Negación
Dicen que al brillar un relámpago nacemos y brilla aún más cuando morimos.
Envejecer es el único medio de vivir mucho tiempo y nada va más deprisa que los años. Todo el mundo desea llegar a viejo, pero cuando ya están en esa etapa de su vida lo niegan.
A los viejos les brillan los ojos y a los jóvenes nos brilla la llama en nuestro interior. Pero cuando esa llama se apaga es el fin.
Llegué a Forks hace 4 meses. Dejé a mi madre para pasar unas vacaciones con mi padre, pero hace tan solo 2 meses y 3 días antes para ser exacta, me enteré que mi madre había tenido un accidente automovilístico donde su auto cayó a un rio y falleció ahogada. Desde entonces vivo con Charlie, mi padre y era algo que ni él ni yo esperábamos. Estos últimos meses se me ha hecho difícil contener mis emociones. Quisiera poder retroceder el tiempo cada vez que yo quisiera para poder estar con ella y sentir sus abrazos, su olor tan característico a melocotón y sus caricias, por lo menos una vez más, quisiera poder decir al resto de la gente "estoy bien" cuando me lo preguntan y sobre todo quisiera poder recuperar la vida que tenía antes.
Mi vida se me fue de las manos cuando la muerte se llevó a mi madre. Si el tiempo no me mataba, lo podía hacer cualquiera cosa y era algo que quería.
Charlie tocó a mi puerta y sin que le diera permiso, entró.
- Bella. – me observó. - Sé que es difícil… pero ¿Por qué no sales e intentas divertirte con Jacob? ¿Lo recuerdas cierto? – su tono fue sarcástico.
- Obvio que lo recuerdo, siempre que vengo a Forks salgo con él. Pero ahora no quiero… gracias.
- Sé que lo recuerdas, solo había sido una broma, pero… ¿segura? Él está aquí y…
Lo interrumpí. - ¿Charlie no me escuchaste? Dije que quiero estar sola. Por favor ¿Es tanto pedir?
Suspiró y me quedó mirando un poco enojado. - Por lo menos levántate… todo este tiempo llevas encerrada en este cuarto.
- ¡Charlie ya vete! Déjame en paz.
-Bella. Se lo que sientes. También fue mi esposa pero ahora te tengo a ti y no quiero perderte, no de esta forma. – su voz se suavizó sintiendo un poco de compasión.
- Charlie vete. – volví a repetir. No quería seguir escuchando. Solo quería estar sola.
- Bien me iré, pero irás al siquiatra como castigo. – Cerró la puerta y se fue.
Después de esa pequeña discusión, Charlie me obligó a ir donde un siquiatra. Le asustaba mi forma de actuar. Ya no era la niñita cariñosa, amable y simpática de antes. Estaba tan callada, agresiva y tan abrumada que ni con mi siquiatra pude abrir mis sentimientos.
Solo pensaba en René, mi tonta y alocada madre que se me fue de mi vida sin avisar. La muerte la tomó en sus manos y me la arrebató como si me hubieran arrancado el alma y todo pasó sin importarle mis sentimientos. Se me fue con la oscuridad y la luz de un anochecer, y sin un adiós… se me fue de aquí a la eternidad, ya no está y lo peor de todo… es que ya no volvería…
El día del funeral, trate de aguantarme lo más que pude para no derramar lágrimas y una vez terminada la ceremonia le dejé una rosa roja en su ataúd y le di un beso a mi mano y después toqué su ataúd con la misma. Todo el mundo que conocía a René me abrazaba con cara de "pobrecita" y me daba sus condolencias, algo que no quería pues no aceptaba lo que me había pasado. Jacob también estuvo en el funeral. Me abrazó y me susurró en el oído.
- Bella, todo mejorará, tienes que ser fuerte.
No supe que decir, más que decir lo que le decía al resto. – Gracias
- Ey ¿Quieres salir de aquí?
-Sí. No quiero seguir aquí. Me pone… mal.
Salimos del cementerio y nos fuimos.
-¿Dónde quieres ir?
-A mi casa. – respondí.
- Bueno, vamos. Bella de verdad lo lamento…
-Por favor no lo hagas… - interrumpí. - No quiero que me digas eso. Aun no logro asimilarlo.
- Está bien. Pero es lo que siento.
- Ok.
Seguimos caminando y el tiempo no nos acompañó del todo. Se puso a nevar como de costumbre. Las calles, árboles y casas se volvieron blancas al pasar los minutos. Una vez que llegamos a casa Charlie ya estaba ahí junto con el padre de Jacob. Antes de entrar Jacob se puso delante de mí.
-Bella… ¿Mañana te paso a buscar? Digo… para que te despejes un poco… - se mordió el labio inferior de nervios.
No tenía la más mínima gana de salir. Solo quería estar en mi cuarto encerrada sin que nadie me molestara, pero sus intenciones eran buenas. – Jacob te lo agradezco… pero no creo que sea buena idea… no ando con los mejores ánimos como para salir.
Me miró un poco desilusionado por mi respuesta pero lo entendió. Supo que quería mi espacio y que no quería ahogarme más de lo que ya estaba. – Está bien. Lo entiendo. – cuando ya entramos a la casa me despedí de él y subí a mi habitación.
Pasaron más días y no salía de mi cuarto, no hacía nada además de dormir y estar acostada en mi cama todo el día, mis sentimientos y mentalidad seguían iguales nada había cambiado, tenía miedo y la tristeza que sentía era como la boca de un muerto. Un día, en mi habitación me senté frente a mi espejo observando mi reflejo y al hacerlo no podía reconocerme, estaba más delgada e incluso hasta fea. Estuve sentada como dos horas aproximadamente y fue cuando lloré desconsoladamente. Puse mi rostro en una almohada para que Charlie no me escuchara llorar.
Oculté mi más hermoso recuerdo y lo guardé bajo llave en el fondo de mi corazón. No me quedó de otra que seguir soportando mi terrible pesadilla del día a día. Pasó más tiempo y poco a poco me fui encerrando en mi mundo, lleno de soledad, tristeza y amargura. No sabía nada de Jacob, a pesar de que prácticamente todos los días iba a visitarme con la esperanza de que saliera a respirar un poco de aire fresco con él y cada vez que Charlie intentaba hablarme, me hacia la dormida. Quería tratar de cambiar pero no podía, se me hacía muy difícil.
Lo único que quería era dejar de vivir mi infierno y acabar de algún modo con ello. Me invadió la pena cuando recordé a mi madre al ver una foto de ella. Lo pasábamos tan bien juntas, las locuras que hacíamos y los juegos; quería volver a estar con ella, la opresión que sentía en mi pecho y el dolor me asfixiaba, me mataba lentamente, no podía contenerlo, mis pensamientos se me fueron de las manos, no lo podía soportar, nada podía cambiar lo que sentía. Ya no podría estar con ella, esa ausencia dejó un hueco en mi corazón. Mi siquiatra me decía que al principio el dolor es intenso pero que desaparecería con el tiempo. Que esa herida tardaría un tiempo en curarse y que iría doliendo un poco menos cada día y que al cabo de un tiempo, podría seguir con mi vida, sin dejar de querer o recordar a mi madre.
Yo no sentía lo que él me decía, solo sentía que mi dolor crecía un poco más todos los días. Recordar a una persona fallecida y que queremos, en este caso mi madre era una forma de mantenerla viva en mis recuerdos.
Charlie no estaba en la casa, estaba trabajando como de costumbre asique me fui a mi auto y manejé sin rumbo alguno. Antes de salir le dejé una nota a Charlie que expresaba "No me esperes más. Perdóname Charlie, pero no lo soporto. Eres un buen padre. Sigue con tu vida. Bella".
Las horas pasaron y yo seguía manejando y fue cuando me di cuenta que ya estaba atardeciendo, el sol medio opacado por las nubes comenzó a ocultarse frente al mar, no sabía dónde ir y de repente vi un enorme acantilado. Sin pensarlo me dirigí hacia allá. Al llegar me bajé del auto y avancé hacia la orilla. Observé como las olas se agitaban y golpeaban las rocas con mucha fuerza. No lo pensé ni medio segundo… ya lo tenía decidido.
Me alejé de la orilla y caminé unos cuantos pasos hacia atrás. Me quedé un par de minutos contemplando la hermosa vista y mientras lo hacia mi vista comenzó a nublarse por las lágrimas.
- Perdónenme… Charlie… te amo, pero no puedo más. – No me sentía parte de este mundo. No pude encontrar mi identidad sin mi madre. No pude aceptar su muerte y lo peor es que me negaba hacerlo.
Con mi blusa me limpié las lágrimas que recorrían mi cara, me puse en posición y comencé a correr sin parar, podía sentir la brisa del suave viento golpeando por última vez mi rostro. Sentí la adrenalina al caer al mar. Es difícil imaginarlo, pero me sentí libre.
Una vez en el mar sentí cómo cientos de cuchillos apuñalaban cada milímetro de mi cuerpo. No pensé que quedaría viva al lanzarme desde esa altura. No podía pensar, no podía gritar, no podía respirar. El golpe que obtuve al caer al frío mar fue tan duro que prácticamente no podía moverme, comencé a sentir un dolor muy agudo, casi insoportable en mi brazo izquierdo. Las olas me comenzaron a derribar, me golpeaban una tras otra. El pánico comenzó a apoderarse de mí, y fue cuando una de las olas hizo de lo suyo y me azotó con una fuerza inexplicable hacia una de las rocas, el golpe que recibí fue tan fuerte en mi cabeza que antes de quedar inconsciente, vi mucha sangre y prácticamente estaba en todo mí alrededor. Era mi fin.
