No he podido resistirme XD. El fic empezará oficialmente cuando termine "Line between hate and love".

Me encantaría conocer vuestra opinión :)


Capítulo I - Nocturna suppressio

Miedo, dolor, agonía, soledad.

Sentimientos que se encuentran y se funden para formar una sola cosa: recuerdos. Recuerdos de un pasado que quería olvidar, pero que no pudo dejar atrás. Recuerdos oscuros, llenos de tristeza y miseria.

Celos, obsesión, un amor enfermizo y retorcido.

Todo esto daba forma a las pesadillas de uno de los hombres más fuertes de Ikebukuro. Nadie podría imaginarse que el mismo hombre carente de humanidad fue un niño bueno y respetuoso con los demás. Un niño que, a la tierna edad de diez años, fue enviado a vivir con un hombre que desarrolló una enfermiza obsesión por él. Los primeros meses fueron todo cuidados, preocupación y palabras amables. Después llegaron los gritos, los golpes y, finalmente, las agresiones. Así fue durante siete largos años. Siete años viviendo en un completo infierno, si a eso se le podía llamar vivir, y deseando aparecer muerto cada mañana. Todo lo que aquel hombre le obligó a hacer e hizo, todo quedó grabado a fuego en su mente y fue la principal causa de sus infinitas máscaras y altos muros.

La familia Orihara nunca había sido precisamente amorosa. Él lo sabía y lo había aceptado desde pequeño. Su madre siempre se encontraba viajando, por lo que pocas veces estaba en casa, y su padre se pasaba la mayor parte del día en la oficina. Esto daba como resultado que solo estuviese acompañado por las noches, cuando su padre llegaba de trabajar. Quizás este fuera el motivo por el cual sus padres nunca supieron acerca de su pequeño problema.

El año en que su madre se quedó embarazada de Mairu y Kururi, tristemente, fue el primero y último que pasaron los tres juntos en casa. Durante esos nueve meses, aunque sus padres estuviesen más pendientes del embarazo que de él, Izaya fue feliz. Porque al menos estaban los tres bajo el mismo techo. Unos meses después del parto, Orihara Kyouko regresó a sus viajes por el mundo y su marido volvió a encerrarse en su espaciosa oficina. Izaya, junto a sus pequeñas hermanas, quedó a cargo de la vecina de la puerta de enfrente. Era una señora mayor, de pelo cano y piel arrugada, que apenas veía a pesar de usar unas enormes gafas. Debido a su avanzada edad, el Alzheimer se hacía palpable en su mente y solía olvidar dónde se encontraba cada cosa. Izaya siempre se reía y la ayudaba cuando no recordaba sus nombres ni lo que hacía allí con ellos, puesto que la anciana tenía un corazón amable y bondadoso. Era como su abuela, ya que la verdadera nunca había ido a visitarlos. Su felicidad se vio truncada cuando la buena anciana falleció, dejándole solo en la enorme casa y al cuidado de dos niñas que apenas llegaban al año. Por este motivo, el señor Orihara decidió mandar a sus hijos a la casa de su hermano.

El hermano de Orihara Shirou era el pequeño de la familia. Contaba con veintisiete años recién cumplidos y poseía un negocio bastante próspero. Junto al dinero que ganaba en su empresa y parte de la herencia de su fallecido padre, podía permitirse tener un lujoso apartamento. A pesar de su éxito y su notable atractivo físico, no tenía novia alguna. Algún revolcón nocturno de vez en cuando, pero nunca nada serio.

Cuando su hermano mayor se presentó en su casa con un cochecito con dos pequeños bebés, frunció el ceño y a punto estuvo de cerrarle la puerta en las narices. Un hombre como él no tenía el tiempo ni las ganas de cuidar a un par de mocosos. Entonces se percató de que había un tercer mocoso que se escondía tras las piernas de su padre, agarrando con fuerza el abrigo gris oscuro de Orihara.

- No te escondas como un niño pequeño, Izaya – le reprendió su padre –. Saluda a tu tío.

Izaya se asomó levemente y, sin apartar los ojos del suelo, murmuró un pequeño hola. Solo se atrevió a levantar la mirada cuando sintió algo sobre su cabeza. Su tío era mucho más joven de lo que había pensado y la hermosa sonrisa que le dirigía le tranquilizó de sobremanera. Fue cuando se fijó en su ojo derecho, puesto que el izquierdo estaba oculto tras el flequillo, que supo en quien se había basado la genética. Su tío le miraba con un ojo de un profundo color carmesí.

- Te encargo su cuidado, Otooto.

Dicho esto, Shirou dio la vuelta y abandonó el apartamento. Izaya trató de ocultarse de nuevo, esta vez tras el coche de sus hermanas, pero una voz se lo impidió.

- Izaya, ¿verdad? – habló el joven que se apoyaba en el marco de la puerta – Yo soy tu tío Hayato. Siéntete libre de hacer lo que quieras. Ahora esta es tu casa.

- Hai, Oji-sama.

- ¿Hum?

Hayato se llevó una mano a la barbilla y observó a Izaya de arriba abajo. El chico parecía bastante cohibido bajo la atenta mirada de su tío. Entonces el joven soltó una carcajada y volvió a revolverle los negros cabellos.

- No hace falta que seas tan formal. Además no soy tan mayor, podría ser perfectamente tu hermano. ¿Qué te parece si me llamas Haya-nii?

- Ah, oh, vale Oji… Haya-nii.

- Así me gusta.

Los primeros días Izaya se encargó del cuidado de sus hermanas hasta que Hayato contrató a una mujer para que no estuvieran solos. Meses después, Hayato dejó al mando de su empresa al vicepresidente y se dedicó enteramente a sus sobrinos. Al principio lo hizo para que su hermano no le molestase diciendo que no le importaban los niños, porque si lo hacía, no podría evitar echarle en cara que él no era el que se había deshecho de ellos como si fueran un trapo viejo. Ciertamente le parecía una pérdida de tiempo el tener que cuidar de dos mocosas, ya que Izaya tenía que asistir al colegio por las mañanas, pero eso carecía de importancia cuando el pequeño regresaba de sus clases. A pesar de que solo tenía diez años, Izaya era lo suficientemente inteligente como para mantener una entretenida conversación con Hayato. Eso le agradaba mucho. Antes de que pudiese darse cuenta, ya esperaba todos los días con ansias el regreso de Izaya de la Academia.