Disclaimer: Bleach pertenece a Tite Kubo. La trama y los personajes orginales son mios.
1. Intuitions de la guerre
(Intuiciones de guerra)
"La espada intenta volver a caer, pero cuando baja el martillo la está esperando, sorprendiéndola y quebrándola en pedazos, provocando que el destino tome un rumbo diferente para el sol negro y la luna blanca"
Lentizzio Nostárdamos
Por fin, el aire olía a calma y tranquilidad, y lo más reconfortante, a paz.
El capitán comandante Yamamoto, podía percibir todas esas sensaciones, sentado en su escritorio al aire libre de la Primera División. Habían pasado poco más de seis años desde que Ichigo Kurosaki recuperó sus poderes y puso fin a la intervención de aquellas extrañas personas, el Vandenreich, el cual había sido un enemigo formidable. Miró un poco al cielo, el cual estaba despejado y con una que otra nubecilla. Al parecer, nada podría romper la serenidad de ese día.
Pero como bien se dice, nada es para siempre.
Unos golpecitos a la puerta de su oficina le interrumpieron su pacífico momento
― Pase ―dijo, volteando a mirar la puerta
Un oficial de su escuadrón, menudo y de cabello castaño, que se encontraba en el riguroso periodo de prueba para teniente, entró. Cargado de papeles, se dirigió al escritorio de Yamamoto.
El joven hizo una reverencia: ― Capitán Comandante ―comenzó un poco temeroso― disculpe la interrupción pero le vengo a traer estos archivos.
― No te preocupes ―le tranquilizó Yamamoto― pero habla más seguro. A ver esos papeles ―pidió, extendiendo su mano.
El oficial le puso al alcance los documentos: ― Son de hace cinco años Comandante, los encontré escondidos cuando estaba limpiando los archiveros de Chojiro Sasakibe ―explicó.
Yamamoto los tomó: ― Muy bien, puedes retirarte ―y empezó a leerlos.
― Gracias Comandante, con su permiso ―dijo, hizo una reverencia y salió del lugar.
En la lectura de los papeles, la cabeza del Capitán Comandante empezó a formular preguntas, dado que la fecha de éstos era de más de siete años ¿Por qué Chojiro no le había pasado esos papeles? Ah, ya recordó el motivo.
Chojiro entró a la oficina de Yamamoto, con papeles en mano. Por la prisa que reflejaba el teniente al parecer eran importantes.
― Capitán ―comenzó Sasakibe, recuperando el aliento―. Estos son documentos de las Legiones de Apoyo, mencionan que…
― Ahora no Chojiro ―interrumpió Yamamoto, levantando su mano derecha―. Este no es el momento para ayudar a las Legiones, hay que planear la forma de regresar a Ichigo Kurosaki sus poderes.
― Pero Capitán… ―insistió Sasakibe, agitando un poco los papeles.
Yamamoto dio un pequeño golpe con su bastón: ― No, ya sabes la prioridad del momento. Esos documentos deben esperar ―sentenció―. Ahora, hay que investigar las maneras del regreso de los poderes de Kurosaki. Puedes retirarte.
Sasakibe hizo una reverencia y se marchó de la oficina, rumbo al Doceavo Escuadrón para hacer su investigación.
Yamamoto terminó de recordar. Si bien era cierto que la prioridad en aquellos años era Ichigo, no habían dejado de lado su principal función: la de guiar y proteger las almas de los humanos. Pero toda la planeación y organización que había implicado el retorno de los poderes de Kurosaki ocasionaron que se distanciaran un poco de los contactos con el Mundo de los Vivos y las Legiones de Apoyo. Ahora, esos papeles le mostraban lo ocurrido hace más de seis años.
Esta vez no tenía nada que ver con capitanes traidores ni organizaciones malvadas. Con nada relacionado con espíritus.
Sólo hechos que tenían que ver nada más con humanos.
Los documentos declaraban que los humanos se estaban volviendo más violentos contra su misma especie. Muertes, muertes y más muertes, con diferentes causas pero la que imperaba era el asesinato entre humanos, ya sea por distintos motivos. Además de que los desastres naturales en el Mundo de los Vivos parecían ir en aumento.
Yamamoto fue dejando los papeles en la mesa, al momento que dejaba de leerlos. Si bien ellos no tenían el control sobre las cosas naturales, no se explicaba el por qué aumentaban las catástrofes. Además de que el comportamiento de los humanos era bastante inusual, aunque en los últimos siglos se habían desenvuelto de una forma bastante pendenciera y eso había costado muchas vidas.
Los últimos papeles, que eran un poco más recientes, de hace tres años, decían cosas un poco inquietantes. Tenían escrito que alguien provocaba los comportamientos violentos en los humanos, corrompiendo sus mentes y sacando a la superficie lo peor de ellos. Pero ese alguien sólo les daba un "empujoncito" a los humanos para portarse así, ya que ellos desarrollaban por sí mismos sus conductas violentas, y que no hacia falta ese alguien para enseñarles a las futuras generaciones humanas tales actos autodestructivos hacia su propia raza.
Yamamoto terminó de leer. Estaba, sin demostrarlo gestualmente, preocupado por las acciones de los humanos hacia ellos mismos. Pero, ahora, la más grande interrogante era ¿Qué o quién estaba causando tantas muertes humanas?
Después de poco más de seis años de tranquilidad, la paz parecía acabarse. El capitán comandante presentía el advenimiento de una etapa de feroces peleas y decisiones drásticas, con un enemigo que, descrito en los papeles, no se rendiría tan fácilmente sin dar una buena batalla.
En una playa de Sendai, en el lado del Océano Pacífico de Japón, la tibia noche de verano se cernía sobre el ambiente. Las olas golpeaban de forma tranquila la arena, y la cálida brisa marina se juntaba para formar un clima agradable, ideal para una caminata nocturna al amparo de la noche, sólo con la luz de las estrellas y el claro de la luna llena. Pero a lo lejos, a quinientos metros de la costa, una luz titilante, obra de algún ser, se estaba acercando a tierra.
Avanzando en las tranquilas aguas y con un impulso de remos, una barca, alumbrada por una lámpara de vela, se abría paso hacia la orilla. En ella había cuatro seres, uno que impulsaba la barca y tres con aspecto de mujer, dos con la vista en tierra y una enfocada en dos libros.
A la luz de la lámpara, el que impulsaba la barca no tenía forma humana. Su cabeza, cubierta por una pañoleta, era idéntica a la de un ave marina, un alcatraz, que a la de una persona. Empuñaba los remos con unas plumas que actuaban como dedos y vestía a la usanza de un marinero del siglo XVII, una camisa de manga larga y algo holgada, chaleco, pantalones y botas. Con un sable en su flanco izquierdo y en el derecho una pistola, tenía la imagen de un fenómeno pirata.
Las mujeres que iban traían distintos ropajes al del ser que remaba. Una, de piel un poco tostada y cabello negro recogido en un apretado moño, traía un largo vestido victoriano color guinda ajustado en su cintura, con olanes en las mangas y el cuello, luciendo delgada, además de una cimitarra(1) en su flanco izquierdo. Otra, de marcadas proporciones femeninas, piel un poco más oscura que la anterior y un cabello largo y suelto de color rosa chillón, vestía una blusa de cuadros blancos y negros, jeans azules, un sombrero y botas vaqueras, y en cada flanco portaba un revólver (2) S&W modelo 29 (3). La última, con la piel casi blanca y de pelo lila claro peinado de una forma curiosa que recordaba a un ave de papel, cubría su delgadísimo cuerpo con un kimono café claro y de bordes negros, y también estaba armada como las demás, sólo que ella portaba una katana en su flanco izquierdo.
La mujer de pelo rosa cerró un libro: ― Llevamos tres putos días en el mar ¿Ya merito llegamos? ―preguntó, hablando con un acento norteño mexicano.
La fémina del vestido victoriano la miró: ― Ya falta poco, no os desesperéis ―contestó con calma, notándose un acento andaluz en el habla.
La más pálida quitó su vista de las tranquilas aguas y miró a la de aspecto vaquero: ― Sí che, sos una impaciente ―dijo con acento porteño argentino―. Vos sabés que los viajes en barco son muy lentos y es el único medio viable para nosotras. Además, en esos tres días aprendimos los trucos del machete que vos le quitaste a esos espíritus ―finalizó, regresando su vista al mar.
La de pelo rosa bufó: ― Sí, creo que lo que le quité a aquellos espadachines será más útil que este pinche libro ―señaló a un impreso titulado Japonés para pendejos de Taro Bakamono, situado en el piso de la barca. Dirigió su mirada al ornitológico ser― ¿Y por qué tu capitán no acercó su barco a la costa? En otros países hasta lo amarra en el muelle ―reclamó mal humorada.
― Sabes que mi capitán odia a los japoneses ―respondió con una voz cantarina y un poco grave―. No los puede ver ni en el mar, recuerda lo que le hizo a la flota ballenera.
La barca siguió avanzando hasta topar con la playa, barriéndose en la arena. Las tres féminas bajaron, se sacudieron un poco y acomodaron sus armas.
― Illo, muchas gracias ―habló la del vestido victoriano al ser de la barca―. Comunicad al capitán que, sin importar si logramos hacer contacto o no, pase en dos semanas a recogernos.
― ¿Dos semanas? ―preguntó la criatura―. Es muy poco para recorrer el país y encontrarlo, ¿no crees? Con ese tiempo no alcanzarán a hacer muchas cosas en Japón.
― En dos semanas nos vemos aquí, no os preocupéis ―dijo la pelinegra, al parecer sin cambiar de opinión.
El ser se encogió de hombros: ― De acuerdo, le diré al capitán ―dirigió su vista en el piso de la barca― ¿Van a ocupar algún libro que dejaron aquí? ―cuestionó.
― El más grande ―respondió la del kimono―. Necesitamos saber con qué o quién nos vamos a topar.
La criatura levantó del piso de la barca un gran y gordo libro de pastas gruesas y color pardo oscuro, de setenta por cuarenta centímetros y de ancho unos treinta centímetros, titulado Enciclopedia de las criaturas espirituales y míticas, parte 4: Asia de Pedro Martínez y Santo Domingo con letras plateadas. La de vestimenta vaquera lo recibió, con un pequeño quejido dado que el libro pesaba mucho.
― Bueno Mikobas, aquí las dejo ―dijo el ser―. Nos vemos y suerte ―se despidió, empujó la barca hacia el agua y comenzó a adentrarse en el océano.
Cuando el híbrido-ave se alejó lo suficiente, la de piel pálida se dirigió a la del vestido victoriano: ― Oye che, ¿estás segura de sólo dos semanas? ―preguntó.
― Sí ―contestó, comenzando a caminar a la ciudad lenta y acompasadamente. Las otras dos seguían de pie.
― El fenómeno-gallina tiene razón, es poco tiempo, ¿Por qué, huerca? ―cuestionó la de pelo rosa hacia la pelinegra.
La de la cimitarra detuvo sus pasos y miró a las otras: ― Porque creo que vamos a perturbar irremediablemente el destino ―respondió, para después sonreír levemente―. Además no quiero estar aquí cuando ellos lleguen a Japón y nos compliquen las cosas ―y retomó su camino a la ciudad.
Las otras dos se miraron, dándole la razón a la del vestido y pronto se unieron a ella en su marcha.
En la playa Haundae, en Busan, Corea del Sur, la noche no era tan calmada como en Sendai. Si bien el cielo estaba despejado y la luna y las estrellas brillaban en todo su esplendor, la brisa tenía un poco más de velocidad, provocando olas más grandes y que chocaban con más fuerza en la playa. En medio de este peculiar ambiente una solitaria figura contemplaba el mar.
Era un hombre, de un metro y ochenta centímetros de altura, delgado, de rostro un poco demacrado y piel bastante pálida como una vela, ojos de un curioso color amarillo, y pelo negro, erizado y corto hasta la nuca. Vestía de una manera bastante elegante, portando un smoking negro, camisa blanca y una corbata verde esmeralda, completado con zapatos negros y bastante lustrosos. Todo ese perfil estilizado se veía un poco interrumpido con la presencia de una kilij (4) en su flanco izquierdo.
El hombre tenía su vista perdida en el horizonte, hasta que sintió la presencia de otras personas.
Al mismo lugar llegó una docena de individuos, hombres y mujeres, de diferentes estaturas, complexiones físicas, colores de piel y cabello. Todos ellos traían distintas ropas, desde elegantes trajes del siglo XVIII hasta modernas camisas y jeans. Lo único común en ellos era que todos portaban una kilij.
El más robusto del grupo, de dos metros y medio de alto, piel clara, cara redonda, pelo rojo oscuro y largo atado en una cola de caballo y vestido con un uniforme militar, avanzó al lado del solitario: ― Capitán, los líderes de la mafia coreana ya son nuestros "aliados" ―marcó las comillas con sus dedos― Fue muy fácil convencerlos de unirse a nuestro bando, ¿ya le damos aviso a la Reina? ―preguntó.
― Sí, avísenle que Corea ya está bajo su mando ―respondió el capitán con una voz suave pero autoritaria, aun con su vista fija en el mar.
― De acuerdo, enseguida señor. Doru ―llamó a un hombre bajo y de aspecto joven, como de diecinueve años, color bronceado, pelo negro, liso y un poco largo, vestido de camisa a rayas moradas y blancas y jeans.
― ¿Mande? ―contestó el aludido
― Ya oíste al capitán, lleva el mensaje a la Reina ―ordenó el robusto.
Doru frunció el ceño: ― ¿Por qué no vas tú? ― cuestionó un poco enfadado hacia el hombre corpulento.
El capitán dio media vuelta, con la vista fija en Doru: ― Porque tú eres el más veloz de este grupo y Vasile ―respondió modulando su voz a más grave, señalando al gran hombre― tardaría diez horas en llegar ante la Reina desde este lugar cuando tú demorarías hora y media ―dijo con tono de regaño.
― D-D-De a-acuerdo, capitán ―dijo Doru, con tono de disculpa.
El hombre del esmoking volvió su vista a las aguas del estrecho de Corea. Siguió contemplando el horizonte por un buen rato, unos quince minutos. Esbozó una pequeña sonrisa y dio media vuelta
― Muy bien ―se dirigió al grupo de personas―. Esta noche nos dirigiremos a la ciudad de Shimonoseki, allí encontraremos a uno de los nuestros y nos brindará refugio y comida. Recobradas las fuerzas, saldremos a "convencer" a la mafia japonesa, los yakuza ―explicó con un tono calmado y suave― ¿Dudas?
Una mujer mediana, de pelo azul a los hombros y ondulado, portando un opulento vestido francés blanco del siglo XVIII, levantó su mano: ― He oído que en Japón hay muchos espíritus y criaturas, ¿qué hacemos en caso de toparnos con alguna? ―preguntó con una voz un poco gangosa.
El capitán sonrió: ― En muy sencillo Mihaela, sólo maten a todo ser, ya sea humano, espíritu o criatura, que se les cruce en el camino y les haga frente ―contestó, pero su sonrisa se borró―. Aunque creo que, si llegamos a Japón, estaremos sellando el destino de nuestra raza y la Reina. Será nuestro fin ―añadió en voz baja, un poco preocupado.
Vasile soltó un bufido de molestia: ― No sea tan pesimista señor ―dijo, con un tono alentador―. A los lugares donde hemos ido, todos los que nos han enfrentado murieron, y vencer a la Reina es prácticamente imposible.
El de smoking sonrió levemente. Después regresó su vista al mar, dio algunos pasos y llegó al rompiente de las olas. Allí, de su espalda y con algunos chasquidos, se extendieron dos alas de piel parda, de dos metros cada una y parecidas a las de un murciélago. De las espaldas del resto del grupo también surgieron alas de similar forma, de distintos tamaños y colores.
― Vámonos ―ordenó con voz fuerte―. Volaremos en línea recta hasta que veamos una gran ciudad. Esa es Shimonoseki ―miró a Doru―. Tú, ve con la Reina e intenta reunirte lo más rápido con nosotros.
― Sí capitán ―respondió Doru.
El líder y el resto de los seres dieron un salto. Con ese impulso, comenzaron a batir sus alas ganando altura. Doru se dirigió hacia Bensan, mientras que el capitán y los otros hacia mar abierto, a Shimonoseki.
A encontrarse con el destino.
Notas del autor:
*Este fanfic no es un UA (AU).
*El número en el título indica que va a ser parte de una serie de historias. Espero que sea de su agrado porque me llevó bastante tiempo darle forma a la trama.
*En cuanto a los acentos de los personajes secundarios los explicaré luego. Me gustaría saber si necesitan algunas correciones con las palabras, especialmente la porteña y la andaluza.
Glosario:
(1) Cimitarra: Sable usado por los pueblos musulmanes.
(2) Revólver: Arma de fuego corta, diferenciada de las semiautomáticas dado que utiliza un "barrilete" para almacenar las balas.
(3) S&W: Smith and Wesson, una famosa empresa estadounidense que manufactura armas y sus accesorios.
(4) Kilij: Variante de la cimitarra, usada por los turcos otomanos y, posteriormente, por los ejércitos de Europa del Este.
Gracias por leer.
