Disclaimer: Demasiado menina para ser Rowling. Druida dixit.

Este fic iba a participar el año anterior para el reto de Halloween del año pasado de la Noble y Ancestral Casa de los Black. Nunca conseguí terminarlo (lo cual fue estúpido: me quedé a poco más de mil o dos mil palabras de terminarlo). Está basada en Drácula, de Bram Stoker, una de mis novelas de terror favoritas. BTW, this is EWE?

Ahora el plan es sencillo: dividirlo en cómodas partes y subirlo antes del día de Todos los Santos.


AL ANOCHECER

Capítulo 1: La invitación

La lluvia caía sin piedad contra ellos, golpeando sobre la tierra apelmazada, la madera de roble, el mármol y sus capas oscuras. De alguna manera estúpida, Draco no era capaz de pensar un tiempo mejor para despedirla. Pansy era tan melodramática que le habría encantado estar allí. Le habría encantado ver las expresiones dolidas de sus amigos y familiares, el agua despidiéndola y mezclándose con algunas lágrimas mal contenidas.

Pansy había muerto de manera repentina: un día estaba bien, yéndose a su viaje de novios, y al día siguiente se despertó pálida y sin vida. Los sanadores no supieron qué había sido. Todo había ocurrido tan deprisa, tan repentinamente, que tenía que repetírselo una y otra vez para que no se le olvidara. Había asistido a muchos funerales tras el fin de la guerra y todos habían parecido tan irreales como aquel. Era un sueño extraño. Un sueño que se acomodaba en su pecho y del que sabía que jamás se despertaría.

Ginny le apretó suavemente la mano y Draco se permitió dejar escapar un suspiro que quedó ahogado por las palabras del mago que oficiaba el entierro.

Si alguien le hubiese dicho hacía cinco años que acabaría apreciando la compañía de la chica Comadreja le habría lanzado una buena maldición o dos. Pero así era, todo había comenzado cuando había repetido su séptimo año para poder tomar sus EXTASIS. Durante una clase de pociones les había tocado ser compañeros de laboratorio y a partir de ahí, se dieron cuenta que compartían muchas cosas.

Los dos eran seguidores de los Falmouth Falcons, disfrutaban volando en escoba, leían las novelas de Helen Jules, les gustaba empezar las comidas con la fruta y odiaban, sobre todas las cosas, a Harry Potter. Para Draco los sucesos de la guerra no habían terminado a ayudar a superar su enemistad. Era cierto que le debía mucho, pero no dejaba de ser un imbécil gafotas que iba pavoneándose por ahí como si el mundo fuera suyo. Y había encontrado en Ginny una aliada. Su adoración hacia él había desaparecido cuando habían roto, convirtiéndose en un amargo rencor.

—¿Te importaría si me quedo esta noche en tu casa, Gin?— le preguntó inclinándose un poco hacia ella. Ella llevaba el pelo largo y liso, bajo un sombrero de ala ancha y un vestido discreto.

—No, para nada— respondió sin mover casi los labios. Tenía la mirada fija sobre el ataúd y una expresión extraña en su rostro— ¿Dónde está Zabini?

Draco recorrió rápidamente al grupo con la mirada. Vio a Goyle sorbiéndose los mocos y con los ojos acuosos, a las hermanas Greengrass pálidas y con una expresión tan tranquila que parecía irreal, a Nott oculto entre los asistentes... pero no, no había ni rastro de Blaise.

No quería hacer suposiciones basadas en nada, pero aquello era extraño. No había ninguna razón por la cual Zabini tuviera permiso para saltarse el entierro de su esposa. No era lo apropiado. Los rumores comenzarían en nada. Su madre tenía tan mala prensa sobre matrimonios acabados en muerte de uno de los cónyuges que solo añadiría más leña al fuego. No era inteligente.

La madre de Pansy dejó caer una orquídea antes de que el sacerdote hiciera un floreo con su varita. La tierra fue deslizándose lentamente sobre la tumba, como si se tratara de una cortinilla de humo, hasta sepultarla del todo.


Draco no vio a Zabini la semana siguiente a la muerte de Pansy. Ni siquiera la siguiente. Los rumores no solo habían estallado como si se tratara de un volcán, sino que además habían llegado a la oficina de aurores. A Draco le costaba imaginárselo como un asesino a sangre fría, pero ellos no pensaban lo mismo. Sus investigaciones, ante las negativas de Zabini a presentarse a declarar, le habían salpicado a él.

Por supuesto, aquello solo había significado un montón de horas en la oficina de aurores siendo interrogado por el fastidioso Harry Potter como si la hubiese matado él mismo. Menudo imbécil.

Se apareció frente al piso de Ginny. Se había trasladado allí después del funeral, pensando en alejarse un poco de todo aquello que le recordaba a Pansy y se había sentido tan a gusto que había decidido quedarse más de lo estipulado. Su madre había arrugado la nariz y había dicho algo sobre juntarse de más con los Weasley, pero él la había ignorado como había podido.

Abrió la puerta y entró en el pequeño piso, decorado con muebles sencillos y de madera clara. En seguida le llegó el sonido de una conversación apagada desde la cocina. Casi sin darse cuenta se encontró frente a Hermione Granger. Las chicas estaban allí sentadas, tomando un té y hablando con las cabezas muy juntas.

—Ey— saludó Ginny incorporándose un poco—, que pronto has llegado. ¿Qué tal te ha ido en el Ministerio?

—Tan bien como imaginábamos— replicó sin fijarse demasiado en Granger, que se había erguido en cuanto le había visto, manteniendo muy rectos los hombros y torciendo el gesto.

—Vaya, Malfoy, no sabía que ibas a venir.

—Yo no tengo por qué darte explicaciones, Granger— le espetó esbozando una sonrisa maliciosa.

—Draco se ha mudado aquí— le explicó Ginny sonando mucho más amigable. La expresión de Granger se ensombreció un poco y formó una pequeña "O" con sus labios. Draco sonrió un poco más, saboreando el momento.

—Si luego te apetece salir avísame, voy a subir un rato arriba— murmuró besando ligeramente uno de los pómulos de Ginny. Granger no apartó la mirada y estrechó los ojos peligrosamente. Draco podía imaginarse los cuentos con los que luego iría la Sabelotodo a su maridito.

—Vale— respondió con una sonrisita tonta, una sonrisita que Draco supo que estaba dedicada a Granger. A los dos les divertía de igual manera que se creyeran que había algo entre ellos—. Por cierto, antes te ha llegado una lechuza. Está esperándote en la azotea.

La carta era de Zabini, escrita con su pequeña y redondeada caligrafía y sellada con el escudo de su familia. Draco rasgó el sello algo extrañado y desenrolló la carta con pulso tembloroso. Hacía casi dos semanas que su amigo no daba señales de vida y estaba algo preocupado. Le había mandado cartas que solo habían recibido por contestación el silencio.

"Mi querido amigo", comenzaba el pergamino, "siento haber estado indispuesto los últimos días. La muerte de Pansy me afectó terriblemente y preferí llevar mi luto en solitario. Sin embargo, hoy me he encontrado echando de menos la compañía humana y en seguida he pensado en ti. ¿Te apetece cenar en mi mansión esta noche? Así podré disculparme personalmente de que te hayan molestado los aurores por mi causa. Puedes traerte a tu amiga pelirroja si así lo deseas, cuantos más seamos... mejor. Un saludo. Blaise".


Cuando se aparecieron frente a los portones de la mansión, una construcción del siglo XVIII que les había regalado los padres de la novia cuando anunciaron su compromiso, les golpeó impasible el frío aire de otoño. Ginny, a su lado, se abrazó a sí misma mientras que intentaba que su capa la tapara lo máximo posible. Él, por su parte, dio un paso al frente y llamó a la puerta con dos golpes firmes y seguros.

—Esto parece vacío— murmuró Ginny apretándose contra su costado al cabo de un rato.

—Zabini es muchas cosas, pero no es un impuntual— replicó Draco volviendo a llamar.

Solo recibieron como respuesta el silencio de la noche y el arrullar del aire. Ginny temblaba medio abrazada a Draco, quién le había pasado un brazo distraídamente por encima de sus hombros.

—Venga, vá...— comenzó a decir Ginny, pero fue interrumpida por una voz profunda que venía del otro lado de las rejas.

—No iréis a marcharos ya, ¿verdad?— de entre las sombras salió un hombre alto y negro, de pómulos marcados. Draco jamás lo había visto con tan mal aspecto. Estaba pálido y ojeroso, pero aun así intentaba mostrar una buena apariencia. Sonreía, enseñando sus dientes blancos, y llevaba una túnica cara, como si nada hubiese pasado.

— ¿Por qué has tardado tanto?— se quejó Draco apartándose un paso de Ginny y ofreciéndole su mano.

—No os esperaba tan pronto— confesó Zabini aceptando el gesto con movimientos elegantes y seguros—. Vamos a dentro y tomemos algo mientras hablamos. Aquí fuera hace un tiempo horrible.

Dicho esto, tomó a Ginny por los hombros y los guió hasta dentro de su casa. Dentro, Draco solo pudo encontrar más símbolos de lo mal que lo debía estar pasando su amigo. Todo estaba a oscuras y apenas unas velas flotantes alumbraban el recorrido al salón de invierno. Había una fina capa de polvo, como si hiciese semanas que nadie limpiaba, en la que iban dejando las huellas de sus pisadas. Además, el ambiente estaba cargado.

¿Cuándo la había ventilado por última vez?

—Zabini, ¿dónde están tus elfos?— preguntó procurando no separarse mucho del grupo. Y no es que fuera un cobarde, tenía la varita bien a salvo en la pechera de su túnica y era un mago competente, pero había algo en la casa que le ponía los pelos de punta. Hasta la casa de Ginny resultaba ser un lugar más acogedor, con su chimenea encendida y su luminosidad. Aquel lugar casi parecía... pobre.

—Les di la prenda— respondió con simplicidad Zabini haciéndolos pasar por un largo pasillo.

—¿Qué tú hiciste qué?— preguntó parándose de golpe. Ginny también detuvo el paso y miró con cierta sorpresa a Blaise. Los elfos eran unas criaturas mágicas muy apreciadas y muy difíciles de conseguir. Los señores Parkinson habían conseguido tres ejemplares magníficos como regalo de bodas de su hija y... ¿se había desecho de ellas sin pestañear?

—Les di la prenda— repitió con tranquilidad volviéndose a poner en marcha—. Si no os importa, preferiría no seguir hablando de ese tema— añadió con voz floja, haciendo que a Draco se le encogiera el estómago.

Nadie rompió el silencio hasta que entraron en el salón. Draco lo había visto cuando habían comprado la casa, era una sala luminosa, de techo alto y dos lámparas de araña de oro y cristal. Ahora, los últimos vestigios de aquella habitación se encontraban sobre la chimenea apagada. Había un cuadro de cuerpo entero que retrataba a Pansy en tonos pasteles que apenas era iluminado por un puñado de velas.

En cuanto entraron, Pansy sonrió y saludó con la mano, provocando que el estómago de Draco se encogiera de nuevo. Estaba reclinada sobre un columpio y llevaba una preciosa túnica tradicional de color pastel. Parecía tan real que, simplemente, no era justo.

—Así que, ¿qué se está cociendo allá a afuera?— preguntó Blaise sentándose en una butaca frente al cuadro de su esposa muerta.

—Ya sabes, lo de siempre— respondió escuetamente Draco, mirando fijamente a su amigo—. Fiestas del Ministerio, recogida de fondos, Daphne y Theo se han peleado. Ella se ha ido con su hermana a Francia, según una de las cartas que me envió.

—Ya veo— asintió él alisando la pechera de su túnica—. ¿Y sobre mí qué se está diciendo?

Draco se esforzó por seguir sonriendo, mientras que Ginny se sentaba rápidamente a su lado.

—Vamos, ¿no me creerás tan inocente? ¿O es que no confías que pueda soportar la verdad?—. Al ver que no respondía, se levantó de un salto de su asiento y caminó hasta un pequeño armario—. He recibido lechuzas, ¿sabes, Malfoy? Y el Profeta. Eso sin contar las citaciones de los aurores. ¿Qué dicen de mí en la calle?

Ginny se aclaró la garganta antes de responder, sorprendiendo a Draco.

—Que la mataste— El tono de Ginny no tembló cuando habló— como hace tu madre con sus maridos. Que es el mismo caso, lo único que tú no fuiste tan paciente. Que solo querías hincar el diente a la fortuna de los Parkinson, aumentar tu patrimonio.

—Que encantadora— murmuró Zabini dejando una bandeja de plata sobre la mesilla del salón. Con gestos seguros sirvió tres copas y volvió a tomar asiento—. Es exactamente lo que me temía, tendré que presentarme a declarar antes de que intenten asaltar mi casa. No quiero destrozos.

—Deberías, quizá así dejen de molestarnos— añadió con fastidio Draco mientras cogía su copa. Era un vino con una textura espesa y un olor penetrante. Olía a clavos y a jengibre—. Me he pasado toda la mañana en el Ministerio, ¿sabes? Por Merlín, ¿qué demonios es esto?

—Oh, una bebida típica de los magos de Transilvania. Nos trajimos varias cuando volvimos de nuestra luna de miel. A Pansy le encanaban— añadió tranquilamente, recostándose en su asiento y jugueteando con su copa entre los dedos.

—Oh— fue todo lo que pudo decir Draco, volviendo a llevar la bebida a sus labios e incapaz de decir nada malo de ella.

Al cabo de tres o cuatro copas más, la bebida no le pareció tan mala. Se tragaba bien y dejaba un regustillo agradable a lo largo de su garganta. Y Ginny debía de pensar lo mismo, porque cuando se levantaron para cenar prácticamente tuvo que abrazarse a Zabini para llegar a la mesa.

—Espero que me disculpéis— dijo Zabini mientras la ayudaba a sentarse—, pero desde lo de Pansy no tengo demasiado apetito.

La comida, servida en platos de plata, estaba fría cuando comenzaron la cena. A pesar de todo, y acompañada de más vino transilvano, Draco la disfrutó mucho. O quizá de lo que estaba disfrutando era de un amigo del que hacía mucho tiempo que no sabía nada. Zabini les acompañó todo el rato y se comportó de manera tranquila y servicial. Ayudó a Ginny a cortar su bistec y a llevarse la copa a los labios, una y otra vez, mientras les narraba con voz tranquila y monótona su visita al país del este.

Cuando llegó la hora de irse, con la cabeza de Ginny reposando sobre su hombro, Zabini anunció que deberían quedarse a dormir allí. Y, a pesar de que a Draco seguía sin gustarle aquella casa, se encontraba tan cansado que no se le ocurrió ninguna queja. Casi sin darse cuenta se dejó arrastrar y arropar en una de las muchas habitaciones de invitados y, lentamente, todo fue oscureciendo a su alrededor.

Continuará.


Bueno, de momento eso es todo. ¿Les está gustando?