Tres niños y un bebé

Disclaimer:

Los personajes pertenecen a S. Meyer, pero si me regala a Emmet no me quejo, y la historia tampoco es mía solo la adapto por diversión. No se olviden comentar.

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Argumento:

A los gemelos de ocho años de la doctora Bella Swan les encantaba alborotarlo todo. Pero cuando urdieron un plan con Anthony, el hijo del vecino, para desaparecer con un bebé que habían encontrado en el parque, fue la gota que colmó el vaso. La búsqueda de los niños hizo que la tranquila pediatra no sólo perdiera el control, sino que empezara a enamorarse de Edward Cullen, el padre divorciado de Anthony.

Quería un final feliz, pero entonces apareció la ex mujer de Cullen. Por supuesto, Bella estaba más que dispuesta a compartir a tres niños y un bebé, pero no iba a dejar que nadie más se acercara al hombre con el que pretendía casarse.

Capítulo 1

—¡Wow! ¿Podemos quedarnos con ella?

Jacob Swan, que era un minuto mayor que su gemelo idéntico de ocho años, Seth, miró en la cesta y se enamoró. El bebé era una niña. Lo sabía porque la manta era de color rosa, igual que el pijama, pero la nota que traía prendida estaba escrita en papel amarillo. Decía: Por favor, cuida de mí. Como Jacob era el mayor y por tanto más inteligente, dijo:

—Claro que vamos a quedarnos con ella. ¿Eres tonto?

—No me llames tonto —dijo Seth, que estuvo a punto de caerse del columpio del parque, apretando los puños.

—Es que eres tonto.

— ¿Puedo ponerle nombre? —Preguntó su vecino y amigo de siete años, Anthony Cullen—. Siempre he querido tener un bebé, pero papá dice que hacen ruido y huelen mal.

—A mí no me parece que ésta haga ruido ni huela mal —aseguró Seth.

—Espera a que haga caca —Jacob olfateó cerca de la manta—. Una vez vi una película en la que los bebés hacían mucha caca. Vamos a tener que buscar pañales.

—Seguro que mamá tiene algunos —sugirió Seth—. Le pediremos que los traiga de la clínica.

Su madre era pediatra, así que seguro que tenía equipamiento para bebés en caso de emergencia. Habían visto muchas veces su equipo médico, así que Seth se sentía también un poco médico.

— ¡No! —Anthony se cruzó de brazos y dio un pisotón al suelo—. No quiero contárselo a vuestra madre.

— ¿Pero qué te pasa? —le preguntó Jacob.

—No pueden llamar a su madre en un momento así, eso me pasa.

— ¿Por qué no? —quiso saber Seth.

—Porque este club es sólo de chicos. ¿Por qué quieren que su madre forme parte de él?

—No queremos —aseguró Jacob—. Pero ella lo sabe todo de bebés. Es médico.

—Mi padre también sabe de bebés. Es bombero. Además es chico, así que es mejor contar con él que con su madre.

—Quiero a mamá —dijo Seth—. Cocina muy bien.

—No, digo que no —Anthony puso los ojos en blanco—. Lo que digo es que éste es un club de chicos y debemos guardar entre chicos el secreto del bebé.

— ¿Tú qué opinas? —le preguntó Seth a su hermano mayor girándose hacia él.

Jacob se tomó un instante para reconsiderar los hechos. Suponía que su madre sabría probablemente más cosas de bebés, pero era una chica. El padre de Anthony sabía mucho sobre incendios y cosas así, de modo que si el bebé se quemaba sabría qué hacer. Podrían preguntarle a la niña con quién quería ir, pero eso era una estupidez porque no sabía siquiera hablar. Jacob se calló aquella idea, por si acaso los otros se reían de él.

— ¿Y bien? —preguntaron Seth y Anthony.

—Estoy de acuerdo con Anthony. Tenemos que guardar este secreto entre chicos.

— ¿No deberíamos votar? —preguntó Seth.

Jacob suspiró.

—Que levante la mano quien piense que deberíamos llevarla con el padre de Anthony.

Jacob y Anthony levantaron la mano.

—De acuerdo —dijo Jacob—. Ahora, que levante la mano quien quiera que se la llevemos a nuestra madre.

Seth y Anthony levantaron la mano.

—No puedes votar dos veces, Anthony —en aquel momento Jacob estaba bastante molesto con su mejor amigo—. ¿Cuál de las dos opciones eliges?

—A mi padre, pero no quiero que Seth se sienta mal. Además, tu madre cocina muy bien.

Jacob suspiro. Cielos, qué duro era estar rodeado de personas tan poco inteligentes.

—De acuerdo, votemos otra vez. ¿Quién vota por el padre de Anthony?

Jacob y Anthony levantaron la mano.

— ¿Y por nuestra madre?

Seth y el bebé levantaron las suyas.

—Oh, vamos —protestó Jacob—. Seth, deja al bebé. Le vas a romper el brazo. Ya está, yo soy el Jefe y digo que vamos a llevarlo con el padre de Anthony.

Seth le sacó la lengua.

/./././

Ya estaba hecho.

Su bebé estaría a salvo. Había visto a los tres niños varias veces en el parque y sabía que venían de hogares maravillosos y llenos de amor. El tipo de hogar que ella no podría proporcionarle nunca a su preciosa hijita.

Renunciar a ella era lo más duro que había hecho jamás. Más duro todavía que haber estado huyendo durante siete meses y luego vivir en aquella comunidad de adolescentes embarazadas para que su abuela y su padre no vivieran aquella vergüenza.

Abandonar a su bebé había sido más duro todavía que sacarla del nido de la comunidad y volver con ella al pequeño pueblecito de Brown, en Kansas, rebautizado con aquel nombre en los años treinta, cuando hubo una gran sequía. Antes de eso, el pueblo se llamaba Forks. La profesora de la escuela de fin de semana le contó que de vez en cuando algún miembro del club de Jardinería hacía circular una propuesta para devolverle al pueblo el nombre original, pero hasta el momento seguía siendo Brown.

Al escuchar llorar a su bebé y no poder ir a consolarla, pensó que el nombre del pueblo se ajustaba perfectamente a aquel lugar: brown (marrón); no negro, otro deprimente color tan próximo al marrón.

/./././

Edward Cullen había tenido un mal día, y a juzgar por los berridos que salían del interior de su casa, iba a empeorar.

Cruzó el porche de madera, abrió la puerta y gruñó cuando se soltó del gozne superior. Estupendo. Una cosa más que había que reparar. Antes de que su ex se marchara se enorgullecía de mantener aquella vieja casa. Kate fue la que quiso utilizar sus escasos ahorros en aquel agujero del siglo XIX. Dijo que aquella casa victoriana y su vecindario, tan antiguo como el estado, eran una buena inversión, y que su cercanía al colegio y al parque rodeado de robles la convertían en el lugar perfecto para formar una familia.

Pero luego descubrió que dedicarse al derecho era más interesante que dedicarse a su marido o a su hijo. Tras quitarse los zapatos de trabajo, Edward se desabrochó la camisa azul del uniforme.

Maldición. ¿Por qué no podía pasar un sólo día sin que se cruzara en su pensamiento? Y sin embargo, no sentía ya nada por ella. Sólo echaba de menos el modo como eran antes las cosas, cuando la casa parecía un hogar.

— ¡Papá, papá! —Su hijo Anthony entró a toda prisa en la habitación—. Corre, ven a ver qué hemos encontrado.

—Ahora no, hombrecito —dijo Edward tratando de utilizar un tono suave.

Una de las cosas que más lamentaba desde que Kate se fue era no ser un padre mejor. Lo intentaba. Dios sabía que lo intentaba, pero últimamente era como si el niño y él hablaran un lenguaje distinto. Un lenguaje que Edward era incapaz de descifrar.

—He tenido un día muy duro. ¿Dónde está tu abuela?

—Tiene una reunión de damas. Me pidió que te dijera que la cena está en la nevera. Sólo tienes que calentarla.

—Gracias, hombrecito —Edward se dejó caer en el sofá exhalando un profundo suspiro—. Ahora, baja el volumen de la televisión y déjame cerrar los ojos un momento. Cuando me despierte jugaremos un rato al béisbol.

—Pero papá, la televisión no está encendida.

—Entonces, apaga eso que hace tanto ruido.

Edward cerró los ojos y se puso un cojín en la cabeza. Olía a sirope. Tenía que decirle a Anthony que dejara de desayunar en el salón.

—Pero papá, eso es lo que he estado tratando de decirte.

—Hijo, por favor. Dame una hora y luego jugaremos al béisbol. Cenaremos. Lo que tú quieras.

—De acuerdo…

Cabizbajo, Anthony hizo un esfuerzo por no llorar de camino a la cocina.

Daría cualquier cosa por que su madre volviera a casa, porque si lo hacía su padre volvería también. Le dolía pensar que su padre ya no le quería. A veces, de noche, cuando escuchaba a su padre viendo la televisión, se preguntaba si él creería que era culpa de Anthony que su madre viviera ahora en Kansas City. ¿Sería ésa la razón por la que siempre estaba malhumorado? ¿Culparía a Anthony de todas las cosas malas que estaban sucediendo en sus vidas?

— ¿Y bien? —le preguntó Jacob cuando salió al porche de atrás—. ¿Va a venir tu padre?

Anthony sacudió la cabeza. Estaba a punto de romper a llorar y por eso no quería hablar.

— ¿Qué ocurre? —preguntó Seth—. ¿Estás llorando?

Anthony negó con la cabeza.

—Entonces, ¿qué pasa? —Jacob se puso en jarras—. ¿Dónde está tu padre?

—Está durmiendo, ¿vale? —Anthony agarró la cesta del bebé y se dirigió hacia la puerta del porche abriéndola con el trasero—. Vamos a llevarla con tu madre.

/././././

La pediatra Bella Swan se bajó de su monovolumen y se acercó al destartalado porche de su casa victoriana. Cruzó la puerta y se dirigió directamente a la nevera. Tenía antojo de helado de chocolate, de modo que, tras abrir la tapa del envase del helado, se lo comió con una cuchara grande en vez de utilizar una cucharilla de café.

La primera cucharada le supo a gloria. Cerró los ojos y saboreó aquel dulce frescor, sin importarle las calorías y la grasa; ya empezaría de nuevo la dieta al día siguiente. Aquella noche se ocuparía de cuidar de sí misma de un modo más allá del físico.

Tras el día que había tenido, en el que se había visto obligada a ser civilizada con la nueva novia de su exmarido, la misma que una vez fue su mejor amiga, se merecía no sólo helado, sino también pizza, patatas, galletas y…

— ¡Mamá! —la puerta delantera se abrió para volver a cerrarse de golpe.

Como si no hubiera suficiente ruido, los gemelos debían haber encendido la televisión, porque aparte de sus ruidos se escuchaba también un llanto de bebé.

— ¡Estoy aquí, niños! —se llevó otra cucharada a la boca para tomar fuerzas y se reprendió a sí misma por desear que sus hijos estuvieran ya en el campamento de verano. Quería a los gemelos con toda su alma, pero podían llegar a ser agotadores.

— ¡Mamá, mamá, mira! —Jacob le enseñó algo que estuvo a punto de hacerle escupir el helado—. ¿Nos la podemos quedar?

—Jacob, ¿de dónde diablos la has sacado?

Bella dejó la cuchara en el fregadero y el helado en la encimera y sacó al bebé, de dos o tres semanas, con la cara roja de tanto llorar, de aquella cesta de la ropa, llevándosela instintivamente al pecho.

—Shh —susurró acunándola. Tenía cien preguntas que hacerles a sus queridos gemelos, pero lo primero era lo primero—. Jacob, trae mi maletín médico del despacho. Seth, llena una cacerola con agua y ponla a calentar al fuego.

—Pero tú siempre dices que no se me ocurra tocar la cocina.

— ¡Hazlo! —Gritó ella por encima del llanto—. Anthony, cariño, corre al armario de Seth y Jacob y tráeme la camiseta más pequeña que encuentres.

— ¿Por ejemplo ésa de los dinosaurios tontos que Seth llevaba en primero y que tiene escondida al fondo del armarlo?

—Perfecto —respondió ella.

—No son tontos —protestó Seth.

—Toma, mamá —Jacob le pasó el maletín jadeando.

—Gracias, cielo.

Bella volvió a dejar al bebé en la cesta y sacó un poco de leche en polvo y un biberón desechable. Al ver que el agua estaba a punto de hervir, retiró la cazuela y metió el biberón dentro.

Anthony volvió a la cocina.

—Aquí está la camiseta.

—Estupendo. Jacob, saca un pañal y unas toallitas de mi maletín.

—Sí, mamá.

El bebé tenía el pijama mojado. Bella la colocó en una toalla sobre la mesa de la cocina y le quitó el pañal, limpió a la niña y luego le puso la camiseta de Seth. Le quedaba grande, pero al menos estaba seca.

Luego apoyó a la niña, que seguía llorando, en su cadera y comprobó la temperatura del biberón. Perfecto.

Bella acunó al bebé y le sostuvo el biberón en los labios. La niña parecía confundida. Tardó unos instantes en averiguar qué tenía que hacer, un signo claro de que estaba acostumbrada a mamar. Bella le puso un dedo en la boquita para engañarla y la niña lo succionó. La pobre debía de tener mucha hambre, porque finalmente se agarró a la tetina del biberón. Cesó el llanto y fue sustituido por una succión casi desesperada.

—Guau —dijo Jacob alzando una ceja—. Creí que nunca se callaría.

—Debe de estar muerta de hambre —Bella acarició la rubia pelusa de su cabecita—. Y ahora, caballeros, cuéntenme de dónde han sacado este ángel.

/./././

Edward se despertó lentamente, desorientado y sin saber dónde estaba. Dividía su tiempo entre el parque de bomberos y su casa y raramente dormía toda la noche, estaba acostumbrado a dar cabezadas. Pero últimamente su sueño era más profundo. Se levantó del sofá. Aunque no tenía hambre, debía comerse lo que había preparado su madre, por el bien de Anthony. Su madre había sido un regalo de Dios durante el divorcio. Cuando él trabajaba se quedaba con Anthony, y se encargaba de que comieran tres veces al día. A veces se sentía avergonzado de lo mucho que dependían de ella.

— ¡Anthony!

Al ver que el niño no respondía, dio por hecho que estaría fuera jugando con sus amigos.

Al mirar por la ventana descubrió la luna poniéndose al atardecer. Algunas luciérnagas revoloteaban por el campo, pero no había ni rastro de los tres niños.

Edward frunció el ceño y miró en la cocina, en el dormitorio de Anthony, en el estudio donde estaba el ordenador y en el patio de atrás, donde los niños organizaban batallas navales en la piscina de plástico. Su hijo no estaba en ninguno de los escondites habituales.

Estaba levantando el teléfono para ver si Anthony había ido a casa de sus amigos, cuando sonó el timbre. Se acercó y vio la sombra de la figura de una mujer tras la puerta. Se fijó un poco más y reconoció a Bella Swan.

—Hola —dijo sosteniendo un poco la puerta rota para conseguir que abriera—. Adelante. Supongo que no habrás visto a Anthony.

—Es curioso —ella se rió con más pánico que alegría—. Confiaba en que tú hubieras visto a Seth y Jacob.

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—No estoy muy seguro de esto —dijo Seth, que iba detrás de Jacob y Anthony.

Llevaba el maletín médico de su madre, la leche en polvo y los pañales. Anthony cargaba con toallas, patatas y palomitas.

—Deja de lloriquear —dijo Jacob, avergonzado de su hermano pequeño.

—Tú no me mandas —protestó Seth—. Esto no es una buena idea.

—Sí que te mando —afirmó Jacob—. Y si no dejas de protestar no voy a dejarte jugar con el nuevo juego de mi consola.

—Papá ni siquiera va a comprarte ese juego —contestó su hermano—. Me quiere a mí más que a ti.

— ¡No es verdad!

—Sí lo es.

— ¡No lo es!

— ¡Callense! —intervino Anthony—. ¿Es que quieren despertar al bebé?

—Es verdad, Seth —Jacob miró enfadado a su hermano, que puso los ojos en blanco—. ¿Falta mucho?

Llevaban mucho tiempo andando y tenían que ir campo a través para que ningún adulto los viera. Jacob sentía una punzada en el costado y, aunque no se lo iba a decir ni a su hermano ni a Anthony, estaba bastante asustado. Empezaba a oscurecer y nunca había estado tan lejos de casa, a no ser que fuera con su padre y su madre en coche. Ahora que su padre ya no vivía con ellos apenas le veía. Antes le entristecía que su padre quisiera más a su nueva familia que a él, pero ahora sólo le enfadaba.

Jacob iba a ser mucho mejor padre para aquel bebé que su propio padre. Por eso, cuando su madre dijo que tenían que llamar a la policía y se dirigió al teléfono, Jacob les dijo a Seth y a Anthony que tenían que huir. Todo el mundo sabía que si la policía te pillaba, te llevaba directamente a la cárcel. ¿Qué iba a hacer un bebé entre rejas? Seguramente le darían de comer cucarachas y cosas así. Él no permitiría que su bebé comiera cucarachas, era tan mona.

—Por favor —suplicó Seth—. Vamos a parar.

—Todavía no —dijo Jacob, sujetando más fuerte a la niña—. Ya casi hemos llegado.

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— ¿Qué dices que encontraron? —Edward hubiera preferido pensar que lo había oído todo, pero la historia de Bella estaba lejos de haber terminado.

Le contó que los niños habían encontrado un bebé abandonado en el parque y lo de la nota en la cesta. Edward contuvo la respiración durante todo el relato esperando que al final le dijera que era una broma. Pero cuando Bella terminó y sus ojos grises se llenaron de lágrimas al decirle que los tres niños y el bebé habían desaparecido, a Edward no le hizo ninguna gracia.

Estaba acostumbrado a ver llorar en su trabajo, pero el modo en que Bella contenía las ganas de llorar le afectó más que si la hubiera visto sollozar.

Su ex nunca había llorado.

Incluso el día que firmaron el divorcio se mantuvo fría y distante, como si para ella su matrimonio no hubiera sido más que un día perdido en el tribunal. Le hubiera gustado que, sólo por una vez, Kate apreciara lo que abandonaba. Que al menos se hubiera acercado a él para reconocer que había problemas. Le dolía mucho saber que no había logrado salvar su matrimonio, cuando se dedicaba a salvar vidas. Rescataba niños pequeños, gatos y personas mayores que estaban postradas en la cama. No retrocedía ni un paso ni permitía que sus vidas se perdieran, del mismo modo que tampoco renegaba de los votos que había hecho ante Dios. La única que se había rajado allí era Kate.

Frustrado ante la incómoda posición en la que se veía ahora, Edward preguntó, de un modo más brusco de lo que hubiera querido:

— ¿Has hablado con Charlie?

Charlie era un viejo amigo y el sheriff del pueblo.

—No —respondió ella apartando la vista antes de volver a mirarle—. Confiaba en que los niños estuvieran aquí.

Edward se dirigió hacia el teléfono de la cocina. Cinco minutos más tarde le había contado todo lo pertinente y Charlie se había puesto en marcha.

—Tres niños y un bebé —le dijo a Bella, que estaba otra vez al borde de las lágrimas—. No pueden haber ido muy lejos. Los encontrarán en menos de media hora.

—Lo sé —sus palabras sonaban seguras.

¿Qué les pasaba a las mujeres? ¿Por qué no podían decir sencillamente lo que sentían? ¿Por qué no podía admitir que estaba preocupada y pedir su ayuda?

Tal vez lo que debería preguntarse era qué había en su descorazonadora expresión que hacía que a Edward le importara.

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Les pido mil perdones por haber borrado los capítulos. Pero es que encontré algunos horrores mientras trabajaba en los capítulos nuevos y si no los arreglaba la historia no tendría sentido. Pero nada aquí están nuevamente.

Los quiero

Christianna