¡Hola a todos de nuevo! Vengo con un fic no tan nuevo, dado que lo escribí hace tiempo pero no me decidía a subirlo. En parte porque el contenido es un poco más fuerte de lo que suelo usar y en parte porque leí otro por ahí bastante parecido, y temí que creyeran que estaba haciendo plagio. Aunque ambos factores siguen ahí, dejaré que sean ustedes quienes juzguen y me expresen su opinión sobre este "nuevo" fic.
La historia a nivel general está inspirada en la canción "The Climb" de Miley Cirus, pero créanme que tuve que usar una larga lista de reproducción para escribir esto (casi todas canciones hispanas).
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Capítulo 1. Riesgo
Me pregunto por qué nadie comprende lo peligrosa que puede ser una persona que no tiene nada que perder.
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Suspiró por tercera vez en la noche cuando el maquillaje estuvo bien puesto en su rostro. Las sombras oscuras sobre sus párpados le conferían un toque enigmático en los ojos azules, los cuales se hallaban más turbados que de costumbre. El colorete en sus labios lucía raro debido a la palidez que ni el mejor rubor podía ocultar.
Con el paso de los meses había aprendido a cubrir con maquillaje cualquier signo de infelicidad que pudiera reflejar su rostro, pero ya no era suficiente.
Esa noche en particular nada podía sacarle una sonrisa.
Se preparaba para el inminente final de una vida que nunca fue suya. La presentarían como la prometida oficial de Bora, el hijo de un empresario bastante importante de Fiore, país en el cual ambos vivían. Nadie que tuviera una televisión ignoraba la existencia de Bora, pues tenía una cadena completa que monopolizaba la audiencia con programas estúpidos de concursos o chismes de la farándula. A Juvia, la futura esclava del imbécil aquel, le daba vergüenza ajena tan sólo hallarse al lado del empresario, aunque éste solía tener mucha fama entre el público femenino.
"Que se las tire a todas ellas. Que a mi me deje en paz. Que a mi no me toque otra vez".
Otra vez. Eran las palabras mágicas. Eran el por qué de su inconformidad y sufrimiento. El por qué bajó a la fiesta con una tensión digna de un sacrificio humano.
Bora no tenía ninguna sensibilidad con las mujeres, en especial con aquella a la que veía como su propiedad, como un lindo juguete al que podía romper cada que se le diera la gana.
Juvia no tenía mucha confianza con su padre, a quien apenas veía desde su nacimiento. Sin embargo, dada la muerte de su madre hacía unos pocos años, no vio otra salida más que buscar refugio en él cuando Bora se propasó con ella. "Me hizo daño", sollozó frente a su progenitor, con lágrimas indudablemente inocentes cayendo por sus mejillas. Lo repitió tantas veces que casi pudo sentir el dolor de nuevo. Ese ardor en su entrepierna desgarrada.
¿Y su respuesta?
— Te reservaré el fin de semana en el spa. A tu madre siempre le ayudaba para calmar los nervios y reponerse.
Ni el spa ni la terapia que requirió después lograron sanar completamente a la joven, pero la habían hecho entender cómo funcionaba el mundo en el que vivía. Personas como su padre y su prometido, que veían a los demás con un signo de dólares en la cara. Personas que olvidaban el significado de la vida, que acumulaban y despilfarraban, que abusaban y mentían. Y aunque ella no quería formar parte de ese mundo, era todo lo que conocía.
Mientras se abría paso entre los invitados a la fiesta, se preguntó si existiría alguien capaz de luchar por una causa justa sin importar los riesgos.
"Primero quisiera saber si existe la justicia", se decía a sí misma, taciturna, hasta que alguien la tomó con fuerza del brazo y la hizo volver a la realidad.
— Juvia, palomita, no andes entre los invitados de un modo tan distraído. Pensarán que estás arrepintiéndote. —Le susurró al oído su prometido, cerrando con más fuerza su mano alrededor del brazo. La muchacha levantó la vista entre algunos mechones azulados y lo miró con detenimiento.
Bora le recordaba a un mono de circo. Entrenado, predecible y malicioso. Educado para robar a los demás sin que ellos se diesen cuenta, fingiendo ser una monada. A veces, Juvia tenía la sensación de que él le temía. Bora nunca dejaba de cernirse sobre ella a base de insultos, manipulaciones y engaños; le desesperaba tanto mostrar autoridad y dominio, que su inseguridad resultaba evidente. De cualquier forma, no podía hacer demasiado en contra de los golpes físicos y los abusos sexuales... salvo ir al spa y ponerse una capa de maquillaje.
— Te estoy hablando. —Insistió el moreno, apretandola con tanta fuerza que Juvia se resignó a la marca que le dejaría en la piel. Quizás por eso su padre le había sugerido usar guantes altos.
— Juvia lo escuchó. —Susurró, desviando la mirada. Odiaba sentirse como una cáscara vacía.— Juvia sólo está un poco aturdida por tanto jaleo.
— Ah, una dama delicada. —Ronroneó Bora, soltándola por fin, satisfecho de su respuesta.— Mi pequeña palomita es una muñeca de porcelana adorable. —Añadió con su típico humor de pavoreal.
— Tendrás que cuidar mucho de ella, Bora. —Le dijo con entusiasmo un hombre rechoncho que se acercó con un grupo de mujeres.
— Por supuesto, señor. La tendré a mi lado cada minuto del día. —Le confirmó el hombre.
Juvia sintió como si una toalla húmeda cayera hasta el fondo de su estómago. Había guardado la esperanza de que Bora fuera el tipo de marido que pasaba meses fuera de casa, ocupado con los negocios o con sus interminables amantes. Le aterraba la perspectiva de un esposo controlador que la tuviera vigilada en cada momento de su vida, como un trofeo al cual presumir.
— Supongo que estarás emocionada, Juvia. —Comentó una mujer a la que la joven no pudo reconocer al principio. Debía tener unos cuarenta años, pero las operaciones en su rostro le hacían imposible calcular su edad.— Has pescado a un pez gordo, querida. Rico, apuesto, exitoso... y seguro que buenísimo en la cama. —Añadió, cubriéndose la cínica y tiesa sonrisa que había aparecido en su rostro, como si de esta forma amortiguara la vulgaridad en sus palabras.
Entonces la recordó. Era una ex-novia de Bora, la cual había escuchado por parte del moreno su "éxito" con respecto a la virginidad de Juvia. Había detallado la experiencia como todo un triunfo, aunque para ella sólo era una humillación que deseaba olvidar.
— Juvia no duda que usted lo sabe de primera mano. —Le respondió con voz monótona. No sentía celos, no sentía posesión. Sólo sentía la instintiva necesidad de defenderse.
Entonces se marchó. Dejó que las réplicas por su mal comportamiento quedasen en el aire, que Bora se hiciera líos consigo mismo y con los estúpidos invitados que hablaban entre sí de su vida sexual. Tenía el cuerpo rígido y frío cuando salió al patio trasero de la mansión. Había leído en novelas cómo el cuerpo hervía a causa de la ira, pero ella no había sentido calor desde hacía mucho tiempo. Nada la encendía ni la motivaba. Era como estarse congelando paulatinamente con el paso de los años.
Temía encontrarse a sí misma frente al espejo como una estatua de hielo, siempre maquillada con su típica máscara de muñeca de porcelana.
Se halló quitándose los zapatos de tacón que hasta ese momento le habían estado lastimando los pies. Parecían las zapatillas de Cenicienta, olvidadas en el empedrado que rodeaba la mansión Loxar. Caminó por encima de la hierba, disfrutando de la sensación húmeda y fresca que la tierra y el rocío le proporcionaban. Se acercó a la arboleda que su madre siempre se había esmerado en cuidar. Tocó el fresno tierno que descansaba junto al reloj de arena. Era un sitio familiar, lo único que le confería buenos recuerdos.
Pero entonces, cuando unos brazos la atraparon desde atrás por la cintura, su burbuja se rompió.
Levantó la vista hacia Bora, quien tenía el rostro desencajado por la ira.
— ¿Quién te crees que eres para dejarme ahí como un idiota? ¿Eh? —La apretó más contra su cuerpo hasta el punto de hacerle daño. La peliazul jadeó de dolor, pero él la ignoró.— ¿¡Eh!? ¡Respondeme, pequeña malcriada!
Ella sólo podía pensar en las nauseas que la estaban consumiendo.
"No en este lugar, por favor".
— Tendré que castigarte para que aprendas a comportarte. —Siseó, tomando con brusquedad la falda del vestido blanco de la joven. Juvia escuchó la tela desgarrarse como si no estuviese ahí, como si fuese otra persona. No podía creer que estuviese dispuesto a violarla ahí mismo. Sentía las manos entre sus muslos sin ningún atisbo de ternura o consideración. Al contrario, era obvio que intentaba ser lo más violento posible.— Muy pronto serás mi esposa, y me procurarás a mi antes que a cualquiera de tus estúpidas ideas, ¿entendiste?
— B-Bora, me haces daño... —Susurró ella en respuesta. No podía decir otra cosa.
— Aún no te he hecho nada. —Replicó el moreno con crueldad, como si ella estuviese exagerando. La empujó con fuerza contra el reloj de arena, reteniendo con una mano sus muñecas. Juvia no necesitaba verlo para saber que se estaba desabrochando el pantalón. El muy cerdo parecía tener experiencia en ello.— Pero ya verás... —Añadió en voz baja, contra su hombro. Cuando la besó, Juvia creyó que terminaría vomitando.
Justo antes de que él pudiera bajarle las bragas y cumplir su cometido, un golpe sordo pasó rozando la cabeza de la chica. De un momento a otro ya no sentía la presión de Bora contra su cuerpo, ni sus asquerosos labios buscándola. Sus piernas le temblaban por una mezcla de frío y terror, pero la curiosidad pudo más que el miedo. Se giró y descubrió la sombra de otro hombre encima de su prometido.
Llevaba chaqueta de cuero negro y unos pantalones oscuros, por lo que era complicado verlo en la penumbra. Cuando le hubiese propinado una buena tunda a Bora, dejándolo inconsciente, se levantó del suelo. La poca luz que llegaba desde la mansión iluminó su rostro y le arrancó destellos dorados a su cabello negro.
Más que guapo, era perfecto.
Juvia creía no poder reconocer la belleza hasta ese momento. El glamur se había vuelto una de sus cosas más odiadas, pero ese sujeto no era glamuroso. Tenía el rostro marcado por una vida difícil y su expresión no demostraba ningún agrado al sujeto que había noqueado. Y sin embargo, era bello.
— Escoria. —Llamó a Bora antes de escupirle encima.
Las miradas de ambos se cruzaron, y sólo en ese momento, los ojos grises del pelinegro se suavizaron. La estudió detenidamente, demorándose un poco más en la falda rasgada de su vestido. Se le veían las rodillas y de un lado parte de su muslo. Parecía la Cenicienta tras una fatídica decepción con su príncipe azul.
— ¿Estás bien? —Le preguntó con cautela.
— Sí. —Respondió ella, para su propia sorpresa. No había podido creer responder aquello con honestidad a esas alturas. Pero lo estaba. Nunca se había sentido tan aliviada.
— ¿No te...? —Él hizo una pausa en sus propias palabras, hasta que ella se dio cuenta de a qué se refería.
— No. —Le aseguró con una sonrisa amarga.— Creo que lo interrumpiste.
— Me alegra. —Dijo él con voz ronca.
Ninguno de los dos se había enfrentado nunca a una situación así, pero en cierto modo, Juvia no se sentía capaz de soltar un simple agradecimiento y marcharse de vuelta a la fiesta. Tendría que dar demasiadas explicaciones y, al final de la noche, todo volvería a ser como siempre.
El desconocido rompió el silencio luego de un rato.
— ¿Quieres que te de un aventón?
Señaló la moto que lo esperaba detrás de los rosales del jardín, cerca del garaje de servicio. Juvia supuso que debía causarle mala espina un sujeto con chaqueta de cuero y una Harley-Davison que se mete a una propiedad privada, pero en esos momentos, lo agradecía como si se tratara de un santo.
— Cualquier lugar lejos de aquí.
Siguió al pelinegro hasta la motocicleta, montando en la parte trasera. Le rodeó el pecho con los brazos y descansó la mejilla en su espalda. Cuando el vehículo arrancó y ambos salieron de los terrenos de la mansión Loxar, la muchacha cerró los ojos ante la agradable sensación del viento nocturno agitando su cabello azulado. El mismo viento que se llevó una lágrima perdida.
Durante casi una hora, Juvia se dejó perder en la fantasía donde no era una Loxar, donde nunca estuvo comprometida con Bora, donde lo único que existía era aquella espalda cálida y fuerte sobre la cual descansar.
