Cláusula de propiedad intelectual extendida:Los personajes a los que prostituyo de manera constante no son míos, son de Kishimoto.
Advertencias:Esta historia es yaoi, léase, maneja temáticas hombrexhombre. Si no le gusta esta clase de historias, le recomiendo que se abstenga de continuar. Gracias.
Algo contigo
Memorias de un secreto
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Capítulo 1. Engaño
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— ¡Y fue entonces que lo vi, maldita sea!
Itachi elevó la mano en dirección a la barra del bar para pedir la cuenta, mientras rebuscaba, con la otra, los pañuelos desechables que tenía guardados en alguno de sus bolsillos. Por suerte, los traía consigo siempre, aunque fuera más por hábito que por necesidad. Sacó uno del empaque plástico y se lo tendió al rubio.
Naruto era un mar de lágrimas, un mar de lágrimas más ebrio que una cuba.
—¿Quieres que yo hable con él, que lo haga entrar en razón? —preguntó, intentando mostrar condescendencia, sin lograrlo realmente. Si había de ser sincero, lo último que quería en ese momento era ver a Sasuke.
El rubio meneó la cabeza de un lado al otro, con torpeza, mientras hacía el amago de reprimir el llanto. Por supuesto, no le salió nada bien y terminó emitiendo un sonido parecido al de un animal herido, envuelto en lágrimas furiosas. Estaba total y absolutamente devastado en ese momento, con su justa razón. Lo que le había ocurrido no era nada fácil de asimilar, menos para alguien como él, tan noble que no sabía ver lo complicado de su propio universo.
—¡Ese cabrón, cerdo, ninfómano, ¿qué se cree que puede hacer lo que quiera y salirse con la suya? Me las pagará, merece que lo castren y que lo exhiban en la Universidad T. *
Itachi crispó discretamente los puños, intentando reprimirse a sí mismo de hacer algo impulsivo e impropio de él, pero le estaba resultando verdaderamente complicado controlarse en esa ocasión. La sola imagen de Naruto llorando, lo devastado que se encontraba, su semblante de desesperación y desengaño… toda la visión de él lo alteraba muchísimo, lo hacía desear protegerlo con todas sus fuerzas. Incluso si eso implicaba tener fricciones con el imbécil insensible de su hermano menor.
Respiró profundamente, haciendo acopio de serenidad. Nada ganaría con hacer uso de la violencia, ni con despotricar contra Sasuke; por el contrario, eso sólo dificultaría más la—ya muy delicada— situación.
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—Es que, no entiendo, ¿por qué me engañó, qué está mal conmigo? Yo lo amo tanto… Seguro es porque yo no soy lo suficientemente hombre, soy un miserable despojo de…
—Naruto, sé sensato. Es claro que no hay nada malo contigo—interrumpió el más alto los berridos alterados y fútiles del trigueño. Conducía, pero no prestaba atención más que a su copiloto y a su diatriba alcohólica—. Es claro que el problema lo tiene él.
—Sí, es un miserable cretino, bueno para nada, despojo de ser humano, cabrón, malvado, asqueroso idiota…
De aquello estaba seguro. Sasuke era un verdadero cretino por haberle sido infiel a Naruto…y ¡era un puto cínico por haberlo hecho en su propia cama, con Gaara! ¿En qué demonios estaba pensando, si es que lo había hecho? ¿Por qué, entre todas las personas del universo, había elegido a ese pelirrojo desquiciado, psicótico y degenerado para follárselo en la casa que compartía con Naruto? Bueno, esa última pregunta tenía una respuesta de lo más evidente, pero a la cual no le gustaba evocar.
Estaba más que furioso, aunque su rostro no reflejara más que un poco de aprehensión. Muchísimas cosas revoloteaban por su cabeza y todo convergía en un deseo que, incluso en esos momentos, se esforzaba por reprimir. No era pertinente ir con Sasuke para reclamarle nada, ¿qué solucionaría con ello? Las cosas ya estaban hechas y no habría vuelta atrás.
Intentó serenarse. Primero llevaría a Naruto a su apartamento, lo acomodaría y dejaría que descansara. Había sido un día muy duro y necesitaba dormir. Ya después haría lo que considerara mejor.
—¿Por qué, Itachi, por qué?— el pobre chico estaba tan alterado que le dieron deseos de estrecharlo entre sus brazos, cual niño pequeño, y decirle que todo era una pesadilla. Pero comprendía eso no era posible, se sintió verdaderamente impotente.
—No sé, Naruto, no sé— fue lo único que pudo repetir, casi en un susurro.
—Espero que le dé SIDA, o impotencia sexual, ¡que no se le vuelva a parar nunca más! Y que se le haga chiquito…
El llanto crudo y desesperado del otro lo descontrolaba bastante, era abrumadoramente triste escucharlo y su mente ya tenía demasiada carga como para todavía añadir una miseria adicional. Si Itachi Uchiha hubiese sido más egoísta, o hubiese amado menos a Naruto Uzumaki, habría dado la vida por no tener que estar en ese auto en aquel momento. Pero, para desgracia suya, ni era egoísta ni había nadie en este universo— salvo la odiosa excepción de su hermano—a quien quisiera con más intensidad.
…
Frunció la nariz y optó por concentrarse en la carretera que tenía frente a él, incluso si eso significaba dejar de entender al trigueño (que, por otro lado, no hacía más que llorar copiosamente mientras se recriminaba cosas que nada tenían que ver) y sumergirse en el hervidero de pensamientos y de remordimientos que era su cabeza.
Era injusto que a una persona tan buena como Naruto le pasara lo que le había sucedido, pero era insoportablemente doloroso saber que el causante de sus lágrimas era su hermano, sangre de su sangre. Golpeó el volante con la palma abierta y se maldijo a sí mismo por haberle creído a Sasuke cuando le prometió que no lastimaría a Naruto. No debió haberle cedido su lugar a él, debió haber acatado su enamoramiento en vez de cederlo… Pero le había parecido una idea tan sensata en aquel momento, la salvación de la persona que más amaba a costa de su sacrificio.
—Mierda— masculló, más para sí mismo que para el Uzumaki que, por otro lado, no le ponía atención. Un agujero se le abrió en la boca del estómago, rezumando ira y culpa: Si tan sólo él hubiese amado menos a Sasuke, las cosas habrían sido diferentes. Para empezar, no habría recibido la llamada desesperada del Uzumaki ahogado en alcohol pidiéndole que lo escuchara, refiriéndose a él como "su único amigo", el único que lo escucharía y lo aconsejaría.
Procuró conservar la ecuanimidad en la medida de lo posible, por lo menos de cara a su acompañante. No se atrevía a colmarle más el plato, pero tampoco podía desentenderse de todo. Su hermano había herido al chico en lo más profundo de su ser y ahora él tenía que hacerse responsable, además, no se sentía cómodo con la alternativa de dejarlo en un hotel. Y era evidente que no podía llevarlo de vuelta al apartamento que compartía con Sasuke.
—Naruto— habló, con un tono seco—, te quedarás conmigo por esta noche.
El aludido sólo asintió con la cabeza, mirando enajenado por la ventana, recordando, quizás, el episodio de aquella tarde. Tenía los ojos hinchados, rojizos y empañados con la sombra del desengaño. Musitaba para sí mismo insultos variopintos para su hermano, se los tenía bien merecidos.
No se volvieron a dirigir la palabra en todo el trayecto. Cada cual estaba sumido en sus propios pantanos, peleando con sus demonios internos que no los dejarían en paz. La tristeza avasalladora y la decepción corrosiva no hacían más que dar la sensación de un ambiente tenso, que sólo sumaba al estrés de ambos.
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Le costó trabajo llevar al Uzumaki hasta el elevador del edificio donde vivía, incluso con la ayuda del portero. El chico, entre ofensas, insultos, despechos y alcohol, se había quedado profundamente dormido en el auto, poco antes de llegar a su destino. Lo subió, casi en estado de bulto, hasta el pent-house y lo dejó en el dormitorio.
Una vez ahí, se quedó considerando las cosas unos momentos. No podía dejarlo como estaba, con ropa que olía a tabaco y alcohol. Aparentemente, la decisión estaba tomada, cerró los ojos e intentó concentrarse en cualquier cosa, no se sentía capaz de desvestirlo si estaba totalmente consciente de la situación. Además, no sería propio, sería casi como ultrajarlo.
Le levantó la camisa y le desabrochó la bragueta del pantalón. Podía sentir su cuerpo, el torso que se hinchaba con cada respiración, la nívea piel que poseía una tersura y un aroma que lo encantaban. Pese a todos sus esfuerzos, pudo sentir cómo su miembro se empezaba a despertar dentro de su bragueta, incontenible, pero se reprendió a sí mismo.
—No es el momento, Itachi, por todos los cielos...
Terminó su labor y dejó al rubio arropado en la cama. Al lado, colocó un vaso con agua y el cesto de la basura, en caso de que no alcanzara a llegar al baño. Una punzada de dolor le atravesó el pecho en aquel momento, debido a la familiaridad con la que había realizado ese ritual antes. Cuando Sasuke salía con sus compañeros del liceo, incluido Gaara, regresaba con más niveles de alcohol que el sake mismo...
—"Sasuke" —fue su único pensamiento, acompañado de un suspiro fatigado.
Habían pasado las horas y sus demonios le estaban susurrando miles de cosas al oído. Seguía muy molesto, muy dolido, muy preocupado y, ante todo, se sentía muy impotente. Era como si dos mundos, con los que al fin había creído vivir en paz, hubieran colisionado de pronto en su ser. Se reían de él por haber creído que toda diferencia estaba conciliada, que después del sacrificio que había hecho todo empezaría a marchar bien.
Pero estaba equivocado. Había sido su sacrificio, su elección, pero ¿para qué?
Sintió la ira recrudecerse dentro de él y supo que aquella noche no podría terminar sin prestarle una visita a su hermano menor. Quería entender sus motivos, aunque tampoco se le antojaban un gran secreto, es más, sabía que lo que lo había impulsado a hacer eso tenía nombre y apellido: Sabaku no Gaara, pero por lo menos quería escucharlo de viva voz.
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—Sasuke— tocó la puerta del apartamento de su hermano. Miró el reloj, eran cerca de las dos de la mañana—Sasuke, abre.
Escuchó los pasos arrastrados desde el otro lado de la puerta y pudo adivinar los movimientos cargados de pereza que tiene quien recién ha despertado. Se impacientó.
La puerta se abrió con un sutil movimiento, dejando ver a su hermano con calzoncillos y cara de estar de mal humor. Pero eso no le importaba en lo más mínimo.
—Itachi, ¿qué demonios quieres a esta hora? — habló el menor, abriendo un poco la puerta para pararse en el umbral.
—Tú dímelo— contestó el otro, firme. Sinceramente, en aquel momento estaba tan dividido entre el dolor y el enojo que le costó mantener el temple, pero hizo acopio de toda su voluntad y lo consiguió.
Sasuke se cruzó de brazos, sin decir nada, en una pose demasiado retadora como para ser pasada por alto. Itachi no planeaba lidiar con eso, su hermano ya no era el adolescente impertinente y le irritaba que actuara sorprendido en vez de actuar como el hombre de veinticinco años que era.
—¿De verdad no sabes?
El agujero en el estómago de Itachi, donde guardaba toda su rabia, se estaba abriendo inexorablemente. Adoraba a su hermano, pero le sacaba de quicio que fingiera demencia cada vez que hacía algo mezquino, y si a eso le sumaba que estaba verdaderamente furioso por la que se había mandado en esa ocasión… ¿Por qué demonios había roto su promesa? ¿Por qué había decidido regresar con la zorra disfuncional que tenía como ex-pareja en vez de serle fiel a quien más lo había querido—para su miseria y congoja—? ¿Acaso creía que era un juego?
No entendía a Sasuke y eso lo frustraba demasiado. Las cosas eran demasiado delicadas como para pretender comprender algo más, para guardar las formas… Y más cuando en ese mal habido momento sus músculos, contra su voluntad, yacían tensos.
—¿Cómo hiciste que el portero te dejara entrar? — el más pequeño se frotó el ojo para quitarse una lagaña.
—¡Joder contigo! No es posible que después de lo que hiciste hoy, creas que vengo a tomar el té y a jugar dominó— la frialdad casi glaciar con que el mayor hizo ese comentario no fue sino el reflejo de lo enfadado que estaba—. ¿Qué fue lo que te orilló a traer aquí a otro hombre, estás loco o sólo disfrutas el sufrimiento ajeno?
Dio un paso adelante y entró de lleno en el lobby. Sasuke se apartó, con mala cara, mientras le lanzaba una mirada que podría haber generado un incendio. Ambos estaban a la defensiva, y eso no era nada bueno. En especial cuando la estancia ofrecía la vista de una maleta abierta y prendas botadas. Ropa que, dicho sea de paso, no pertenecía a Naruto.
—No me digas que ya lo trajiste a vivir contigo— apretó los puños tanto que sintió el hormigueo en los dedos. Aspiró profundo, para no darle a su hermano el golpe que se merecía. Eso era el colmo de la desfachatez… No conforme con la estupidez que se había mandado, había tomado la determinación de meter a vivir a otro hombre con él el mismo día que su novio lo había atrapado in fraganti mientras Gaara le hacía una mamada.
Sasuke se sintió atacado por la pregunta y se puso más intransigente de lo que solía ser por lo habitual:
—Eso es asunto mío, ¿no?
Itachi no podía creer la respuesta tan mediocre que le acababa de dar el más joven. ¿En verdad su hermano estaría perdiendo la razón? Claro, seguramente el psicótico de Gaara le había dicho algo al respecto. O tal vez fuera él mismo, demostrando que toda su decencia se había ido por el drenaje.
—No, si afecta a Naruto…—habló con dificultad el de coleta. Tenía la garganta cerrada por el coraje, ¿de verdad Sasuke no comprendía que las personas no eran un juguete? Él le había dicho claramente lo especial que era Naruto para él, le había pedido que lo tratara bien y, ahora, a la primera de cambio, le rompía el corazón.
¿Qué estaba pasando con el niño dulce que había sido? Él, Itachi, había renunciado a todo con tal de verlo feliz. Le daba asco creer que había estado siempre al lado de alguien así de mezquino. ¡Qué sentimiento tan terrible, la repulsión!
—Ah, eso— el gesto displicente de Sasuke—. Pues, era especial para ti ¿no? Ya te lo puedes quedar…
No supo cómo, pero perdió el control de sí. Lo siguiente de lo que fue consciente fue de su puño impactando fuertemente en la mejilla del más joven. Estaba furioso, quería golpearlo hasta tirarle todos y cada uno de los dientes, hasta hacerlo pagar por la mezquindad que había cometido y por el egoísmo de todas sus acciones.
—Eres un puto egoísta, no tienes una idea de lo mucho que me decepcionas…
Se giró y salió del lugar con parsimonia, no podía mostrarle lo afectado que estaba por sus punzocortantes palabras. Necesitaba despejarse de lo que acababa de ocurrir, de meditar qué haría, qué había pasado. Estaba confundido, muy enojado y al mismo tiempo anonadado por la respuesta de su hermano, que le parecía más de imbéciles hijosdeputa que de cualquier persona con condición mental. En esos momento le costaba creer, siquiera, que momentos antes había pensado en poder entender sus motivos… en justificarlo, poniendo de pretexto al taheño.
Se sentía asqueado por la actitud soberbia y altanera que había tomado Sasuke, al tiempo que se sentía culpable por haberlo golpeado. Él nunca antes había puesto un dedo sobre su hermano, incluso cuando se lo ganaba a pulso. Pero esta vez había sido diferente, esta vez había cruzado la línea: Había afectado a la única otra persona en el mundo a quien amaba, Naruto.
Se lo tenía merecido. Era, si bien no la manera en la que quería que fueran las cosas, la única que Sasuke había mantenido viable. ¡Cómo se le ocurría contestarle así, después de haber lastimado tan profundamente al Uzumaki!
Entró en el auto y comenzó a conducir como maniático. Necesitaba poner su cabeza en orden: No iba a permitir que Naruto sufriera por las imbecilidades y caprichos de su hermano, pero tampoco quería lastimarlo a él. Ante todo, era su familia, era el hombre al que más quería desde siempre.
Hizo un intento por comprenderlo, por saber cómo era su patológico proceso mental, pero no estaba en condiciones de hacerlo. Era todavía demasiado pronto: estaba tan enojado que no podía pensar con claridad, y le dolía mucho ver que la persona por la que había sacrificado todo no era más que un egoísta megalómano… ¿En qué parte del camino había errado?
…
Su mente viajó hasta un punto de la vida, lejano ya, en donde Sasuke había estado con el pelirrojo. No era algo en lo que le gustara pensar, pero ya se le antojaba imposible.
Sasuke siempre había disfrutado la soledad, el ser un individuo alejado de los demás era de los pocos placeres que no se veían mermados con el transcurso de los años. Siempre él, sólo él. Tenía colegas en el instituto, por supuesto, pero nadie lo suficientemente cercano como para tratarlo como un igual. Itachi entendía la situación a medias, finalmente él también era un ente errante que mantenía una distancia prudente del resto (salvo de unas cuantas personas), pero no terminaba de gustarle ese aire soberbio que trasminaba su hermano…
Pero un día todo cambió. No fue por un desastre natural, ni por la muerte de su padre, ni por un acto de fe. Es más, en aquel momento nadie sabía qué era lo que había obrado una transformación instantánea en Sasuke. Su madre trató de hacerlo hablar, con sus métodos y sus mimos, e Itachi empezó a hacer lo propio mediante silenciosa camaradería, pero de los labios de su hermano nadie arrancó una palabra.
No fue sino hasta tiempo después, cuando poco quedaba del recuerdo del Sasuke agresivo y huraño, que un pelirrojo se personó en la casa Uchiha: Sabaku no Gaara, un joven de ascendencia hindú y nacionalizado japonés, heredero de la tercera parte de una de las empresas textiles más importantes de la zona de Cachemira...Y el novio de su hermano.
Al principio el golpe asestado fue brutal pero silencioso, implosivo. Mikoto había albergado las esperanzas de que su hijo menor pudiese darle nietos (Itachi nunca le había ocultado su gusto por los hombres), y ahora todo eso se había venido abajo, pero no lloró ni hizo un escándalo, sino que miró con condescendencia a su hijo e invitó una taza de té a su nuevo yerno. Itachi se mantuvo callado, pensativo, herido por la falta de confianza de Sasuke; mantuvo la mirada fija en el taheño, como deseando que se desvaneciera y le devolviera a su hermano. Nada más.
Con los meses, Sasuke empezó a estar constantemente con su pareja, hasta que las cosas llegaron a un nivel enfermizo en el cual ninguno de los dos deseaba estar separado del otro. El moreno alegaba que sólo con Gaara se sentía complementado, que sólo con él podía hablar, que no deseaba separarse de él nunca. Que salvo él, nadie podía entenderlo. Itachi Uchiha nunca se repuso de ese golpe.
Pero no todo era miel sobre hojuelas, ambos peleaban. Sasuke llegaba arañado o con magulladuras en el cuerpo, mientras que su novio presentaba las mismas condiciones deplorables. Sin embargo, no se alejaban el uno del otro, como si estuviesen unidos por un cordón umbilical. Y Sasuke era feliz a su manera, aunque la relación era tan patológica que resultaba evidente que estaba destinada al fracaso.
Itachi se debatía entre el odio intenso que sentía por el pelirrojo, que mostraba accesos de furia o de indiferencia impredecibles, o el amor y la conmiseración por su hermano. El taheño era una mala influencia, y eso él lo sabía muy bien. Era un psicótico que no hacía caso de morales ni de decencia y con él arrastraba a Sasuke.
Bufó, desconcertado. ¡Qué momentos de angustia tan terribles vivió, su hermano estaba siendo arrastrado a la perdición por culpa del imbécil agresivo de Gaara! Pero por suerte eso había terminado…
Un día, así como había entrado en su vida, Sabaku no Gaara desapareció del mapa.
Sasuke no fue capaz de encontrarlo: su móvil estaba "fuera del área de servicio", su domicilio vacío y la matrícula del colegio dada de baja. Y a él no le había dejado ni una puñetera nota… ¡Maldita sea!
Se sumió en una depresión silenciosa, sólo descubierta por la recrudecida hostilidad que profesaba contra todo el universo. No se interesaba por nada más que los estudios, dejó de salir con gente e incluso permanecía callado durante días enteros. Fingía no sentir interés por nada ni nadie, inclusive dejó de notar que había un mundo a su alrededor. Estaba en condición de no-muerto, de comatoso emocional, de vegetal funcional.
Itachi se aferró con fuerza del volante, en un intento por reprimir toda la ira que sentía en aquel momento y que se había mezclado con el recuerdo de su impotencia pasada.
Por eso cuando conoció a Naruto, primero lo quiso para su hermano, como un intento desesperado de volverlo a la vida. Aquel rubio era algo que pocas veces habían visto y que sin duda animaría, o por lo menos causaría curiosidad, en Sasuke. Confiaba en que su vitalidad y su entusiasmo le mostraran al más joven que todavía podía seguir adelante, que Gaara no era necesario ni vital para él.
En un inicio, se confesó a sí mismo mientras subía por el ascensor hasta su apartamento, había deseado que ellos dos se quisieran.
¡En mala hora se había enamorado perdidamente del Uzumaki, antes siquiera de que despertara en Sasuke un interés! Porque el de cabellos en punta no veía en Naruto más que un estorbo ruidoso y terco que quería estar a su lado día sí y día también, compitiendo y midiéndose inútilmente contra él.
Naruto Uzumaki era tan perfecto y entusiasta que cautivó su corazón. Y empezó a desearlo para él. Hasta que Sasuke le confesó sus intenciones de formalizar una relación con él, y todo se vino abajo. Por amor a su hermano y por amor a Naruto decidió callar eso que se aglomeraba en su pecho, porque él no era egoísta. No, al menos, cuando de amar se trataba.
Pero no había existido el "felices para siempre" que les había deseado. Gaara, ¡el imbécil, estúpido y maldito Gaara!, había entrado de nuevo en la vida de su hermano y éste se había acostado con él. En cama de Naruto, casi frente a sus ojos, rompiéndole el corazón de forma despiadada.
Y por eso detestaba a Sasuke, por no haber amado a Naruto, por ni siquiera haberse esforzado…
Y por eso odiaba a Gaara, por impedirle a Sasuke amar a Naruto…
Y por eso se odiaba a sí mismo, por haber callado un amor limpio y puro, en aras de cederlo a otro hombre que no lo había respetado…
Al único que no odiaba era a Naruto. Él había entrado víctima de las circunstancias, sin culpa alguna. A él lo amaba.
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Naruto lo despertó al día siguiente, mientras intentaba pasar del dormitorio hacia la cocina.
Había dormido en el sillón puesto que, aunque el departamento era amplio, nunca había sentido la necesidad de acondicionar una sala para las visitas. Le dolía la espalda.
—¿Cómo te sientes? — se levantó rápidamente y le pidió que se sentara mientras él hacía una receta para la resaca. Era la única manera que tenía para cuidarlo, para amortiguar el peso de su consciencia, para demostrarle que incluso si el mundo caía, él estaría con él.
Naruto esperó callado en el sillón, lleno de dolor físico y agotamiento emocional, hasta que el más alto le llevó un vaso con algo que lucía tóxico. Lo bebió sin fijarse, de un solo trago.
—Naruto, estaba pensando— empezó a hablar el más alto—no tienes dónde quedarte.
—¿Sí? — instó el otro, todavía alienado de la conversación, intentando quitarse el sabor del líquido asqueroso que se había tomado.
—Quédate aquí— no era así como había planeado su discurso, pero eran las únicas palabras, torpes y tajantes, que escaparon de su boca—…Si quieres, claro.
—No—contestó Naruto rápidamente, mientras jugaba con sus dedos—.Me refiero a que ya has hecho mucho por mí y no me sentiría bien si me quedo. Sería…
—¿Incómodo? —indagó.
El rubio asintió, antes de sobarse las sienes con vehemencia.
—Naruto, si me dices que tienes algún sitio a dónde ir, te llevaré yo mismo— se levantó suavemente del sillón, sabiendo cuál sería la respuesta que llegaría a continuación.
—No, pero me las apañaré.
—No digas tonterías— reprendió Itachi con suavidad—, después de todo, me tengo que hacer responsable por lo ocurrido ayer.
El rubio lo miró con cara incrédula. No sería fácil convencerlo.
—Anda, sólo será hasta que encuentres otro sitio.
El Uzumaki se sonrojó un poco, antes de prometer, a regañadientes, que lo haría pronto.
*Universidad T: Universidad de Tokio.
Notas de un secreto:Espero que les haya agradado, muchas gracias por leer :)
