La joven sacerdotisa se encontraba sobre su futon muy pensativa aun no estaba segura si había tomado la decisión correcta

-pero es que ya no puedo esperar más- suspiro

Después de todo ella tenía ya 19 años encima y su prometido aun no la había hecho sentir mujer.

Lo había estado pensando toda la noche ¿Cómo hacer que Yoh la hiciera suya, que sus almas se fundieran en una misma que sus cuerpos se tocaran uno al otro sin límite alguno?

-aaaaaaaaay-en solo pensarlo kyoyama se estremecía por completo

Si estaba firmemente decidida no pasaría de esta semana

Lunes

A la mañana siguiente un castaño se despertó con los rayos de sol que entraban por su ventana se sorprendió mucho al darse cuenta que su prometida no lo había despertado con sus usuales gritos y baldes de agua fría.

Se paro con dificultad (todavía no estaba despierto del todo) y camino por el pasillo hasta llegar al cuarto de la rubia mas orgullosa del planeta (esto se decía siempre para aceptar el hecho de que si Anna nunca cambiaria pero que importaba aun así la amaba)

Sin embargo estas palabras no lo prepararon para la escena que tuvo frente a él al abrir la puerta

-Anna???

No lo podía creer la imagen que tenia ante él no podía ser de este mundo no señor tanta belleza no podía ser humana

Sobre su futon se encontraba su prometida dormida plácidamente como cualquier día pero a diferencia de cualquier otro día, esa mañana en especial esa gloriosa mañana en la que el shamán fue a ver que sucedía con ella y por qué no lo había despertado como todos los días, noto que ella no llevaba su yukata de siempre, no hoy tenia puesto un pequeño body negro transparente con mucho encaje este se podía ver ya que solo una tercera parte de su cuerpo estaba cubierta por las sabanas su cabello cubría al mitad de su rostro lo único que se podía ver con claridad eran sus labios rojos y finos.

Se veía tan pequeña sensual provocativa, una mujer digna de cualquier hombre en ese momento el joven que la veía muy detenidamente desde la puerta de la habitación no pudo evitar sentir un deseo de poseerla y hacerla suya, hasta que su sangre corrió rápido hasta sus mejillas haciéndolo sentir un extraño calor sobre su cara un calor casi insoportable, el casi por instinto lo único que pudo hacer fue salir corriendo de ese lugar y dirigirse casi volando hacia el baño de la pensión para tratar de apagar inútilmente con agua el fuego que acababa de prender la pequeña itako con su sola presencia.

Mientras tanto en la habitación de esta última se dibujaba una sonrisa

-la guerra a comenzado…