de vidrio fue escuchado incluso desde la calle, pero nadie quiso pasar a ver o ayudar.

No conformes con el destrozo que quedó en el suelo, los hombres se encargaron de pisar cualquier cosa que pudiese haber quedado intacta. Afortunadamente, para Bulma, solo tiraron esos dos estantes y los otros que contenían cosas de valor los pasaron por alto. De haber sido matones inteligentes hubieran ido por esos.

La joven se puso detrás del mesón para protegerse de la lluvia de vidrios rotos. Se arrodilló asustada y miró su pistola laser oculta detrás de una caja. Quiso usarla para eliminar a los malditos, pero antes que pudiera intentar sacarla, escuchó la campana de la puerta que tintineaba cada vez que alguien la abría. Cuando se asomó para encarar a sus violentos invitados, comprobó que ya se habían ido.

—¡Maldición! —exclamó cansada y enojada al ver el desastre dejado en su tienda.

Eso le pasaba por meterse con la gente equivocada, pero la cantidad de dinero que le ofrecieron era tan grande que no pudo decir que no. Ahora se arrepentía, no valía la pena meterse en semejantes problemas. Sabía de lo que eran capaces y que cumplirían con su amenaza. Al menos contaba con una par de semanas y con ese tiempo ya se le ocurriría una forma de salir del embrollo que ella misma se metió.

Ahora no le quedaba otra opción que limpiar todo, de lo contrario no podría abrir mañana. Se acercó a los estantes tirados e hizo una mueca. Tendría mucho trabajo reparando los artefactos electrónicos que destruyeron, el resto eran invenciones suyas y objetos inútiles que hacía pasar como tesoros valiosos que, sorprendentemente, la gente compraba mucho más que sus inventos.

Este era el momento preciso para activar el robot de limpieza que había terminado hace unos días y no había tenido tiempo de usar. Tenía mucho trabajo que hacer y limpiar le quitaría todo el día.

Observó el robot por unos minutos y al comprobar que no se metía en problemas y no destruía nada, decidió dejarlo solo. Subió las escaleras hasta la azotea de su hogar. Siempre le cansaba hacerlo, pero era el único ejercicio que hacía y no contaba con el espacio suficiente para instalar un ascensor.

Se puso una chaqueta para protegerse del frío en otros planetas, desencapsuló su nave, la abordó y no tardó en abandonar el planeta.

Fue a dos planetas cercanos. En el primero debía entregar un pequeño robot que había construido a pedido y en el otro fue a comprar material necesario para sus creaciones personales y lo que necesitaba para reparar algunos aparatos electrónicos. Se detuvo unos momentos para comprar algo en el camino, pero no lo comió todo y dejó para llevar a la nave.

Las horas pasaron y continuó trabajando y viajando. Tantos años soñó con conocer el espacio y ahora que lo hacía no le encontraba la gracia que pensó tendría. Veía naves, más luces, propaganda, contaminación espacial y visual. Si quería apreciar las estrellas en su esplendor, debía viajar varias horas para alejarse y encontrar algo de soledad.

Aún se encontraba un tanto nerviosa por las visitas de la mañana. No era mala persona, solo engañaba de vez en cuando a gente con dinero, pero jamás dañó a alguien, por eso no creía merecer lo que estaba pasando. Tal vez, lo mejor sería gastar un poco de dinero para contratar a un guardia y así no volver a pasar un susto tan grande.

Decidió alejarse de la multitud. No lo suficiente para contemplar las estrellas. Si se alejaba demasiado se expondría innecesariamente a que intentaran robar su nave y ya había tenido demasiadas emociones, pero quería estar sola y además podría interceptar en su computadora, conversaciones ajenas. No es que fuera entrometida, tenía cosas mejores que oír chismes de desconocidos, pero era parte de su trabajo.

Estuvo un momento ocupada en su computador. Esta vez le costó un poco más de lo habitual rastrear una señal para escuchar conversaciones, pero valió la pena, ya que a la primera oportunidad logró entender las coordenadas de un planeta cercano que acaba de ser saqueado por los carroñeros espaciales. Eso significaba que ya no había nadie peligroso y se podía recorrer el área sin problema. Le gustaba ir después de ellos, porque pese a ser hábiles saqueadores, ella era mejor, y siempre encontraba algo que fue pasado por alto, y que con un poco de suerte, podría venderlo por un buen precio.

No tardó en fijar rumbo y en menos de una hora llegó a su destino. La nave aterrizó en terreno seguro y resistente, casi no se sacudió al pisar tierra y eso le gustó, sentía que era señal que encontraría algo bueno y valioso. Pese al horrible comienzo de su día, ahora tendría suerte.

Encapsuló la nave y caminó por el lugar deshabitado. No debía ser una experta en la materia para saber que mucha gente había muerto hace poco y no se quería imaginar cómo, la sangre era algo que le desagradaba demasiado. Pisó con cuidado, hace poco había llovido y sería una pena arruinar su ropa nueva, pero no pudo evitar correr cuando vio algo interesante. A treinta metros de distancia, lo que quedaba de una nave circular esperaba por ella. Su ágil ojo comprobó que no había sido desmantelada, por lo que debería contener algo bueno. Sí, definitivamente su suerte había cambiado, si encontraba el motor o el panel de control en condiciones decentes, sería como ganarse la lotería.

Antes de desencapsular su caja de herramientas para desarmarla y meterla a la nave, caminó un poco más. Debía aprovechar su racha de suerte y ver qué más había ahí aguardando por ella.

Detuvo su andar cuando se topó con un cuerpo en el suelo. No pudo evitar sentir asco y susto, ya que no esperaba ver un cadáver y mucho menos tan cerca. No le gustaba ver muertos, por eso siempre esperaba a que limpiaran el planeta antes de buscar entre los escombros.

Quiso ignorar el cadáver y continuar, pero antes de dar un paso, el hombre en el suelo se quejó y tosió sangre. ¡Estaba vivo! No podía creer que fuese posible. ¡Habían pasado días desde la masacre y el saqueo! ¡Ese hombre debía estar muerto! No sabía qué hacer, pero tampoco podía dejarlo tirado e ignorarlo, después de todo se trataba de una persona que necesitaba ayuda, tal y como ella la necesitó cuando su planeta natal fue atacado. Si la hubieran ignorado cuando estuvo en peligro, estaría muerta.

Se arrodilló y sacó la chaqueta para ponerla como almohada y así confortarlo en algo. Le quitó el guante teñido de rojo para comprobar el pulso y sujetó su mano para darle algo de calor. Estaba sorprendida, contra todo pronóstico continuaba vivo.

—No te preocupes, te subiré a mi nave y te llevaré a un lugar para sanarte. — Aunque al parecer, moriría antes de intentar cargarlo, pero si era capaz de escuchar, pensó que sería buena idea decirle palabras que lo calmaran de su agonía. Apretó su mano, esperando que sirviese de algo, y se mordió el labio cuando sintió nauseas de ver tanta sangre.

Cuando sintió algo de estímulo en su mano, el cuerpo de Vegeta llevó la información al cerebro. Su instinto más primitivo de guerrero lo obligó a reaccionar y ponerse en guardia, pero lo único que pudo hacer fue abrir los ojos y mirar a quien lo había tocado. Fue todo lo que estuvo a su alcance en su paupérrimo estado, pero fue suficiente para asustar a la mujer.

—No te preocupes, te subiré a mi nave y te llevaré a un lugar para sanarte —dijo con una mueca extraña. Inmediatamente después de decir eso, se arrepintió. Sentía que su momento de suerte había terminado, pero no podía dejarlo tirado.

El guerrero clavó su mirada oscura en los ojos claros de ella una vez más antes de perder el conocimiento. La joven volvió a comprobar el pulso a la espera que ya estuviese muerto, pero pese a lo débil, continuaba estable.

—Bueno, parece que después de todo sí vendrás conmigo. —Se alejó un espacio prudente y desencapsuló su nave.

Ni siquiera traía algo para poder arrastrarlo hasta el piso de la nave, había olvidado el cargador en su departamento. ¡Maldita sea! Debería tocarlo más y ensuciarse con sangre y barro. No perdió el tiempo y lo hizo, maldiciéndose internamente por tener un corazón tan blando.

Jamás se le pasó por la cabeza que estaba a punto de llevarse al príncipe de la raza guerrera más temida de la galaxia. Tampoco imaginaba que su padre, el rey, estaba a punto de enviar tropas en su búsqueda y mucho menos que habían otros interesados en encontrarlo con vida. Desconocía todo la verdad de este pobre hombre a punto de fallecer. Simplemente intentaba ayudarlo, tal y como lo hicieron con ella una vez.

No tenía idea que su vida cambiaría después de este día.


Continuará…


¡Hola! Aquí estoy de nuevo con un fic nuevo. Aún sigo en la universidad, con nada de tiempo y agotadísima, pero me quedan solo tres semanas de clases y necesitaba hacer esto para desestresarme y qué mejor que con esta historia que es una de mis favoritas de mis one shots de A la misma estrella.

Les aviso que este fic es casi por completo de Bulma y Vegeta, y si les gustó Una Razón, este también debería ser de su agrado :)

Estoy super entretenida escribiendo esto, espero que le den una oportunidad y me cuenten que les pareció este primer capítulo.

Me tiene entusiasmada la idea de que Vegeta y Bulma se conocieran en un escenario totalmente diferente, y ya que él tendrá amnesia (como dice en el summary, no estoy spoileando), será como un hombre "normal" tratando con ella y eso me da más material para inventar, pero claro, intentando mantenerme en el personaje.

Comencé a escribir esta historia por el mismo motivo que Una Razón: las ganas de hacer algo más relajado y mi necesidad de hacer Vegeta x Bulma, ya que en El Legado falta mucho para eso. Aunque ahora advierto que no sé si este fic tendrá final feliz, aún no tengo definido el final.

Muchísimas gracias a todas las que pasen a leer, ojala les guste, porque yo estoy disfrutando mucho haciéndola.

Dedico esta historia a mis amigas Dika, Karen e Ina, Vegetarianas de corazón.

¡Miles de besos!

Dev.

05/01/2017