HERMANOS McKEENE

Maeve había conducido durante toda la noche. La oscuridad se había cernido ante ella mucho antes de lo que esperaba, pero no por ello iba a dejar su misión. En el asiento de copiloto de su Land Rover Freelander iba dormido su hermano pequeño, veinticinco años, quien descansaba después de una dura batalla contra un par de Ghouls.

Llevaban tan sólo dos semanas en Estados Unidos, dos semanas en las que todavía no había encontrado a ningún cazador.

Como la mayoría de los cazadores ella había tenido una infancia difícil, cargada de batallas en las que pelear, monstruos a los que derrotar.

Su primera pieza se la había cobrado con doce años, cuando su nombre todavía era Maeve McKeene, y había sido una grande: el líder de los vampiros de Glendalough y su clan al completo. El jefe había asesinado a su hermana mayor cuando trataba de protegerla, él fue más rápido y le clavó un puñal antes de que su hermana fuera capaz de arrancarle la cabeza. Niam, en su último aliento, le entregó el arma. Maeve con el cuchillo afilado en su mano, aún con la sangre caliente de su hermana en él, se lanzó contra Eric y lo asesinó con un solo golpe.

Después se echó a llorar en los brazos de su hermana muerta, tratando de preservar el calor de su cuerpo.

Así la encontró su tía Molly dos días después, ya que no se separó del cuerpo sin vida de Niam. No quería dejarla sola y no la dejaría a merced de los monstruos de la noche.

Cuando localizó a sus sobrinas, lo primero que vio Molly fue el cuerpo sin cabeza de Eric, a su alrededor, los cuerpos de todo sus hijos que habían seguido el rastro de su líder hasta Niam y Maeve. La más joven de las McKeene había defendido a Niam con toda su fuerza, a su alrededor Molly contó quince piezas. Quince vampiros que habían caído ante la destreza de una pequeña niña de doce años.

A partir de ese día surgió la leyenda sobre Maeve McKeene.

Todos proclamaron que Maeve era la cazadora con mayúsculas, la elegida. También a los dos años, según todas las leyendas, era una Maestra Wiccan.

Nadie conocía el verdadero nombre de Maeve, Naariel, que la hacía diferente a todos los demás y el verdadero nombre de Finn, Adriel, que lo convertían, como a su hermana, en algo distinto a los hombres.

Con diecisiete fingió su propia muerte y la de su hermano.

La decisión fue sencilla, cuando todo el mundo empezó a exigir más y más de ella, cuando casi todos los cazadores olvidaron su oficio porque ella podía destruir más monstruos que ninguno, su tía Molly le sugirió que dejasen esa vida.

Molly había visto perecer a su hermano, su hermana, a su madre, a su padre, a todos sus tíos, a muchos de sus sobrinos por la caza. Los únicos que quedaban de su diezmada familia eran Maeve y Finn, así que decidió protegerlos.

Maeve nunca podría estar más agradecida por esa decisión de su tía. Les permitió acceder a la libertad, lejos de Irlanda, de la caza, durante diez años.

Tras dos años viajando, los hermanos McKeene se instalaron en Galicia. Allí rehicieron su vida bajo otros nombres, Maeve y Finn Kindelan.

Allí Maeve estudió medicina y Finn psicología. Los dos habían renunciado a su antigua vida, a sus antiguos nombres, pero la muerte de su tía Molly los precipitó nuevamente a la caza.

Maeve recordó con tristeza la última vez que oyeron a Molly, con las últimas fuerzas que le quedaron tras una dura batalla contra un hombre lobo los llamó para despedirse. Les pidió que nunca regresaran a Irlanda, que nunca volviesen a la vida que llevaron, pero Maeve y Finn clamaron venganza, su sangre McKeene despertó. Sus nombres seguirían siendo Maeve y Finn Kindelan, Maeve y Finn McKeene serían, a partir de ese momento, sus identidades secretas, como si fueran unos superhéroes de cómics.

La vuelta al trabajo fue mucho más sencilla de lo que pensaron, pues, en el fondo, nunca dejaron de ser McKeene cazadores de criaturas. Estaba en su línea de sangre desde que el primer vampiro conocido despertó en las Tinieblas del .

Durante un año habían seguido el rastro del hombre que mató a Molly, y al día siguiente, 15 de Agosto, se cobrarían su cabeza.

Al llegar a un hotel de carretera, Maeve detuvo el coche, Finn abrió sus ojos en cuanto el sonido del motor se detuvo. Los dos se observaron en silencio, después salieron del vehículo.

Aparcado en el hotel sólo había otro auto, uno negro reluciente.

Finn se aproximó a él, para admirarlo de cerca.

- Mira, Maeve, es un Impala. – Le explicó a su hermana.

- ¿Y?

- ¡Es una maravilla! – Exclamó el menor de los Kindelan. – Es casi blasfemo que hables así de esta preciosidad. – Se ofendió él.

- Ha merecido la pena por ver la cara que has puesto. – Bromeó ella.

Ambos entraron en el hall sonriendo.

En la entrada pudieron ver a un hombre altísimo, de pelo largo acompañado de uno rubio de ojos verdes y uno más menudo con el pelo negro y unos profundos ojos azules.

- Sólo quedan tres habitaciones, dos con cama de matrimonio y una doble. – Explicó la señora de recepción, que tendría unos sesenta años.

- Gracias, guapa, nos quedamos las dos de matrimonio. – El rubio sonrió a la mujer que se sonrojó.

Cuando el trío se dio la vuelta, los ojos de Maeve se quedaron enganchados al iris azul del hombre moreno. Todo su cuerpo se estremeció, sin pensárselo acarició la pequeña cruz celta que pendía en su cuello. Su mirada se clavó después en el rubio que le dedicó una sonrisa amplia, lo que generó al instante una sensación de tranquilidad en el corazón de Maeve. Cuando sus ojos se cruzaron con la mirada verde grisácea del más alto de los tres se tuvo que aferrar fuerte a su hermano. Percibió algo en él, algo distinto. Una energía poderosa lo envolvía, antigua, oscura, dominada por un poder cálido que emanaba del joven.

- ¿Es vuestro ese Impala? – Indagó Finn, ignorando la fuerza con que su hermana lo aferraba.

- Es mi Nena. – Explicó el rubio.- Me llamó Dean. – El hombre tendió su mano a Finn. – Este es mi hermano, Sam y él es mi Castiel.

- Dean. – Protestó el moreno.

- Yo soy Finn Kindelan, ella es mi hermana Maeve.

Castiel se aproximó a Maeve, la observó detenidamente durante un largo rato provocando que la joven se sintiera desnuda y supo exactamente qué era Castiel.

- Demasiado dolor, pequeña, tienes que dejarlo ir.

- No puedo, es mi carga.

- Finn, Sam y Dean se quedaron en silencio mientras las miradas de Castiel y Maeve se comunicaban entre sí, ninguno de los dos habló, pero se entendieron de alguna manera.

- ¿Estás bien, Cass? – Indagó Dean a su Ángel.

- Sí.

- ¿Maeve? – Finn observó a su hermana, ella le sonrió débilmente y se arrodilló en el hall.

- Estoy cansada… - Susurró, después sus ojos se cerraron, pero antes de dar en el suelo Sam se arrodilló para sostenerla.

- ¿Qué demonios… - Dean observó a su Ángel, quien le miró un instante antes de caer desmayado también, fue Finn el que detuvo en esta ocasión el porrazo del Ángel.

Dean observó a Finn, después cogió a Cass de los brazos del joven desconocido. - ¿Qué coño ha pasado aquí?

- Ni puta idea, eso sólo le ocurre a Maeve cuando se encuentra con… hm… alguna persona de nuestra familia paterna que no conocemos... – Contestó de forma críptica, luego se arrodilló para coger en brazos a su hermana.

- Ya lo hago yo… - Se ofreció Sam sin saber muy bien que lo empujó a actuar de esa manera.

- Mira tío el día que permita que un tipo como tú se acerque a mi hermana dejaré de apellidarme Kindelan.- Contestó Finn airado. – No te ofendas, Dean, me gusta mucho tu coche, pero no quiero volver a ver a tu hermano o a tu novio alrededor de mi hermana.

- Sí, yo tampoco quiero ver a tu hermana alrededor de mi hermano o de mi Cass. – Dean sonrió a Finn. – Pero Maeve me gusta. – Aseguró el mayor de los Winchester. – Hay algo en ella… es… especial.

- No tienes idea de cuánto. – Respondió Finn. – Un placer haberos conocido. – Finn caminó hacia la señora de la recepción, le pidió la habitación que quedaba libre y después se marchó.

Dean, Castiel y Sam se reunieron en una habitación. Cuando el Ángel abrió los ojos pudo ver la ansiedad en la mirada de ambos hermanos, la preocupación y se sintió confortado al saber que formaba parte de esa familia por derecho. Se observó el anillo que pendía de su dedo izquierdo, que una vez había estado en el de Dean, y sonrió ante su nueva situación.

Era el primer Ángel al que le habían permitido casarse y conservar sus alas.

- ¿Es maligna? – Preguntó Sam.

- No digas chorradas, Sammy, no es mala… es… distinta, pero no mala.

- ¡No me jodas Dean ha provocado que Cass se desmaye, tiene que ser mala!

Además, ya me oíste, quería llevarla a su habitación y ni siquiera la conozco… es maligna seguro.

- Estás equivocado. – Cass sonrió a su cuñado. – No es mala.

– Yo no sentí nada maligno en ella, cuando su mirada y la mía se cruzaron me sentí como… hm… como si llevara toda mi vida esperando encontrarme con ella.

¿Tiene esto algún sentido?- Indagó Dean.

- Dos almas marcadas se reconocen entre sí. – Respondió Cass.

- ¿Su alma está marcada? ¿Por qué? – Insistió el mayor de los Winchester.

- Como tú está destinada a hacer grandes cosas… es… hm… no puedo deciros nada más, sólo que antes de lo que creéis conoceréis su verdadera identidad.

- No me fío. – Afirmó Sam. – Hay algo en ella… algo… no sé qué… pero siento… hm… no me gusta… nada en absoluto.

- Conociéndote, Sammy, acabará siendo la próxima mujer de la que te enamores. - Bromeó Dean, tensando aún más al menor de los Winchester.

- Capullo.- Masculló Sam.

- Zorra.- Contestó Dean.

- Como sea…

Yo pienso mantenerme muy alejado de ella, que descanséis, tortolitos. – Dijo mientras salía por la puerta.

Maeve no se despertó hasta la mañana siguiente. Al levantarse se encontró a su hermano sentando en una silla, con ojeras bajo sus ojos y aspecto muy preocupado.

- ¿Estás bien? – Preguntó angustiada.

- ¿Y tú, Naariel? ¿Estás bien?

- No me llames así, alguien podría oírte. - Protestó ella.

- Me asustaste, ¿sabes?

Simplemente te caíste, te desmayaste. Llevas toda la noche sin despertar, en serio, he estado a punto de llevarte a un puto hospital.

- Lo siento, lo siento, Adriel… - Maeve se incorporó y rodeó a su hermano entre sus brazos. – Perdóname, pequeño, no quería preocuparte.

- Eres lo único que me queda, Naariel… ya no tenemos nada más… sólo nos tenemos uno al otro.

- Te prometo que no me pasará nada.

Ahora duerme un poco, esta noche tenemos que cazar a un hombre lobo.

Estaré fuera comprando ropa y algo de comida, regresaré a las cinco.

- De acuerdo. – Finn sonrió a Maeve.- Pediré algo para desayunar, después dormiré.

Por favor, procura no romper ningún corazón esta vez, ¿vale?

El último de tus novios me dio la paliza durante cuatro meses para que le dieras otra oportunidad.

- Tranquilo, no tengo el más mínimo interés en enamorarme. Matar al hombre lobo, beber algunas birras y ocuparme del negocio familiar son mis únicos objetivos.

- Tú sólo aléjate del tipo alto… de ese… hm… Sam, no me gusta.

- Ni a mí, te lo aseguro.- Afirmó, después se alejó de la habitación dejando a Finn descansando.

Maeve caminaba apresurada por el centro comercial, tras elegir unos nuevos vaqueros, una nueva chupa de cuero para su colección en color cereza, un par de camisetas para ella, vaqueros para su hermano, camisetas y chupa nueva también para él, salió del centro comercial, caminó hacia una hamburguesería y se sentó en una mesa.

Un joven camarero se aproximó a ella. Maeve captó su atención dedicándole esa sonrisa ladeada que guardaba para obtener lo que quería de los hombres. El joven camarero tartamudeó cuando le preguntó lo que deseaba, ella jugueteó un rato más con él y después pidió la comanda sin percibir un par de ojos verdes que habían estado examinando toda su actuación.

Cuando el joven camarero se fue, alguien se sentó a su lado. Se giró para echar a quién osara interrumpir su descanso, pero al reconocer la mirada verde de Dean y su pícara sonrisa no pudo más que devolverle una sonrisa en consecuencia.

- ¿Estás bien? – Preguntó el mayor de los Winchester.

- Sí, gracias. – Maeve sonrió. - ¿Cómo está tu novio?

- En realidad es mi marido. – Explicó Dean, después le enseñó el anillo que tenía en su mano. Era muy bonito, con un par de alas grabadas.

- Es un anillo original, aunque… sí… creo que lo entiendo. – Dijo Maeve. - ¿Cómo es que estás por aquí?

- Sam y Cass se fueron a… ca… investigar una cosa, yo me ocupo de llevar la comida.

¿Y tú?

- Me pierden los pasteles de manzana. – Confesó Maeve con rubor en las mejillas.

- Y por lo visto jugar con los camareros también, ¿no?

- Hm… un jugueteo inocente no daña a nadie.

- Yo solía ser como tú. – Le explicó Dean. – Exactamente igual.

- ¿También seducías a los camareros para obtener un trozo más grande de pastel?

- Nop… a las camareras, hasta que Castiel me sacó del Infierno… es decir… bueno… no literalmente… claro.

- Tienes suerte. – Maeve sonrió a Dean. – Yo llevo toda mi vida esperando a alguien que me rescate.

- Tu hermano me cae muy bien.

- Finn es… lo único que tengo, ¿sabes? – Confesó Maeve, sin saber por qué. – Sólo quedamos nosotros dos.

En mi familia… todos murieron, yo me he ocupado de Finn desde que nació… como mi hermana se ocupó de mí antes… pero con doce… con doce años… todo… todo cambió, todo se derrumbó a mi alrededor.

¿Has sentido alguna vez que los demás tienen demasiadas expectativas con respecto a ti?

- Sí, es un sentimiento que conozco bien.

- Te exigen todo el tiempo, no te dejan ni descansar… más… más… más…

Haz esto, haz lo otro, cumple con tu papel, sálvanos, protégenos…

¿Es que nadie se da cuenta de que sólo soy una mujer o… bueno algo así?

Vaya… perdona… no sé por qué te he dicho estas cosas… - Maeve sonrió a Dean con pesar.

- Estás cansada. – Dean acarició el hombro de Maeve con ternura. – Los demás no entienden que te canses, no comprenden que es muy difícil tener que proteger a todo el mundo.

Y los hermanos menores… los hermanos menores pueden ser un verdadero dolor de cabeza, nunca reconocen lo que hacemos por ellos, simplemente lo dan por hecho.

Siempre esperan que seamos una figura intachable, perfecta, pero sólo somos… humanos.

- Sí, eso es… verás yo quiero a Finn es… es… lo más preciado que tengo, pero a veces… en ocasiones olvida que estamos… que nosotros… que ya no somos ellos… ya no… soy ella… me encantaría contártelo, Dean porque creo que lo entenderías… es como si… te conociera… pero no puedo.

Mi vida depende de saber callarme cuando el mundo entero se me va a caer encima.

Sólo quiero descansar un rato…

- Descansa. – Dean sonrió a Maeve. – Hoy te guardo yo la espalda, ¿qué te parece?

Tienes toda la pinta de necesitar un día de vacaciones, voy a llamar a Sammy y a Cass para que se busquen ellos mismos la comida, hoy te haré compañía.

No te preguntaré nada, simplemente estaré a tu lado apoyándote… sé cómo se siente uno cuando el puto mundo espera demasiado.

- ¿Por qué lo harías?

No me conoces.

- Te conozco, eres como yo.

- No lo creo… - Maeve sonrió a Dean. – Pero agradezco tu oferta.

Si tu esposo y tu hermano quieren venir a mi no me importa…

- No, sólo estaremos tú y yo.

- Gracias, Dean. – El camarero regresó con la tarta de manzana de Maeve, que decidió compartir con Dean, quien la aceptó encantado.

Tras eso se pasaron todo el día en un parque de atracciones, corriendo, riéndose, disfrutando como cuando aún eran niños.

Maeve se sintió muy protegida por Dean, hasta tal punto que se planteó decirle la verdad.

Que era una cazadora de criaturas, que era irlandesa y que estaba viva aunque todos pensaban que había muerto. Incluso que ella era "La Cazadora" con mayúsculas, hasta su origen familiar, pero finalmente no se terminó de decidir.

Le agradaba la compañía de Dean y no deseaba, por nada del mundo, perder su amistad.

Cuando se despidieron lo hicieron con un abrazo cargado de afecto en la entrada del hotel.

- Gracias por salvarme, Dean. – Dijo Maeve. - Hoy realmente necesitaba un amigo.

- Cuando quieras. – Contestó, después hizo algo inesperado, le tendió la lista de todos los teléfonos de tarjeta que tenían entre él, Sam y Castiel. – Si me necesitas llámame a cualquiera de estos números… no puedo explicarte por qué tengo tantos… pero…

- Voy a romper una regla Dean, pero prométeme que nunca le dirás a nadie lo que te voy a contar a continuación, es una cuestión de vida o muerte.

- Te lo prometo.

- Si me necesitas llámame, no te daré ningún número de teléfono, no lo necesito, sólo te daré un nombre, Naariel. Llama a Naariel y responderé a tu llamada… aunque no puedo explicarte cómo lo haré… sólo confía en mí.

- Quizás algún día puedas contarme tu secreto y yo a ti el mío.

- Me gustaría. – Aseguró Maeve.

- A mí también.

- Gracias por todo. – Maeve besó a Dean en la mejilla. – Y procura no meterte en muchos líos, no tengo muchos amigos de verdad.

- Lo mismo te digo, pequeña. – Dean besó la frente de Maeve. – Acuérdate de descansar de vez en cuando.

- Tú también. – Maeve se alejó de Dean, caminó hasta su habitación y al entrar en el cuarto se encontró a su hermano recién duchado.

- ¿Ropa nueva? – Indagó Finn.

- Desde luego. – Maeve sonrió. – Tenemos que matar a un hombre lobo y quiero estar guapa.

- Me parece perfecto. – Finn cogió la bolsa que le tendió su hermana, en ella había unos vaqueros nuevos, camisetas y una chupa de cuero de azul oscuro.

- Voy a cambiar nuestro aspecto. – Maeve se giró hacia Finn. – Quiero matarlo como Maeve McKeene, no como Maeve Kindelan. Murmuró unas palabras y empezó a cambiar.

En un instante el cabello rubio de Maeve se convirtió en una melena rizada de color fuego, sus ojos miel se transformaron en gris perla y su rostro moreno se surcó de pecas.

Por su parte, el cabello rubio de Finn dio paso también a un cabello rojo como el fuego, sus ojos de color miel se transformaron en gris perla y su rostro, como el de Maeve, se surcó de pecas.

- A veces olvido mi verdadero aspecto. – Finn se observó en el espejo.

Muy irlandés, ¿no te parece?

- Sí. – Maeve sonrió a su hermano.

- ¿Por qué no dejas de usar el cambio de aspecto?

Aquí nadie nos reconoce y sé lo agotador que es mantener nuestro verdadero aspecto oculto, requiere buena parte de tu poder.

- Tal vez lo haga algún día. – Maeve se recogió el cabello en una coleta alta. – Bien, hoy seremos Maeve y Finn McKeene, vengaremos a nuestra tía.

Maeve y Finn llegaron a un bar de carretera.

En él observaron al hombre lobo que había eliminado al último miembro de su clan, con un guiño de ojos se separaron. Maeve caminó hacia el hombre lobo, cazadora de cuero cereza, top azul cielo y vaqueros ajustados. Se sentó a su lado, en cuanto el ser la vio se sintió tentado por ella. El olor de Maeve lo envolvió enloqueciéndole los sentidos, no ayudó que le dedicara una sonrisa pícara con esos labios llenos y un guiño de ojos gris perla.

Sin pensarlo un instante se sentó a su lado, empezó a hablar con ella de lo rico que era, seduciéndola con cada paso. Se sintió excitado cuando descubrió que la tenía. La convenció para salir. Tras ellos salieron también diez miembros de su manada.

El macho alfa pensó si esperarían que la compartiera con ellos, se rió al pensar que jamás dejaría que ninguno de sus hijos disfrutara de esa mujer. Sería su nueva compañera.

En el exterior la luna llena empezó a iluminar el cielo y él, poco a poco se fue convirtiendo. Transformándose en el animal que llevaba dentro, no vio al pelirrojo que los había seguido al exterior, ni tampoco a los tres hombres que habían salido tras ellos.

Dean, Sam y Castiel salieron del bar en cuanto descubrieron que el hombre lobo había elegido a su presa. Era una mujer pelirroja increíblemente hermosa que, en un instante, le arrebató el corazón a Sam, aunque el menor de los Winchester no tenía intención de compartir esa información con su hermano o su cuñado.

Los tres se disponían a atacar al hombre lobo y a su manada, pues unos diez miembros habían salido también al exterior, pero la mujer y el hombre pelirrojo no titubearon.

En un instante los dos se lanzaron contra los miembros de la manada, la joven diezmó a siete de los diez miembros en apenas quince minutos, sin siquiera parpadear. A su lado, el hombre se las arregló para eliminar a los otros tres y mantener al macho alfa atrapado en una red de plata.

- Mi nombre es Maeve McKeene y él es mi hermano, Finn McKeene.

- Ante la pronunciación del nombre el hombre lobo se encogió asustado. Había oído leyendas sobre Maeve McKeene, "La Cazadora" con mayúsculas.

- Me has obligado a salir de mi retiro, hoy estoy aquí para vengar a mi tía, Molly McKeene, a la que asesinaste hace exactamente tres años.

Soy tu muerte. – Susurró antes de clavarle un puñal de plata en el corazón.

Después se apartó.

Dean, Sam y Castiel se quedaron en silencio observando la escena que había ante ellos.

- Es hora de volver a esconderse, Finn. – Susurró Maeve, después murmuró las mismas palabras en gaélico y empezaron a cambiar, sin ser conscientes de los seis pares de ojos que observaban la escena.