Disclaimer: Noragami y sus personajes no me pertenecen; sin embargo, la historia es completamente mía. No permito que se publique en otro lugar.

El fanart usado para la portada es de Khierz.

Dedicado a Patricia Gracia por su apoyo en todos mis proyectos, por soportar mis shippeos y por enseñarme el mundo de Noragami. ¡Te quiero!

Agradezco a Ross por haberme orientado en algunas cosas. Eres un sol. :3


Yubiwa (指輪)

Yo solía pensar que sabía quien eras tú, no sabía que dentro de ti yo iba encontrar la luz. No sabía que existía un mundo así, no sabía que podía ser tan feliz. Y la vida pasaba de largo, vacía, sin emoción. No había nada flotando en el aire abrazándome el corazón. Y llegaste tú y el mundo me abrazó. Y llegaste tú y el mundo se paró.

Y llegaste tú y me sorprendió el poder que había en este amor. Y llegaste tú, una bendición. Aún recuerdo el momento en que todo cambió. Y llegaste tú y me sorprendió

el poder que hay en este amor. Y llegaste tú, una bendición. Aún recuerdo cuando llegaste tú.

- Sin Bandera, "Y llegaste tú" – alterado en prosa.

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1

Pérdida

Puede que se haya terminado, pero esto no ha acabado aquí;

estoy aquí para ti, por si te interesa saberlo.

Tocaste mi corazón, me llegaste al alma.

Cambiaste mi vida y todas mis metas.

Adiós, mi amor; adiós, mi amiga.

Tú fuiste la única, tú fuiste la única para mí.

- James Blunt, "Goodbye, my lover"

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Cada mañana, luego de un borroso día a los dieciséis años, Hiyori Iki despertaba con una sensación extraña; despertaba con la impresión de ser vigilada por algo. Su madre ya le había explicado que su familia poseía ciertos "dones" para percibir agentes del otro mundo, del mundo de los muertos. Y su hermano, al que ya no veía desde que se graduó de la preparatoria, le bromeó acerca de dos personas que dijo ella conocía… O conoció.

Y cada mañana, Hiyori volteaba a ver un pequeño altar que recordaba vagamente haber hecho en su adolescencia. Lo tenía en su cabecera, aunque no supiera nada sobre el dios Yatogami; nada excepto ese minúsculo templo de seis metros por cuatro que una vez encontró cerca de la casa heredada de su abuela. Trató de encontrar algo sobre ese dios, incluso tomó un diplomado en religión, pero nada más pudo encontrar. Sus profesores le dijeron que probablemente ella inventó ese nombre luego del incidente en el hospital de su padre y ella aceptó que era posible. No recordaba mucho de esa época o de sus quince años.

Y cada mañana, Hiyori debía tomar una pastilla para el dolor de su cabeza. El tratar de recordar siempre le provocaba jaqueca.

Sin embargo, esa mañana, la vida de Hiyori retornaría de cierto modo a lo que fue cinco años atrás.

— Yato, mira eso. — dijo la voz de un adolescente, frente a la acera donde Hiyori vivía.

Un muchacho, de aparentes veinte años pero con una mente demasiado infantil, viró el rostro para observar lo que su shinki guía le señalaba. Su expresión cambió radicalmente mientras se ponía de pie, irremediablemente preocupado.

— Imposible. — susurró. — ¿P-por quién vendrá? — preguntó angustiado.

— No creerás que ha venido por Hiyori, ¿cierto? Ella no está enferma ni…

— No, no puede venir por ella. Hay una decena y media de personas viviendo en ese edificio y tres de ellas son bastante torpes como para matarse con un sacapuntas. Hiyori es una mujer muy audaz y saludable. No digas tonterías, Yukine. — lo regañó suavemente, aunque ambos temían lo mismo.

La sombra que veían en la puerta del edificio era la misma que Yato vio previo al fallecimiento de la abuela de Hiyori, la misma que evocaba a la muerte. Pero era imposible que ésta quisiera llevarse a una jovencita estudiante de universidad. Una jovencita que había estado al cuidado de Yato desde que falló como su dios en aquella batalla, aquella batalla que casi le cuesta la vida a Hiyori. Aquélla en la que Bishamon casi pierde a su tesoro bendito, Kazuma; aquélla en la que Nora perdió ante la efímera shinki de Bishamon y en la que, por proteger a Yato, Hiyori saltó de Kuraha hacia Bishamon para evitar que ésta matara a Padre y con eso, a Yato. Desafortunadamente, Padre tomó las riendas de la situación y logró dominar a la insaciable Hiyori. Mientras tanto, Yukine nuevamente protegió a Yato y su contrincante, un dios envidioso y ególatra, reencarnó segundos después.

Así, Yato pudo ver lo que sucedía en el cielo. Padre estaba a punto de matar a Kazuma y a Hiyori a través de su creador de ayakashi. Veena estaba demasiado débil como para hacer mucho; sólo pudo salvar a Kazuma antes de que la cola de Hiyori fuera tomada por un ayakashi.

— ¡Yato! — gritó con fuerza, asustada. Recordaba bien lo que él le había dicho y no quería morir, no de esa forma.

— ¡Yukine, tienes que escucharme! — exclamó Yato mientras se apresuraba a llegar a Hiyori, deshaciéndose de todo aquél que se le pusiera enfrente. — La cola de Hiyori está debilitada y sabes lo que quiero decir; debes de cortar lo que lo une a nuestro mundo.

— ¡¿Qué?! ¡¿Te has vuelto loco, idiota?! ¡Basta con matar a esos ayakashi! — respondió Yukine, enfadado.

— ¡No! ¡No bastará, Yukine! ¡No voy a arriesgarte con esas cosas, no cuando es Padre contra el que peleamos! Hiyori… ¡Hiyori morirá si no lo haces, Yukine! — Sintió una punzada en su pecho tras decir esas palabras: sentía el dolor de su shinki. Tragó saliva. — Escucha, lo entiendo. Yo tampoco quiero que Hiyori nos olvide, tampoco quiero dejar de verla ni mucho menos quiero que ella nos deje de ver. Pero… ¿Recuerdas todo lo que ella ha vivido? ¿Lo del hospital y sus padres? ¿Recuerdas que ya estuvo a punto de volverse un ayakashi?

— Sí. — musitó Yukine siguiendo las palabras de su maestro.

— Entonces también recuerdas que todo eso pasó porque nos conoce, porque mis problemas los he llevado a ella. Hiyori se ha involucrado mucho en este mundo que no le pertenece. Y no voy a permitir que vuelvan a lastimarla. ¡Lo he prometido: haré de Hiyori la mujer más feliz del mundo! ¡¿Lo entiendes, Yukine?!

El joven shinki, con lágrimas resbalando en el rostro, asintió. Y entonces, las hojas de las espadas que Yato empuñaba, brillaron de fuerza. Por la felicidad de Hiyori, ambos hombres estaban decididos a hacer cualquier cosa; y por salvar la vida de Hiyori, serían capaces de cortar los lazos que los unían a ella.

Yato por fin apareció frente a una debilitada Hiyori y la miró a los ojos, entregándole todo lo que era capaz de dar. Entregándole en una mirada toda la gratitud que le debía, todo el amor que le brindaba y toda la confianza que le tenía. Por otro lado, Hiyori, rogaba en voz baja que no lo hiciera, que no se despidiera de ella. Y mientras su cola desaparecía, Hiyori alcanzó a gritar:

— ¡Quiero pasar mi vida contigo, Yato!

Después de eso, dos espadas cruzaron el cuerpo de Hiyori. Kazuma y Veena también gritaron que no lo hiciera, que se arrepentiría, pero la acción ya estaba hecha. Frente a Yato sólo estaba un horrible ayakashi sin forma.

La risa de Padre llenó los oídos de Yato. Ni él ni Yukine pudieron recordar qué sucedió después. Lo siguiente que supieron fue que despertaron en casa de Kofuku.

El cielo, luego de ver las acciones premeditadas del verdadero mago, perdonó los pecados de Veena y Yato, aunque este último fue expulsado del cielo y Veena tuvo un largo castigo que le costó un lugar entre los dioses de la fortuna.

Luego de dos años, en los que Yato consiguió popularidad entre un grupo de personas, un muy pequeño templo se edificó en su nombre, asegurándole una reencarnación en ese tiempo. Con esa garantía, Bishamon, Ebisu y Yato se encargaron de Padre, dándole fin a una era donde se perdieron muchas vidas.

Empero, nada pudo recuperarse en su relación con Hiyori. Ella despertó en el hospital de sus padres tras una semana de haber dormido. Dijo no recordar muchos detalles de su vida, dijo no saber qué le había pasado y dijo no entender por qué le dolía tanto el pecho. Sus padres le hicieron varios estudios y tras no encontrar anomalías en su cuerpo, adjudicaron esos síntomas a la presión de la escuela. Hiyori no insistió y no volvió a tocar el tema.

Poco después, su abuela le pidió que cumpliera su promesa al dios Yatogami y luego murió. Hiyori no entendió la petición de su abuela, mas tampoco dedicó tiempo para averiguar lo que escondían esas palabras. Al menos no hasta que encontró entre sus cosas ese pequeño templo hecho a Yatogami.

Yukine se emocionó mucho cuando la vio entrar al templo de Yato. Pero su expresión denotaba todo: Hiyori no sabía qué hacía ahí. Hiyori sólo estaba ahí por curiosidad, tal vez.

Aunque Yato pensaba diferente: para él, incluso cuando había borrado los lazos entre Hiyori y él, aún quedaban resquicios de lo que una vez fueron. Para Yato, aún quedaban sensaciones. Aún había esperanza de que ella los pudiera recordar un día.

— No podemos hacer nada todavía. — admitió Yato. — Ni siquiera podemos preguntarle a esa cosa si ha venido por Hiyori.

— Entonces, ¿sólo podemos quedarnos aquí, a esperar? — espetó Yukine.

— ¿Se te ocurre algo más?

Yukine no respondió, mas sus dientes fuertemente apretados dejaban ver su irritación ante el tema. Era un tesoro bendito, un shinki sumamente poderoso, pero no podía hacer nada para detener el transcurso natural de la vida.

De igual forma, Yato entendía: él tampoco deseaba que Hiyori muriera.

Ese día, dios y shinki permanecieron sentados en aquella banca donde de vez en cuando, miraban a Hiyori salir a la universidad. No obstante, esa mañana Hiyori tenía otros planes: su hermano mayor le había depositado una gran cantidad de dinero para que pudiera surtir al hospital de la nueva tecnología médica. Así, Hiyori pasaría al banco antes de ir a la universidad. Después de todo, la clase que tenía aquella hora no requería una extrema puntualidad.

Yato y Yukine siguieron con la mirada a la muchacha y luego regresaron la vista a la sombra que todavía reposaba frente a la puerta del edificio. Sin poder evitarlo, suspiraron aliviados: la sombra no perseguía a Hiyori.

— Ya podemos ir a desayunar. ¿Cuánto dinero traes, Yukine? — preguntó Yato sin una pizca de vergüenza. Yukine enseguida lo golpeó hasta tirarlo de la banca.

— ¡¿Es que acaso nunca dejarás de ser un vago, "dios de la fortuna"?!

Yato no pudo responder porque en su boca tenía el tenis del adolescente.

Mientras ellos seguían peleando, una delgada y hermosa rubia viajaba en un león. En su mano derecha sostenía un lazo y en su oído un broche en forma de flor de cerezo.

— A tu izquierda, Veena. — dijo Kazuma.

La diosa obedeció. Tal y como su guía lo había dicho, una gran tormenta se había desatado en el centro de Tokio. No sabían qué lo había provocado pues Kofuku aseguraba que no había sido responsable; ella sólo había señalado los posibles lugares donde podría desatarse algo… Que era casi lo mismo que ella lo hubiera provocado.

Como fuera, Bishamon se desharía de esa tormenta. No era algo que no hiciera a menudo.

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Hiyori se formó en la fila de las cajas rápidas, que parecían todo excepto eso. El banco era grande, tanto como una plaza pequeña. Los sonidos de las plumas y conversaciones legales no dejaban escuchar nada más. Pero era algo a lo que los habitantes ya estaban acostumbrados.

Sin embargo, Hiyori escuchó un débil sollozo en uno de los cubículos a su izquierda, y con sigilo, estiró el cuello para observar lo que sucedía. Se cubrió la boca cuando vio a una delgada anciana abrir un cajón. Temblando, le entregó una chequera a un hombre enmascarado. No había que ser muy listo para adivinar lo que sucedía.

No obstante, actuar en esas situaciones no siempre era sencillo: en un lugar tan grande como aquél, podían esconderse decenas de criminales que matarían sin dudar a quien se les pusiera enfrente.

Y justo cuando juntó sus manos para hacer una oración al extraño dios al que le había hecho un altar, un balazo resonó en el establecimiento. Hiyori y otras dos decenas de personas, se hincaron asustadas.

— ¡Hemos vaciado trecientas cuentas! — gritó un hombre al fondo. Llevaba el cabello castaño recogido en una coleta. — ¡Pero ahora el gerente se ha negado a entregar más dinero! — dijo señalando con una pistola a un trajeado sujeto de más de cincuenta años de edad. — ¡Así que hemos decidido matar a uno de ustedes para que se entere de lo que somos capaces de hacer! — Rió. — ¿Qué tal tú, primor? — inquirió apuntando a una joven adolescente. — Eres muy pequeña, ¿qué haces aquí?

La aludida, aterrada, sólo alcanzó a sollozar. La sonrisa del ladrón se intensificó.

— Detesto que no me respondan. Oh, les advierto que mi puntería no es muy buena, así que podría equivocarme y darle al hombre a su lado, ése que tiene esposa e hijos.

— No, por favor. — rogó el anciano gerente. — Le daré lo que desea. — aseguró tratando de tomar de la manga al criminal.

— ¡Demasiado tarde! — gritó éste mientras apretaba el gatillo. El cuerpo inerte de la adolescente cayó al suelo.

— ¡Veena! — gritó Kazuma al ver que la tormenta de ayakashi se intensificaba. — ¡Debemos apresurarnos!

— ¡Ésa es la zona del inútil de Yato! ¡¿Dónde demonios está?! — exclamó ella.

— Mi señora, tal vez debamos separarnos una vez estemos en el banco. — dijo Kuraha.

— Sólo si no vemos a Yato allá. — respondió Bishamon.

Un hombre de aspecto cansado se levantó para enfrentarse al asaltante. De su chamarra sacó rápidamente un arma pequeña y disparó. El criminal no se movió siquiera: la bala rozó su oreja, pero no lo lastimó seriamente.

De inmediato, otros siete hombres enmascarados surgieron de los cubículos al mismo tiempo que otros diez civiles tomaron cualquier objeto para defenderse. En el transcurso, otras personas quisieron salir del banco, entre ellas Hiyori; empero dos enmascarados más cerraron los accesos y dispararon hacia los más cercanos a éstos. El rostro de Hiyori se llenó de sangre y su corazón palpitó a una velocidad casi imposible. Su visión se oscureció radicalmente y sus piernas temblaron.

"Por favor, ayúdanos si de verdad existes, Yato-sama." Pensó Hiyori con la boca tan reseca que no podía articular palabra.

— ¡Esto es obra del terrorismo! — gritó un joven de la edad de Hiyori antes de morir por un balazo en el pecho.

El protagonista de la masacre rió con sorna: los habían descubierto. Y con esa risa de por medio, Hiyori consiguió unir sus manos en una plegaria:

— Yatogami… Sálvame, te lo suplico.

A muchos metros de ahí, Yato dejó caer los palillos al plato de ramen. Yukine, con una gran cantidad de fideos en su boca, lo miró extrañado.

— ¿Qué te padha, hombre? — preguntó con la boca llena.

— Hiyori me llamó. — musitó Yato en un susurro apenas entendible. — ¡Ven, sekki! — exclamó.

— ¡Oye, espera! — alcanzó a replicar el shinki previo a ser absorbido por el poder de un dios. — ¡¿Al menos sabes dónde está?! — preguntó ya en su forma de arma.

— Cerca de aquí. — respondió Yato saltando a la acera.

Y con el corazón de guía, Yato corrió hasta que la tormenta se hizo visible. Debía estar ocurriendo algo muy malo: era de las tormentas más grandes que había visto.

— ¡Imposible! ¿Hiyori está ahí? — cuestionó Yukine.

— Eso creo. — musitó Yato antes de correr con más rapidez.

Hiyori palideció cuando uno de los ladrones se detuvo frente a ella. Habían matado a un tercio de los clientes en el banco; parecían haber perdido la cabeza, ya no pedían dinero, ahora sólo mataban. Y ella era la próxima.

Sin embargo, antes de que el hombre frente a ella jalara el gatillo, Hiyori vio a un muchacho de su edad saltar sobre los hombros del criminal. Ella estaba segura de haber visto antes a ese chico; era muy ruidoso. Lo había visto en la universidad, en el parque y una vez, en el templo del dios Yato. Sólo que en esas ocasiones, el muchacho no portaba una espada.

— ¿Por qué demonios tardaste tanto? — le gritó una mujer a la que Hiyori recién notaba: una rubia montada en un león.

— Cállate, pervertida. — ordenó el muchacho mientras blandía la espada sobre algo que Hiyori no veía. — Ya está aquí tu salvación. — presumió.

De inmediato, el sujeto que iba a atacar a Hiyori soltó el arma, aparentemente asustado.

Y entonces ella recordó. Entonces, tras ver a esos dos discutir, Hiyori comprendió por qué había visto tantas veces a ese chico. Entonces, cuando por fin él se dio cuenta de que lo miraba, también lo comprendió.

Mas el placer de reconocerse les duró un segundo, porque una mujer, desesperada por haber perdido a su hijo pequeño, corrió a un lado de Hiyori y con el impulso de sus brazos, consiguió que ella resbalara. Hiyori abrió la boca mientras buscaba caer con las manos como apoyo, y emitió un llamado que perduró segundos después de que las ondas de sonido se alejaran:

— ¡Yato!

— ¡Hiyori! — respondió el aludido yendo hacia ella en cuanto divisó el incidente. Pero no pudo hacer nada: la nuca de Hiyori había golpeado, sin remedio, un escalón. — ¡Hiyori! — gritó de nuevo mientras tomaba el rostro de la chica entre sus manos.

Nada respondió al llamado; las manos de Yato se llenaron de sangre cuando sintió su nuca.

Había fallado, le había fallado. No había cumplido con su tarea, con su deseo.

La había perdido definitivamente.

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¡Hola!:

Esta vez vengo al fandom de Noragami para entregar un tree shot que hice especialmente para Pato. La idea es simple, pero yo me lo compliqué todo, como de costumbre. De no ser por Romi, ya no tendría cabello.

Como sea, espero que a la cumpleañera le guste mi propuesta y, ¿por qué no? a otros fans de Noragami también.

De antemano, muchas gracias por leer y sigan adelante. Aún hay dos capítulos más.

¡Abrazos!

Andreea Maca.