Chivos expiatorios
Cargado de ira abrió violentamente el cajón, casi rompiéndolo, y en un solo movimiento extrajo la pistola y la apuntó a la canosa cabeza del fiscal. El hombre amenazado apenas sonrió bajo el sol del ocaso que se filtraba por las ventanas.
-¿Qué piensa hacer con eso¿Realmente cree que se podrá librar de la ley disparándome? Entonces sí que habría pruebas flagrantes en su contra, ya ni siquiera me las tendría yo que inventar.
La mano del profesor Imaguchi Takezo temblaba aferrada a su arma, como prolongación de su brazo estirado, hecho una sombra en el atardecer en su propia sala. Entre su alborotado cabello negro y sus lentes ovalados, su pálido rostro se deshacía en un gesto de odio incontenible.
-Es usted un desgraciado, un mentiroso. ¿Cómo puede un defensor de la ley actuar así¡Yo no he hecho nada, no soy un asesino¡Usted no tiene derecho a inculparme!
El fiscal aun no sacaba las manos de los bolsillos de su saco marrón y dijo indiferentemente:
-Este caso lleva demasiado tiempo abierto. Necesito a alguien que lo cierre. Vamos, no nos complique las cosas. Usted es la solución a nuestros problemas.
-¿Por qué yo?
-Pues en este caso encaja con las evidencias. No es nada personal, usted no es el primero. Ahórrese la bala y al menos le quedará limpia la conciencia y quizá el favor de la duda. Si dispara arruinará sin duda alguna lo que le queda de vida.
El profesor Imaguchi habría sentido la conciencia muy limpia al matar a un fiscal que quería inculparlo, que tenía el descaro de venir a su casa a decírselo, que incluso parecía orgulloso de haberlo hecho muchas veces antes. Sí, esa sería verdadera justicia. Pero su conciencia no alteraría su futuro ni su alma, y lo que le quedaba de vida, eso sí era algo que no podía arriesgar.
-¡Lárguese de mi casa!- gritó, sin dejar de apuntarle.
El fiscal se rió quedamente y le dio la espalda, marchándose con toda confianza. Imaguchi Takezo se quedó con el brazo estirado hasta después que su enemigo tiró la puerta, pero mientras la oscuridad de la noche lo envolvía sintió el calambre de la tensión que le había aplicado, y la pesada arma de fierro en su mano, con la que ya no tenía nada que hacer. La volvió a poner en el cajón, el cual acomodó y cerró, y luego caminó lentamente a encender la luz de su sala. Se quedó dando vueltas a su apartamento, esperando a que diera la media noche. Fue entonces que fue a su ordenador. Aun recordaba el nombre de la página, después de tantos años la gente aun seguía
hablando de ella, es más, era recién ahora que parecía estarse haciendo realmente conocida. Las colegialas la utilizaban para tonterías, con sus criterios infantiles era verdaderamente un peligro,
pero Takezo ahora la necesitaba de verdad, podría utilizarla para un acto desesperado de justicia. Abrió el Jigokuzuushin y escribió el nombre del fiscal: Tokeyama Kyouji. Sabía que la página parecía desaparecer después de enviada la solicitud, no le sorprendió el Error 404. Más bien lo hizo sentir un poco más confiado. Se puso de pie y empezó a caminar por su apartamento, a esperar que llegase. Fue a la sala, tomó un libro al azar, Sartre. Lo estuvo leyendo bajo la lámpara hasta que empezó a vencerlo el sueño. Se puso de pié para ir por un café a la cocina. Después de llenar su taza volvió a dirigirse hacia la sala, apagó la luz de la cocina y avanzó por el pasillo oscuro, cuando de pronto se topó con una sombra que lo hizo sobresaltarse.
-¡E... Enma Ai!
-Me llamaste, Imaguchi Takezo- dijo la niña de uniforme negro mientras sus ojos color sangre parecían brillar en la oscuridad.
-Sí. Necesito que te encargues de un hombre, menos que eso, de un criminal. El fiscal Tokeyama está condenando gente de manera fraudulenta. Te invoqué para que lo detengas.
Jigoku Shoujo demoró un momento en responder.
-No puedo ayudarte más- dijo la niña-. Cuando haces un trato conmigo, das a cambio tu alma al infierno. Tú ya no tienes nada que ofrecerme.
-¡Masaka! Jigoku Shoujo, debes ayudarme a hacer justicia, yo te he invocado.
-Yo no soy tu sirviente- dijo la niña y volteó hacia la esquina del pasillo.
Takezo corrió hasta la sala para alcanzarla y prendió la luz, pero no se encontró más que con su propio apartamento vacío. No había nadie a su lado.
Saegawa Fuusuke era un muchacho solitario y agresivo. Según su expediente había llegado a la ciudad hace tres años, pero nunca había logrado adaptarse ni hacer verdaderas amistades aquí. Su
cabello era corto y un tanto claro para ser japonés. Llevaba como siempre el uniforme negro de colegio, y estaba sentado frente al profesor Imaguchi en su despacho esta mañana.
-Saegawa-kun, lo que voy a contarte a continuación es de sumo cuidado y entenderás que es mejor no divulgarlo. Se trata de tu padre.
-¿Qué hay con él?- preguntó el muchacho desganado.
-Hace unas horas estuvo aquí un fiscal. Me estuvo haciendo preguntas sobre ti y sobre él. Yo no sabía mucho sobre tu padre, y dije muy poco sobre ti. Sin embargo, el fiscal mencionó que había una investigación abierta. No me dio más detalles, excepto que se está encargando él mismo de todo. Mira, esta es su tarjeta.
El profesor le entregó una tarjeta de identificación a Fuusuke, que tenía impreso el nombre de Tokeyama Kyouji y su título profesional.
-Pensé que haría bien en decírtelo, para que tu familia pueda estar preparada en caso hubiera problemas. Solo deseo que resuelvas esta situación rápidamente. Creo que eres un muchacho muy
confiable y tú y tu familia sabrán hacer lo correcto.
-Muchas gracias, Imaguchi-sensei- murmuró Fuusuke sin convicción, mientras miraba escéptico una vez más la tarjeta, y luego otra vez al profesor.
-Lo único que te pido es que por favor no menciones que yo te dije esto. No creo que la policía lo vea con buenos ojos, por más que yo sé que estoy ayudando...
-No se preocupe, Imaguchi-sensei, no lo haré.
-Te deseo lo mejor.
-Arigatou.
oOo
Su padre. Hace tres años que Fuusuke no se hablaba abiertamente con él. Era su culpa la vida que Fuusuke ahora llevaba, en esta ciudad inmunda con gente descarada. Todo estaba bien en su pueblo
natal de Shibara, pero un buen día a su padre se le ocurrió simplemente que tenían que mudarse, rápidamente, dejar la mitad de sus cosas y toda su vida y amigos atrás. Su hijo lo odiaba, pero sabía que lo necesitaba, que alguien tenía que pagarle el colegio y los alimentos, los cachuelos que había tenido solo le alcanzaban para un par de gaseosas y nada más. ¿Decirle que lo estaban investigando,
que lo podrían procesar? Fuusuke no quería imaginar la cara que pondría, no le volvería a ver a la cara nunca más, eso no. Antes prefería encargarse él mismo del asunto, hacerlo no por su padre, sino por él mismo, porque eran solo sus intereses, nada más.
Y podía ser tan fácil. Según decían sus compañeros, esa leyenda era cosa de chicas, pero a Fuusuke siempre le pareció demasiado oscura para ser fabulación de las colegialas. El otro día había visto a su profesor reprendiendo a las chicas por hablar sobre Jigoku Shoujo, y sobre a quién les gustaría enviar al infierno.
-Solo tienes una opción, piénsalo bien- decían las niñas.
-¡Cállense!- insistía el profesor Imaguchi- La muerte no es cosa de bromas. ¡Dejen esas tonterías de una vez!
Sería simple, limpio, silencioso. Solo escribir el nombre del fiscal en internet, y punto. Nada más con nadie.
oOo
Era media noche cuando apareció, en la puerta de su cuarto. Fuusuke no se esperaba nada parecido, y poco después de que la página pareció colgarse se dirigió a su cuarto a intentar dormir, con el
ácido sabor de la duda aun revolviéndolo. Pero entonces se dio, repentinamente, con un par de ojos rojos que lo miraban desde abajo, parados justo en su camino, una pequeña niña de cabello negro largo y lacio. Fuusuke no pudo ahogar un delgado grito del susto.
-¿Q-qué haces aquí?
-Yo soy Enma Ai- respondió la pequeña fríamente.
-¿Qué quieres?
-Tú me llamaste.
Fuusuke calló unos segundos, observando la situación. Luego comprendió.
-Jigoku Shoujo... Pues, ya te he dado el nombre. Encárgate, por favor¿sí?
-Ten esto, por favor- respondió Ai, ofreciéndole un muñeco de paja negro con un lazo rojo en el cuello.
-¿Qué es esto?- murmuró el muchacho acercándose y tomándolo.
-Si realmente deseas vengarte, tira del cordel rojo. Harás un pacto conmigo cuando tires del cordel. La víctima de tu venganza será enviada directamente al infierno.
¿Un pacto? Fuusuke tomó dudoso la punta del cordel entre sus dedos, pero la niña continuó:
-Sin embargo, cuando se haya cumplido tu venganza, tendrás que pagar el precio. Se cavarán dos tumbas cuando condenes a alguien. Cuando mueras, tu alma también irá al infierno. No podrás entrar al cielo. Tu alma se verá sumergida en dolor y tormento por toda la eternidad.
El muchacho recordó las muchas historias que había oído sobre el infierno e imaginado tan vívidamente, los demonios sin rostro abrazándolo sobre flamas ardientes, atravesando su carne con lanzas una y otra y otra vez, porque en el infierno ya no se puede morir, y la carne no es carne, sino una enorme llaga de tormento eterno, que nunca termina de destruirse.
-Fuu-kun¿estás bien?- lo sorprendió su padre.
Él se sobresaltó y miró alrededor suyo, notó que no había nadie más que él y su padre a la vista. Exhaló furioso y murmuró:
-Sí, no pasa nada.
-Te oí gritar. ¿Qué sucedió?
-No importa- atacó Fuusuke- No te necesito. Estoy bien.
-Bueno, bueno. Que tengas buenas noches.
-Adiós.
Fuusuke tocó la piel de su vientre bajo su polo y la sintió aun íntegra, sin ningún rasguño, ni rastro de lanza o fuego. Pero no daría su alma, menos aun por su padre, eso jamás. Nadie le había advertido de eso del pacto. Arrojó el muñeco al fondo de su closet y se echó bocabajo en su cama, insomne.
En el almuerzo Fuusuke se sentó a la mesa con su padre. Llevaban diez minutos sin hablar, como siempre, solo el sonido de los palillos en los tazones de porcelana. Pero a Fuusuke desde el día anterior no había dejado de carcomerlo la duda por dentro. Si no contaba con la chica del infierno, debía hacer las cosas de otra manera. Eso ya lo sabía, lo había sabido desde el primer momento, pero no se había decidido. Finalmente dejó su tazón en la mesa y alzó la voz.
-Otou-san...
Su padre levantó sorprendido la vista.
-¿Sí¿Qué pasa, Fuu-kun?
-La... ¿Qué harías si alguien te abriera un juicio?
-¿Qué¿A qué viene eso?
-¿Crees que podrías afrontarlo? Eres inocente¿verdad?
Los palillos del padre golpearon temblando contra el tazón, que tuvo que dejar en la mesa para no derramar. Respiraba agitado y su mirada lo rehuía todo.
-¿Padre? Es solo una suposición, por favor...- dijo Fuusuke, casi disculpándose. No podía creer que sintiera compasión ante su padre, se lo reprochaba una y otra vez, pero el viejo había entrado en un
estado verdaderamente lastimero.
-Hijo... Fuu-kun- tartamudeó-, hay algo que nunca te he dicho... Eso de ser inocente... Bueno...- y en ese momento clavó sus ojos repentinamente en los de Fuusuke- ¡No soy una mala persona! De
verdad...
Fuusuke no sabía qué pensar, de verdad su padre parecía estar hablando de algo que él jamás había sospechado y no tenía qué responder.
-Sí, es verdad- continuó el padre, volviendo a ensimismarse- Hace tres años yo cometí un crimen. No pensé que lo fuera, solo pensaba en mejorar un poco tu vida, en poder darte más cosas como los demás chicos... en quizá volver a recuperar a tu madre. Engañé a un par de personas en el banco, no sería mucha pérdida para ellas, pero... fue por eso, Fuu-kun. Por eso fue que nos tuvimos que ir de Shibara. Lo siento mucho, hijo. Lo siento...
-¡Imbécil!- gritó Fuusuke desesperado, parándose de la mesa. No sabía realmente por qué lo decía, solo que todas sus ideas previas habían estado equivocadas, que todo en él se revolvía, mientras giraba empujando la silla a un lado y corriendo a encerrarse en su cuarto. En medio de la confusión, comprendió que su padre tenía antecedentes. Que en el juicio saldría verdaderamente culpable. Que era un verdadero imbécil en todo sentido, pero que él no podría soportar el perderlo, porque dependía de él. Y vio el muñeco al fondo de su closet, y comprendió que solo le quedaba esperar que toda la historia se repitiera, que su padre volviera a fugar y se mudaran a Sado o a Hokaido, o más lejos aun, al culo del mundo; o, si no, jalar el cordel rojo.
-¡Se te ha concedido la venganza!- resonó una voz oscura, mientras un fuerte viento abrió de un golpe la ventana del cuarto y se llevó consigo la cinta que arrancó de la mano de Fuusuke.
oOo
-Por favor, sírvase venir conmigo, señor fiscal- dijo un policía, apretando su hombro desde atrás.
El fiscal Tokeyama se sobresaltó y derramó el café que había estado tomando en la terraza del restaurante. Volteó para ver a un muchacho de unos veinte años, con uniforme azul de policía y
cabello negro cubriéndole el ojo derecho.
-¿Hay algún problema?- sonrió el fiscal.
-Está usted bajo arresto, señor Tokeyama. Venga conmigo de inmediato.
-¿Bajo arresto¿Pero por qué...?
El fiscal no pudo terminar su frase, pues fue arrastrado por el firme brazo del policía que no había dejado de apretarle el hombro, y empujado sin ninguna explicación hacia la parte trasera de un camión patrullero al borde de la calle. En cuanto cayó violentamente sobre el suelo del carro, las puertas se cerraron sobre él, dejándolo a oscuras.
-¡Oigan¡Esto es un error¡Yo no he hecho nada!- gritó, mientras golpeada las puertas y las paredes, una y otra vez, sin respuesta, sin idea hacia dónde se dirigía la patrulla que sentía moverse bajo sus pies.
Cuando abrieron la puerta, la luz lo cegó por unos segundos, y no pudo ver nada mientras dos personas lo agarraban violentamente y lo arrastraban fuera del camión y por lo que parecía ser un pasillo, bajaron unas escaleras hasta un pequeño cuarto con bladozas blancas en las paredes y lo volvieron a arrojar al suelo.
-¿Qué es esto?- protestó una vez más- ¡Yo no he hecho nada¿De qué me están acusando?
-Está usted siendo procesado por asesinato múltiple, señor Tokeyama- respondió una mujer alta, con uniforme azul ajustado y cabello negro recogido en un moño. El otro que lo había arrastrado
hasta aquí había sido nuevamente el mismo joven de cabello sobre el ojo.
-¡Pero yo no he matado a nadie!- exclamó el fiscal.
-Oh, ya verá que sí- rió el joven policía, mientras abría una puerta a un lado del cuarto y sacaba a empujones a un hombre confundido, que quedó parado justo frente a Tokeyama, cuando su cabeza repentinamente estalló en miles de gotas rojas que le salpicaron al fiscal en el rostro, mientras el cuerpo inerte de la víctima caía a un lado. La mujer policía aun tenía en alto su pistola humeante, mientras su compañero se dirigía una vez más hacia la puerta, para sacar arrastrada a una pequeña niña de cabello marrón corto y uniforme escolar azul.
-¡¡No¡¡Deténganse¡¡Qué demonios es esto!!- gritaba Tokeyama, mientras la niña desconcertada se apoyaba en la pared a su costado y caía muerta al instante, asesinada.
-Esto no tiene sentido. Ustedes son los asesinos.
-No es así- respondió el muchacho.
-Nosotros somos la ley- sentenció la mujer.
-Pero ¡yo aun no he hecho nada!
-Pues necesitaremos de su ayuda en este caso, señor Tokeyama- dijo el muchacho, inclinándose hacia él-. Como usted sabe muy bien, la ley nunca se equivoca.
El joven miró las manos del fiscal, y cuando este se percató, ya estaba sosteniendo la pistola asesina y bañado en la sangre de sus víctimas.
-¡Pero no pueden condenarme sin un juicio!- protestó por última vez, pero al momento se dio cuenta que había aparecido un hombre más, bajo, calvo y de ojos pequeños, vestido en un terno negro, y estaba firmando unos papeles sobre una mesa al fondo de la habitación.
-¿Cómo se declara el acusado?- preguntó el viejo, alzando la vista de sus papeles.
-¡Soy inocente¡No he hecho nada!
-Pues temo que la fiscalía lo ha encontrado culpable. Por el delito de fraude y asesinato múltiple a Kenishi Higuchi, Oumori Kaoru e Imaguchi Takezo, lo condeno a la pena capital inmediata.
Mientras los oficiales de policía se le acercaban una vez más, Tokeyama pataleaba intentando ponerse de pie, pero sus zapatos resbalaban en los charcos de sangre, y los policías lo agarraron a palazos para dominarlo y empujarlo a la puerta lateral de la que habían salido las víctimas. Cuando se percató, ya tenía esposas en las manos y una horca alrededor del cuello, y el suelo se abrió bajo sus pies, dejándolo caer en el vacío y haciendo que la soga le sustrajera todo el aire, mientras frente a su rostro veía solo los ojos rojos de una pequeña niña.
-Oh penosa sombra atada a la oscuridad, despreciando a la gente y haciéndole daño... ¿Quieres probar la muerte?
oOo
Esta vez la barca cargaba el alma de Tokeyama Kyouji, un alma negra cargada de pecados. Mientras Enma Ai remaba por el gélido río del infierno, él solo intentaba en vano ponerse de pie.
-Esto no es justo...- susurró.
-En este mundo o el suyo, no existe la justicia, solo los contratos- respondió fríamente la niña del infierno, sin voltear a mirarlo.
Al pasar la lista, el profesor Imaguchi notó el cambio de expresión que había sufrido el rostro de Saegawa Fuusuke. Tuvo que llamar su nombre tres veces para que respondiera. Su rostro había perdido la dureza que solía tener, aunque sus pensamientos no parecían en calma, sino muy pendientes de lo que sucediera en el otro mundo. Con placer había Takezo visto en el periódico de esta mañana, que aun yacía sobre su carpeta, la noticia de la desaparición del fiscal Tokeyama. No le cabía duda alguna que, al igual que en su pecho, sobre el corazón de Saegawa-kun ahora también había marcado un sello negro en forma de flama.
